Hace exactamente un año, el Ministerio de Cultura cubano,
secundado por un grupo de sesudos estudiosos de la música cubana, explotó
ofendido ante la letra de la canción Chupi
Chupi de Osmani García por lo que consideraba el carácter vulgar de su
letra. El entonces ministro Abel Prieto destapó una campaña contra la
vulgaridad cuyos ecos dejaron de escucharse más rápido que una canción mala.
Entonces escribí un artículo (El malestar
en Cultura) que empezaba diciendo “No hay nada peor que meterse con la
música popular”. Al cabo de doce meses, ya Prieto no es ministro y el Chupi Chupi puede oírse claramente en la
banda sonora de la recién estrenada película 7 días en La Habana.
En su inmensa tozudez, la censura cubana vuelve a la
carga contra los reguetoneros y la “vulgaridad” de sus letras. El censor, quien
quiera que sea, padece de amnesia. Se le olvida, entre otras cosas, ese gran
antecesor de las letras con doble sentido y vulgaridad que fue Faustino Oramas,
más conocido como El Guayabero, considerado ahora un clásico de la trova
cubana. Solamente una selección de ejemplos de la supuesta vulgaridad de las
letras de la música cubana constituiría toda una enciclopedia. Las letras de
las canciones populares, en todas partes, se caracterizan por atravesar los
límites de la moral establecida.
Es difícil entender esa persistencia en lanzarse a una
batalla de antemano perdida. En primer lugar, tendrían que establecer una
definición de la vulgaridad, pero al censor totalitario no le gusta definir los
parámetros de su censura, pues se sentiría limitado y no tan todopoderoso. Por
otra parte tendrían que llevar a cabo una agotadora labor de cacería contra un
fenómeno que se caracteriza por ser efímero y cuyas características se
encuentran en cambio continuo, porque responden (¿acaso no lo saben?), al ánimo
popular del momento. Además, le estarían cerrando una válvula de escape al
descontento de las masas.
Esta altanería del censor quizá se deba en parte a un
triunfo obtenido en épocas tempranas. Al asumir el poder, la Revolución empezó
a buscar una música que la representara. Con la rápida partida de muchos de los
más destacados cantantes de la década del cincuenta (Olga Guillot, Celia Cruz,
Rolando Laserie, etc), se trató de borrar, como se hizo con tantas otras cosas,
los vestigios musicales del pasado. Los festivales Papel y tinta organizados por el periódico Revolución entre 1960 y 1963, aunque reunieron un grupo
distinguidos de músicos populares, entre ellos Beny Moré, generaron más
violencia callejera que innovaciones musicales. Parecían haber encontrado su
ritmo cuando Pello el Afrokán lanzó el Mozambique en 1963, pero les molestó
mucho (y esto me lo contó Leo Brouwer años después mientras hacíamos una cola
para conseguir turnos para comer en el restaurante 1830) que cuando se fueron a
sacar los pasaportes para llevar a la banda a París en 1965, se descubrió que
casi todos sus componentes tenían antecedentes penales. Los puritanos
comandantes no permitirían que semejante ralea representara la música cubana.
En 1968, con la secuencia inicial de Memorias del subdesarrollo, en la cual durante un espectáculo en el
cual los afrokanes cantan “¿Dónde está Teresa?”, suenan dos tiros y luego un
hombre aparece muerto sobre el asfalto, la música continúa y el cadáver es cargado
por un grupo de hombres que lo llevan manos en alto y la multitud lo observa
impávida mientras continúan su meneo a ritmo de Mozambique, Gutiérrez Alea vilificó
lo que hasta entonces se presentaba como la música popular cubana. Un año antes,
en 1967, las autoridades culturales observaban el inesperado éxito de Silvio
Rodríguez en su programa Mientras tanto.
Aunque a muchos dirigentes les molestaba la indumentaria de Silvio y de muchos
de los que después se convertirían en integrantes de la Nueva Trova, encontraron
aquí algo que encajaba más a su visión de lo que debía ser la música que
representara a la Revolución. Letras más o menos inteligentes, muchas de
contenido social y con una poética moderna. Se decidieron entonces, ya en plena
Ofensiva Revolucionaria, a catapultar el movimiento, no solo en la isla sino en
todos los países de habla hispana. El éxito de este movimiento, que por
supuesto tenía sus raíces populares, los envalentonó y pensaron que podían
controlar lo que se iba a decir en la música del patio. Tuvieron éxito por un
tiempo.
Pero nada es eterno y mucho menos en el gusto popular.
Los tiempos han cambiado, las nuevas tecnologías permiten acceso casi masivo a
la producción de grabaciones de audio y de video. Ya la EGREM no monopoliza la
manufactura de la música local. La globalización hace más difícil bloquear las
influencias de otros lares. En fin, el censor se siente que ha perdido el
control y patalea. Se ve también maniatado porque estos músicos que cada vez
controla menos son, contradictoriamente, una fuente de ingresos en moneda
extranjera que les hace mucha falta. El permitir su exportación ya no es
solamente un hecho político, sino un plan económico en momentos en los cuales
el dinero cuenta y la miseria aumenta.
Pero es probable que a lo que más teme el censor es a la
explosión de sensualidad, de transgresión y de expresión corporal irreprimible
que desatan las canciones populares, sin más pretensión que provocar el goce
del instante, es que en un evento masivo, en donde fluyen las pasiones, el
alcohol y otras yerbas, es más fácil desatar la rebeldía y el enfrentamiento
popular que en una lectura de poemas en la Casa de las Américas, o en un jueves
de Temas.
Roberto Madrigal
En el socialismo todo se resuelve por decreto. Y así, cree el régimen que eliminará el reguetón de un plumazo. Lo que ha ocurrido es que la música popular cubana de hecho ya no existe, es cosas de viejos, y ha sido suplantada por una gama de procaces ritmos caribeños. Hasta que esa estéril miasma que es la sociedad socialista produzca algo que oponer legítimamente al reguetón, y que además, "pegue", esa música pasará a las sombras y desde allí se escuchará y bailará. Puede que dentro de 30 años le hagan una estatua a cualquier reguetonero, como hace poco se la hicieron a John Lennon.
ReplyDeleteMuy bueno este articulo Madrigal, sabes? me encanta el "Chupi Chupi"lo que no se bailarlo, jaja. Hector Soto
ReplyDeleteAhh ya aprendí a publicar aquí, la próxima lo haré bien.
ReplyDeleteUn fuerte abrazo
Mi querido Roberto , disiento y concuerdo contigo. Evidentemente la prohibicion no es el metodo para prohibir la vulgaridad. Mas bien la alimenta. Lo que hay que atajar son las causas de la vulgaridad. Por otra parte, no no creo que sea compabrable "La mujer de Antonio" o las letras el Guayabero a la vulgaridad expresa de u "chupi, chupi" o "dame tu gasolina" ; hasta en la vulgaridad hay niveles.... un abrazo y Felicidades por este fin de año. Te deseo lo mjeor y poder seguir recibiendo tus excelentes reportes.
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