Nunca escuché su nombre mientras viví en Cuba. Perdonen
la ignorancia pero quizá se deba en parte a que se fue en 1968 y por lo tanto
fue proscrito por la oficialidad, convirtiéndose en un innombrable fantasma
literario. Por otra parte, los de mi generación a quienes me asociaba en mis
años formativos no éramos afines al origenismo. Nuestras influencias y
referentes mas inmediatos eran la literatura norteamericana, los escritores del
boom, la poesía conversacional y, de
Cuba, principalmente Padilla y Cabrera Infante. La otra gran influencia era el
cine, que sumaba a la palabra el efecto inmediato de la imagen.
Bien lejos estábamos de un grupo literario tan de
cenáculo y tan involucrado con el catolicismo. Lezama y Eliseo Diego eran la
excepción. El resto de los origenistas se nos antojaban y todavía a mi se me
antojan, como escritores menores, poetas de una sola cuerda.
No fue hasta finales de 1980 que tomé consciencia de la
existencia de Lorenzo García Vega, cuando Manuel Ballagas me llevó a conocer a
Carlos M. Luis, que estrenaba una galería de arte en Coral Gables y que recién
llegaba de New York.
En 1984 cuando editaba la revista literaria Término, me llegó un texto muy original,
un escrito a dos manos realizado por Miñuca Villaverde y Lorenzo García Vega
que apareció en el número 7 de la publicación. Ya para entonces conocía mucho
más de la obra de García Vega.
Claro que también debía su relativa oscuridad a la forma
en la cual arremetió contra los mitos de su propia generación. Ajustó cuentas
con lápiz de plomo firme y dio pluma por pistola en abundancia. De él me
hablaron elogiosamente y de manera incansable, mis amigos Carlos Victoria y
Nicolás Lara. A instancias de ellos terminé adquiriendo Los años de Orígenes y El oficio de perder, libros que aun ojeo y hojeo
con frecuencia, pero que nunca he leído en orden secuencial, aunque los he leído
completos. Su prosa de frases e ideas inconclusas me fatiga, no acepto la
justificación que se hace a partir de sus problemas psiquiátricos, ya que
Hemingway, Scott Fitzgerald y Cabrera Infante sufrieron de dolencias similares.
Pero siempre me han atraído su sinceridad iconoclasta y su inclemente ángulo
provocador. No hay duda de que fue un escritor único.
Pero en los años ochenta, antes de internet y del
despegue del periodismo en español en los Estados Unidos, era difícil obtener
información sobre él. Muchas veces le pregunté a mi amigo, el ya fallecido
escritor Rogelio Llopis, contemporáneo de García Vega, quien vivió por muchos
años en Cincinnati y que sentía un desprecio olímpico por los origenistas, que
me contara algo acerca de él y lo único que obtenía como respuesta era un “Coño,
chico…” y una carcajada sarcástica, sazonada con la sorna que conceden unos
cuantos tragos de scotch.
En 1984, durante una visita a casa de mi amigo Jorge
Posada, en Elizabeth, New Jersey, apareció Heberto Padilla acompañado de
Vicente Echerri. Comenzamos a beber vodka y no sé cómo salió el tema de Garcia
Vega, pero se le dieron vueltas al asunto. Unos cuantos tragos después,
mientras Echerri iba al baño, Padilla se inclinó hacia nosotros y vodka en mano
y con guiño cómplice nos dijo:
-¿Quieren que les cuente cómo se inició García Vega en la
literatura?
Asentimos.
-Pues él era boticario- continuó Padilla a media voz-.
Lezama lo visitaba en la botica y para enamorarlo le recitaba poemas. Un día se
le quedaron unos manuscritos en el mostrador y Lorenzo los leyó y cuando
terminó se dijo: “Esta mierda la puedo escribir yo”, y se metió a poeta.
Padilla soltó una risita y en eso llegó Echerri.
Roberto Madrigal
¡Esas son las anécdotas que me encantan, jajajá! Qué pena no haber sabido más de la obra de García Vega. Yo sólo oí de él muy recientemente, por unos cuentos que publicaron en DDC. Me gustaria saber más.
ReplyDeleteEfectivamente, Roberto, en los 60 los de Origenes nos parecian gente cultisima y por tanto como ajena,pero la vida ,la real y la literaria sobrerreal, nos mueve, de modo que en los infelices 70 Lezama llego a cobrar dimensiones sobrenaturales y Lo Cubano de Cintio llego a parecerme texto sagrado,cimiento donde levantar una ciudad de letras,donde el recien difunto vendria a ser como un familiar muy ilustre,a quien nunca nos han presentado, pero con quien sin falta nos encontrariamos algun dia muy senalado.Para mi,nunca llego,aunque ya lo coloco entre las visitas imprescindibles de inmortalidad,junto al palido y risueno Julian.
ReplyDeletefabio Hurtado