Aunque visitó la isla en 1926, como miembro del grupo de salud de la Sociedad de las Naciones que hacía investigaciones sobre la malaria y la higiene de la población, (trabajo que lo llevó también a Togo y a Camerún), parece que Cuba no tuvo ningún efecto en Louis-Ferdinand Céline, quien no mucho después publicara su Viaje al fin de la noche al cual incorporó experiencias de su visita a los países africanos y a los Estados Unidos. Habría que leer muy entre líneas para adivinar algunos tímidos indicios de influencia en algunos nombres y personajes que pueden encontrarse más o menos entre las páginas 140 y 195 de la obra, según la edición que se posea.
Nada en los escritos de Céline remite a ninguna impresión sobre el tiempo que pasó en Cuba. Ni siquiera en qué lugares de la isla estuvo. Quizá algo se encuentre en algún informe médico olvidado. No hay nada sobre la ciudad sobre la cual unos quince años más tarde un joven Thomas Merton escribió: “...La Habana, de muchas maneras, es más ciudad que incluso Nueva York, porque es una ciudad en el sentido que las ciudades levantinas y mediterráneas, y quizás las orientales, son ciudades. La importancia no está en los edificios, sino en la vida que tienen...” (The Secular Journal of Thomas Merton, p 56, Farrar, Strauss and Giroux, 1977).
Sin embargo, su visita a la Unión Soviética en 1936, en pleno apogeo de la admiración a Stalin por parte de los intelectuales occidentales y principalmente los franceses, le produjo una enorme repulsión por la estructuras burocráticas con las que tropezó y por mucho de lo que allí se cocía y escribió Mea Culpa ese mismo año. A lo mejor fué que no encontró en Cuba muchos judíos que odiar
Roberto Madrigal
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