Hace un par de noches cambiando canales me tropecé con The Best Years of Our Lives, el
excelente filme de William Wyler de 1946, que trata sobre la adaptación de tres
veteranos de la Segunda Guerra Mundial y su reajuste a una sociedad que los
recibe con indiferencia y poca comprensión. Hacía años que no la veía y la vi
casi completa y con gran placer.
Lo que más me llamó la atención fue que el personaje de
Fred Derry, interpretado por Dana Andrews, exhibe, casi como sacado de un
manual de diagnóstico, todos los síntomas de lo que hoy se conoce como Desorden
post-traumático de estrés. El guión está basado en una novela de Mackinlay
Kantor que no conozco. Me resultó curioso como a pesar de lo obvio de la
sintomatología exhibida por el personaje y acuciosamente descrita en la
película, esta condición nunca fue reconocida hasta finales de los años
setenta.
Factores políticos y culturales se combinaron para evitar
que la enfermedad se reconociera. El miedo de los individuos a parecer unos
cobardes o flojos, la mala intención del gobierno de evitar compensar a esos
antiguos combatientes por una enfermedad causada por su labor militar, sí como la
complicidad de muchos científicos y compañías de seguros en demorar trabajos
investigativos al respecto. Por suerte hoy en día se dan grandes pasos para
rectificar esa inmensa injusticia que causó gran daño emocional a miles de
veteranos de esta y otras guerras, como la de Corea y la de Viet Nam, que
sufrieron esas consecuencias en silencio, entre el bochorno y la falta de
atención.
Esto me llevó a repensar el caso de Hans Asperger, que ha
ganado notoriedad en las últimas semanas con la salida de los libros Neurotribes del periodista Steve
Silberman y In a Different Key: The Story
of Autism, de John Donvan y Caren Zucker.
Asperger fue un médico vienés que alrededor de 1938 sentó
las bases de lo que hoy se conoce como el Desorden del espectro de Autismo.
Presentó trabajos en los cuales consideraba que mucha gente padecía de esta
condición que debería ser considerada como una discapacidad y que la sociedad
debería tomar medidas para ayudar a esos individuos a participar de la misma y
a ajustarse lo mejor posible. Asperger era un investigador callado y laborioso
que no le gustaba llamar la atención y mucho menos en la Alemania de aquellos
años.
Con el ascenso de Hitler al poder, se desmembró el grupo
de colaboradores de Asperger, la mayoría de los cuales eran judíos. Unos se
suicidaron y otros, como George Frankl, terminaron en Baltimore, donde fueron
patrocinados por Leo Kanner, un psiquiatra infantil del hospital Johns Hopkins,
quien a la larga logró que se le nombrara como el descubridor del autismo.
Siguiendo las creencias políticamente aceptadas de la
época, Kanner culpó a los padres de niños autistas por lo que llamó una
enfermedad y en consecuencia, muchos niños fueron arrebatados de los brazos de
sus padres para ser admitidos en clínicas psiquiátricas en donde se pensaba que
era el único ambiente terapéutico posible. De más está decir las nefastas
consecuencias que esto tuvo para miles de familias y de niños y adolescentes.
Aislamiento y estigmatización fue la base del tratamiento que predominó por
décadas.
Mientras tanto, los trabajos de Asperger se hicieron a un
lado. Por una parte, se supo que el Dr. Asperger participó del equipo médico
que acompañó a las tropas nazis en la toma de Croacia. Pero sus defensores
alegaban que era un firme creyente en el catolicismo, un hombre de moral recta
que jamás se hubiera comprometido a colaborar activamente con los nazis. Pero
considerando que trabajaba con una población que presentaba características que
de ser ampliamente reconocido sería una amenaza a la supremacía aria, cuyo destino
era la eliminación en campos de concentración, la duda prevaleció y muy pocos
se atrevían a tocar los trabajos de Asperger.
No fue hasta 1981 cuando la psiquiatra e investigadora británica
Lorna Wing, ella misma madre de un autista, describió el Síndrome de Asperger
en base a una relectura de las investigaciones del vienés. También validó la
existencia de un espectro que incluía a muchas más personas que las
consideradas autistas en ese momento, ya que prácticamente solamente se
reconocían los casos extremos. Eric Schopler uno de los pioneros en las
trabajos sobre autismo en Estados Unidos, inicialmente se negó a nombrar así a
este grupo y prefirió el término de “Autistas de alto funcionamiento” para
referirse a quienes cumplían con la nueva descripción.
En la cuarta edición del Manual de Diagnóstico y Estadísticas
de los Desórdenes Mentales (conocido por sus siglas en inglés como DSM-IV),
publicado en 1994, apareció por primera vez el Síndrome de Asperger como
condición reconocida. Hubo una investigación previa para asegurar que Asperger
no fue un colaborador nazi. La Dra. Wing y los familiares de Asperger lo
defendieron y hubo algunas que otras opiniones que levantaron sospechas, pero
no fueron confirmadas entonces. La cautela es justificable, nadie quiere
nombrar una enfermedad con el nombre de Mengele o algo parecido.
Un austríaco, investigador del Holocausto, llamado Herwig
Czech, cuyo abuelo fue nazi, tropezó con datos que vincularon a Asperger con el
fanático Dr. Franz Hamburger, un especialista en enfermedades infecciosas y un
hombre que llegó a decir que Hitler era un genio médico y que creía que los
discapacitados debían terminar en los hornos y que Asperger escribió informes
que hicieron que muchos de sus pacientes fueran condenados a muerte. Esto a
pesar de otras evidencias citadas de que Asperger fue dos veces detenido por la
Gestapo y que también realizó maniobras para salvar la vida de decenas de sus
pacientes, de nuevo ensombreció la memoria respecto a Asperger.
En el libro de Donvan y Zucker, con otras nuevas evidencias
recogidas, se presenta a Asperger como un colaboracionista y un oportunista que
se aprovechó del nazismo aunque nunca militó en el partido. Silberman lo
defiende diciendo que su posición era difícil. Todos sabemos cómo nazis y
comunistas manipularon la ciencia para sus fines y eliminaron a quienes se
atravesaban en su camino, por lo cual quienes se quedaban trabajando dentro del
sistema, caminaban la cuerda floja y para sobrevivir tenían que doblegarse y
aceptar ser manipulados.
En la quinta edición del manual arriba descrito (DSM-5), publicada en 2013, que es como la biblia por la cual se tienen que regir psiquiatras y psicólogos
en los Estados Unidos, se eliminó la denominación del Síndrome de Asperger y se
aceptó la del Desorden del espectro de autismo, que en realidad se ajusta más a
los aportes científicos de Asperger. La seña y no el santo es lo importante en
definitiva. A pesar de que puede que el nombre haya sido eliminado a
conveniencia de la corrección política, probablemente justificable en este
caso, se ha hecho justicia científica.
Es obvio que tanto la calidad del científico como la del
artista, no tiene una relación confiable con los atributos éticos de cada cual.
El ser humano es demasiado complejo. Lo importante es el aporte que haga su
obra, que debe estar libre de asociaciones políticas o financieras, que no
entorpezcan el valor de la ciencia o el arte. La manipulación florece en las
sociedades totalitarias y aunque existe también es más proclive a ser expuesto
en las democráticas, aunque las injusticias y las manipulaciones continúan en
todas partes.
Roberto Madrigal
Tanta oscura ciencia doblega mis neuronas. Gracias que tengo una persona amiga para guiarme por tan estrecho sender........ el articulo es un vacilooooon!!!!!!!
ReplyDeletetu amigo del norte