Por Orietta Madrigal
Querido
Jorge:
Es difícil tratar de
resumir en pocas palabras, cuando hay tantas que decir…, sé que ya no llegarán
a ti, pero quiero, despedirte compartiendo con todos los que te quisimos,
algunas de mis memorias que mejor definen el gran ser humano que fuiste.
Durante casi treinta
años de amistad, son muchos los recuerdos que vienen a mi mente, hasta llegar a
las largas conversaciones telefónicas, donde compartíamos opiniones y otras
veces discutìamos -imposible dejar de hacerlo contigo- de cualquier tema, desde
cómo hacer frituras de carita en Colonia, hasta los asuntos de actualidad más
recientes, pasando por política, literatura, cine, y por supuesto comentar
acerca del maravilloso clima de nuestras ciudades…
Siempre
supe que fuiste un hombre íntegro, excelente padre, hijo y un amigo sincero.
Por ello no me sorprendió, que siendo miembro del partido comunista, te
atrevieras a confrontar el régimen castrista, encabezando un documento, que de
hecho, te convertían en un enemigo de la revolución, y sabías,
que por ello, tendrías que asumir fatales consecuencias. Se necesitaba valor y
honestidad para dar un paso así y tú lo diste…
Y ni las represalias ni
las amenazas de encarcelarte, como finalmente sucedió, te amedrantaron en tu
decisión de defender los principios que sentiste traicionados, y a los que te
habías entregado desde muy joven, como alfabetizador, soldado y miembro del
partido comunista.
Pero fue la anécdota que
me contaste cuando me visitaste en Cincinnati, lo que me ratificó, no sólo tu
valentia, sino también tu agudo sentido del humor, que muchas veces utilizabas
para desarmar hasta el peor de los enemigos, como el día que, al regresar a tu
casa -despues que leíste en la UNEAC el documento firmado junto a otros
intelectuales-, te estaban esperando un grupo de hombres. “… querían aparentar
que eran mis vecinos del barrio que, venían a enjuiciarme por traicionar a la
revolucion, pero desde que los vi, supe que eran de la Seguridad y cada golpe
que me dieron, sabía a que parte de mi cuerpo estaba dirigido. Me cayeron
encima, hasta que me caí al piso, y en eso llegó la policia. Me montaron en un
carro y cuando me bajaron en la estación de policía, apenas podía mantenerme en
pie. No sé de donde saqué fuerzas, pero logré pararme sin ayuda, y con
una sonrisa de oreja a oreja, les dije: “Nada, no pasa nada! El negro no tiene
ná, caballero … y entonce…?”*
Siempre fuiste
valiente, cuando te golpearon, cuando te encarcelaron, cuando tuviste que
afrontar desde la prisión la pérdida de tu querida esposa, y quizás la más dura
de todas, la separación de tus queridos hijos, por los que estabas dispuesto,
como decías, a traducir lo que que te cayera, por tedioso que fuera, con tal de
mandarles unos kilos a Cuba.
También te las
arreglaste para sobrevir al frío exilio alemán, que gracias al amor y apoyo de
tu querida Ana te fue mas llevadero en esa ciudad. La misma que por esos
misterios insoslayables de la vida, te sentiste atraído desde que eras un niño,
y tu tío favorito te contaba acerca de una lejana ciudad llamada Colonia. “…donde
las aguas del río y los manantiales embriagaban con sus perfumadas aguas.”
Y paradojicamente allí
llegaste, a vivir y a morir, y no precisamente embriagado por el perfume de sus
aguas…
Ya, por último no puedo
dejar de decirte que siento profundamente no estar en tu funeral, como te había
prometido aquella vez que me llamaste, y medio en broma, me dijiste que que
sólo querías que unos pocos estuvieran, y yo era una de ellos.
Desafortunadamente, no
podré estar allì y tampoco ya tengo tiempo para decirte cuanto te admiré desde
siempre.
Pero, si de algo
estoy convencida, es que si pudieras pararte de donde estás, seguro que
volverías a hacer lo mismo que aquella vez, y con tu sonrisa de siempre, nos
dirías a todos, amigos y enemigos:
“ El negro no tiene ná,
caballero!, y entonce …?
Tendrá que pasar mucho
tiempo, para olvidar a un abicú, como tu…
Orietta.
*Tema popular de Los Van Van en los años 90
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