Por Jorge Posada
Aunque se trate de una operación sencilla, habitual y
poco peligrosa, el estado de ánimo del recién operado está bajo y el
convaleciente se siente mal.
Me acababan de operar de una hernia abdominal y esa
tarde de la semana pasada estaba tumbado en un butacón de la sala. Me sentía
adolorido, amodorrado y sin ganas de hacer nada; ni dormir; ni oír música; ni
leer; y así por pura inercia encendí el televisor y me puse a cambiar canales
hasta que me detuve en TCM, el canal de Turner que se especializa en clásicos
del cine. Estaban poniendo Love Me Tender,
una especie de western ambientado en
las postrimerías de la Guerra de Secesión en el que dos hermanos se enamoran de
la misma mujer. Protagonizada por Richard Egan y Debra Paget (que nunca estuvo
más bella) era el debut de Elvis Presley en el cine —tenía 21 años y el mundo a
sus pies— y la película aprovechó su temprana fama y se convirtió en un
taquillazo. Era la segunda vez que la veía. En Cuba se estrenó con el título de
La mujer robada en plena fiebre del
rock and roll y me acuerdo haberla visto en un cine repleto y enloquecido.
Pero esta vez la película me aburría y ya estaba a
punto de cambiar de canal otra vez hasta que llegó una escena en que Elvis
cogía una guitarra y empezaba a cantar. Era Love
Me Tender, una preciosa balada que yo me sabía bien:
Love me tender,
love me sweet,
never let me go.
You
have made my life complete
and I love you so
Fueron apenas tres minutos de canción, pero eso bastó.
Entonces, en la soledad de la sala vacía, me sentí
desesperadamente feliz y le agradecí a la vida que alguna vez existiera alguien
llamado Elvis Presley; un hombre que filmó películas; que tuvo mujeres; que fue
feliz e infeliz; que se hizo rico; y que cantó como nadie. Emocionado y con una
sonrisa en la cara exclamé en voz alta: “Coño, ¡The King!”.
Al otro día supe que era un homenaje de Turner a Elvis
por su cumpleaños. Y ese 8 de enero, el día que cumplía 78 años, Elvis me salvó
la tarde.
Jorge Posada es escritor y traductor.
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