Ante todo, quiero expresar mi mayor respeto y admiración
para quienes sinceramente se atreven a elevar su voz, dentro de Cuba, desde un extremo a otro del espectro político
e ideológico, para disentir del gobierno. Conozco muy bien los riesgos que
representa el más leve gemido. Cualquier guiño, hasta el más mínimo jadeo puede
ser excusa para poner en picota al más tímido infractor en un país donde la ley
está subordinada a los antojos del poder. Es muy fácil para mí, desde mi
ubicación, criticar o lanzar consignas desde mi computadora contra el gobierno
cubano. Lo más que me puede suceder es ser víctima de algún que otro ataque
verbal de quienes no piensan como yo o la palabra solidaria de quienes están de
acuerdo conmigo. Es muy poco probable que quienes ocupan el poder allá se
interesen con seriedad en los balbuceos de un ronin virtual e inofensivo.
El tema del “diálogo posible” recorre la blogosfera
cubana me temo que mucho más que las calles de Cuba. Ha provocado reacciones
extremas de apoyo y oposición. Las razones de estas respuestas son tan variadas
que sería imposible discutirlas. Sin embargo, se me ocurre que puedo señalar
algunos elementos que deben existir para que un diálogo sea realmente efectivo
y no sea un zafarrancho gestual o un simple diálogo de sordos.
Por la parte de quienes detentan en poder, tiene que
existir una necesidad de dialogar, la cual solamente puede darse cuando existe
una significativa presión popular o cuando los que mandan sienten que ya son
demasiadas las cosas que escapan su control. Por lo que puedo observar desde
aquí, no creo que esas condiciones estén ni remotamente cerca de existir en
Cuba. Tras 53 años en el poder, la comunidad geriátrica que rige la isla solo
ve como su enemigo principal a la erosión biológica. A estas alturas no les
preocupa su legado y nunca les ha interesado el bienestar del pueblo. Por
supuesto, ni me molesto en considerar un deseo sincero de dialogar de parte de
los poderosos. Eso nunca les ha importado.
Del lado de la disidencia deben existir, entre muchas
otras cosas, dos factores importantes: representatividad y cohesión. En Cuba
hay muchos grupos y muchas voces que me parece que solamente se representan a
si mismos. Son muchas y diversas voces, pero carecen de resonancias. Su número
es aún casi imperceptible en el contexto general. Representan un buen y
necesario comienzo, pero no pasan de ahí. Deben continuar haciendo lo que hacen,
pero también deben estar atentos a sus limitaciones. No creo que de momento
sean grupos representativos en los cuales miles de personas deleguen la
comunicación de sus criterios con respecto al gobierno.
La falta de cohesión se ha demostrado por si sola desde
que se han comenzado a hacer los llamados al diálogo. Los distintos grupos y,
mayormente, individuos, discuten entre si sin ponerse de acuerdo, sin intentar
siquiera mirarse de frente. Las acusaciones vuelan de un lado al otro. Para
enfrentar a un gobierno totalitario se necesita, inevitablemente, unidad. Las diferencias
tienen que posponerse para después que se haya logrado el objetivo de cambiar
la esencia del sistema imperante. Ninguna ideología debe faltar a la mesa,
todas pueden traer puntos importantes a la discusión, pero no pueden dejar ver
lo que hay por debajo de lo que se ve del iceberg. El diálogo es, en este caso,
un enfrentamiento entre monolitos.
Todas las voces disidentes molestan, incluso algunas
asustan más que otras, pero para tener un alcance más trascendente, tienen que
afinar sus instrumentos y coordinar su estrategia. Que cada cual ponga en
perspectiva su importancia.
Roberto Madrigal
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