Las Olimpíadas
antiguas eran principalmente una celebración religiosa con un costado de
eventos atléticos durante los cuales las ciudades-estados del imperio griego
confluían en Olimpia, en el santuario de Zeus, al menos desde el año 776 antes
de Cristo, para presentar sacrificios a los dioses y mostrarse mutuamente su
poderío político y la destreza de sus súbditos. Tan era así que los conflictos
bélicos se suspendían mientras se oficiaban los encuentros. Duraron unos 400
años, los romanos no eran muy adictos a ellos.
Los griegos,
buscando revivir, o más bien rememorar su perdida grandeza, intentaron
resucitar los juegos, con diversos esfuerzos, desde el siglo diecisiete. No fue
hasta que el barón francés Pierre de Coubertin fundara el Comité Olímpico
Internacional en 1894, que los juegos pudieron celebrarse por primera vez en la
era moderna, en Atenas, con la participación de catorce países, dos años
después.
Coubertin era un
aristócrata condescendiente que se involucró en el estudio de la educación
física y se consagró a estudiar el sistema inglés de amateurismo, al cual le
concedía el valor de haber contribuido significativamente a la expansión del
dominio británico en el siglo diecinueve y aunque le molestaba el hecho de que
los ingleses habían creado un sistema perfecto para eliminar la participación
de la clase obrera y de los pobres en general, quiso replicar el sistema, con
sus modificaciones, en Francia. Al fracasar en esta empresa, como estudiante de
Historia que también era, se dedicó a reavivar la idea griega y eso lo llevó a
la fundación de los juegos olímpicos modernos.
A pesar de los
ideales de purismo competitivo establecidos por Coubertin, quien afirmaba que
lo importante era competir en buena lid y que el triunfo era secundario, desde
sus inicios, los juegos fueron utilizados por diferentes gobiernos, como
vehículos propagandísticos y luego, por los grandes monopolios, como
espectáculos masivos generadores de lucro. En Berlín, en 1936, como parte de la
maquinaria propagandística hitleriana, los juegos fueron trasmitidos, por
primera vez, por televisión. Fue la primera vez que el nacionalismo mezquino,
las ambiciones imperiales, la tecnología y la propaganda se unieron en una
aventura gigantesca. Después de la Segunda Guerra Mundial los juegos fueron el
escenario más caliente en el cual se combatía la guerra fría. Los soviéticos
utilizaron el espectáculo para mostrar su poder al mundo. Los juegos de 1980,
1984 y 1988 fueron gravemente afectados por las tensiones políticas del
momento. Tras la caída del Muro de Berlín, se han convertido en un teatro de
batalla entre las dos únicas potencias mundiales: China y Estados Unidos. La
comparsa la completan el resto de los países desarrollados de Occidente junto
con Rusia, Japón y Corea del Sur. A partir de 1992, el profesionalismo tomó
posesión gradual de todos los eventos. Eso me parece muy bien.
Cuba entró con el
pie derecho en la arena olímpica. En la Olimpíada de Paris de 1900, que en
realidad era un evento paralelo a la Exposición de París, el esgrimista cubano
Ramón Fonst (1883-1959), ganó una medalla de oro y una de plata. Fue el primer
atleta latinoamericano en ganar medalla. Fonst pasó parte de su infancia y casi
toda su juventud en París, donde aprendió esgrima y a los once años se convirió
en campeón de florete de Francia. En las Olimpíadas de 1904, celebradas en St.
Louis como parte de la Feria Mundial, en la cual participaron 650 atletas, 580
de ellos americanos, Fonst y el equipo de esgrima cubano, en el cual se
contaban dos americanos, Charles Tatham y Albertson Van Zo Post, este último
natural de Cincinnati, se alzaron con siete medallas (tres de ellas fueron
ganadas por Van Zo Post). Fonst ha sido el atleta cubano que más medallas ha ganado.
Después de este
triunfo inicial Cuba no regresó a las olimpíadas hasta 1924. Generalmente
solamente esgrimistas representaban a Cuba. Entre esta fecha y 1960 Cuba ganó
una sola medalla, esta fue de plata, en 1948 y fue alcanzada por el velista
Carlos de Cárdenas. En 1956, poco antes de partir con la delegación a los
juegos olímpicos de Melbourne, Manuel González Guerra, que ya entonces era presidente
del béisbol en la Unión Atlética Amateur de Cuba, se quejaba, en una entrevista
concedida a la revista Bohemia, de que los juegos eran utilizados por
la Unión Soviética y los países socialistas con fines propagandísticos y que
enviaban a verdaderos profesionales para competir con amateurs en una lid
dispareja. Como todos deben saber, González Guerra fue presidente del Comité
Olímpico Cubano desde 1963 hasta su muerte en 1997.
Fidel Castro,
atleta frustrado, vio en el deporte una excelente forma de entretener a las
masas y una forma perfecta de extender sus ambiciones supremacistas, creando un
ejército deportivo que representara sus ideas, exacerbara el patriotismo y
sirviera de buque insignia de su aparato propagandístico. Invirtió gran parte
del presupuesto nacional en el desarrollo de equipos para competir
internacionalmente y el deporte se convirtió, para muchos jóvenes, en la única vía
de obtener mejoras económicas, viajar y de paso, haciendo grandes esfuerzos de
ahorro con la escuálida dieta monetaria que se les daba, traer bienes de
consumo para ellos y sus familiares. Por otra parte, Castro les concedió un
estatus social sin precedentes, los atletas se convertían en figuras públicas
que eran nombrados a los organismos nacionales de poder y opinaban en la prensa
sobre los más diversos tópicos. Nunca me olvidaré que una vez, con gran
reverencia, el Granma reprodujo el
juicio artístico de Alberto Juantorena sobre una presentación de Alicia Alonso.
Enrique Figuerola, con su medalla de plata en los juegos de Tokío, fue el único cubano en obtener presea en 1964. La delegación cubana obtuvo cuatro medallas de plata en 1968, principalmente en boxeo y atletismo. El despegue vino en Munich en 1972, donde se obtuvieron cinco medallas en boxeo, dos en atletismo y una en baloncesto. Ya en Montreal en 1976 se saltó a trece, con seis de oro entre ellas. De nuevo, boxeo y atletismo acapararon los honores y el volibol hizo su entrada. No voy a considerar las tres siguientes olimpíadas porque los Estados Unidos y casi todo el Occidente rehusaron participar en los juegos de Moscú y Cuba no asistió a Los Angeles ni a Seúl. En 1992, en Barcelona se logró el conteo más alto: 31 medallas. Aparte de los tradicionales triunfos en boxeo y atletismo, comenzaron a ganar los pesistas, los luchadores y los judocas cubanos, así como algunos esgrimistas. En Atlanta, en 1996, el total fue de 25 medallas y en Sydney en 2000 subió a 29. De alguna manera, tras la crisis de 1994, el deporte se mantuvo estable, siempre con el boxeo y el atletismo a la cabeza, pero ahora estabilizados con judocas, pesistas, luchadores y taekwondo. El volibol y el béisbol también ganaban medallas. En Atenas el total bajó a 27 y en Pekín a 24. Este año la caída fue un poco más estrepitosa, el total en Londres ha sido de 14. Me parece, de todos modos, una buena actuación. Cuba quedó segunda en total de medallas entre los países de América Latina, solamente superada por Brasil, aunque le aventajó en las de oro. Cuba se mantiene como el país latinoamericano que más medallas ha ganado en todas las olimpíadas con un total de 208, le siguen Brasil con 108, Argentina con 70, Jamaica con 67 y México con 62.
Muchos son los factores que en los últimos años han
contribuido a la decadencia, que parece que no tendrá para cuando parar. El
béisbol ha sido eliminado de las competencias. Los volibolistas cubanos ahora
pueden jugar profesionalmente fuera de Cuba sin necesidad de exilarse, aunque
muchos lo hacen, por lo que sus necesidades de bienestar material ya vienen por
otros medios. La progresiva intrusión de los profesionales hace que los
cubanos, los cuales en casi ningún deporte olímpico compiten con profesionales,
excepto el atletismo, no puedan elevarse al nivel de competencia que van a
enfrentar. Los boxeadores se sostienen porque es el único deporte que mantiene
un feroz amateurismo, a pesar de lo corrupto de esa institución en donde los
países compran medallas y sobornan a los jueces. La dolarización ha traído como
consecuencia, entre otras cosas, que los jóvenes cubanos ahora buscan otras
vías para saciar sus necesidades de consumo y ya no es tan importante
participar en las exigentes disciplinas deportivas. También parece que a Raúl
Castro, al menos públicamente, no le interesa el deporte tanto como a su
hermano y no le da el aval ideológico de antaño. Quizás todavía queda alguno
que quiera representar a su patria y llorar cuando oye su himno y ve alzarse su
bandera, pero esos son muy pocos. Ya a nadie tampoco le interesa representar
una ideología que se ha convertido en el objeto de burlas y de chistes por todo
el mundo.
En fin, que entre las carencias económicas, que son cada
vez peores para la mayor parte de la población y la falta de motivación, que ya
parece crónica y endémica, el deporte cubano continuará un lento e irreversible
descenso hacia la nada, despeñados del Olimpo, Zeus sabe por cuánto tiempo.
Roberto Madrigal
Muy interesantes datos sobre la participación de Cuba en las Olimpíadas, gracias, Roberto.
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