A medida que Cuba
se desliza, a paso de tortuga titubeante, hacia un sistema totalitario con
microeconomía de mercado, la castrocracia dominante, que intenta ubicarse en
algún sitio político entre China y Corea del Norte, corre el riesgo de no ser absuelta por la
historia y ser cercenada por un cuchillo de palo similar. Me refiero a la cultura
del neocomunismo, ese nuevo fantasma que recorre al mundo académico de los
países de Europa occidental y los Estados Unidos.
Tras la caída del
Muro de Berlín, Francis Fukuyama parodió a Marx en su articulo The End of History? (1989), luego
ampliado y desarrollado en forma de libro tres años después, y dio un gran
empujón teórico al desarrollo del entonces incipiente movimiento de los
neoconservadores, quienes trataron de elaborar un soporte filosófico a la etapa
de supremacía de las democracias capitalistas. Pero el surgimiento inevitable
del supercapitalismo y el incremento en las desigualdades económicas en los
últimos veinte años le ha restado empuje y vigencia a las ideas de los “neocons”.
Por el otro lado, la falta de una propuesta política por parte de los remedos
de la izquierda marxista en los albores del posmodernismo y los desastres
administrativos y fiscales de la socialdemocracia europea han llevado a un
desencanto total con las opciones tradicionales que presentaba esta tendencia,
paralizada ante el fracaso del “estado de bienestar” en todas sus acepciones.
Para llenar este
vacío han surgido las nuevas teorías elaboradas por un grupo de teóricos
autoproclamados “neocomunistas”, unos muy nuevos y otros más viejos pero con
aires renovados, cuyo más sólido exponente intelectual es el francés Alain
Badiou, quien ha bautizado a este nuevo proceso, en su tratado The Communist Hypothesis como la tercera
etapa del comunismo.
Este movimiento ha
ganado en popularidad entre los grupos estudiantiles del mundo occidental,
incluyendo a Latinoamérica (tanto, que hace un par de años Hugo Chávez se
molestó en responderles). Gana su legitimidad por constituir un ideario sin
vinculación a ninguna idea sustentada por el poder y no buscan la modificación
del capitalismo, sino su destrucción. No se conecta con el “comunismo real” y
trata de evitar el revisionismo histórico, de hecho hablan, en oposición a la
sentencia de Marx parafraseada por Fukuyama del “regreso de la historia”, pero
como algo que se urde a partir de ahora y urgen a sus seguidores a adoptar el “olvido
activo”, para no tener que lidiar con el fracaso y la historia criminal de la
extinta Unión Soviética.
Para este grupo
que, salvo Judith Balso, está compuesto por ese anatema de la corrección
política posmoderna, el “hombre blanco occidental”, integrado principalmente
por el esloveno Slavoj Zizek, el británico Terry Eagleton, el belga Bruno
Bosteels, los italianos Gianni Vattimo y Antoni Negri, y el americano Michael
Handt, Cuba es una molestia teórica.
Como rechazan las
ataduras con los gobiernos comunistas convencionales que dominaron a Europa y
como algunos de ellos en su momento idealizaron al castrismo cuando este se
presentaba al mundo tras una fachada timocrática (que quiere decir un sistema
de gobierno basado en el honor y la tradición de los héroes políticos y
culturales que conforman su ideario, o sea, Mella, Martí, Marx y Maceo
repetidos hasta el cansancio como ejemplos de autores intelectuales rencarnados
en la figura del Che Guevara y los eslóganes esquineros de Fidel Castro), pero
que ahora hace una transición hacia un sistema en la que supuestamente el
mercado puede coexistir con la ausencia de la democracia, no solamente quieren
disociarse de ella, sino evitar todo eco que pueda tener en sus seguidores
latinoamericanos. El éxito de la castrocracia, basado en su capacidad mimética
y su total desinterés en el bienestar del pueblo, para mantener el poder, es
una cuestión embarazosa para los “neocoms”. Tampoco puede olvidarse que para
estos adalides de la restauración de la izquierda europea occidental, el Tercer
Mundo, que incluye al llamado Socialismo del Siglo XXI de Chávez y sus
adláteres, no puede ofrecer a la corte teórica mas que un taparrabos de ideas.
El movimiento
neocomunista es un movimiento fuerte, con un cuerpo de ideas sólido y atractivo
para muchos, porque representan una forma seria de oposición al
supercapitalismo, al menos en el plano ideal. Sus proponentes son gente bien
informada y brillante, desde el cuidadoso ideólogo Alain Badiou, hasta el
contradictorio, populachero y vocinglero filósofo de fachada “pop” Slavoj
Zizek. Circo y academia se combinan para atraer masas y pensadores. Si bien su
influencia actual se limita a las instituciones universitarias, y es probable
que no pase mucho mas allá de eso, no es algo desdeñable.
Por su parte Cuba, desechada por el neocomunismo, apoyada
pasiva e indiferentemente por gran parte de su población, con un papel mucho
menor en el mapa político mundial, y quizá mas adecuado a su realidad, de lo
que soñara su ególatra líder, pero sin una esfera pública en la cual se pueda
producir un verdadero debate sobre su pasado y su futuro político, cultural y
económico, pudiera traducir el éxito de
la castrocracia de mantenerse en el poder por mas de medio siglo, en
convertirse, como ha advertido Rafael Rojas, en un “mercado sin república”, o, dicho
en otras palabras, en un sistema en el cual se perpetuaría la supremacía del
poder sobre la ley.
Roberto Madrigal
Yo creo que este neocomunismo, al menos en lo relativo a Badiou, tiene más relación con una especie de cristianismo primigenio y laico, que con pretender un modelo de Estado. Y aunque el régimen cubano se valga de todas estas bobadas para seguir engañando a la incauta progresía no puede evitar que el propio Badiou los haya descartado como modelo de "algo" al criticar un Estado militar, violento y poderoso como depositario de las demandas colectivas contrarias al capitalismo. No conocía tu blog,me ha gustado.
ReplyDeleteTe invito al mío,otro diletante más :-)
http://uncuentoviejo.blogspot.com/