La reciente visita a Cuba del papa Benedicto XVI me llevó de regreso a la década de los setenta y a las represiones cotidianas que sucedían cada vez que visitaba el país un alto dignatario extranjero.
No se me olvidan las quejas de un tal Hank, un americano que frecuentaba la casa de un amigo en el reparto Siboney (antiguo Biltmore), quien vivía a unas cuadras de mi amigo, en una manzana de casas palaciegas que albergaban decenas de secuestradores de aviones, separatistas vascos y guerrilleros guatemaltecos (menciono todos estos porque son los que a través de Hank o de sus cuentos, conocí mas o menos de primera mano, pero la variedad de la fauna era aún mayor), de que cada vez que venía de visita algún estadista a ellos los recogían, desde unos días antes y los albergaban en una casa cerca del barrio La Lisa, bajo fuerte custodia militar, hasta que el visitante se fuera. Esta falta de confianza en sus secuaces y compañeros de viaje, irritó y alienó tanto a Hank, que este terminó sus días alquilando una habitación en un quinto piso del Hotel Nacional para lanzarse desde el balcón.
Tengo otro recuerdo que quizá pocos conocen pero que demuestra a los extremos que llegaban las medidas de seguridad que tomaba el gobierno por aquel entonces (desconozco cómo hacen ahora). Mi casa, que quedaba en la Avenida 41 en Marianao, frente al cine Arenal, estaba dentro de una de las rutas que tomaban las caravanas de recibimiento a los caciques visitantes. Existían varias vías por las cuales después de recibir a sus homólogos en el aeropuerto, Castro se paseaba con ellos en un descapotable por entre filas de ciudadanos que entonaban vítores y consignas a su paso. Si la memoria no me traiciona la ruta que los llevaba finalmente a pasar frente a mi casa comenzaba en el aeropuerto, tomaba la avenida de Rancho Boyeros, luego enfilaba por la calle 26 y de ahí doblaba en la calle 23, que una vez pasado el puente Almendares, se convertía en la avenida 41 y por ahí llegaban hasta Ciudad Libertad, donde desparecían camino a las mansiones de protocolo que rodeaban El Laguito.
Cada vez que estas caravanas ocurrían, se llevaba a cabo el mismo procedimiento. Un par de militares o miembros del MININT, visitaban mi casa una semana antes del evento, la registraban minuciosamente, aunque sin mover mucho los escasos muebles, y nos anunciaban que horas antes de que pasara la comitiva, recibiríamos una visita de un militar o policía que se iba a quedar un rato por la casa. El día de la llegada del importante personaje, un hombre vestido de militar (no sé si del ejército o del Ministerio del Interior, nunca pregunté), tocaba a nuestra puerta sobre las siete de la mañana. Se estacionaba entonces en la terraza de la casa que daba a la avenida y ahí se quedaba hasta una hora después que pasaba la comitiva. No hablaba, no pedía nada (ni nosotros le ofrecíamos nada ni le sacábamos conversación), no ponía ninguna restricción, de hecho, podíamos entrar y salir a nuestro gusto, pero hacía sentir su poder con su mera presencia.
Lo más asombroso de esto para mi es que eso no sucedía solamente en mi casa, sino hasta donde yo podía ver, era en todas las casas de mi acera y de la acera de enfrente. Lo cual siempre me hizo pensar, aunque no lo sé directamente, si esto no se repetía balcón por balcón a lo largo de todo el paso de la caravana. En lo que respecta a la represión, es obvio que el gobierno de Castro nunca ha escatimado recursos, humanos y materiales, para ejercerla día a día.
Roberto Madrigal
Oh recuerdos!!! Como todo tiene su veta tragicómica, te cueneto que en Nueva Gerona, donde viví un tiempo, las delegaciones pasaban por la calle 39 donde los esperabamos siempre aplaudiendo, pero cuando llegaban al final de la calle, frente al Hotel La Cubana, se aprovechaba que daban la vuelta en el Parque de las Cotorras y se movia a ¨los abajo firmantes¨corriendo hacia la calle 41, paralela, para que volvieran a aplaudirles. Habrán pensado los visitantes que la población de la Isla era mucho mayor de lo que decia...
ReplyDeleteBueno, situación similar en mi caso, aunque con ligeros matices. En Cuba vivía también en zona congelada y de paso de caravanas. Los días de recibimiento, llegaba un guardia, vestido de militar o de civil y se comportaba como dices, sólo que en ocasiones nos registraba el apartamento de arriba a abajo y otras no. Pero casi siempre nos imponía restricciones. Las principales eran que no podíamos recibir visitas ese día y que sólo podíamos permanecer en el apartamento quienes vivíamos ahí. A veces nos decían que podíamos salir al balcón al paso de la caravana, otras nos lo prohibían. Había guardias en todos los apartamentos, incluso en el de la presidenta del CDR, y al menos dos en la azotea. Tomaban todos los edificios de la cuadra. Cosa curiosa, el rigor de las prohibiciones no dependía de quienes éramos los inquilinos, sino de factores desconocidos para nosotros. Por ejemplo, no vi un cambio notable en el comportamiento de los guardias, tanto en la época en que trabajábamos en la Universidad y el Ministerio de Cultura como luego, en que nos habían expulsado de los trabajos y habíamos ´´presentado´´para abandonar al país. Aunque era evidente que siempre llegaban primero al CDR y pedían informes de cada uno de los inquilinos del edificio, esa información jugaba un papel secundario. Por otra parte, cuando Fidel Castro hablaba en la Plaza de la Revolución y una de las rutas principales, aunque no la única, por la que abandonaba la Plaza hacia Punto Cero era bajar por 26 hasta doblar por 23, observaba que en la esquina de 23 y 26 estaban apostados diversos grupos de inteligencia, independientemente de los vestidos de civil: la inteligencia militar, la seguridad del Estado y miembros de la enorme escolta personal me parecen que eran los principales. Era evidente que cada grupo recibía instrucciones y órdenes diferentes, e incluso contradictorias, y que esa información no la intercambiaban entre ellos. A veces se formaba tremenda corredera un minuto antes de que la escolta desplegada en la Plaza apareciera, con Fidel en una de las limusinas; otras pasaba esa escolta enorme, que incluía ambulancias y ametralladoras antiaéreas, pero sin Fidel Castro; otras veces venían las limusinas, pero era evidente que el Comandante en Jefe no estaba en ellas; otras avanzaban en sentido contrario al tráfico normal en esas calles (las calles permanecían cerradas durante horas o casi todo el día). En fin, una especie de ballet entretenido de mirar a veces, cuando la televisión y la radio se limitaban a transmitir o retransmitir el discurso.
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