Siete minutos después de haber ganado el León de Oro en el Festival de Venecia, en septiembre del 2011, por su filme Fausto, el cineasta ruso Alexander Sokurov recibió una llamada de Vladimir Putin, quien lo felicitaba por el triunfo obtenido en el certamen. Lo que fue una sorpresa para muchos no es más que una historia que se inscribe perfectamente en la tradición rusa de las relaciones entre el poder y la cultura. No creo que desde principios del siglo veinte haya otro país en el cual las opiniones de los intelectuales, artistas y escritores tenga más peso político que en Rusia, aunque en la gran mayoría de los casos a continuación se procediera a despedazar a las cabezas que pensaron dichas opiniones.
Desde 1997 Sokurov, un realizador hermético y cenacular, cuya obra más popularmente conocida es Russian Ark (2002), estaba interesado en realizar una tetralogía sobre “el poder y sus efectos corruptores”. Comenzó con Moloch (1999), una siniestra sátira centrada en la figura de un Hitler que se parece más al Hynkel de Chaplin que al Führer real, durante un fin de semana en un castillo alpino, en el cual rodeado de sus fieles servidores (Goebbels y Borman entre ellos) discute de política y sufre raptos maníaco-depresivos. Continuó con Taurus (2000) en la cual presenta a un Lenin decrépito, quien atado a una silla de ruedas ve como se le escapa el control sobre sus colaboradores y su propia vida. Le siguió The Sun (2004) en donde un displicente Hirohito insiste en la continuación de la guerra a toda costa, a pesar de que los americanos ya están a unos metros de él, y renuncia a su carácter divino. La pobre distribución de estos filmes, su escaso rendimiento taquillero y la crisis financiera global casi imposibilitaron a Sokurov continuar con su objetivo. Fausto, más centrada en la necesidad del hombre de obtener conocimiento y poder a través de este, sería la obra que iba a cerrar este ciclo, pero el apoyo monetario no aparecía.
Como Putin tiene visiones de la Gran Rusia y ha expresado repetidamente su preocupación por “la decadencia de los valores rusos”, Sokurov, quien piensa que el estado tiene la obligación de defender la cultura nacional, se decidió a visitar a Putin, en su dacha en las afueras de Moscú, para pedirle su apoyo en la realización de su película.
A pesar de que la única afición cinematográfica que se le conocía a Putin era por Viacheslav Tijonov y particularmente por su personaje del coronel Stirlitz en Diecisiete instantes de una primavera, cuenta Sokurov que habló con Putin por más de una hora, que discutieron sobre el penoso estado de los estudios Lenfilm, el inhumano tratamiento que se le daba a los prisioneros rusos en las cárceles del país y por supuesto sobre su filme. Dice que encontró en Putin un oído receptor y descubrió que era un germanófilo, muy interesado en el mito de Fausto y que le confesó que había adquirido esas inclinaciones durante sus años como espía de la KGB en la desaparecida República Democrática Alemana. Estuvieron de acuerdo en algunas cosas y discreparon sobre otras, pero todo dentro de un ambiente de mutuo respeto y cordialidad. Por supuesto que esta es una versión parcial de los hechos, pero tres semanas después recibió la comunicación de que el Fondo para el Desarrollo de los Medios Masivos de Comunicación, una institución con sede en San Petersburgo y fundada por el mismísimo Putin, había separado once millones de dólares para financiar su filme. Añadió que Putin le aclaró que estaba muy interesado en que Fausto, a pesar de que se iba a realizar hablada en alemán, debía ser una producción exclusivamente rusa.
El resultado ha sido la película menos política de la tetralogía, probablemente la más lograda. Una versión bien libre de la obra de Goethe, ubicada en el siglo diecinueve, en la cual la figura del demonio la encarna un prestamista bufonesco con el cual Fausto parece tropezar por accidente y quien con controvertida soltura guía al pobre doctor en su rastreo por los laberintos del conocimiento y del sexo. Filmada en los estudios Barrandov de Praga y en escenarios naturales de Chequia y de Islandia, la puesta en escena está construida en base a diferentes obras pictóricas de la época y tiene una fuerza visual subyugante. Putin la calificó de “grandiosa”.
¿Habrá sido Sokurov devorado por su propio personaje y estará condenado a vivir el destino de su Fausto? En recientes declaraciones, el director ha dicho que no entiende por qué “Putin, que nunca ha sido amigo mío, decidió apoyar el filme”. Añadió que él no vota por Putin, pero que está dispuesto a continuar trabajando en “el cuarto de los sueños” aunque tenga que depender de la ayuda del mandatario para mantenerse allí. Al final, la historia la escriben los vencedores.
Roberto Madrigal
muchas gracias. id.
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