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Sunday, January 15, 2012

¡Oh, Israel!

(Impresiones perceptuales de un viaje que realicé a Israel, gracias a la generosidad de mi hija, en estas navidades de 2011).

Primer indicio de que uno visita un país asediado. En la escala en Munich para alcanzar la terminal de El Al, hay que salirse brevemente del aeropuerto y hasta obtener visa de entrada en Alemania, pues la terminal de la aerolínea israelí está aparentemente separada de las demás y no dejan llegar los vehículos de transporte público del aeropuerto hasta allí. Hay que caminar más de un kilómetro y uno es entonces recibido por un jovial policía que enarbola un Uzi. Tras responder a preguntas de rutina, obtener el boleto de abordaje, pasar el equipaje por los rayos-X, esperar que abran el equipaje y lo revisen, pasar el cacheo individual y chequear nuevamente los documentos, todo en un espacio de menos de 10 metros cuadrados (pero en realidad hecho con más eficiencia y menos tensión que como lo hacen los ineptos TSA que abundan en nuestros aeropuertos), uno tiene que esperar un autobús que tras ser chequeado por un agente de la Mossad para asegurarse que no hay ninguna bomba, le conduce al avión que está en el medio de la pista. Luego, si uno es observador, se da cuenta de que el avión es escoltado por un vehículo blindado con una ametralladora en su compuerta superior, que llega hasta la pista de despegue.
Gatos. Tras aterrizar en el moderno Ben Gurión, tomamos un taxi que en menos de veinte minutos nos deja en la puerta de nuestro hotel, en el centro de Tel Aviv. La primera sorpresa es la gran cantidad de gatos que uno ve deambulando por toda la ciudad. Los gatos circulan por aceras, pasillos, plazas y hasta entran en restoranes y cines sin ser molestados. Nunca antes había visto yo una cantidad tan grande de gatos callejeros.
Se sabe que el gato ha acompañado al hombre por al menos nueve mil quinientos años, según recientes descubrimientos hechos en Chipre, y que fueron traidos a Egipto hace casi tres mil años para combatir las plagas de ratas que trasmitían infecciones en sus ciudades, por lo cual fue temprano objeto de veneración en el arte egipcio, pero cuentan las leyendas que fueron las tribus israelíes quienes lo introdujeron en Egipto. El gato goza de reconocimiento especial en el Talmud y la Tora, a él se refieren como ejemplo de modestia por la forma en que cubre sus heces. La Tora prohibe también la castración de animales, por lo cual, por su estilo de vida, es el animal doméstico que más se reproduce. Más allá de las leyendas y de la historia, la excesiva población felina de Tel Aviv puede tener su origen en que en la década del treinta, hubo una plaga de ratas que se diseminó por esta ciudad y los ingleses, siguiendo el ejemplo de los faraones,  trajeron miles de gatos para combatirlas.
Tel Aviv es una pequeña ciudad sin historia. Acabó de cumplir cien años en el 2009. Esto no le impide ser una urbe muy cosmopolita, en donde la gente vive la historia día a día, con una muy sana actitud de “no coma mierda compadre”, que lo hace a uno sentirse relajado, como en casa. Atrapada entre la playa y el desierto que es cada vez menos desierto, las casas (muchas de ellas bien descuidadas) y los carros están siempre llenos de polvo. La arquitectura Bauhaus predomina y aunque ya se van elevando modernos y costosos edificios de apartamentos, al estilo de Miami Beach, se ven muy pocas diferencias sociales en la ciudad, que parece habitada por una inmensa clase media. Es una ciudad vibrante, que apuesta a la modernidad, con museos de arte contemporáneo que presentan mayormente un arte en función social y política, y una cinemateca dotada no sólo de un edificio moderno y atractivo, sino de un excelente programa de retrospectivas y de muestras de cine europeo y asiático para todos los gustos y sensibilidades.Los turistas se notan poco y uno puede fijarse en la diversidad étnica israelí, que combina a los ashkenazis, con los sefardies,  los mizrajis y los Beta-Israel (despectivamente llamados falashas).
La única historia aquí está en Jaffa, pequeña ciudad al sur de Tel Aviv, que mezcla la trampa turística con una placentera somnolencia, que fue fundada por el hijo de Noé tras el diluvio y que por miles de años fue uno de los puertos comerciales más importantes del mediterráneo. Fué una ciudad mayormente árabe hasta que los judios los expulsaron en 1948. Mezquitas, sinagogas, iglesias católicas y mansiones otomanas conviven plácidamente junto a tiendas que venden objetos antropológicos recién descubiertos y que exhiben letreros que dicen: “Con licencia para vender historia”.
Jerusalén. A menos una hora de viaje en carro. El paisaje difiere bastante del de Tel Aviv. Con colinas y con más verdor. La parte moderna no difiere mucho. Los gatos se confirman como los soberanos de las calles israelíes. Nuestro hotel queda a poca distancia de la ciudad vieja y llegamos a ella por la céntrica avenida Jaffa, que ostenta restoranes, cafés, pastelerías, puestos de jugo y focacherías a ambos lados. Dependiendo cómo se mire, la ciudad amurallada puede ser sobrecogedora o todo un desencanto. En la parte judia, muy renovada y bien mantenida, uno tiene que sobrevivir el asalto de los “rabinos” hasidicos, que en camino al Muro de las Lamentaciones, te detienen para bendecirte a cambio de una donación. Aunque uno se niegue, ellos continúan su rezo hebreo (me pudieron haber estado mentando la madre y no me enteraba) y algunos turistas se enfurecen. Antes del Muro, un registro electrónico. Me puse mi kippeh y me acerqué pero un joven turista quiso poner un papelito con una queja o un deseo en una de las fisuras del Muro y lo que consiguió fue tumbar unas piedras y varias peticiones, lo cual causó a un grupo de oradores una gran agitación, regañándolo mientras recogian el desorden provocado. La parte musulmana a mi no me dice nada, aunque es arquitectónicamente la más bella. La parte cristiana es un laberinto de bazares que se atraviesan entre estructuras que parecen contar la historia contra la historia, o la historia mal contada, que es como realmente ocurrió. Una pared romana se encuentra interrumpida por una construcción de los cruzados a la que de inmediato se superpone una ruina otomana y así ad nauseam. En el Santo Sepulcro uno puede visitar los lugares donde lols estudiosos han establecido que está el Gólgota, el Calvario, el lugar donde prepararon a Jesucristo para su entierro y su tumba. Todo esto en medio de iglesias griegas, armenias y coptas que quedan separadas apenas por una pared o una columna. En realidad, hay que mirar con ojos de creyente para emocionarse. Por la vía Dolorosa, uno puede recorrer las estaciones y un poco antes de llegar a ella se ve la entrada al palacio donde Salomé entregó la cabeza de Juan el Bautista.
Decidimos alquilar un carro y el premio nos llegó al ir al Monte de los Olivos, desde donde la vista es realmente impresionante. Desde ahí se observa el lugar donde Jesucristo, Mahoma y el verdadero Mesias vendrán a juzgarnos en el fin del mundo. Miles de judíos están enterrados en la colina, esperando por el precio pagado, recibir tratamiento especial ese dia.
A la salida nos perdimos en Jerusalén del este, que es el barrio de los árabes musulmanes y aquí uno se da cuenta que Hollywood es más realista de la cuenta. Las calles apenas sin pavimentar, los comercios derruidos, los carros medio quemados o en mal estado, los vehículos policiales israelíes casi en cada esquina y la gran masa de jóvenes obviamente desempleados, que caminan sin rumbo por entre este laberinto de barrio marginal, dan una imagen contrastante con lo que se observa en el resto de la ciudad. Atrapados en un callejón sin salida, y con el GPS insistiendo que siguiéramos por donde no podíamos,  pedimos ayuda a un grupo de jóvenes de aspecto amenazante que resultaron ser amabilísimos y nos orientaron perfectamente. Después de ver esto, uno comprende a Mark Twain que visitó la zona en 1867 y escribió en The Innocents Abroad: “Cristo ya vió Jerusalén, y les aseguro que no va a querer volver”.
Galilea, Nazareth y Cesárea. El camino de Tel Aviv al Mar de Galilea (o Lago Kineret) toma menos de dos horas en carro. Tiberias, la ciudad principal en donde vivió San Pedro y donde la Biblia dice que Cristo caminó sobre las aguas, es una ciudad demodé, repleta de tiendas para turistas y cuando uno llega al paseo que bordea al lago o mar, el estilo de las construcciones y de los restoranes y el ambiente, le hacen sentir a uno que en cualquier momento puede salir Charles Aznavour cantando Et Pourtant. De aquí seguimos y pasamos por Canaan, que por lo que se ve, le hace falta que Jesucristo vuelva a multiplicar los panes y los peces. Diez kilómetros después se encuentra Nazareth, una ciudad habitada mayoritariamente por árabes cristianos que se ve moderna y funcional. Llena de restoranes que ofrecen lo mejor de la comida árabe, incluyendo el evasivo arayés.  Al regresar a Tel Aviv, pasamos por Megido, una pequeña colina en medio de la intersección de dos autopistas y que es el sitio en el cual se supone que ocurra el Armagedón. Al día siguiente, Cesárea, ciudad fundada por Herodes, puerto importante hace dos mil años, pero abandonado hace mucho y ahora rodeado de un par de hoteles y un campo de golf, asi como de “casas en la playa” para israelíes pudientes. Desperdigadas por un par de kilómetros se pueden ver unas increíbles ruinas romanas, junto a edificaciones de los cruzados, todo descubierto recientemente por niños que habitan en los kibutz circundantes, así como una mezquita construida por los turcos en el siglo XIX para un grupo de refugiados bosnios que vivieron en el área por unas décadas hasta que los ingleses los mandaron de regreso a Sarajevo.
Shabat. Me resultó muy interesante observar cómo se lleva a cabo un rito religioso que conocía, pero que nunca había visto en su habitat natural. Pasé dos Shabats en Israel, ambos en Tel Aviv, que es la ciudad donde menos se observa, la más secular, sin embargo, lo que más me llamó la atención es como la gran mayoria, sin mucho aspaviento, se preocupa por cumplir con la costumbre, sin ninguna orden de un muecín, un sacerdote o un líder político. Sin que nadie vigile. Los que la observan, cierran de prisa sus negocios y corren a sus casas al oscurecer. La ciudad después se nota medio desierta. Es impresionante ver como recupera su efervescencia una vez que cae la noche del sábado.

Roberto Madrigal

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