Este año es probable que el electorado americano tenga
que decidirse entre un hombre que pide restaurar a América su grandeza perdida
y otro que dice que hay que darle a América la grandeza que nunca ha tenido. O
sea ambos dirigen su discurso a unos electores frustrados con el estado de las
cosas.
Además se ufanan de no ser producto del establishment, lo
cual es cierto. Trump jamás ha ocupado un cargo público, Sanders, por su parte
es un político independiente, aunque su reclamo de no ser parte del gobierno es
en parte falso, ya que es senador de Vermont desde el año 2007 y fue
congresista desde 1991 hasta 2007.
Curiosamente, ambos ofrecen una imagen que no es la del
gusto del votante tradicionalista y mucho menos de los conservadores comme il faut. Trump se ha casado tres
veces, dos de ellas con mujeres procedentes de la antigua Europa socialista.
Sanders se ha casado dos veces y ¡oh, horror de horrores! Tuvo su único hijo
con una novia con la que nunca se casó. Para agravar aún más la cosa, Trump es
un presbiteriano resbaloso, pues practica su religión con mucha flexibilidad.
Sanders es un judío de origen polaco que, a pesar de pasar un tiempo en un kibutz,
no es religioso y no pone por delante su judaísmo, al contrario, le gusta
presentarse como un “hijo de inmigrantes polacos”. Su esposa actual es
católica.
¿Cómo es que se ha llegado al punto de que dos hombres
que rompen completamente con la imagen tradicional del político americano se
encuentren entre los probables candidatos a la presidencia? Que conste que esto
no es del todo malo, añaden colorido a la contienda y obligan a los políticos
de costumbre a mirarse bien ante el espejo.
En las democracias lo más importante es el funcionamiento
de las instituciones que la componen. La presidencia americana sufrió un gran
golpe con el escándalo de Watergate, no solamente Nixon quedó manchado, los
futuros presidentes serían y serán, objetos de sospecha y desconfianza. No fue
un hecho que mostró lo corrupto que podía ser un político, sino como se podía ejercer
la manipiulación desde la presidencia.
La guerra de Irak fue otra debacle. Un presidente nos
llevó a una contienda costosa, que llevó al país al borde de la bancarrota,
basado en la tergiversación de una evidencia más que cuestionable que ha sumido
a toda una región en el caos por ya más de una década.
Si trabajo le estaba costando al país recuperarse, la
crisis bancaria y de bienes inmobiliarios fue otro golpe duro que mostró el
lado más horrible y corrupto de las instituciones financieras, incluyendo las
más serias. Las instituciones financieras de Estados Unidos colapsaron de la
noche a la mañana tras años de prácticas en las cuales los consumidores
resultaban peones que sacrificaban a su beneficio.
El crecimiento del mundo corporativo, que se expande como
una epidemia agresiva, va ahogando las posibilidades de un mercado libre y de
los pequeños propietarios. La clase media, que es el sustento de la nación, se
achica. Ninguna institución gubernamental de carácter local, estatal o federal
toma ninguna medida para favorecerla y evitar el avance desmesurado de los
grandes monopolios, esas entidades incorpóreas pero depredadoras, que cada vez
son menos pero más poderosos y que con sus donaciones y agrupaciones controlan
a los políticos de uso.
En un país que es el almacén más grande de cultura que ha
dado la humanidad, un imperio que a pesar de las quejas de los candidatos sigue
siendo el más poderoso del mundo y que a pesar de todo se ha ido recuperando de
nuevo, si bien a paso lento, los partidos dominantes son incapaces de sacar de
sus filas un candidato atractivo. Sus más carismáticos y controversiales son:
un hombre que empuja los límites de su partido y que se hizo republicano hace
solamente cuatro años, quien más allá de su despreciable xenofobia, que puede
no sea más que un acto de vodevil, es casi tan liberal como un demócrata en la
mayoría de sus propuestas y otro que ni siquiera es miembro del Partido
Demócrata, sino que ha podido presentarse como candidato por el mismo y recibir
su apoyo, por un tecnicismo.
Después de todo, no me parece tan malo que dos extremistas
situados en polos opuestos, que rompen con la imagen del político tradicional,
hayan llegado tan lejos, porque es hora de restaurar no la grandeza de América,
sino la transparencia de las instituciones que forman la base de la democracia,
un trabajo nada fácil. Lo que pasa es que me temo que a larga, otro payaso, de
cualquier bando, sea elegido y el circo continúe.
Roberto Madrigal
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