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Sunday, February 14, 2016

Cuando las instituciones fallan


Este año es probable que el electorado americano tenga que decidirse entre un hombre que pide restaurar a América su grandeza perdida y otro que dice que hay que darle a América la grandeza que nunca ha tenido. O sea ambos dirigen su discurso a unos electores frustrados con el estado de las cosas.

Además se ufanan de no ser producto del establishment, lo cual es cierto. Trump jamás ha ocupado un cargo público, Sanders, por su parte es un político independiente, aunque su reclamo de no ser parte del gobierno es en parte falso, ya que es senador de Vermont desde el año 2007 y fue congresista desde 1991 hasta 2007.

Curiosamente, ambos ofrecen una imagen que no es la del gusto del votante tradicionalista y mucho menos de los conservadores comme il faut. Trump se ha casado tres veces, dos de ellas con mujeres procedentes de la antigua Europa socialista. Sanders se ha casado dos veces y ¡oh, horror de horrores! Tuvo su único hijo con una novia con la que nunca se casó. Para agravar aún más la cosa, Trump es un presbiteriano resbaloso, pues practica su religión con mucha flexibilidad. Sanders es un judío de origen polaco que, a pesar de pasar un tiempo en un kibutz, no es religioso y no pone por delante su judaísmo, al contrario, le gusta presentarse como un “hijo de inmigrantes polacos”. Su esposa actual es católica.

¿Cómo es que se ha llegado al punto de que dos hombres que rompen completamente con la imagen tradicional del político americano se encuentren entre los probables candidatos a la presidencia? Que conste que esto no es del todo malo, añaden colorido a la contienda y obligan a los políticos de costumbre a mirarse bien ante el espejo.

En las democracias lo más importante es el funcionamiento de las instituciones que la componen. La presidencia americana sufrió un gran golpe con el escándalo de Watergate, no solamente Nixon quedó manchado, los futuros presidentes serían y serán, objetos de sospecha y desconfianza. No fue un hecho que mostró lo corrupto que podía ser un político, sino como se podía ejercer la manipiulación desde la presidencia.

La guerra de Irak fue otra debacle. Un presidente nos llevó a una contienda costosa, que llevó al país al borde de la bancarrota, basado en la tergiversación de una evidencia más que cuestionable que ha sumido a toda una región en el caos por ya más de una década.

Si trabajo le estaba costando al país recuperarse, la crisis bancaria y de bienes inmobiliarios fue otro golpe duro que mostró el lado más horrible y corrupto de las instituciones financieras, incluyendo las más serias. Las instituciones financieras de Estados Unidos colapsaron de la noche a la mañana tras años de prácticas en las cuales los consumidores resultaban peones que sacrificaban a su beneficio.

El crecimiento del mundo corporativo, que se expande como una epidemia agresiva, va ahogando las posibilidades de un mercado libre y de los pequeños propietarios. La clase media, que es el sustento de la nación, se achica. Ninguna institución gubernamental de carácter local, estatal o federal toma ninguna medida para favorecerla y evitar el avance desmesurado de los grandes monopolios, esas entidades incorpóreas pero depredadoras, que cada vez son menos pero más poderosos y que con sus donaciones y agrupaciones controlan a los políticos de uso.

En un país que es el almacén más grande de cultura que ha dado la humanidad, un imperio que a pesar de las quejas de los candidatos sigue siendo el más poderoso del mundo y que a pesar de todo se ha ido recuperando de nuevo, si bien a paso lento, los partidos dominantes son incapaces de sacar de sus filas un candidato atractivo. Sus más carismáticos y controversiales son: un hombre que empuja los límites de su partido y que se hizo republicano hace solamente cuatro años, quien más allá de su despreciable xenofobia, que puede no sea más que un acto de vodevil, es casi tan liberal como un demócrata en la mayoría de sus propuestas y otro que ni siquiera es miembro del Partido Demócrata, sino que ha podido presentarse como candidato por el mismo y recibir su apoyo, por un tecnicismo.

Después de todo, no me parece tan malo que dos extremistas situados en polos opuestos, que rompen con la imagen del político tradicional, hayan llegado tan lejos, porque es hora de restaurar no la grandeza de América, sino la transparencia de las instituciones que forman la base de la democracia, un trabajo nada fácil. Lo que pasa es que me temo que a larga, otro payaso, de cualquier bando, sea elegido y el circo continúe.


Roberto Madrigal

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