No cabe duda de que en Cuba han ocurrido cambios en la
esfera política, cultural y económica desde que Raúl Castro tomó el poder tras
la enfermedad que sacó a su hermano de la prolongada vida dictatorial. Desaparecidos
el protagonismo y el principal protagonista, el liderazgo constituidos por
septuagenarios y octogenarios que llevaban décadas viviendo parasitariamente de
la gesta delirante que alimentaba, incluso sin recursos, el Máximo Líder, se
quedó sin narrativa.
La actuación del gobierno cubano en las últimas 72 horas,
en respuesta a las acciones de los disidentes durante las celebraciones del día
de los derechos humanos, pone en evidencia, una vez más, no solo la lentitud e
inoperancia de los cambios, sino hasta qué punto son realmente fundamentales.
En los últimos seis años se han introducido medidas que
en el aspecto económico han permitido a
un pueblo adocenado por décadas de miseria, participar en un capitalismo
de subsistencia que no pasa del buhonerismo barato. No solo eso, sino que han
eliminado ciertas oportunidades que estas medidas han creado y que pudieran
llevar más allá de estos límites. El gobierno se aferra a mantenerse como el
principal empleador y como regulador absoluto de los empleos que se generen
tras sus nuevas medidas, sea tanto con organizaciones extranjeras como con
iniciativas locales.
En el plano cultural es cierto que hoy se dicen cosas que
llevaban de inmediato a la cárcel apenas una década atrás, pero siempre sobre
temas que ya son imposibles de esconder, como la miseria, la farsa del
periodismo y la caída de la utopía. En realidad permiten condenar al presente
porque prácticamente el gobierno quiere hacer ver que la realidad cubana de hoy
no es responsabilidad de los gobernantes, sino de fuerzas extemporáneas que
proceden no se sabe de dónde (los exégetas no se atreven a mencionar otra cosa
que no sean pequeñas traiciones y por supuesto el embargo y el enemigo
foráneo).
En el plano político se han hecho de la vista gorda,
hasta cierto punto, con los blogueros y los periodistas independientes, porque
conocen que su impacto mayor es en el exterior y ya su imagen está demasiado
dañada y de forma irreparable, por lo que no les preocupa. Saben bien que hay
muchos ciegos por ahí que siguen sin querer ver y les basta para subsistir.
¡Ah! Pero los ingratos, en vez de disfrutar el margen de
maniobrabilidad que se les ha concedido, han decidido radicalizarse y salir a
la calle, con más audacia, en el plano nacional. ¡Eso sí que no! Por lo tanto,
no han vacilado en recurrir a los viejos métodos, siempre tan efectivos, los
mítines de repudio, las turbas enardecidas y amenazantes, instigadas por el
gobierno, la actuación de la policía, el ejército y la seguridad del estado
tanto usando sus uniformes oficiales, como disfrazados de paisano, como civiles
escandalizados. Para escarmentar a estos ingratos, han añadido algo nuevo en
los últimos años, un cambio, el uso de la violencia abierta y grosera por parte
de las autoridades, de la que por tantos años se cuidaron (no les hacía mucha
falta entonces).
Esto apunta al problema fundamental de lo que no cambian
los cambios. Mientras estos vengan estrictamente desde arriba, desde los mismos
que detentan el poder hace más de cincuenta años, estos serán no solamente
quienes decidirán los límites de las modificaciones, sino que además son los
únicos que saben cuáles son en realidad los cambios. Además de no definirlos,
tienen el poder de cambiar los cambios, de hacerlos retroceder y de actuar
contra sus consecuencias cuando les sea conveniente.
Los métodos no han cambiado. Mientras un solo grupo de
individuos conserve el derecho único de delimitar el curso de la inmigración,
del abastecimiento de materiales de consumo, del pensamiento intelectual, del
objetivo de la educación, de la producción cultural, de los derechos civiles y
del orden político, las bases y la esencia de la sociedad totalitaria se
mantienen inmutables. La esperanza es que a veces hay procesos que se escapan
de la mano de quienes los desatan y se convierten en irreversibles.
Roberto Madrigal
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