Los escritores cubanos tenemos el extraño privilegio de
ser en la actualidad los únicos que sufren una división entre si que no tiene
nada que ver con la geografía o el mérito literario y sí todo que ver con la
política y la ideología. Compartimos el cisma por varias décadas, como
solidarias víctimas del totalitarismo, con los miembros del antiguo bloque
soviético, pero el muro de Berlín se cayó, la Unión Soviética desapareció y para el resto
la vida tomó un curso diferente, aunque Kundera aún vegeta por París y Mrozek
acaba de morir en Niza. Para ellos, y algunos otros, es ya muy tarde para el
regreso.
Para los escritores cubanos del exilio, el debate acerca
de publicar o no en la isla es todavía un tema polarizador, que lleva a muchos
a la enemistad. Es una reacción que hasta cierto punto parece condicionada por
las pautas trazadas por las autoridades culturales de la isla. La división de
la literatura cubana en dos orillas es falsa, es una creación del ministerio de
cultura cubano. La única diferencia (o diferencias) es que mientras los de aquí
pueden publicar sin temor a la persecución política, pero alejados de su
público natural, los de allá se ven forzados a vadear los meandros de la
siempre cambiante, pero siempre esencialmente represora política cultural de un
gobierno que entiende la cultura como una razón de estado.
Cuando en 1982, junto con Manuel Ballagas, comencé a
editar la revista Término, estaba muy
claro en cuanto a quién no iba a publicar en ella. No iba a ceder las pocas
páginas de nuestra publicación a ninguna figura literaria que fuera oficial y
ampliamente publicada en la isla. No era temor al sesgo ideológico, ni a la
calidad literaria ni nada por el estilo, era que decidimos que nuestra revista iba
a ofrecer una oportunidad de publicar su obra a aquellos que no tuvieron la posibilidad
de hacerlo en la isla, a los que se les fue negado un espacio editorial por
razones políticas e ideológicas. Los recursos que habíamos logrado reunir iban
a servir para dar a conocer la obra de lo que entonces llamamos la “generación
del silencio”. Inclusive, con dos poemas de Nicolás Lara inauguramos una
sección titulada Escrito en Cuba,
dedicada a publicar la obra de quienes eran censurados allá y se atrevían a
enviarnos colaboraciones.
Luego de haber publicado cuatro números, recibimos, en
1983, una carta de la Biblioteca Nacional “José Martí”, proponiéndonos un intercambio.
Inmediatamente lo aceptamos y en el editorial del Volumen II, Número 5 de la
revista escribí: “Recientemente recibimos una carta de la Biblioteca Nacional
de Cuba en la cual se nos propone un canje de publicaciones. Extraño
reconocimiento a nuestra existencia y curiosa proposición. Nosotros accedimos y
nos preguntamos si esto significa que TERMINO será accesible a los lectores de
la isla en la misma forma que se puede disponer de las revistas literarias
oficiales del país. Retamos a los burócaratas de Cuba a consignar públicamente
el recibo de nuestra revista y a permitir que sea leida por quien lo desee sin
temor a represalias. TERMINO se enviará sin falta a La Habana, toca a ellos
reconsiderar su posición”.
Era una época en que el ninguneo de todo lo que produjera
el exilio era la política oficial y a través de los amigos que andaban por
allá, mediante la difícil comunicación que por entonces existía con la isla, no
pudimos constatar la accesibilidad de la revista, que se encontraba no solo en
la biblioteca antes mencionada, sino también en la de la Casa de las Américas. Debo decir que aunque hace muchos años que no
se publica la revista, estuve recibiendo números de las revistas UNION y Casa,
hasta hace poco. Sin embargo, nuestros números fueron estudiados por los
rectores culturales. En 1996, a través de la editorial Término, edité una
recopilación de ensayos aparecidos en la revista que incluía trabajos míos, de
Manuel Ballagas, de Reinaldo García Ramos y de Roberto Valero. En un trabajo
publicado en un número de abril de 2002 de la revista La Jiribilla, titulado “La otra identidad…”, Norberto Codina cita
unas frases de mi prólogo como ejemplo del sector literario intolerante del
exilio.
En una entrevista reciente que se le hizo para Oncubamagazine.com, el escritor y
guionista Arturo Arango, al ser cuestionado sobre la publicación en Cuba de
autores cubanos exiliados da una buena muestra de agudeza, de efugio y de lo
que es la nueva política cultural. Destaca las dificultades investigativas de
la ensayística insular con respecto a lo que se puede hacer afuera, sobre todo
en los Estados Unidos, reza un rosario de problemas técnicos por los cuales se
dificulta publicar allá a los de acá, se lamenta del aislamiento de la
literatura cubana, propone que se debe conocer más a los escritores que residen
en la isla pero publican en el extranjero y expresa la dificultad de publicar a
escritores que son agresivos con la revolución y que se niegan a que su obra se
edite en la isla. Demoniza a Cabrera Infante y justifica a Carlos Victoria. Al primero lo pinta como víctima de sus
propios intereses y de su trayectoria política, al segundo como víctima injusta
de represiones y ataques que tuvieron lugar en un momento ya superado.
No hay dudas de que el ojo del censor está agotado y a lo
mejor nublado por las cataratas. Es cierto que ya se permite en Cuba decir
cosas que antes eran impensables. El tiempo no pasa por gusto. Los cambios del
sistema son ajustes a nuevas realidades contra las cuales no pueden luchar. El
mito se ha desteñido, los sistemas de comunicación son diferentes y el control
de la información es cada día más difícil. Las nuevas generaciones tienen otras
exigencias, otras metas. Pero lo que no ha cambiado es la visión de la cultura
como una razón de estado, como parte del interés nacional, lo que implica ver
la disidencia y la diferencia como un acto de agresión. Hay que pedir permiso a una entidad cultural
innombrable, pero todos sabemos quién es. En cualquier país del mundo publicar
a un escritor que viva en el país o no, es una decisión editorial, que en
muchos casos se hace en base a consideraciones financieras. La caja contadora
es más importante que la opinión del censor. Publicar a alguien puede provocar
enemistades, críticas personales, pero nunca una sanción política.
En Cuba se mantiene, en esencia, un sistema que necesita
de la regulación estatal, regida por los principios del partido dominante y
único, para no solamente decidir a quién publicar, sino para permitir el libre
tránsito de libros. Nada, a no ser limitaciones financieras, debiera impedir la creación de un sistema de
bibliotecas independientes, de una red de librerías con posibilidades de acceso
y distribución a lo que publican los cubanos en cualquier parte del mundo, a
sostener encuentros y debates públicos entre escritores de diversas afiliaciones
políticas, sin necesidad del visto bueno del gobierno.
Por supuesto, para que esto ocurra, cambios
verdaderamente trascendentales deben ocurrir. La decisión de aceptar publicar
en una editorial cubana, oficialista por definición, es un problema individual
que queda a la conciencia de cada cual. Para mi está claro, mientras la cultura
siga siendo una razón de estado, publicar en una editorial cubana es prestarse
a la manipulación política que solo beneficia a los guardianes del orden y muy
poco a la literatura.
Roberto Madrigal
¡Muy interesante, Roberto! Y de pronto se me ocurre ¿por qué no resucitar Término?
ReplyDeleteMuy buen texto. Me gustaría consultar ejemplares de Término. ¿Están en formato digital sus números? Saludos.
ReplyDeleteMichael H. M.
No hace mucho, yo publiqué en Cuba. No lo hice en ninguna editorial o revista propiedad del Estado cubano, sino en una publicación digital e impresa surgida de la disidencia, y que se titula Voces. La dirigen Orlando Luis Pardo Lazo y Yoani Sánchez, que han publicado ya más de una decena de ediciones, creo. Orlando me pidió colaboración y luego publicaron un relato mío, después un fragmento de mi novela Pájaro de cuenta. También una copia facsímil de mi sentencia a prisión. Otros escritores de acá han publicado en Voces. Me vienen a la mente Belkis Cuza Malé y Fernando Villaverde. Ninguno de nosotros tuvo que hacer reverencias ni genuflexiones; tampoco visitar Cuba. Ni arrepentirnos de algo o explicar nada. Así se hace cuando las cosas se hacen con libertad.
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