Resulta
aburridamente inconcebible que después de perder la batalla contra los
reguetoneros no una, sino dos veces, el exministro de cultura Abel Prieto
continúe en su feroz lucha contra la banalidad cultural. Ahora se le suma el
otro miembro del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, presidente de la
UNEAC y vicepresidente de la Asociación de Perros Chihuahua de Cuba, el
escritor Miguel Barnet. Es todavía más inconcebible porque estos son individuos
que en su momento no fueron nada ortodoxos, tuvieron “problemas ideológicos” y
hasta poseyeron un buen sentido del humor y la amistad. Pero parece que hace ya
tanto tiempo de eso que habría que dejar la pesquisa de sus respectivas
transformaciones a los arqueólogos culturales que buscan rescatar los fósiles
de los dinosaurios literarios.
Prieto señala
que la difusión pirata de películas y series televisivas producidas en Estados
Unidos es “veneno gratis” hacia la isla y que se le debe hacer competencia
cultural con “una programación coherente con nuestra identidad cultural y los
intereses políticos del país”. Parece no darse cuenta de que los intereses
políticos del país no son ya del interés de la población y que la identidad
cultural se manifiesta precisamente en los gustos que expresa ese pueblo
mediante los productos que consume.
Por su parte,
Barnet, ante el próximo congreso de la organización que preside, se siente
obligado a establecer los principios que se restablecerán: “Tenemos que…dar la
imagen a nuestro pueblo de que somos responsables y que la inteligencia tiene
que ser parte de nuestra responsabilidad” (no muy bien redactado para venir del
poeta que sigue dando pluma por pistola). Y continua: “Nosotros no escatimamos
en política cultural…la política cultural que queremos, no una que surja de la
banalidad o de las frivolidades”.
Se puede estar
de acuerdo con el espanto que ciertos programas producidos por las cadenas
hispanas como Telemundo, Univisión y otras, le causan a Prieto y a Barnet, pero
ese no es el asunto. Este discurso retrógado y anacrónico, con melena y
retórica de los años setenta, obedece a la enclavada mentalidad de dictadura
cultural que los posee. Ambos son fieles prisioneros del concepto de una
cultura homogeneizadora, institucionalmente asentada desde la cúpula dominante,
que se conceda el derecho a determinar no solo lo que es el mal gusto y el buen
gusto, sino a prohibir el ejercicio del gusto personal y establecer las
fronteras de la identidad nacional. La utopía del intelectual totalitario.
Ambos son, por
supuesto, dada las posiciones políticas que ocupan, figurines y voceros de la
médula de los lineamientos culturales que aún se mantienen en pie. Constituyen
el nuevo rostro de “Leopoldo Avila”, solo les falta inventarse un seudónimo.
Prieto y
Barnet representan el síntoma, esa necesidad de obediencia, de aferrarse a un
centralismo cultural que padecen muchos intelectuales cubanos, incluso cuando
no están de acuerdo con las directivas, el síntoma de la mente cautiva. También
son las bocinas a través de las cuales se trasmite un mensaje de que en esencia,
principalmente en el terreno cultural, no hay muchos cambios, porque como
subraya Barnet, como lema del próximo congreso se ha tomado la frase de Fidel Castro:
“…la cultura es lo primero que hay que salvar”. Y como uno puede darse cuenta,
es también lo último que han de soltar.
Roberto
Madrigal
La verdad que esos aspavientos de los "cultorosos" a estas horas suenan muy mal, muy mandados a recoger. ¿Y lo de los perros chihuahuas es cierto? ¡Me dio mucha gracia!
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