Monday, December 26, 2011

Un año blogueando

Hoy se cumple un año que comencé a escribir este blog. No tenía mucha idea de cómo darlo a conocer ni cómo organizarlo y estructurarlo. Setenta y cinco artículos y más de once mil visitantes después, quiero darle las gracias a quienes han colaborado para que este blog aumentara su distribución virtual. Voy a empezar por los tres primeros que inmediatamente me incluyeron en sus respectivas listas de enlace: Manuel Ballagas, Wilfredo Cancio y Jorge Pomar. También agradecidísimo le estoy a quienes al citarme, referirme o reproducir alguno de mis textos me han traido miles de lectores virtuales: Alejandro Armengol, Ernesto Hernández Busto, El Yuma y Zoé Valdés. También a otros blogueros que me han después incluido en sus enlaces como Rita Martin y Joaquín Gálvez. Sé que hay muchos más, perdonen si no los miento pero escribo esto con prisa. Gracias a ellos también. A los amigos que fielmente me leen, a veces publican en el blog y me ofrecen constantes sugerencias: Orlando, Jorge, Nicolás, Luis y Tony. Por supuesto, inmensamente agradecido estoy también a mi pequeño pero valioso grupo de seguidores y finalmente extiendo mi agradecimiento a todos los que han entrado al blog, desde Senegal hasta Ucrania, desde Japón a Canadá y desde Cuba a la Argentina, pasando por todos los países intermedios. Y al grueso de mis lectores que son de Estados Unidos y España.

Roberto Madrigal

Thursday, December 22, 2011

La serena lucidez de la locura

En Melancholia (2011), un planeta, llamado Melancolía, se acerca a la Tierra en un curso aparentemente inexorable cuyo resultado será el fin del mundo.  Mientras tanto, la melancólica Justine (Kirsten Dunst) se encuentra celebrando su boda en una lujosa mansión alquilada por su hermana Claire (Charlotte Gainsbourg) y su cuñado Jack (Kiefer Sutherland). En la celebración todo el mundo, menos Justine, parece ignorar el apocalíptico evento que se acerca. Jack, que se supone sea un científico en un campo relacionado con la astronomía, insiste en que el planeta pasará muy cerca de la tierra pero sin mayores consecuencias. En la primera parte de la película, titulada “Justine”, asistimos a la desintegración psicológica del personaje de Justine, que parece sufrir de un desorden bipolar, lo cual a su vez le permite ver con más claridad el trasfondo de los intereses humanos y de los falsos valores sociales. A pesar de las diferentes muestras de conducta desordenada que ofrece delante de todo los presentes, estos parecen ignorarlas hipócritamente, dispuestos solamente a disfrutar al máximo la celebración.   Su hermana Claire, que ha hecho que su marido se gaste una fortuna en la fiesta, trata por todos los medios de poner parches para salvar la insalvable situación, aunque el desastre no parece afectar a nadie. En medio de esto salen a flote las distintas riñas familiares y laborales que existen entre los miembros que acuden a la festividad.

En la segunda parte, titulada “Claire”, el filme ofrece un agudo contraste entre las actitudes de las hermanas ante el cada vez más inevitable fin del mundo que se acerca.  Justine se presenta cada vez más melancólica y a la vez indiferente al mundo que la rodea, sin embargo, muestra una respuesta coherente ante el desastre mientras que Claire, esclava de los valores convencionales, una mujer que trata por todos los medios de cubrir las apariencias, se va desintegrando poco a poco, incapaz de aceptar el final. En los últimos momentos, Claire, su hijo y Justine se refugian dentro de una tienda hecha de ramas de árbol, simbolizando la imaginación infantil como último bastión de las defensas humanas.

La idea de que la locura es una respuesta normal a un mundo desajustado, que ofrece una serenidad lúcida, no es nueva, entre otros, el psiquiatra R.D.Laing que popularizó de este modo sus ideas sobre la esquizofrenia como respuesta natural a un mundo de valores contradictorios en The Divided Self (1960), pero nunca el fin del mundo y la depresión han sido llevados a la pantalla de forma más bella. La composición de imágenes que realiza el director, Lars Von Trier, acompañadas de la música de Tristan e Isolda son hermosamente sobrecogedoras (aunque la idea de usar a Wagner para augurar con énfasis el desastre pendiente me parece un poco gastada). La idea, representada en la burguesía creo que mayormente no como crítica de clase, sino porque al utilizar los conflictos existenciales de los adinerados se pueden analizar con un aislamiento más natural sin tenerlos que enlodar con otros conflictos, tampoco es nueva, y a veces la película parece una combinación entre El ángel exterminador de Buñuel y The Celebration de Vinteberg. Pero Van Trier se las arregla para salir airoso de las comparaciones y dar originalidad a su visión de los seres humanos atrapados en la “normalidad” de sus valores éticos, incapaces de ajustarlos a la realidad, tratando obstinadamente de ajustar la realidad a sus valores.

Lars Von Trier (Copenhagen 1956) debutó con un extraordinario largometraje The Element of Crime, 1984) y continuó su carrera con filmes originales y extraordinarios como Zentropa (1991), Breaking the Waves (1996) y Dogville (2003) entre otras, había caído en un impasse creativo con sus últimas películas Manderlay  (2005), The Boss of It All (2006) y Antichrist (2009)ha recuperado su forma con Melancholia, cuya idea le fue sugerida por su psiquiatra durante una sesión de psicoterapia. La presentación de este filme en Cannes quedó empañada al Von Trier hacer unas declaraciones de admiración a Hitler (supuestamente en broma), que no fueron tomadas con ligereza y que causó que el director fuera declarado persona non grata en el festival y aunque se ha excusado hasta el cansancio, aún se le mira con recelo y es probable que la película nunca alcance la distribución que se merece.

Melancholia (2011). Co-producción danesa-sueca-franco-alemana. Guión y dirección: Lars Von Trier. Director de Fotografía: Manuel Alberto Claro. Con: Kirsten Dunst, Charlotte Gainsbourg, Kiefer Sutherland, Charlotte Rampling, John Hurt, Alexander  Skarsgard, Udo Kier  y Stellan Skarsgard. De estreno en algunas ciudades de los E.U.A.



Roberto Madrigal

Friday, December 16, 2011

La discreta insipidez de la burguesía

Los clichés y los estereotipos sociales siempre han sido el blanco del sarcasmo cinematográfico de Alexander Payne (Omaha, Nebraska, 1961). En Citizen Ruth (1996), su primer largometraje, una drogadicta ignorante e ingenua, al quedar embarazada, se convierte en el objeto de manipulación política entre los militantes pro-aborto y los del “derecho a la vida”. En Election (1999), una escaladora social adolescente, perfectamente interpretada por Reese Witherspoon, se lanza en una cruzada electoral sin ningún escrúpulo, para alcanzar el mayor puesto de la organización estudiantil de su high school. Jack Nicholson  interpreta a un viudo cínico, recién retirado, que trata de reconectar con su hija para buscar sentido en un mundo que, por absurdo y esquemático ya le resulta ancho y ajeno, en About Schmidt (2002). Los lugares comunes del New Age, son cuestionados en Sideways (2004), cuando un escritor frustrado (Paul Giamatti), que se gana la vida como profesor de inglés en San Diego, decide llevarse a un amigo a punto de casarse en un último canto de cisne a la soltería y a la rebelión personal, a través de los viñedos californianos. Con esta cadena de filmes Payne elabora una consistente critica de los valores convencionales que rigen a la pequeña burguesía, burlándose mordazmente de los criterios culturales establecidos y de la corrección politica, desarticulando su lenguaje utilizando sus propios medios convencionales de expresión y poniendo de cabeza sus significados.
Siete años le tomó regresar tras la cámara para realizar The Descendants (2011), que ya ha sido nominada a los Globos de Oro y ha quedado entre las mejores películas del año en varias listas de críticos, entre ellos uno de los mas influyentes del New York Times.
Matt King, un abogado de bienes raíces de Hawaii, interpretado por George Clooney, tiene un gran problema: su esposa se encuentra en coma tras sufrir un accidente en un vehiculo marino. Como era el ganapán de la familia, nunca estuvo a cargo de criar a sus hijas y ahora se encuentra enfrentado a la tristeza y confusión de Scottie, su hija de diez años y a la desafiante y desdeñosa actitud de su hija Alexandra, de 17 años. Matt desciende de una familia de colonos anglosajones y por otra parte de la realeza hawaiana. Ha heredado numerosas propiedades, entre ellas una paradisíaca zona costera, que debido a una ley contra la perpetuidad, tiene que vender en los próximos siete años, pero lo acorralan con urgencia, por un lado diversos contratistas y por el otro una gran cantidad de primos, muchos de los cuales están arrancados, y quieren su parte del dinero lo antes posible. Matt es el fideicomisario absoluto de cuya decisión todos dependen. En medio de esto, Matt se entera que su mujer lo estaba engañando con un agente inmobiliario y que planeaba dejarlo. Para colmo, la noticia se la da su hija Alexandra. A partir de ahi, se lanza en una pequisa, junto con Alexandra, para localizar al individuo y ahondar en las motivaciones secretas de su agonizante esposa.
El primer fallo de esta trama tan aparentemente alambicada, es que a mitad de la cinta, no sabemos si estamos ante una obra que explora el proceso de aflicción de un hombre enfrentado a una gran pérdida sentimental, forzado a rehacer su vida y su status dentro de su familia, a redefinirse como padre, o una que se adentra en la hipocresía moral de la pequeña burguesia, que se rige por intereses monetarios y los adorna con lazos sociales y familiares eminentemente falsos.
El segundo y mayor fallo, es que Matt quiere hacer el bien, actuar de acuerdo a lo que cree moralmente justo. Esta delineación del personaje hace que pierda fuerza el propósito de sátira social del filme, la vuelve dócil. Los personajes centrales de sus trabajos anteriores eran gente frustrada, llenas de defectos, escépticos y malhumorados, que podian ser muy crueles. De esta manera, Payne establecía un buen contrapunto al insertarlos en un medio lleno de falsos valores y estereotipos, a los cuales sus personajes desenmascaraban con sus actitudes, a veces a propósito y a veces a pesar de si mismos. No había redención dentro de ese medio. Aquí convierte a Matt en un hombre esencialmente bueno, aburrido de las hipocresías, mesurado y finalmente sentimentaloide. La comedia critica aquí no tiene dientes, y el drama sentimental se vuelve sacarinoso.
A pesar de la excelente actuación de Clooney, quien se presenta despojado de todo glamour, el personaje  de Matt no es creible. Sus narraciones en off no encajan con la conducta del personaje y sus contradicciones resultan insulsas. Alexandra, magistralmente interpretada por Shailene Woodley no pega para nada con su “amigo” Sid, un adolescente que a veces parece un oligofrénico. La relación entre Matt y Alexandra, completamente antagónica al principio, se resuelve con extrema rapidez y sin transiciones convincentes. La película tiene momentos visuales y diálogos excelentes, pero a la larga, resulta emocionalmente vacía. Como melodrama no me movió en lo más mínimo. Al complicar tanto la trama, todo parece traido por los pelos, sobre todo al resolverse.
Al principio de la película, Payne, a través de la voz en off de Matt y mostrándonos imágenes de miseria, nos trata de convencer que Hawaii no es el paraíso que pintan las guias turisticas y que está lleno de contradicciones, pero el resto de la película se concentra en mostrarnos un lugar edénico en el cual el drama que se expone parece completamente fuera de sitio. The Descendants
se ahoga en la insipidez que intenta criticar debido al facilismo y la mansedumbre con que la trata.

The Descendants (E.U.A. 2011). Dirección: Alexander Payne. Guión: Alexander Payne, Jim Rash y Nat Faxor. Basado en la novela de Kaui Hart Hemmings. Fotografía: Phedon Papamichael. Con: George Clooney, Shailene Woodley, Amara Miller, Robert Forster, Nick Krause, Matthew Lillar, Judy Greer y Beau Bridges. De estreno en todas las ciudades del pais.

Roberto Madrigal

Friday, December 9, 2011

Penúltimos años

A partir de 2005, ya a una distancia prudencial de los hechos, varios narradores alemanes de las mas nuevas generaciones se han dedicado a enfrentar el fenómeno de la caida del Muro de Berlín,  sin duda uno de los eventos mas importantes del siglo veinte.  La escritora turcoalemana Yadé Kara, en su novela Selam Berlin aborda el tema de los estertores de la antigua República Democrática Alemana desde el punto de vista de los alemanes del oeste. Con esta obra ganó el Deutscher Buchpreis, que es como el premio nacional de literatura en Alemania, en 2005. Ingo Schulze lo hizo desde el punto de vista de los germano-orientales con New Lives, Short Stories y Adam and Evelyn, enfocando el efecto político, social e individual que tuvieron los sucesos en las vidas de los habitantes de la difunta república. Anteriormente, Christa Wolf y Günther Grass, escritores de una generación muy anterior, ambos oponentes a la reunificación, aunque desde diferentes orientaciones, habían aportado su granito de arena anticuado y nostálgico en Wende y Too Far Afield respectivamente. En el año 2009 Eugene Ruge se ganó el premio Alfred Doblin con su novela En tiempos de luz menguante y ese mismo año Clemens Meyer abordó el tema en su novela When We Were Dreaming.
La editorial Anagrama acaba de publicar, en su colección de “Panorama de narrativas” la versión española de La torre, la monumental novela de Uwe Tellkamp que ganara el Deutscher Buchpreis en 2008 y el premio Uwe Johnson de ese mismo año.
El escritor ubica la trama en Dresde y la acción transcurre desde los últimos meses de Brezhnev hasta la llegada de Gorbachov. La ubicación temporal siempre se da a partir de los líderes de la también desaparecida Unión Soviética. Aunque la obra es un verdadero bildungsroman repleto de personajes, que se toma su tiempo para desarrollar su línea argumental,  Tellkamp trata de hacernos ver los hechos a partir de tres personajes principales: Richard Hoffman, un cirujano que trata de sobrevivir cobardemente sin tener que ser militante del partido y evitando hacer daños personales desde su posición en el hospital y con el cual se nos muestran los problemas diarios de un profesional bajo el régimen comunista, Meno Rohde, su cuñado, un zoólogo devenido en editor literario que ocupa un puesto relativamente importante en el mundo editorial de la RDA y a través del cual se nos muestran los vericuetos de la censura, y Christian Hoffman, hijo de Richard y sobrino de Meno, un joven con talento artístico, sobre todo para la música, que se debate entre su vocación por las artes y la presión familiar porque se encamine hacia la medicina.Todos miembros de la jerarquia de medio nivel, de legitimidad de poder técnico, que viven en una zona urbana de relativa afluencia, que perciben ciertas ventajas del sistema pero que tienen que balancearse en la cuerda floja.
Richard, aparte de los problemas con la nomenclatura política del hospital, tiene una doble vida. Su esposa ignora que tiene una amante y una hija con ésta. Las peripecias de su romance oculto sufren presiones existenciales y políticas. Meno, un hombre divorciado, comienza a desintegrarse cuando se enamora de una escritora a quien se le considera disidente por publicar una novela en “la otra Alemania”. Christian, en el bachillerato,  se enamora de una militante convencida y termina impedido de matricular medicina, enviado en castigo al ejército y finalmente hecho prisionero por su irresponsabilidad militar. Su delito inicial: “leer literatura subsersiva”, que en la RDA incluía el interés por Kafka. Christian es en realidad el personaje mas destacado y a la vez mas biográfico, ya que Tellkamp, quien nació en Dresde en 1968 y es médico de formación, fue enviado al servicio militar y encarcelado por rehusar “apaciguar” una demostración anti-gubernamental y no pudo estudiar medicina hasta después de la caida del muro.
A través de estos personajes y de sus relaciones sociales, el autor nos ofrece un fresco atroz de los últimos años del comunismo alemán. Narrada mayormente en tono realista, la novela también acude a la sátira absurda (cosa que le han criticado) y al mundo de los sueños. A veces funciona, en otros momentos se regodea demasiado en detalles técnicos de medicina, biología y tecnologia, lo cual hace la narración un poco balbuciente y desorientada, pero en general el estilo cumple su cometido y mantiene además el interés. Debo advertir que la traducción es pésima y dificulta la lectura. La traductora, Carmen Gauger, insiste en emplear palabras que, aunque correctas, como “parágrafo” en vez de párrafo y “anejo” en vez de anexo, nadie usa hace mucho tiempo. La redacción en español es a veces torpe y pierde el sentido de las oraciones.

La República Democrática Alemana era el país vitrina del bloque socialista. El resto de los países sometidos  tenían que aportar un porcentaje de su producto nacional bruto para financiar al espectáculo del “socialismo con abundancia”, sin embargo, en este libro el cuadro que se presenta de ese país es totalmente desolador, no sólo desde el punto de vista de la represión política, sino por las penurias económicas que tenian que pasar sus habitantes, que iban desde la mala alimentación (endémica en todo el antiguo bloque) hasta la falta de calefacción (regulada por el gobierno) durante periodos de intenso frio, pasando por la despiadada polución ambiental y la ignorancia en la que mantenían al pueblo respecto a los hechos del dia. Los alemanes del este además, llevaban otra gran carga. El espectro del nazismo se mantenía escondido. Era un tema tabú y su peso sobre la psique del ciudadano promedio le devoraba la conciencia y le provocaba odios irracionales.
La obra ha sido comparada repetidamente con Los Budenbrook. No creo que sea para tanto, pero con esta su tercera novela, Tellkamp, quien también ganó el premio Ingeborg Bachman en 2005 con su segunda novela, ha creado una obra importante, que revela aspectos desconocidos de una realidad siempre maquillada, con la mirada de quienes la padecieron.

La torre. Autor: Uwe Tellkamp. Editorial Anagrama, colección Panorama de narrativas. Barcelona 2011. 887 páginas.

Roberto Madrigal

Friday, December 2, 2011

El malestar en Cultura

No hay nada peor que meterse con la música popular. En primer lugar porque cuando una canción se hace popular es porque responde al gusto, si bien no necesariamente de la mayoría, de una gran parte del público. En segundo lugar porque las canciones populares toman casi siempre dos caminos. Por una parte duran un par de semanas en las cuales se les escucha hasta el hartazgo y después desaparecen sin dejar rastro, o por otra, se mantienen y al cabo del tiempo se convierten en “clásicos”. El gusto popular da vueltas mas rápido que una veleta y sufre de constantes mutaciones casi siempre impredecibles. Cambia no sólo de una generación a la siguiente, sino dentro de una misma generación. Esto es un proceso natural e inofensivo. Pero en un país en el cual el mas trivial gesto artístico se convierte en un símbolo de identidad nacional, en una razón de estado o en un hecho de significatividad social, en cuanto sale una canción como el Chupi Chupi, con una letra que desafía los límites de la pusilanimidad ética, enseguida saltan ministros y doctores a quejarse, a tratar de censurarla (un poco tarde, ya está en oidos de demasiada gente), de aplacar lo que ven como una afrenta al legado cultural de la Revolución y controlar el daño que suponen hace a la imagen del pueblo. ¿Síntoma o padecimiento? Se preguntan y se llevan las manos a la cabeza. Se dicen y se desdicen en un ridículo espectáculo atiborrado de jerigonza incomprensible.
“Vulgar y obsceno”. “Sus movimientos giratorios despiertan los peores impulsos hormonales de las adolescentes inmaduras”. Eso decían en 1956 las revistas Life y Look del nuevo fenómeno musical llamado Elvis Presley. Hasta Irving Berlin, un genio musical que en su momento fue víctima del desprecio de los defensores de la moral conservadora cuando en 1911 resucitó el Ragtime de Scott Joplin, solicitó que a Elvis se le eliminara de la radio y se le prohibiera cantar White Christmas. Los cubanos no tenemos el patrimonio de la insensatez, pero mientras que en una sociedad abierta y competitiva diversas fuerzas se oponen y se confabulan y el artista casi siempre encuentra una via de escape, en la sociedad cubana el Ministerio de Cultura es la única fuerza que se reserva el derecho de decidir lo que se permite. Es el organismo de vigilancia de la cultura y su territorio lo define con capricho y amplitud.
El ministro Abel Prieto, un hombre que cuando joven practicó ostentosamente el “diversionismo ideológico” y hasta sufrió sus consecuencias y que como ministro se ha destacado por ampliar los límites de la tolerancia y conceder algunos privilegios al gremio artístico, quizá por su débil situación política actual, defenestrado de sus cargos del Partido Comunista, un funcionario que tiene que mirar con cuidado por encima de los hombros, se muestra enérgico y conminativo, urgiendo a tomar medidas para corregir a la cultura nacional. Una tal doctora María Córdova se pregunta “¿A quién beneficia esta forma de hacer música?” y varios blogueros oficiales fruncen su ceño virtual preocupados por el futuro de la cultura socialista y ofrecen, solemnes y enjundiosos, sus recetas sobre cómo resolver el problema a corto y a largo plazo.
Para ser justos, me asombra también como algunos blogueros exilados se envuelven en fastuosos análisis sociológicos y concluyen que el Chupi Chupi muestra la vulgarización que ha sufrido la cultura cubana en los últimos cincuenta años. Puede que tengan razón, pero éste no es el mejor ejemplo. Tampoco los cubanos de la isla tienen el monopolio de la “vulgaridad”. Puedo citar como ejemplo una canción, Work It, muy popular hace algunos años, de Missy “Misdemeanor” Elliot que dice: “Déjame ver si la tienes grande/ para saber cuánto tengo que esforzarme...Llámame antes de venir/ me tengo que afeitar la chocha”, y la palabra chocha está dicha en español. Por otra parte, el “trágatelo tuti” del Chupi Chupi tiene un referente más reciente, que estoy seguro que Osmani García, su autor, conoce, que es la canción I Know You Want Me, del cubanoamericano Pitbull, que dice: “Si es verdad que tú ere guapa/yo te voy a pone a gozar/tú tiene la boca grande/dale ponte a jugar”.
Los ejemplos abundan en la música popular de cualquier país y sobran incluso otros anteriores de la propia Cuba que ya otros blogueros han destacado. El propio Osmani tiene una canción previa titulada El pudín, que en una de sus partes dice: “Voy a bajar al pozo/si no hay yerba en el jardín”. Las letras de las canciones populares en muchas ocasiones, audazmente atraviesan los límites de la moral convencional, se oponen a la represión de las normas establecidas y mal o bien, son unas de las fuerzas de cambio en la dinámica de la movilidad de los patrones morales, confirmando el viejo refrán hindú de que “los vicios de hoy son las virtudes de mañana”. No hay que estar de acuerdo o en desacuerdo con lo que dicen. Aquí uno cambia la estación o apaga el radio o la televisión. En Cuba, es cierto que hay menos opciones. Yo particularmente encuentro mucho más obscena y de mal gusto a La era está pariendo un corazón. Al menos el Chupi Chupi no se toma en serio.
Los represores no se saben aguantar cuando algo les molesta. Al ministro, a los catedráticos pontificantes y a los jenízaros culturales cubanos hay que recordarles que la cultura popular, principalmente la música, es lo que es, no se controla por decreto. Debieran hacer suyas las estrofas de una canción que en los noventa se convirtió en un lema, escrita por Manolín, el Médico de la Salsa, que usaron otros grupos también y que asegura: “Somos lo que hay/lo que se vende como pan caliente/lo que prefiere y pide la gente/lo que se agota en el mercado/lo que se escucha en todos lados/somos lo máximo”.
Si son incapaces de aprenderse esa lección, porque no pueden bajarse de su torre de Spaskaia o temen abrir las celdas de su Lubianka o Villa Marista personal, hay que decirles, como le dijo una vez Cantinflas a un señor muy culto, pero totalmente desconocedor de la cultura popular, y con quien sostenia una interminable discusión: “Pero oiga, mire nomás, ¡qué falta de ignorancia!”.

Roberto Madrigal