Friday, December 2, 2011

El malestar en Cultura

No hay nada peor que meterse con la música popular. En primer lugar porque cuando una canción se hace popular es porque responde al gusto, si bien no necesariamente de la mayoría, de una gran parte del público. En segundo lugar porque las canciones populares toman casi siempre dos caminos. Por una parte duran un par de semanas en las cuales se les escucha hasta el hartazgo y después desaparecen sin dejar rastro, o por otra, se mantienen y al cabo del tiempo se convierten en “clásicos”. El gusto popular da vueltas mas rápido que una veleta y sufre de constantes mutaciones casi siempre impredecibles. Cambia no sólo de una generación a la siguiente, sino dentro de una misma generación. Esto es un proceso natural e inofensivo. Pero en un país en el cual el mas trivial gesto artístico se convierte en un símbolo de identidad nacional, en una razón de estado o en un hecho de significatividad social, en cuanto sale una canción como el Chupi Chupi, con una letra que desafía los límites de la pusilanimidad ética, enseguida saltan ministros y doctores a quejarse, a tratar de censurarla (un poco tarde, ya está en oidos de demasiada gente), de aplacar lo que ven como una afrenta al legado cultural de la Revolución y controlar el daño que suponen hace a la imagen del pueblo. ¿Síntoma o padecimiento? Se preguntan y se llevan las manos a la cabeza. Se dicen y se desdicen en un ridículo espectáculo atiborrado de jerigonza incomprensible.
“Vulgar y obsceno”. “Sus movimientos giratorios despiertan los peores impulsos hormonales de las adolescentes inmaduras”. Eso decían en 1956 las revistas Life y Look del nuevo fenómeno musical llamado Elvis Presley. Hasta Irving Berlin, un genio musical que en su momento fue víctima del desprecio de los defensores de la moral conservadora cuando en 1911 resucitó el Ragtime de Scott Joplin, solicitó que a Elvis se le eliminara de la radio y se le prohibiera cantar White Christmas. Los cubanos no tenemos el patrimonio de la insensatez, pero mientras que en una sociedad abierta y competitiva diversas fuerzas se oponen y se confabulan y el artista casi siempre encuentra una via de escape, en la sociedad cubana el Ministerio de Cultura es la única fuerza que se reserva el derecho de decidir lo que se permite. Es el organismo de vigilancia de la cultura y su territorio lo define con capricho y amplitud.
El ministro Abel Prieto, un hombre que cuando joven practicó ostentosamente el “diversionismo ideológico” y hasta sufrió sus consecuencias y que como ministro se ha destacado por ampliar los límites de la tolerancia y conceder algunos privilegios al gremio artístico, quizá por su débil situación política actual, defenestrado de sus cargos del Partido Comunista, un funcionario que tiene que mirar con cuidado por encima de los hombros, se muestra enérgico y conminativo, urgiendo a tomar medidas para corregir a la cultura nacional. Una tal doctora María Córdova se pregunta “¿A quién beneficia esta forma de hacer música?” y varios blogueros oficiales fruncen su ceño virtual preocupados por el futuro de la cultura socialista y ofrecen, solemnes y enjundiosos, sus recetas sobre cómo resolver el problema a corto y a largo plazo.
Para ser justos, me asombra también como algunos blogueros exilados se envuelven en fastuosos análisis sociológicos y concluyen que el Chupi Chupi muestra la vulgarización que ha sufrido la cultura cubana en los últimos cincuenta años. Puede que tengan razón, pero éste no es el mejor ejemplo. Tampoco los cubanos de la isla tienen el monopolio de la “vulgaridad”. Puedo citar como ejemplo una canción, Work It, muy popular hace algunos años, de Missy “Misdemeanor” Elliot que dice: “Déjame ver si la tienes grande/ para saber cuánto tengo que esforzarme...Llámame antes de venir/ me tengo que afeitar la chocha”, y la palabra chocha está dicha en español. Por otra parte, el “trágatelo tuti” del Chupi Chupi tiene un referente más reciente, que estoy seguro que Osmani García, su autor, conoce, que es la canción I Know You Want Me, del cubanoamericano Pitbull, que dice: “Si es verdad que tú ere guapa/yo te voy a pone a gozar/tú tiene la boca grande/dale ponte a jugar”.
Los ejemplos abundan en la música popular de cualquier país y sobran incluso otros anteriores de la propia Cuba que ya otros blogueros han destacado. El propio Osmani tiene una canción previa titulada El pudín, que en una de sus partes dice: “Voy a bajar al pozo/si no hay yerba en el jardín”. Las letras de las canciones populares en muchas ocasiones, audazmente atraviesan los límites de la moral convencional, se oponen a la represión de las normas establecidas y mal o bien, son unas de las fuerzas de cambio en la dinámica de la movilidad de los patrones morales, confirmando el viejo refrán hindú de que “los vicios de hoy son las virtudes de mañana”. No hay que estar de acuerdo o en desacuerdo con lo que dicen. Aquí uno cambia la estación o apaga el radio o la televisión. En Cuba, es cierto que hay menos opciones. Yo particularmente encuentro mucho más obscena y de mal gusto a La era está pariendo un corazón. Al menos el Chupi Chupi no se toma en serio.
Los represores no se saben aguantar cuando algo les molesta. Al ministro, a los catedráticos pontificantes y a los jenízaros culturales cubanos hay que recordarles que la cultura popular, principalmente la música, es lo que es, no se controla por decreto. Debieran hacer suyas las estrofas de una canción que en los noventa se convirtió en un lema, escrita por Manolín, el Médico de la Salsa, que usaron otros grupos también y que asegura: “Somos lo que hay/lo que se vende como pan caliente/lo que prefiere y pide la gente/lo que se agota en el mercado/lo que se escucha en todos lados/somos lo máximo”.
Si son incapaces de aprenderse esa lección, porque no pueden bajarse de su torre de Spaskaia o temen abrir las celdas de su Lubianka o Villa Marista personal, hay que decirles, como le dijo una vez Cantinflas a un señor muy culto, pero totalmente desconocedor de la cultura popular, y con quien sostenia una interminable discusión: “Pero oiga, mire nomás, ¡qué falta de ignorancia!”.

Roberto Madrigal

4 comments:

  1. Simplemente genial, "cuanto razón en los que dices"

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  2. Roberto:
    Abel merece que le hagan un reggaetón con El Vuelo del Gato, para que al menos sea más pegajoso.
    Envidia y pacatería, el Aparato tiene que recurrir a pases de lista, guaguas "designadas" y asistencia o represalia. El Chupi Chupi, y hasta la virgen, tienen más poder de convocatoria.
    Y cuando vaya el Paputi quedará demostruti.
    F.Hebra

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  3. Por qué es inocente gritar ¡oreja! y grosero decir ¡culo! Las palabras relacionadas con el sexo son pornograficas, inmorales, vulgares... Pero las páginas de internet más vistas son las pornograficas. ¡Religión Vs hipocrecía!

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  4. Oraloma said:

    Bien dicho. La juventud siempre ha estado perdida y no le ha pedido a nadie que la salve (mucho menos a un gobierno), ni falta que le hace. Desde el "vacunao", que es de tiempo de España, hasta el "perreo", que es de hace un ratico, el baile ha ido desvelando su carácter de posesión sexual sin sexo (aunque con el alboroto progresivo de los ritmos y los cuerpos, el "sin sexo" va pidiendo a gritos un asterisco). En cuanto a las letras, idem de idem. Desde las "velas" encendidas que suplican ser apagadas hasta el "chupi chupi", el doble sentido se vuelve cada vez más literal y sin equívocos. Y eso no ha pasado solo en Cuba ni en la música hispana. ¡Qué se le va a hacer! Son los gajes de la libertad y, aunque no lo parezca, del progreso. Ahorita nadie se acuerda de eso, que será paisaje para otra batalla

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