“Ustedes saben cómo es El Donald, siempre consigue lo que
quiere”, repetía hasta el cansancio en múltiples entrevistas su entonces esposa
Ivana Trump (nacida Zelnicková). Desde que llegué a estas costas, crecí, es un
decir, paralelo al desarrollo de la imagen de Donald Trump.
Dada su ejecutoria en los años ochenta, la imagen
indeleble que de él me queda es la de un payaso mediático, un multimillonario
farandulero, hijo de papá, dedicado a construir casinos, campos de golf, edificios
lujosos y concursos de belleza. A medida que pasaba el tiempo se sumó su
historia de bancarrotas y escándalos matrimoniales. La curiosidad me llevó a
visitar Atlantic City, ciudad con la cual primero choqué en el excelente filme
del mismo nombre, dirigido por Louis Malle y actuado por Burt Lancaster, que la
presentaba en total estado de depauperación. Trump reclamaba haberla levantado
de las ruinas. Cuando fui, me provocó repulsión. Es cierto que un casco central
muy pequeño se encontraba revitalizado por un par de casinos, pero si se daban
apenas unos pasos, la ruina y la depauperación se hacían inmediatamente
presentes.
Después sucedió su programa de televisión. El aprendiz, en el cual acuñó y
patentizó su famosa frase: “You’re fired”. Todo muy ligero. El desempleo para disfrute
de los televidentes. Nada de aspiraciones políticas, aunque coqueteó con llegar
a la Casa Blanca como candidato del Partido Reformista en 1999 partido que
abandonó cuando a este se sumó David Duke. Fue luego demócrata, republicano,
independiente y finalmente republicano otra vez. Tuvo muchas relaciones con
políticos, pero solo como parte de su necesidad para lograr influencias
favorables a sus negocios, pero nada de eso tiene que ver con la imagen que de
él me formé, justa o injustamente.
Pero como decía Ivana, siempre consigue lo que quiere y ahí
tenemos a El Donald de candidato presidencial republicano, muy a pesar de los
que dirigen su partido. Lo consiguió gracias a su imaginación mediática, capturando
nuevos votantes y grupos demográficos que dentro de su partido se sentían
marginados. Se alzó a pesar de haber sido inicialmente ignorado y minimizado
por sus contrincantes. Nunca lo tomaron en serio.
Por el otro lado esta Hillary Clinton, una mujer que está
en el ojo público de la política americana desde que en 1979 su esposo Bill,
logró la gubernatura de Arkansas. Una muchacha de clase media alta, típico
producto de los suburbios del medio oeste, una exitosa abogada, declaradamente
dedicada al derecho de los niños, pero con grandes ansias de poder.
Clinton es una politiquera de alto vuelo que hace lo que
sea por mantenerse en las altas esferas de influencia política. Asociada
estrechamente a las firmas de abogados corporativos a los cuales defiende hasta
la muerte. En 1993, encargada de llevar a cabo el plan de reforma de la salud
de su esposo, el entonces Presidente Clinton, su mayor logro fue desviar el
plan para acomodar los intereses de las compañías de seguros que representaban sus
amigotes. Consiguió poner el control de la salud en manos de los aseguradores,
sin velar por los intereses de los pacientes y de los profesionales
proveedores. Su desempeño causó grandes litigios y demandas que fueron
necesarias, en varios estados, para aflojar el injusto control que entregó a
las compañías de seguros. La sufrí en carne propia.
Cualquier oportunidad es buena para ella. Se postuló como
senadora de un estado en el cual nunca vivió y salió triunfante. Por exceso de
confianza, trató a Obama como los republicanos trataron a Trump y perdió las
elecciones contra él. Luego, vieja avezada, se le alió como Secretaria de
Estado. Ahora recurre a su ayuda para estas elecciones. Esa es la imagen que me
he formado, justa o injustamente, de Hillary Clinton.
Pocas veces se han enfrentado, en la política americana,
dos adversarios más despreciables y despreciados. Lo indica además, los altos
índices de desaprobación que ambos poseen. Sin embargo, para su base de votantes,
nada de lo que hagan o digan afecta su fidelidad. Hechos y realidades no
influirán en su voto. Cada cual tiene garantizada su porción. La pasión de los
extremos garantiza una lucha hostil y feroz como nunca antes se había visto. Es
el choque de dos ancianos sedientos de poder.
Estas elecciones pudieran ser las más disputadas en la
historia de los Estados Unidos. Recuerdan las de Kennedy contra Nixon en 1960,
en las cuales Kennedy solamente tuvo unos cien mil votos más que Nixon, aunque
por las características de las elecciones americanas, Kennedy obtuvo 303 votos
electorales contra 219 de Nixon. También recuerdan las del año 2000, en las
cuales Gore obtuvo medio millón de votos más que Bush, pero perdió por cinco
votos electorales (271 vs. 266). Ya se sabe la disputa sobre fraude en la
Florida, pero eso lo resolvieron las cortes, aunque la sombra de la duda persista.
Estas elecciones la decidirán los indecisos. Los debates
entre Trump y Clinton serán de gran importancia. Hillary, más taimada, tiene de
antemano ventaja sobre El Donald, excesivamente locuaz y proclive al insulto,
lo cual le puede alienar muchos votantes neutros e incluso de su partido.
Por otra parte, dadas las características de los colegios
electorales, los demócratas siempre arrancan con ventaja. Protestar de esto es
absurdo, pues es un sistema adoptado por ambos partidos. Trump tiene una tarea
difícil.
Olvídense de las encuestas de popularidad. Para poder
ganar las elecciones, El Donald tiene que ganar Ohio, Pennsylvania y Florida.
Si pierde uno solo de ellos, no puede remontar la desventaja electoral de su
oponente, que tiene casi asegurados California y Nueva York, los cuales suman
84 votos entre ambos, casi la tercera parte de los 270 necesarios para ganar
las elecciones. No voy a cansar a nadie con la supuesta distribución de los
restantes votos.
Pennsylvania es un estado tradicionalmente demócrata,
pero que en estos momentos se encuentra desilusionado y los candidatos están
muy parejos. Ohio es también muy apretado. Los centros urbanos son demócratas,
sobre todo Cleveland y Columbus, pero el resto del estado es mayormente
republicano. El problema para El Donald aquí es que el gobernador Kasich, su
contrincante en las primarias, no lo apoya y le hace una oposición pasiva que
puede llevar a muchos votantes republicanos a no votar, o a votar contra él. La
Florida es difícil de pronosticar.
En realidad, quizá Ted Cruz tenía razón cuando dijo “voten
con su conciencia”. Eso es lo que tendrá qué hacer esa masa insatisfecha de
indecisos que van a definir el resultado. Quizá quede decidido por la ideología
y la idiosincrasia de cada cual. Este grupo elegirá lo que para ellos
representa el mal menor. Los próximos cuatro años serán, para muchos, una dosis
diaria de purgante político.
¿Están tan mal hoy en día los Estados Unidos? No. El que
lo crea, se le olvidó la historia. Para no ir muy lejos, recuerden los setenta,
que vieron desfilar el escándalo de Watergate, la renuncia de un presidente,
que fue el golpe más duro dado a la presidencia, la crisis del petróleo, el
incremento de las guerrillas en Africa, el triunfo de los sandinistas, la
crisis de Irán, la instauración de férreas dictaduras de derecha en América
Latina, los casos de Etiopía, Angola y Afganistán. Sin embargo, de eso y muchas cosas más (como
la música disco), rebotaron los Estados Unidos.
Roberto Madrigal