El
pasado ocho de noviembre, hacia las nueve de la noche, Estados Unidos y el
resto del mundo no podían creer lo que las cifras enseñaban en la televisión.
Clinton no levantaba su ventaja, iba perdiendo en el conteo de votos
electorales y estados tradicionalmente demócratas no acababan de inclinarse
hacia ella. El tres de agosto escribí: “Olvídense de las encuestas de
popularidad. Para poder ganar las elecciones, El Donald tiene que ganar Ohio,
Pennsylvania y Florida.” Pues los ganó los tres. La gran sorpresa fue Pennsylvania,
que no votaba por un republicano desde 1988. Lo que parecía imposible sucedió.
No solo eso, sino que también se llevó el voto de Michigan y Wisconsin, estados
tradicionalmente demócratas, con fuertes sindicatos obreros.
A pesar de lo que indicaban las encuestas, que nunca son del todo fiables,
de tener en su contra abierta y desfachatadamente los dos diarios más
importantes del país (The New York Times y
The Washington Post) y dos de las
tres cadenas noticiosas más vistas, Trump obtuvo la presidencia. ¿Qué pasó?
Desde las primarias republicanas, Trump fue subestimado por sus rivales.
Cuando se dieron cuenta, ya era muy tarde. Se convirtió en el voto de protesta
contra el establecimiento, el hombre de negocios sin relaciones políticas en la
capital. Su tendencia al exabrupto, al lenguaje bananero, al insulto y al
mensaje negativo, parecía que lo iba a vencer. Era su primer enemigo. Pero ganó
la candidatura republicana.
Al comienzo de la campaña por la presidencia siguió siendo su primer
enemigo. Parecía descontrolado e incontrolable. Su equipo de asesores no daba
pie con bola y Clinton arrancó con fuerza. Pero a mitad de camino hizo un giro
inesperado y genial. Nombró a Kellyanne Conway como su publicista y directora
de la campaña y a Steve Bannon como su principal asesor político. Muchos se
rieron. Conway tiene un estilo que parece inofensivo, pero es una magistral
modeladora de imagen pública. Bannon dirige una publicación de extrema derecha,
que se destaca por el amarillismo y la parcialización manipuladora de las
noticias (Breitbart.com). Pero si se le mira con cuidado, está hecha
extraordinariamente bien para su propósito. Bannon también dio guía y controló
a Trump.
Trump desde el principio se dio cuenta de que para ganar, tanto las
primarias como la presidencia, tenía que buscar el apoyo de una base dispar,
que no había salido a votar con gran presencia en elecciones anteriores. Buscó
a los mineros del carbón, quienes con los problemas del cambio climático ven
como la explotación del carbón disminuye; se dirigió a los trabajadores de las
cervecerías de Wisconsin, que pierden sus empleos por la competencia de las
micro-cervecerías y el encanto seductor que para la clase media alta tienen las
cervezas importadas; se identificó con los trabajadores de la industria
automotriz, que ven amenazadas sus plazas con las deserciones de las plantas
productoras a otros países. Les hizo promesas que probablemente no va a
cumplir, pero se ocupó de ellos. Clinton los dejó a un lado.
Se dirigió a la masa obrera blanca poco educada, que ha sido olvidada
todos estos años por la narrativa de la diversidad, pero que sigue siendo uno
de los grupos más numerosos del país. Sabía que los evangélicos, los del Tea
Party y muchos ideólogos partidistas votarían por él porque no podían arriesgar
ocho años más de gobierno demócrata. Finalmente supo aprovechar la resaca de
racismo que se ha despertado tras la ascendencia al poder del primer presidente
afroamericano. Porque no se puede negar, a pesar de que ganó el voto popular ampliamente,
de casi todos los grupos étnicos, Obama le dejó mal sabor en la boca a los
WASPs, lo cual se expresó en la terca oposición partisana que el congreso
republicano hizo contra todas las medidas del presidente durante todos estos
años.
Por su parte, la izquierda y Hillary Clinton, están atrapados en su
discurso. Han tomado una actitud de desdeño hacia la derecha, pensando que las
cabezas pensantes son patrimonio de la izquierda. Se han convertido en un
partido elitista cuando se supone que sea el partido de los trabajadores y de
los desahuciados. Se les fue la mano haciendo hincapié en las minorías y se
olvidaron de los blancos y su resentimiento. Se han refugiado en una burbuja
intelectual.
Clinton tiene historia con eso. Desestimó a Obama y fue apabullada por
él. Ahora hizo lo mismo con Trump. Lo vi repetidamente cuando sus asesores eran
levemente confrontados por la prensa acerca de sus problemas con los e-mails,
con su salud, con la fundación Clinton. Simplemente se limitaban a decir que eso
no tenía importancia. Se olvidaron del poder de la imagen pública. Pensaron que
la nación entera se había graduado en Harvard.
Más allá de la plataforma del partido, Clinton no expuso un plan
político coherente. Todos sabemos dónde se ubicó Trump: el muro, detener la
inmigración árabe, acabar con el Obamacare, etc. Pero nadie puede exponer con
claridad ninguna posición de Clinton. Su mensaje no llegó a nadie. Por otra
parte, la defensora de los pobres cobraba cientos de miles de dólares por
ofrecer discursos en Wall Street. Su presencia pública no se gana la empatía de
nadie. Es fría y luce demasiado calculada. Trump polariza, Clinton no motiva.
El presidente Trump tendrá que ser muy distinto al candidato Trump. Ya
ha comenzado a desdecirse. Tendrá que ir hacia el centro. Como hombre de
negocios, acostumbrado a la eficiencia de las negociaciones cuando el fin es el
lucro, tropezará ahora con una entidad desconocida para él: la burocracia de
Washington, para la cual el “arte de la negociación” no funciona. No basta con
agitar y amenazar. Tendrá que nombrar un equipo capaz y en cual haya individuos
con los que no está de acuerdo. Su mayor ventaja es que no tiene ideología y
cambia de parecer de la noche a la mañana. Pero todo lo que presentó como sus
virtudes durante la campaña, incluyendo su falta de experiencia en el gobierno,
puede convertirlo en un presidente peligroso. Como no tiene el voto popular,
pues tiene que darse cuenta que su mandato es limitado y tiene que tener mucho
cuidado y no dividir el país aún más de lo que está.
No puedo tener la visión estalinista de individuos como Zizek, para
quienes el “bien mayor” tiene más importancia que el destino de los individuos.
Muchos apuestan al fracaso de Trump para que se reorganicen los partidos, sobre
todo la izquierda, buscan una radicalización hacia Bernie Sanders. Una cosa es
vigilar la gestión presidencial de Trump y salirle al paso cuando tome el mal
camino, otra cosa es desearle que le vaya mal, porque eso afecta al país como
conjunto. Solo queda esperar que las instituciones democráticas funcionen y no
bajen al nivel de lo que se vio durante la campaña. Habrá que sufrir lo mejor
posible a un presidente que posee un vocabulario de unas cinco palabras.
Roberto Madrigal
Y sin embargo, la Clinton ganó el voto popular. Solo debido a las peculiaridades, poco democráticas a decir verdad, del sistema electoral norteamericano, Trump "ganó". De alguna manera fue una victoria tramposa.
ReplyDeleteNo es una victoria tramposa porque los dos contendientes aceptaron ese sistema, automáticamente, al convertirse en candidato.
DeleteEse es el sistema establecido y se sabe de antemano. Por eso se llama democracia representativa. La idea es evitar "la dictadura de la mayoría". No es el único presidente en ganar perdiendo el voto popular.
ReplyDeleteEs un sistema democrátco made in USA para buenos perdedores, sin bilis. Y lleva 200 y pico de años funcionando bien y es primera vez que los que quedaron en 2do lugar salen a protestar y a perturbar la paz y la propiedad ajena. A su cueva, pues, a hibernar por 4 años. Y pim-pam-pum. Se acabó.
ReplyDeleteLos partidarios de Napoleón no se tiraron a la calle a protestar por Waterloo. Y era una derrota histórica, sin trampa.
ReplyDeleteAunque le falta el talento de los grandes destructores, este hombre puede hacer demasiado mal. La Casa Blanca se esta llenando con lo peor. Es el becerro en el desierto que la canalla adora.
ReplyDeleteTu amigo del norte
Thank you for ssharing
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