Un personaje sin nombre, que narra en primera persona,
comienza a recordar su amistad con su mejor amigo de una infancia que
transcurre en los inicios de la Revolución Rusa. Sasha, el amigo, es un
remanente de la aristocracia rusa. Su padre es un judío converso, un eminente
abogado de Járkov, de “…En aquellos
tiempos remotos la traición todavía despertaba asombro y se pagaba por ella un
precio mucho mayor que ahora”.
El narrador es un ciudadano de la quinta categoría: “otros”,
por ser hijo de un artesano judío. Un hombre cuya vida queda definida por un
cuestionario oficial. Alguien sin derecho a cursar altos estudios o a aspirar a
buenos trabajos.
Cuarenta años después se pone en contacto con la esposa
de su amigo Sasha, quien ya había muerto durante la guerra. A partir de ahí, el
narrador comienza a hacer un recuento de su vida y de la época que le tocó
vivir, mediante viñetas, anticipos de cartas que nunca envía, breves monólogos
y encuentros casuales. Esto le permite no solo observar y recapacitar sobre sus
avatares, sino ajustar cuentas consigo mismo y con su generación. Es el
recorrido de la vida de un hombre insignificante en un período histórico de
gran trascendencia para toda la humanidad.Conjuga perfectamente la cotidianidad de un hombre sin
rostro público con la información de los desastres históricos.
El difunto bloque soviético parece ser una cantera inagotable
de literatura de gaveta. La quinta
esquina, la novela de Izraíl Métter, fue escrita en 1967 y publicada en
1989, ha sido recientemente traducida al español por Selma Ancira y aún no se
ha llevado al inglés. La aparición de obras como ésta obliga a repensar la
literatura del período soviético y la nueva visión de la historia que se puede
apreciar con la publicación de este tipo de obras huérfanas, salidas
necesariamente a destiempo. Los críticos tendrán que replantearse los tópicos
generacionales y los historiadores tendrán que hurgar de nuevo en la fuente más
valiosa que existe para estudiar los problemas del totalitarismo: la
literatura.
Métter, nacido en Járkov en 1909, tuvo que vagar por
todos los territorios soviéticos, como un Buscón de la tundra, sobreviviendo de
diversos oficios, inventándose una historia para escapar del cuestionario que
lo definió y lo atrapó desde pequeño, segregándolo de todas sus aspiraciones.
Escribió, y guardó, guiones cinematográficos y otros textos que fueron
publicados poco antes de su muerte, como su memoria de familia Generaciones (1992). Entre 1989 y 1996,
año en que murió en San Petersburgo, se convirtió en un escritor de culto.
La quinta esquina es una novela
relativamente breve, pero escrita con una prosa simple y precisa que a veces
alcanza un lirismo sin afeites, directo y punzante. Es una meditación sobre
cuarenta años de una vida y es a la vez una meditación sobre la inutilidad de
meditar y recordar.
El personaje se enfrenta a la hipocresía de los
intelectuales de su generación. En un momento clave de la obra recuerda haber
asistido a una conferencia de Zhdanov sobre Zóschenko y Anna Ajmátova. Pero lo
que le interesa a Métter es la audiencia, compuesta de intelectuales formados
por el sistema: “…unos cuantos centenares de hombres y mujeres instruídos
ejercían sobre sí mismos un esfuerzo antinatural…había que paralizar los
músculos para no levantarse del lugar, para no gemir, para no perder el juicio…sin
embargo, seiscientos representantes de la inteligencia, muchos de los cuales estaban
ligados por un infinito respeto personal a Zóschenko y a Anna Ajmátova…escuchaban
con respeto a ese hombre prematuramente gordo, de rostro redondo y bigotes de
dandi, que caminaba con irritación delante de ellos y decía sus repugnantes y
groseras estupideces”.
Métter trata de entender la impasibilidad y la
complicidad de su generación con respecto a la figura de Stalin y enjuicia, aún
incrédulo: “La gente moría de hambre agradeciéndole la saciedad…El miedo por sí
solo no hubiera tenido la fuerza suficiente para mantener a una población de
doscientos millones, durante treinta años, en un estado de fervor religioso”.
Tras enfrentar a varias personas, que ya pasado el terror
estalinista continuaban sin arrepentirse de sus acciones, a pesar de haber
perdido sus posiciones, medita: “Al observar a aquellas personas, que habían
servido toda su vida en los órganos, intentaba adivinar quién de ellos había
sido el primero en derribar de un puñetazo a Isaak Babel.. Me esforzaba por
comprender qué veían ellos ahora, tan temprano por la mañana, cuando elevaban
hacia el cielo sus ojos soñolientos.”
Métter, por supuesto, no ofrece respuestas, solamente nos brinda sus dudas
sobre la condición humana. Compone su narrativa con una maestría que la hace
atemporal y aunque tardía en aparecer, nunca a destiempo. La quinta esquina es una obra que desafía y trasciende su
circunstancia. Una obra que viene del olvido y que nunca debe regresar a él. Es
un regalo inesperado a lo mejor de la literatura universal.
La quinta esquina.
Novela de Izraíl Metter. Libros del Asteroide, Barcelona 2014. 207 páginas.
Roberto Madrigal