Wednesday, July 30, 2014

Un castro y dos putinas


Una de las características principales del dictador totalitario en su labor de endiosamiento, es el deslinde de su vida pública y su vida familiar. Las relaciones humanas son el tabú del tótem en lo cual el dictador pretende erigirse. Mientras más íntimas peor. Los máximos líderes son figuras que se supone guíen a las masas más allá del tiempo y del espacio. La familia no solamente es lo efímero y terrenal, sino que rebaja al dios a nivel humano.

Una de las razones de la cursi hipocresía de las democracias occidentales, que se esfuerzan (sobre todo la americana) en insistir por presentar en público a los presidentes en compañía de sus esposas e hijos, es tratar de mostrarlos como seres humanos asequibles, alguien que se parezca al vecino, un administrador eficiente que se beneficia de las bondades de la democracia tanto como el resto de los comunes mortales. En fin, un igual solamente un poquito más igual.

La relación con la prole es de especial atención para los dictadores. Los descendientes se esconden y no aparecen hasta que el omnipotente y omnipresente líder se encuentra en su etapa final, ya perdido el combate con la biología, para utilizarles como dispositivo  detonador de respuestas emotivas en la población y en algunos casos, como elemento de continuidad.

En los países democráticos esto es casi imposible de alcanzar porque los presidentes no controlan los medios de comunicación, aunque hay un acuerdo tácito mediante el cual la prensa trata de no entrometerse demasiado en las vidas privadas de los vástagos. Incluso las casquivanas jimaguas de Bush escaparon a un escrutinio intenso a pesar de ellas mismas.

Stalin, Mao y Castro son famosos por la forma en que condenaron a sus primogénitos a la oscuridad y al anonimato, principalmente durante sus períodos de infancia y adolescencia. Putin, el nuevo zar, quien cada vez revela más sus delirios de grandeza y sus ansias imperiales, no se queda atrás.

Hacia 1966, cuando cursaba el décimo grado, iba casi todos los sábados a jugar pelota, con un grupo de amigos, a los ya para entonces estropeados terrenos de la antigua Universidad de Santo Tomás de Villanueva (no sé qué será de ellos hoy en día). Un buen día se apareció, sin bulla y con timidez, un joven que se nos presentó simplemente como José Raúl. Nos dijo que estaba becado en el pre-universitario Carlos Marx y que nos veía desde la ventana de su  albergue y pidió jugar con nosotros. Siempre necesitados de gente para completar los equipos, lo aceptamos, aunque nos sorprendió, porque no pensábamos que los albergues del Carlos Marx llegaban tan cerca de la Quinta Avenida.

Quizá un año mayor que yo, de elevada estatura pero de físico ordinario, nada, ni sus habilidades deportivas, lo distinguía, a no ser por los dos mulatos bien altos y fornidos que calladamente lo acompañaban cada sábado. Nos dijo que eran sus compañeros de albergue. Tendrían cinco o seis años más que nosotros, pero entonces, no había límite de edad para estar en el pre-universitario, tuve compañeros de clase de 23 años. Nunca se incorporaron a los piquetes. Se mantenían sentados, atentos al juego y a cada uno de nuestros movimientos, en un escuálido fragmento de gradería que subsistía como pobre indicador de tiempos mejores.

Inmediatamente se corrió la voz de que era Fidel Castro Díaz-Balart. Nos lo confirmaron, con esa incierta certeza que predomina en un universo que preside el rumor,  unos amigos que estudiaban con José Raúl en el Carlos Marx. Nunca le dijimos nada. Nuestros padres nos advirtieron que ni se nos ocurriera preguntarle. Más adelante tuvimos otras formas de confirmar su identidad, pero entonces solamente teníamos esa información circunstancial. Continuamos jugando como si nada, aunque después lo comentábamos entre nosotros. Nos limitábamos a jugar y a no expandir nuestra relación. No hablaba mucho y un día, unos cinco o seis sábados más tarde, de la misma forma tímida y callada en la que apareció, se nos desapareció.

El resto de su historia, después de los ochenta, es bastante conocido. Más tarde se nos ocurrió pensar cuán triste debió haber sido su adolescencia, obligado a guardar en secreto su identidad, llevando su propio rostro y una falsa historia como máscara. Una infancia y una adolescencia, como Castro castrado, muy distinta a la que probablemente tuvieron sus primos hermanos, los congresistas floridanos Díaz-Balart.

Desde que asumió el poder, Vladimir Putin se las arregló para mantener oculta la existencia de sus hijas. De ellas existe información fragmentada y contradictoria. Residían en el más cómodo ostracismo hasta que hace unos días, tras el derribo del vuelo MH17, cuyos pasajeros eran mayoritariamente holandeses, se desató una protesta frente a un lujoso edificio de diez plantas en la pequeña pero afluente localidad de Voorschotem cerca de La Haya. Los protestantes se encontraban ahí porque los dueños del penthouse que ocupa los dos últimos niveles son María Putina, de 29 años, hija del presidente ruso, y su esposo, el holandés Jorrit Faasen, de 34 años, alto ejecutivo de varias compañías petroleras, entre ellas Gazprom, la corporación estatal controlada por el gobierno ruso. El alcalde de Hilversum, pidió que la deportaran, aunque luego se disculpó por su exabrupto.

Este  matrimonio era hasta ahora un rumor no confirmado, pero la tragedia de la aerolínea malaya lo sacó a relucir y provocó su confirmación.  De igual manera, han salido a la plataforma pública datos sobre la hija menor, Ekaterina Putina, de 27 años, de quien se dice que es una orientalista que ha estado comprometida o quizá casada con un sudcoreano, hijo de un agregado militar de la embajada de Corea del Sur en Moscú durante los años 90.

Las magras informaciones, de dudosas fuentes, que existen sobre ellas, sitúan el nacimiento de María en San Petersburgo  y el de Ekaterina en Berlín Oriental, cuando su padre cumplía funciones de la KGB en Dresde. Lo que sí está confirmado es que ambas estudiaron la primaria en Dresde y que impulsadas por su padre, continuaron sus estudios en alemán, una vez que ya residían en Rusia.

A María la han descrito como “glamorosa” y a Ekaterina como “estudiosa”. Pero por mucho que se afane Putin por ocultar a su familia, tragedias, divorcios y otros sucesos siempre se encargan, como fue el caso de los hijos de los otros dictadores, de desenterrar los secretos y airear los trapos sucios.  Quizá algún día José Raúl, María y Ekaterina se decidan a escribir las memorias de sus atroces infancias, de víctimas de abuso mental por decreto y ayuden a bajar del pedestal a sus inclementes figuras paternas.


Roberto Madrigal

Monday, July 21, 2014

El 68 del béisbol cubano


En el recién finalizado Juego de las Estrellas participaron cinco jugadores no solamente de origen cubano, sino desarrollados en el béisbol cubano de la revolución. Ha sido un hecho significativo y destacado con orgullo en muchos de los medios de prensa cubanos del exilio. Sin embargo, la prensa cubana no reportó el asunto.

Está numerosa participación en el evento marca, implícitamente, el regreso de la presencia cubana al béisbol de las grandes ligas. Es un indicador del éxito que están teniendo los más recientes desertores del béisbol isleño, así como de las nuevas formas que se han creado para facilitar la salida “ilegal” de los peloteros cubanos, que ha generado toda una compleja red de agentes, contrabandistas y negociantes aventureros que se han lanzado a explotar las posibilidades que abre este nuevo mercado.

Los escogidos para este espectáculo anual, que honra el desempeño de los jugadores durante el año en curso fueron: Yasiel Puig, el jardinero de los Dodgers de Los Angeles y el único en ser elegido por voto popular. En menos de una temporada completa en las grandes ligas, Puig se ha convertido, al decir del popular comentarista de ESPN Radio, Colin Cowheard, en “el pelotero más espectacular de las mayores”; Aroldis Chapman, relevista de los Rojos de Cincinnati, seleccionado por tercera vez consecutiva, quien es uno de los cinco mejores cerradores del momento, el hombre que tira los lanzamientos más rápidos de la historia y que al paso que va, está en buen camino para ascender al Salón de la Fama de Cooperstown; Yoenis Céspedes,  de los Atléticos de Oakland, en solo su tercer año en las grandes ligas y que además ha sido el ganador por segundo año consecutivo del “Home Run Derby”, un evento accesorio  a las celebraciones del juego de las estrellas; José Dariel Abreu, quien en su primera temporada en las mayores, jugando con los Medias Blancas de Chicago es el líder en jonrones y uno de los dos candidatos a ganarse el premio de Novato del Año (su contendiente es el lanzador japonés Masahiro Tanaka, de los Yankees de Nueva York) y por último Alexei Ramírez, un veterano en su séptimo año, también con los Medias Blancas de Chicago, un buen bateador que ha tenido una excelente primera mitad de año, pero que es sospechoso a la defensiva.

Desde que la pelota profesional cubana tuviera su última temporada en el invierno de 1960-61 y que resultó en que los peloteros cubanos ya bajo contrato con equipos de grandes ligas no regresaran a la isla, tras las deserciones ocurridas durante el Campeonato Mundial celebrado en Costa Rica en 1961 y el inicio de la primera serie nacional patrocinada por el INDER en 1962, no hubo deserciones de peloteros cubanos por casi veinte años. La única excepción fue la del excelente lanzador Manuel “Amorós” Hernández, quien se lanzó al mar en una balsa en 1962, llegó a Cayo Maratón en la Florida y el Miami News reportó que iba a ser contratado por los Indios de Cleveland, pero del cual nunca más se ha sabido nada, lo cual quizá disuadió a muchos de seguir su hoja de ruta.

No fue hasta 1980, cuando por el éxodo del Mariel llegaron Roberto “Bombón” Salazar, jardinero central de excelentes habilidades defensivas y que murió en el 2007, Eduardo Cajuso, torpedero habanero y Bárbaro Garbey, un jugador capaz de cubrir diversas posiciones y un excelente bateador que formó parte de los Tigres de Detroit que ganaron la Serie Mundial de 1984, pero que después, por razones extrabeisboleras, se desapareció rápido (regresó sin éxito en 1988 con los Texas Rangers), que comenzaron a llegar de nuevo los cubanos.

El éxodo se detuvo por un tiempo y la deserción del lanzador René Arocha en 1991, quien fuera inmediatamente contratado por los Cardenales de St. Louis, reinició el flujo de defecciones que ya ha resultado indetenible y que ha involucrado a un gran número de los más destacados peloteros de las ligas cubanas, algunos han tenido gran éxito y otros han sido un total desastre, no hay una fórmula para traducir el éxito allá en éxito acá.

Fue en ese año 1968 que trajo el mayo parisino y la “Primavera de Praga”, una fecha que estremeció la cultura occidental, que seis cubanos fueron elegidos al juego de las estrellas de las grandes ligas. Es la mayor cantidad de cubanos que jamás ha participado en dicho evento. El grupo estuvo conformado por Luis Tiant Jr., lanzador estrella de los Medias Rojas de Boston; Tony Oliva, uno de los mejores bateadores que ha pasado por el béisbol, que jugaba de los Mellizos de Minnesota; Joaquín “Joe” Azcué, receptor de los Indios de Cleveland, un jugador de sólida defensiva y excelente brazo, apodado “El Inmortal”; Dagoberto “Bert” Campaneris, torpedero de defensiva espectacular y uno de los peloteros más rápidos que han pasado por las mayores, quien por años ostentó records de bases robadas y que jugaba entonces en los Atléticos de Oakland; Leo Cárdenas, torpedero de los Rojos de Cincinnati, buen guante y buen bate y su compañero de equipo Tony Pérez, el único cubano que ha sido elegido al Salón de la Fama de Cooperstown por el tradicional voto de la Asociación de Escritores de Béisbol y por su carrera en las grandes ligas.

Todos llegaron al exilio en condiciones difíciles, en momentos en los cuales los salarios no eran tan altos como los millonarios de hoy, sin el apoyo de una comunidad cubana ya establecida ni de los grandes medios de prensa hispanos que hoy existen en los Estados Unidos, cuando la segregación racial los obligaba, durante su estancia en la ligas menores, a no poder compartir un almuerzo en el mismo restaurante que sus colegas, que incluso otros cubanos. Sin embargo, calladamente, llamaron la atención de los aficionados de todo este país con su desempeño en el terreno, pero de quienes en su país no se hablaba entonces, ni se habló por años, condenados al más cruel ostracismo por un gobierno caprichoso.

No he visto hasta ahora ningún eco en la blogosfera cubana ni en El Nuevo Herald acerca de esta suerte de hazaña. Sería injusto que sufrieran ahora el olvido de quienes quizá no tuvieron la oportunidad de verlos jugar, pero que ahora se pueden informar libremente y concederles su lugar distinguido en la historia del deporte cubano.

Debo recordar también que en el Salón de la Fama de Cooperstwon hay solamente diez latinos, cuatro de los cuales son cubanos (los otros son los puertorriqueños, Roberto Alomar,  Orlando Cepeda y Roberto Clemente, el dominicano Juan Marichal, el venezolano Lus Aparicio y el panameño Rod Carew). Aparte de Tony Pérez, los otros tres cubanos instalados en el salón de los inmortales del béisbol lo fueron Martín Dihigo (1906-71), Cristóbal Torriente (1893-1938) y José de la Caridad Méndez (1887-1928), quienes fueron elegidos por su participación en las ligas negras, ya que debido al racismo de entonces no se les permitía jugar en las mayores. Dihigo fue elegido en 1977 y Torriente y Méndez ambos en el 2006. Ellos también son casi un secreto en Cuba. Todos nombres que apenas se susurran.

Ojalá que la cosecha de hoy siga el desarrollo de aquellos y puedan homenajear  su legado, así como entender y el largo y tortuoso sendero que les toco vadear para llegar a los más altos niveles del béisbol.


Roberto Madrigal

Monday, July 14, 2014

Un mesurado resumen


A continuación reproduzco un artículo del escritor y periodista independiente Rogelio Fabio Hurtado, en el cual realiza un breve pero pormenorizado y desapasionado resumen del desarrollo del periodismo independiente en Cuba.
Hurtado, que reside en Cuba y que por años ha sufrido (y continúa sufriendo) el peso de la represión y que nunca ha capitalizado con su sufrimiento, sino que ha continuado su trabajo casi en el anonimato, pero con una insólita persistencia, muestra al final del trabajo un enfoque sobre el estado actual del periodismo independiente cubano con una objetividad y un ecumenismo optimista que es de admirar, dado lo difícil de su situación personal.
Sobre el he escrito anteriormente en este blog.

Al volver la vista atrás
Cuba actualidad, Marianao, La Habana, (PD) La bien llamada prensa independiente cubana data de finales de la década del 80 del pasado Siglo. La edad y la memoria me facultan para esbozar parcialmente su historia.
Nació en el seno de la primerísima actividad disidente, el Comité de Derechos Humanos, presidido por Ricardo Bofill Pagés, junto a Elizardo Sánchez Santa Cruz, Adolfo Rivero Caro, Rafael Saumell, Reinaldo Bragado, Rolando Cartaya y otros.
Su objetivo era muy sencillo: asegurarle a las actividades y a los proyectos del pequeño núcleo discrepante la difusión que no siempre le brindaban los corresponsales de la prensa extranjera acreditados en la Isla.
Lamento no retener el apellido del primer cubano que, armado de una grabadora, colocó su micrófono ante una boca dispuesta a cantar alto y claro. Creo poder afirmar que se llamaba Pablo Yabre y que su entrevista salió al aire por Radio Martí. Poco después, varios de los miembros del CDH nos asombraron con la trasmisión por la misma radioemisora de una prolongada y contundente Mesa Redonda.
Aún no se hablaba de publicaciones y la difusión de noticias sin censura corría a cargo de algunos activistas, quienes enviaban sus crónicas y comentarios por vía telefónica a las emisoras de Miami, por supuesto interesadas en el tema cubano.
Estas difusoras no exigían normas de objetividad periodística. Se daba por supuesto que estos corresponsales voluntarios representaban siempre el punto de vista diametralmente opuesto al del régimen.
Ya en los primeros años de la década del 90, surgieron las agencias de prensa, tanto en Miami como en Cuba, que intentarían trabajar en coordinación y obtener ingresos a partir de la venta de las informaciones procedentes de la Isla a los distintos medios interesados.
Las más notorias fueron Cuba Press y  Havana Press  encabezadas respectivamente por el poeta Raúl Rivero y el periodista radial Rafael Solano. Asimismo, el también poeta Indamiro Restano fundaría en 1995 otro servicio de prensa, con el apoyo de la organización francesa Reporteros Sin Fronteras.
La expectativa de financiarse mediante la venta de sus trabajos a los medios internacionales pronto se comprobó insuficiente. No obstante, siempre se pudo contar con un mínimo de recursos, que permitieron desde entonces algún tipo de cobertura económica para los colaboradores.
Esto determinó que la actividad de prensa independiente pronto se convirtiera en la modalidad más concurrida de la praxis disidente dentro de la Isla.
Como contrapartes desde el exterior, es obligatorio mencionar a Rosa Berre, animadora incansable de Cubanet, junto a su esposo, Carlos Quintela, veterano militante del PSP y fundador del diario Granma, ambos lamentablemente ya desaparecidos. Mi amigo Juan Ángel Espasande y el ya desaparecido poeta Antonio Conte se desempeñaron como editores de esta importante página, aún en funcionamiento.
Esta etapa de apogeo fue interrumpida en la primavera de 2003, cuando el régimen desencadenó un operativo masivo contra los periodistas independientes y condenó a decenas de ellos a desmesuradas penas de prisión, con la voluntad de acabar con esta práctica, tan molesta para el sistema totalitario.
Fueron juntos tras las rejas, sin distinción de matices ideológicos, tanto los católicos como los liberales, ya se considerasen a sí mismos disidentes u opositores, socialdemócratas o conservadores. Se revelaron entonces como infiltrados, el viejo Nástor Baguer y, lamentablemente, el brillante Manuel David Orrio, entre otros.
Este zarpazo, lanzado simultáneamente con la invasión norteamericana a Irak, no consiguió el fin perseguido: algunos de los periodistas independientes sobrevivientes, Juan González Febles, Luís Cino y otros, con apoyo de patrocinadores suecos, asumieron el reto y salió a la palestra Primavera de Cuba.
A fines de 2003, auspiciada por la Corriente Socialista Cubana,  surgió la Revista Digital Consenso, editada por el periodista Reinaldo Escobar, de cuya colocación en el ciberespacio era responsable su esposa Yoani Sánchez Cordero.
Ambas publicaciones marcaban una diferencia muy favorable, por su mayor madurez y evidente calidad. Con ellas, la prensa independiente cubana dejó atrás su mera función auxiliar, para asumirse como una prensa realmente al servicio de la futura sociedad democrática cubana.
Hoy han nacido nuevos espacios, como el Observatorio Crítico de Dmitri Prieto Samsónov, la publicación católica Espacio Laical, el periódico 14ymedio, encabezado por Yoani Sánchez Cordero y las interesantísimas jornadas del proyecto encabezado por Rodiles.
Sería realmente maravilloso que entre todas estas personas,  por igual independientes y valerosas, predominasen los ideales creativos y libertarios que dieron lugar, hace ya más de dos décadas, al empeño de alzar sus voces contra toda esperanza, aunque nadie escuchase. Ya habrá tiempo para ventilar diferencias e ingratitudes.
Para Cuba actualidad: rhur46@yahoo.com

El artículo fue tomado del blog Infierno de palo, del también periodista independiente Juan González Febles. Había aparecido anteriormente en Primavera Digital #331. Ambos blogs se encuentran entre los enlaces que aparecen en este blog. Pienso que la difusión de este tipo de artículos nunca resulta suficiente.


Roberto Madrigal

Monday, July 7, 2014

Un asunto para no olvidar


He llegado tarde a un libro, aunque a veces es mejor llegar tarde que nunca y hay libros que nunca pierden su efervescencia. Es el caso de Política y Polémica en América Latina: Las revistas Casa de las Américas y Mundo Nuevo de la ensayista y académica Idalia Morejón Arnaiz (Santa Clara, Cuba 1965). Editado en agosto de 2010, no ha sido hasta ahora que ha llegado a mis manos.
El texto se centra principalmente en el periodo que va de 1966 a 1968, cuando Roberto Fernández Retamar ya había ascendido a la dirección de Casa (lo fue desde el número 30, de mayo-junio de 1965), y aparecía la revista Mundo Nuevo, dirigida por Emir Rodríguez Monegal en ese tiempo.
Fernández Retamar y Rodríguez Monegal se convirtieron en los mariscales de campo de una de las más intensas batallas ideológicas con respecto al rol de la literatura, de la crítica literaria y del escritor en una época de conmociones políticas durante la cual surgió el llamado Boom Latinoamericano. Fueron las firmas y los rostros del enfrentamiento entre Paris y La Habana (donde radicaban las sedes de cada revista), entre “civilización y barbarie”, entre la literatura como compromiso estético y la literatura como compromiso político.
Casa, que fue fundada en 1960 a partir de una idea de Fausto Masó, quien la codirigió, junto a Antón Arrufat durante sus primeros cuatro números, cuando Masó partió tempranamente al exilio, radicalizó sus posiciones ideológicas a medida que el gobierno consolidaba el poder y, entre otras cosas, desaparecía Lunes, se convirtió entonces en el vocero para Latinoamérica de las posiciones ideológicas de la revolución cubana, un vehículo financiado por el estado al cual le servía ciegamente, una plataforma de lanzamiento para los escritores y artistas del continente, a quienes conminaba, promovía o  censuraba según su adaptación a los postulados que profesaba. Fernández Retamar era, a pesar de los disfraces, un funcionario al servicio de un gobierno que le pagaba y ponía a su disposición ilimitados recursos financieros.
Mundo Nuevo fue fundada en 1968 por el ILARI (Instituto Latinoamericano de Relaciones Internacionales), que fue depositario del financiamiento que llegaba a través de la Fundación Ford y que luego se supo que estaba vinculada a la CIA. Su primer director, Emir Rodríguez Monegal (Uruguay 1921- E.U.A. 1985), fue un distinguido y respetado crítico literario, amigo de Borges y de Neruda, quien nunca se supo si fue un funcionario cómplice o un hombre engañado. Al hacerse públicas las relaciones del ILARI y la CIA, Rodríguez Monegal renunció en 1968 a la dirección de la revista y acompañó su renuncia de una carta en la cual alegaba que sus principios le impedían continuar dirigiendo esa publicación. Rodríguez Monegal finalizó su carrera como profesor de la Universidad de Yale, irónicamente la misma en la cual se formó Fernández Retamar a finales de los cincuenta.
Mundo Nuevo publicó un fragmento de la entonces inédita Cien años de soledad, en sus páginas aparecieron con frecuencia textos de Cabrera Infante, Severo Sarduy y Lezama Lima, que nunca aparecieron en Casa. Cortázar y García Márquez se fueron separando de Mundo Nuevo en la medida que estos incrementaban su compromiso con la revolución cubana, mientras Carlos Fuentes y Vargas Llosa se quedaban del lado de Mundo Nuevo.
La complejidad de toda esta guerra fría cultural la describe en su texto Morejón Arnaiz en todos sus detalles y recopilando con rigor académico una extensa bibliografía con la cual ilustrar el momento histórico y sus avatares culturales, y con los cuales sustentar sus puntos de vista. No brinda ninguna información necesariamente novedosa, su importancia está en el material recogido y su estructuración.
Tampoco la autora se esconde tras la excusa académica y no teme en lanzar sus propias opiniones, como por ejemplo: “A partir del momento en que…Roberto Fernández Retamar comienza a dirigir Casa… la literatura pasa a ocupar un segundo plano, y cuando aparece siempre es en función de legitimar un discurso político de la historia cubana, en la cual la isla actúa como protagonista y guía de todos los pueblos del Tercer Mundo”. Esto no le granjeará muchos admiradores entre los círculo literarios de las universidades americanas y latinoamericanas.
Otro aspecto importante de este libro es que Morejón Arnaiz es además novelista y cuenta los hechos con la amenidad de una narradora magistral, algo de lo cual adolecen la mayoría de los textos académicos. Aquí el lenguaje fluye y mantiene el interés en una trama que necesita sustentarse con citas y referencias.
El único defecto de este libro es que su tirada fue solo de mil ejemplares, lo cual lo hace muy difícil de conseguir. Este es un libro que analiza un período crucial de la política cultural de la revolución cubana que no debería quedar solamente en el dominio de los especialistas. Una política cultural muy bien definida y represora que ahora se quiere hacer pasar por “error”. Si bien no se ejerce ya como en su momento, debido no solo a cambios dentro del país, al advenimiento de nuevas generaciones con otros intereses literarios, y a los cambios ocurridos en todo el mundo, en parte a consecuencia de la globalización cultural y las nuevas tecnologías de la información, sigue todavía siendo la pretendida piedra filosofal de la ideología cultural del ya deteriorado sistema.
No hay más que echar un vistazo a un artículo de Elier Ramírez (descrito en la revista digital como “historiador, ensayista e investigador. Doctor en Ciencias Históricas” quien en el 2008 recibió el premio de la Crítica Histórica Fernando Rodríguez Portela), publicado en la edición del 5 de julio de La Jiribilla, en el cual “relee” las “Palabras a los intelectuales” de Fidel Castro y concluye que ese momento de 1961 fue “…el comienzo de un diálogo permanente y abierto entre el líder de la Revolución con los artistas y escritores cubanos, siendo él mismo uno de los más brillantes exponentes de la intelectualidad cubana…se confirmó que, una vez más, en la historia de Cuba, la vanguardia política y la vanguardia intelectual volvían a ser la misma cosa”.
Este texto de Morejón Arnaiz convoca a no olvidar un período importante en los movimientos intelectuales de Cuba y América Latina que debe ser bien entendido y nunca pasado por alto.

Política y Polémica en América Latina. Las revistas Casa de las Américas y Mundo Nuevo. Autor: idalia Morejón Arnaiz. Editorial Educación y Cultura. México 2010. 407 páginas.


Roberto Madrigal