En el recién finalizado Juego de las Estrellas
participaron cinco jugadores no solamente de origen cubano, sino desarrollados
en el béisbol cubano de la revolución. Ha sido un hecho significativo y
destacado con orgullo en muchos de los medios de prensa cubanos del exilio. Sin
embargo, la prensa cubana no reportó el asunto.
Está numerosa participación en el evento marca,
implícitamente, el regreso de la presencia cubana al béisbol de las grandes
ligas. Es un indicador del éxito que están teniendo los más recientes
desertores del béisbol isleño, así como de las nuevas formas que se han creado
para facilitar la salida “ilegal” de los peloteros cubanos, que ha generado
toda una compleja red de agentes, contrabandistas y negociantes aventureros que
se han lanzado a explotar las posibilidades que abre este nuevo mercado.
Los escogidos para este espectáculo anual, que honra el
desempeño de los jugadores durante el año en curso fueron: Yasiel Puig, el
jardinero de los Dodgers de Los Angeles y el único en ser elegido por voto
popular. En menos de una temporada completa en las grandes ligas, Puig se ha
convertido, al decir del popular comentarista de ESPN Radio, Colin Cowheard, en
“el pelotero más espectacular de las mayores”; Aroldis Chapman, relevista de
los Rojos de Cincinnati, seleccionado por tercera vez consecutiva, quien es uno
de los cinco mejores cerradores del momento, el hombre que tira los
lanzamientos más rápidos de la historia y que al paso que va, está en buen
camino para ascender al Salón de la Fama de Cooperstown; Yoenis Céspedes, de los Atléticos de Oakland, en solo su tercer
año en las grandes ligas y que además ha sido el ganador por segundo año
consecutivo del “Home Run Derby”, un evento accesorio a las celebraciones del juego de las
estrellas; José Dariel Abreu, quien en su primera temporada en las mayores,
jugando con los Medias Blancas de Chicago es el líder en jonrones y uno de los
dos candidatos a ganarse el premio de Novato del Año (su contendiente es el
lanzador japonés Masahiro Tanaka, de los Yankees de Nueva York) y por último
Alexei Ramírez, un veterano en su séptimo año, también con los Medias Blancas
de Chicago, un buen bateador que ha tenido una excelente primera mitad de año,
pero que es sospechoso a la defensiva.
Desde que la pelota profesional cubana tuviera su última
temporada en el invierno de 1960-61 y que resultó en que los peloteros cubanos
ya bajo contrato con equipos de grandes ligas no regresaran a la isla, tras las
deserciones ocurridas durante el Campeonato Mundial celebrado en Costa Rica en
1961 y el inicio de la primera serie nacional patrocinada por el INDER en 1962,
no hubo deserciones de peloteros cubanos por casi veinte años. La única
excepción fue la del excelente lanzador Manuel “Amorós” Hernández, quien se
lanzó al mar en una balsa en 1962, llegó a Cayo Maratón en la Florida y el Miami News reportó que iba a ser
contratado por los Indios de Cleveland, pero del cual nunca más se ha sabido
nada, lo cual quizá disuadió a muchos de seguir su hoja de ruta.
No fue hasta 1980, cuando por el éxodo del Mariel
llegaron Roberto “Bombón” Salazar, jardinero central de excelentes habilidades
defensivas y que murió en el 2007, Eduardo Cajuso, torpedero habanero y Bárbaro
Garbey, un jugador capaz de cubrir diversas posiciones y un excelente bateador
que formó parte de los Tigres de Detroit que ganaron la Serie Mundial de 1984,
pero que después, por razones extrabeisboleras, se desapareció rápido (regresó
sin éxito en 1988 con los Texas Rangers), que comenzaron a llegar de nuevo los
cubanos.
El éxodo se detuvo por un tiempo y la deserción del lanzador René
Arocha en 1991, quien fuera inmediatamente contratado por los Cardenales de St.
Louis, reinició el flujo de defecciones que ya ha resultado indetenible y que
ha involucrado a un gran número de los más destacados peloteros de las ligas
cubanas, algunos han tenido gran éxito y otros han sido un total desastre, no
hay una fórmula para traducir el éxito allá en éxito acá.
Fue en ese año 1968 que trajo el mayo parisino y la “Primavera
de Praga”, una fecha que estremeció la cultura occidental, que seis cubanos
fueron elegidos al juego de las estrellas de las grandes ligas. Es la mayor
cantidad de cubanos que jamás ha participado en dicho evento. El grupo estuvo
conformado por Luis Tiant Jr., lanzador estrella de los Medias Rojas de Boston;
Tony Oliva, uno de los mejores bateadores que ha pasado por el béisbol, que
jugaba de los Mellizos de Minnesota; Joaquín “Joe” Azcué, receptor de los
Indios de Cleveland, un jugador de sólida defensiva y excelente brazo, apodado “El
Inmortal”; Dagoberto “Bert” Campaneris, torpedero de defensiva espectacular y
uno de los peloteros más rápidos que han pasado por las mayores, quien por años
ostentó records de bases robadas y que jugaba entonces en los Atléticos de Oakland;
Leo Cárdenas, torpedero de los Rojos de Cincinnati, buen guante y buen bate y
su compañero de equipo Tony Pérez, el único cubano que ha sido elegido al Salón
de la Fama de Cooperstown por el tradicional voto de la Asociación de
Escritores de Béisbol y por su carrera en las grandes ligas.
Todos llegaron al exilio en condiciones difíciles, en
momentos en los cuales los salarios no eran tan altos como los millonarios de
hoy, sin el apoyo de una comunidad cubana ya establecida ni de los grandes
medios de prensa hispanos que hoy existen en los Estados Unidos, cuando la
segregación racial los obligaba, durante su estancia en la ligas menores, a no
poder compartir un almuerzo en el mismo restaurante que sus colegas, que
incluso otros cubanos. Sin embargo, calladamente, llamaron la atención de los
aficionados de todo este país con su desempeño en el terreno, pero de quienes
en su país no se hablaba entonces, ni se habló por años, condenados al más
cruel ostracismo por un gobierno caprichoso.
No he visto hasta ahora ningún eco en la blogosfera
cubana ni en El Nuevo Herald acerca
de esta suerte de hazaña. Sería injusto que sufrieran ahora el olvido de
quienes quizá no tuvieron la oportunidad de verlos jugar, pero que ahora se
pueden informar libremente y concederles su lugar distinguido en la historia
del deporte cubano.
Debo recordar también que en el Salón de la Fama de
Cooperstwon hay solamente diez latinos, cuatro de los cuales son cubanos (los
otros son los puertorriqueños, Roberto Alomar, Orlando Cepeda y Roberto Clemente, el dominicano
Juan Marichal, el venezolano Lus Aparicio y el panameño Rod Carew). Aparte de
Tony Pérez, los otros tres cubanos instalados en el salón de los inmortales del
béisbol lo fueron Martín Dihigo (1906-71), Cristóbal Torriente (1893-1938) y
José de la Caridad Méndez (1887-1928), quienes fueron elegidos por su participación
en las ligas negras, ya que debido al racismo de entonces no se les permitía
jugar en las mayores. Dihigo fue elegido en 1977 y Torriente y Méndez ambos en
el 2006. Ellos también son casi un secreto en Cuba. Todos nombres que apenas se
susurran.
Ojalá que la cosecha de hoy siga el desarrollo de
aquellos y puedan homenajear su legado,
así como entender y el largo y tortuoso sendero que les toco vadear para llegar
a los más altos niveles del béisbol.
Roberto Madrigal
Muy buen artículo, Madrigal. Te faltó mencionar entre los latinos en el salón de la fama al boricua Roberto Alomar, el último que fue seleccionado.
ReplyDeleteGracias Joaquin, fue una pifia que con tu comentario queda solucionada. No conte los de el ]ultimo grupo.
DeleteTambien pudieramos anadir a la lista el mejicano Teodoro Williams y el puertorriqueno Reginaldo Martinez Jackson.
ReplyDeletePero esos son nacidos en USA de origen hispano. Yo me refiero a los nacidos fuera de USA
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