Sunday, June 1, 2014

Un asunto de posicionamiento


En 1984 publiqué un artículo en The Cincinnati Enquirer en el cual expresaba mi opinión de que el embargo (¿bloqueo?) me parecía una medida política que había demostrado ser completamente inútil y que tras casi un cuarto de siglo (entonces) no había logrado ninguno de sus objetivos. El pueblo cubano seguía hambriento y aislado y los gobernantes y sus secuaces continuaban dándose la gran vida mientras abusaban de su poder absoluto con absoluta impunidad.

Recibí varias llamadas, mayormente de académicos interesados en invitarme a almorzar para discutir el tema, pero entre ellas estaba la de un reverendo de una iglesia episcopal que se encargaba de dirigir misiones humanitarias para llevar comida y medicinas al pueblo cubano y que se mostraba sorprendido de que un cubano exilado se opusiera al bloqueo (así lo llamó).
 
El buen pastor me invitó a que me presentara ante sus feligreses para que les expusiera mis ideas en un conversatorio. Acepté la invitación con gusto pero le advertí que antes de lanzarse a esa aventura estuviera claro que yo no pensaba que el levantamiento del bloqueo iba a beneficiar al pueblo cubano. Estos seguirían en las mismas, lo único que se demostraría era que la medida le había servido como excusa al castrismo para justificar su inhabilidad administrativa, su nivel de corrupción y para mantener al pueblo aterrorizado en un alerta permanente contra el enemigo que los ahogaba.  Añadí que Castro sería el primero en oponerse al levantamiento de la medida. Nunca más recibí noticias del pastor ni se me invitó a conversar con sus fieles.

Solamente llevaba cuatro años en Estados Unidos. Mi opinión sobre el embargo se había forjado en base a ese engañoso prisma que distorsiona la realidad y que se conoce como experiencia personal. En 1964, para aliviar la situación del transporte, ya que las guaguas pre-castristas se iban deteriorando y por la falta de piezas de repuesto (debido al bloqueo) muchas no funcionaban, comenzaron a llegar a Cuba unas guaguas de marca Karocsa, de fabricación checa, que amenazaron con borrar de la faz de la tierra a la población habanera.  Fueron mucho más dañinas que la Crisis de Octubre.

Las Karocsas tenían un grave defecto en los frenos y los accidentes con muertos sucedían a diario. Yo mismo fui víctima de uno de ellos cuando la Karocsa repleta en que viajaba rumbo a la secundaria, al llegar a su última parada antes del puente de Almendares (justo en la esquina de la que fuera la casa del exministro de Educación del gobierno de Grau, José Manuel Alemán, ladrón como hubo pocos), perdió los frenos y el chofer tuvo que maniobrar, para evitar ser lanzado al río, y girar el vehículo de manera tal que se estrellara contra un semáforo. Lo logró y con ello me apachurró a mí, que me encontraba justamente en el punto de colisión. Todavía tengo una cicatriz en el muslo derecho que me recuerda el suceso.

La otra amenaza al pueblo cubano, casi peor que la seguridad el estado, fueron las llamadas “Violeteras”, antiguas empleadas domésticas que por un plan del gobierno y en un curso acelerado (casi tan acelerado como la velocidad a la que manejaban), se convirtieron en taxistas. Manejaban unos taxis colectivos llamados las “polaquitas” por el origen nacional de los automóviles, que tenían un promedio de tres accidentes y diez muertos diarios. Tan grave fue la cosa que el plan se suspendió a los tres meses de empezado.

El problema del transporte fue malamente resuelto (y aquí comienza a forjarse mi opinión sobre el bloqueo), no gracias a los amigos soviéticos ni de los otros países amigos, sino por el arribo de los vehículos procedentes del imperialismo inglés y del español, nefastos enemigos. El parche lo pusieron las guaguas Leyland y Pegaso, para nosotros entonces mensajeras de la modernidad automotriz.

Me di cuenta entonces de que el bloqueo era ineficaz porque básicamente era el bloqueo de un solo país, el resto del mundo seguía comerciando con Castro a pesar de que no pagaba sus deudas.  Más adelante, ya en los setenta, otra solución parcial e insuficiente al problema del transporte, fue la compra de Toyotas, Fords, Dodges y Chevys, fabricados en Argentina para convertirlos en taxis. O sea, subsidiarias de las grandes de Detroit, volvían a infiltrarse allá.

Por supuesto, las cosas han cambiado mucho desde entonces. Cuando aquello, a un amigo que le encontraron un billete de cinco dólares en el bolsillo le echaron cinco años de cárcel por traficar ilegalmente con divisas. Hoy en día el dólar circula libremente por la isla.

Otro de los efectos del bloqueo (¿embargo?) era el aislamiento del pueblo de su vecino natural, aunque con solo encender un radio soviético entraban decenas de emisoras americanas con mejor sonido y mejor música que las del país (anteriormente, en los sesenta y principios de los setenta, el DJ Clyde Clifford, desde Little Rock, Arkansas,  a través de la emisora de AM, KAAY, había involuntariamente penetrado las ondas radiales cubanas para delicia de los roqueros cubanos, que no se perdían una trasmisión de su Beaker Street). Eso se fue borrando desde que en 1979 comenzaron las visitas de “la comunidad”, el vuelo en reverso de los gusanos convertidos en mariposas, con las alas llenas de regalos. Esas mismas mariposas, con el tiempo, se convirtieron en una de las mayores fuentes de ingreso del gobierno cubano, con sus remesas ya billonarias, con lo que han desbaratado en gran parte el efecto económico del embargo, aunque han convertido al país en una economía parásita.

Con la llegada de internet y el incremento de los viajes de los cubanos al exterior, el aislamiento se ha seguido rompiendo a pesar de la persistencia del embargo. Por muy limitado que sea el acceso del pueblo al mundo virtual, es un avance incomparable en comparación con lo que había antes y muchas personas pueden contactarse a diario cuando años atrás las caras no llegaban o demoraban semanas en llegar. El hecho de que la telefonía ha quedado en manos de España y se ha hecho más efectiva, llamar a Cuba hoy no es un problema (bueno, sí lo es de dinero) como lo era por ejemplo en los ochenta. Los viajes le han quitado la exclusividad a los dirigentes, que eran los únicos que salían entonces.

En medio de todo esto, los hermanos Castro han continuado en el poder haciendo de las suyas. Ahora con una nueva retórica y una serie de cambios planificados para asegurar su supervivencia y ayudar a sus fieles a postergarse en el poder en lo que sería un postcomunismo. Quieren asegurar su lugar a la hora de una apertura (quizá muy limitada) definitiva, cuando la biología termine su trabajo. El embargo nunca ha afectado a los poderosos.

Cada vez hay menos razones para justificar la existencia del embargo (¿bloqueo?). La pregunta sería ¿por qué ahora? O por quién hablan esos signatarios de la carta a Obama y otros grupos. Hablan por ellos mismos. Ante el inevitable curso de la historia y su erosión lenta pero permanente del sistema castrista, todos estos personajes tratan de posicionarse para cuando la isla se abra al comercio con el exterior. Todos saben bien que resolver el asunto de la derogación del embargo conlleva solucionar muchos problemas legales, ya que puede haber demandas millonarias por indemnización por ambos lados, lo cual toma tiempo. Pero también saben que en algún momento el embargo se levantará, quizá cuando los Castro hayan muerto y otro rostro ocupe su lugar y trate de defender sus intereses.

Pero es cierto que si la medida lleva más de medio siglo en pie y el pueblo americano ni se ha enterado de ello, porque nada ha perdido (al contrario, incluso ahora los tabacos hasta tienen el añadido sabor del humo prohibido) y los figurones políticos y artísticos americanos que visitan la isla se disfrazan de audaces, a pesar de su inefectividad, por qué hacer concesiones sin pedir nada a cambio. Porque aunque ya el gobierno cubano es una entidad decrépita que no representa ni la mitad de la amenaza terrorista que fue hace treinta años, ha perdido una gran parte del apoyo de la izquierda internacional, ha tenido que cambiar su discurso de expansión (aunque sigue apoyando títeres latinoamericanos), el asunto de los derechos humanos se mantiene casi sin cambio alguno. En el poder continúan los responsables de la matanza del remolcador 13 de Marzo, de la Primavera Negra y de un largo etcétera que llenaría varios volúmenes. No sería justo eliminar el embargo a cambio de total impunidad.

Muchos hablan a nombre del pueblo cubano. Lo cierto es que el pueblo cubano, que es el que más sufre esta situación, no tiene voz ni voto en el asunto y no se sabe su opinión. Yo sé lo que opinan mis amigos y lo que opinan periodistas, blogueros, intelectuales honestos (casi todos del lado de acá) y algunos aspirantes a políticos, pero lo que el pueblo cubano piensa es imposible de saber. No se pueden hacer verdaderas encuestas de opinión en la isla que estén libres del control estatal. No existen vehículos institucionales a través de los cuales el pueblo exprese libremente su punto de vista respecto al embargo. Todo el que diga que sabe lo que el pueblo piensa es un hipócrita, un mentiroso o un idiota.

El ya polvoriento embargo se derogará cuando le convenga a los poderes respectivos. Cuando su derogación implique pocas repercusiones legales y económicas y aporte ventajas significativas. Mientras tanto, toda la palabrería, las reuniones  y las declaraciones, no son más que gestos e intentos de ubicarse estratégicamente, de adquirir una relevancia política, económica y cultural  con respecto al futuro del país. Ese día que, como dice Nicanor Parra en su poema Ultimo Brindis, “…no llega nunca/Pero que es lo único/De lo que realmente disponemos”.

 

Roberto Madrigal

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