En 1984 publiqué un artículo en The Cincinnati Enquirer en el cual expresaba mi opinión de que el
embargo (¿bloqueo?) me parecía una medida política que había demostrado ser
completamente inútil y que tras casi un cuarto de siglo (entonces) no había
logrado ninguno de sus objetivos. El pueblo cubano seguía hambriento y aislado
y los gobernantes y sus secuaces continuaban dándose la gran vida mientras
abusaban de su poder absoluto con absoluta impunidad.
Recibí varias llamadas, mayormente de académicos
interesados en invitarme a almorzar para discutir el tema, pero entre ellas estaba
la de un reverendo de una iglesia episcopal que se encargaba de dirigir
misiones humanitarias para llevar comida y medicinas al pueblo cubano y que se
mostraba sorprendido de que un cubano exilado se opusiera al bloqueo (así lo
llamó).
El buen pastor me invitó a que me presentara ante sus feligreses para que les
expusiera mis ideas en un conversatorio. Acepté la invitación con gusto pero le
advertí que antes de lanzarse a esa aventura estuviera claro que yo no pensaba
que el levantamiento del bloqueo iba a beneficiar al pueblo cubano. Estos
seguirían en las mismas, lo único que se demostraría era que la medida le había
servido como excusa al castrismo para justificar su inhabilidad administrativa,
su nivel de corrupción y para mantener al pueblo aterrorizado en un alerta
permanente contra el enemigo que los ahogaba.
Añadí que Castro sería el primero en oponerse al levantamiento de la
medida. Nunca más recibí noticias del pastor ni se me invitó a conversar con sus
fieles.
Solamente llevaba cuatro años en Estados Unidos. Mi
opinión sobre el embargo se había forjado en base a ese engañoso prisma que
distorsiona la realidad y que se conoce como experiencia personal. En 1964,
para aliviar la situación del transporte, ya que las guaguas pre-castristas se
iban deteriorando y por la falta de piezas de repuesto (debido al bloqueo)
muchas no funcionaban, comenzaron a llegar a Cuba unas guaguas de marca Karocsa,
de fabricación checa, que amenazaron con borrar de la faz de la tierra a la
población habanera. Fueron mucho más
dañinas que la Crisis de Octubre.
Las Karocsas tenían un grave defecto en los frenos y los
accidentes con muertos sucedían a diario. Yo mismo fui víctima de uno de ellos
cuando la Karocsa repleta en que viajaba rumbo a la secundaria, al llegar a su
última parada antes del puente de Almendares (justo en la esquina de la que
fuera la casa del exministro de Educación del gobierno de Grau, José Manuel
Alemán, ladrón como hubo pocos), perdió los frenos y el chofer tuvo que
maniobrar, para evitar ser lanzado al río, y girar el vehículo de manera tal
que se estrellara contra un semáforo. Lo logró y con ello me apachurró a mí,
que me encontraba justamente en el punto de colisión. Todavía tengo una
cicatriz en el muslo derecho que me recuerda el suceso.
La otra amenaza al pueblo cubano, casi peor que la
seguridad el estado, fueron las llamadas “Violeteras”, antiguas empleadas
domésticas que por un plan del gobierno y en un curso acelerado (casi tan
acelerado como la velocidad a la que manejaban), se convirtieron en taxistas.
Manejaban unos taxis colectivos llamados las “polaquitas” por el origen
nacional de los automóviles, que tenían un promedio de tres accidentes y diez
muertos diarios. Tan grave fue la cosa que el plan se suspendió a los tres
meses de empezado.
El problema del transporte fue malamente resuelto (y aquí
comienza a forjarse mi opinión sobre el bloqueo), no gracias a los amigos
soviéticos ni de los otros países amigos, sino por el arribo de los vehículos
procedentes del imperialismo inglés y del español, nefastos enemigos. El parche
lo pusieron las guaguas Leyland y Pegaso, para nosotros entonces mensajeras de
la modernidad automotriz.
Me di cuenta entonces de que el bloqueo era ineficaz
porque básicamente era el bloqueo de un solo país, el resto del mundo seguía
comerciando con Castro a pesar de que no pagaba sus deudas. Más adelante, ya en los setenta, otra
solución parcial e insuficiente al problema del transporte, fue la compra de
Toyotas, Fords, Dodges y Chevys, fabricados en Argentina para convertirlos en taxis. O sea, subsidiarias
de las grandes de Detroit, volvían a infiltrarse allá.
Por supuesto, las cosas han cambiado mucho desde
entonces. Cuando aquello, a un amigo que le encontraron un billete de cinco
dólares en el bolsillo le echaron cinco años de cárcel por traficar ilegalmente
con divisas. Hoy en día el dólar circula libremente por la isla.
Otro de los efectos del bloqueo (¿embargo?) era el
aislamiento del pueblo de su vecino natural, aunque con solo encender un radio
soviético entraban decenas de emisoras americanas con mejor sonido y mejor música
que las del país (anteriormente, en los sesenta y principios de los setenta, el DJ
Clyde Clifford, desde Little Rock, Arkansas,
a través de la emisora de AM, KAAY, había involuntariamente penetrado
las ondas radiales cubanas para delicia de los roqueros cubanos, que no se
perdían una trasmisión de su Beaker Street). Eso se fue borrando desde que en
1979 comenzaron las visitas de “la comunidad”, el vuelo en reverso de los
gusanos convertidos en mariposas, con las alas llenas de regalos. Esas mismas
mariposas, con el tiempo, se convirtieron en una de las mayores fuentes de
ingreso del gobierno cubano, con sus remesas ya billonarias, con lo que han
desbaratado en gran parte el efecto económico del embargo, aunque han
convertido al país en una economía parásita.
Con la llegada de internet y el incremento de los viajes
de los cubanos al exterior, el aislamiento se ha seguido rompiendo a pesar de
la persistencia del embargo. Por muy limitado que sea el acceso del pueblo al
mundo virtual, es un avance incomparable en comparación con lo que había antes
y muchas personas pueden contactarse a diario cuando años atrás las caras no
llegaban o demoraban semanas en llegar. El hecho de que la telefonía ha quedado
en manos de España y se ha hecho más efectiva, llamar a Cuba hoy no es un
problema (bueno, sí lo es de dinero) como lo era por ejemplo en los ochenta.
Los viajes le han quitado la exclusividad a los dirigentes, que eran los únicos
que salían entonces.
En medio de todo esto, los hermanos Castro han continuado
en el poder haciendo de las suyas. Ahora con una nueva retórica y una serie de
cambios planificados para asegurar su supervivencia y ayudar a sus fieles a
postergarse en el poder en lo que sería un postcomunismo. Quieren asegurar su
lugar a la hora de una apertura (quizá muy limitada) definitiva, cuando la
biología termine su trabajo. El embargo nunca ha afectado a los poderosos.
Cada vez hay menos razones para justificar la existencia
del embargo (¿bloqueo?). La pregunta sería ¿por qué ahora? O por quién hablan esos
signatarios de la carta a Obama y otros grupos. Hablan por ellos mismos. Ante
el inevitable curso de la historia y su erosión lenta pero permanente del
sistema castrista, todos estos personajes tratan de posicionarse para cuando la
isla se abra al comercio con el exterior. Todos saben bien que resolver el
asunto de la derogación del embargo conlleva solucionar muchos problemas
legales, ya que puede haber demandas millonarias por indemnización por ambos
lados, lo cual toma tiempo. Pero también saben que en algún momento el embargo
se levantará, quizá cuando los Castro hayan muerto y otro rostro ocupe su lugar
y trate de defender sus intereses.
Pero es cierto que si la medida lleva más de medio siglo
en pie y el pueblo americano ni se ha enterado de ello, porque nada ha perdido
(al contrario, incluso ahora los tabacos hasta tienen el añadido sabor del humo
prohibido) y los figurones políticos y artísticos americanos que visitan la
isla se disfrazan de audaces, a pesar de su inefectividad, por qué hacer concesiones
sin pedir nada a cambio. Porque aunque ya el gobierno cubano es una entidad
decrépita que no representa ni la mitad de la amenaza terrorista que fue hace
treinta años, ha perdido una gran parte del apoyo de la izquierda
internacional, ha tenido que cambiar su discurso de expansión (aunque sigue
apoyando títeres latinoamericanos), el asunto de los derechos humanos se
mantiene casi sin cambio alguno. En el poder continúan los responsables de la
matanza del remolcador 13 de Marzo, de la Primavera Negra y de un largo
etcétera que llenaría varios volúmenes. No sería justo eliminar el embargo a
cambio de total impunidad.
Muchos hablan a nombre del pueblo cubano. Lo cierto es
que el pueblo cubano, que es el que más sufre esta situación, no tiene voz ni
voto en el asunto y no se sabe su opinión. Yo sé lo que opinan mis amigos y lo
que opinan periodistas, blogueros, intelectuales honestos (casi todos del lado
de acá) y algunos aspirantes a políticos, pero lo que el pueblo cubano piensa
es imposible de saber. No se pueden hacer verdaderas encuestas de opinión en la
isla que estén libres del control estatal. No existen vehículos institucionales
a través de los cuales el pueblo exprese libremente su punto de vista respecto
al embargo. Todo el que diga que sabe lo que el pueblo piensa es un hipócrita,
un mentiroso o un idiota.
El ya polvoriento embargo se derogará cuando le convenga
a los poderes respectivos. Cuando su derogación implique pocas repercusiones
legales y económicas y aporte ventajas significativas. Mientras tanto, toda la
palabrería, las reuniones y las
declaraciones, no son más que gestos e intentos de ubicarse estratégicamente,
de adquirir una relevancia política, económica y cultural con respecto al futuro del país. Ese día que,
como dice Nicanor Parra en su poema Ultimo
Brindis, “…no llega nunca/Pero que es lo único/De lo que realmente
disponemos”.
Roberto Madrigal