El lunes 29 de abril publiqué en este blog, bajo el
título de Rescates culturales, un
artículo de Rogelio Fabio Hurtado que a su vez respondía a uno publicado en el
número 78 de 2013 de la revista Unión, firmado por Carlos Velazco en el cual se
“rescataba” la figura del fallecido escritor cubano Esteban Luis Cárdenas. En
ese momento no tenía en mis manos el trabajo de Velazco, pero después de
haberlo leído quiero añadir algunas cosas a lo dicho por Hurtado.
Carlos Velazco es el autor, junto con Elizabeth Mirabal,
de Sobre los pasos del cronista, un
libro interesante sobre la obra periodística de Guillermo Cabrera Infante hasta
más o menos 1966. El libro reúne una gran cantidad de información que andaba
dispersa anteriormente y tiene unas cuantas entrevistas que aportan datos
nuevos sobre la figura de Cabrera Infante. Es un valioso documento, con sus
altas y sus bajas, con graves errores metodológicos con respecto a las fuentes
de información y con algunas medias verdades insertadas, quizás para no
buscarse muchos problemas con las autoridades, ya que aborda un tópico muy combustible.
También tiene un trabajo sobre René Jordán, por lo que
parece ser el arqueólogo cultural de moda, permitido por los burócratas del
ministerio de Cultura. A pesar de su corta edad, nació en 1985, es el jefe de
redacción de la revista Unión, que es el órgano oficial de la Unión de
Escritores y Artistas de Cuba, lo cual lo convierte a su vez, en un burócrata
de la cultura.
Su artículo sobre el escritor Esteban Luis Cárdenas
(Ciego de Avila 1944- Miami 2010) adolece de muchos de los defectos que se
detectaron en su trabajo sobre Cabrera Infante, solamente que aquí las medias
verdades son demasiadas, hay mucho descuido respecto a la cronología de varios
hechos y no cita las fuentes de las cuales obtiene los datos, además no se
ocupó de buscar información de personas y publicaciones que estaban a su
disposición y que hubieran dado mejor luz al tema.
Quiero añadir algunas cosas a lo expuesto por Hurtado en
su trabajo. Cuando Velazco habla de que
en Cuba Cárdenas fue solamente leído por sus amigos, no fue publicado y sufrió
las consecuencias de su propia honestidad, parece que Cárdenas operaba en un
vacío, o quizás en Suecia. No se mencionan para nada las fuerzas que lo
reprimieron y lo marginaron, las que lo fueron llevando al silencio y a la
imperiosa necesidad del exilio. Es como si Cárdenas, solamente por ser
Cárdenas, se hubiera puesto contra la pared.
Luego habla de su “solicitud” de asilo político en la
embajada argentina que finalmente lo condujo a la cárcel y dice que a Cárdenas “lo
dominaba una obsesión: irse”. Es obvio que Velazco no entiende nada del entorno
bajo el cual se desarrolló mi generación. La obsesión de irnos se nos impuso
por un sistema que no admitía voces diferentes, de unos guardianes celosos que
vigilaban la menor expresión de individualidad o de falta de conformidad, para
eliminarla. Incluso al mencionar que trató de vender algunas pertenencias para
dejar algún dinero a la madre de su hija Addis Annia, sugiere que quizás “haya
pensado en salir con una modesta suma del país”. Parece desconocer que el
dinero cubano no valía nada en aquel momento y que nadie que buscara asilo en
una embajada o tratara de irse clandestinamente pensaba en llevar dinero
consigo. Es más, nuestra generación fue indiferente al dinero.
Cuando entra en el tema de la vida de Cárdenas en el
exilio insiste en que “padeció la pobreza, pero el término más preciso para él
sería ‘miseria’…” y habla de sus dos accidentes, situando uno a principios de
la década de los ochenta. Aquí, al obviar la cronología precisa, escamotea la
realidad y las causas que llevaron a Cárdenas a esa miseria. Este había salido
de Cuba en enero de 1980, y su primer accidente ocurrió cuando aun no llevaba
un mes en los Estados Unidos. Iba de pasajero, dormido en un auto cuando un
vehículo se les vino encima. Cárdenas sufrió graves lesiones y quedó
completamente inhabilitado. Tuvo que pasar por múltiples operaciones y largas
estadías en el hospital. Cuando llegué a Estados Unidos en mayo de 1980 y me
encontré con él, no se cansaba de elogiar, sinceramente agradecido, la atención
médica que había recibido y como los médicos habían hecho por él mucho más de
lo que su deber requería. Eso fue lo que llevó a Cárdenas a la miseria
económica, el hecho de que el accidente lo incapacitó para ganarse la vida y
tuvo que vivir de la seguridad social apenas llegado aquí. Después tuvo otro
accidente, casi diez años más tarde que remató al anterior y lo hizo retrasar
en todo lo recuperado.
Cuando en 1982 comencé a editar la revista literaria Término, junto a Manuel Ballagas,
Esteban Luis Cárdenas fue parte del consejo editorial (el resto lo constituía
Ricardo Oteiza, Jorge Posada y Orlando Alomá, el diseñador fue Reglo Guerrero).
En el primer número publicó un trabajo titulado Operación profilaxis, sobre un comando de la seguridad del estado
dirigido a reprimir a la juventud cubana. En el tercer número publicó dos
poemas, uno de ellos titulado Mi mujer
más negra que un hechizo dedicado a Ana María Paredes. Velazco no parece
tener noticia de esto, no se ocupó en buscar la publicación, que se supone está
disponible en la Biblioteca Nacional José Martí y en la de la Casa de las
Américas.
Después cita una reunión entre Cárdenas, Reinaldo Arenas
y Carlos Victoria, en la cual se supone que estos últimos conspiraron para
ocultarle a Cárdenas el padecimiento de Arenas. No solamente como está narrada
no resulta creíble, sino que tampoco cita de dónde obtuvo la información.
Su juego constante de la suerte de Cárdenas ligada a la
premonición del babalawo que visitó, una historia de muchas versiones, y la
relación del destino del escritor con el orisha Osain, la cual repite y
ensancha a medida que progresa el trabajo, parece insistir en presentar la
negritud de Cárdenas, lo que se advierte desde el título del trabajo (Patakí).
Al parecer con esto quiere relacionar su miseria en el exilio con su raza y de
paso minimiza el alcance de su obra. Se equivoca Velazco porque Cárdenas es un
escritor sin raza ni geografía, que produjo una literatura trascendente.
Por otra parte sus amigos nunca lo abandonaron y Cárdenas
siempre estuvo consciente de ello. Su libro Cantos
del centinela, salió gracias al esfuerzo del escritor Carlos Díaz, que
dirigía la editorial La Torre de Papel y al de un grupo grande de amigos que
compramos por adelantado los ejemplares para hacer posible la financiación y
poder lanzar al poeta. Despúes, Ramón Alejandro como editor costeó la edición
de su siguiente libro. Pero Velazco no se ocupó de establecer contacto con los
amigos de Esteban Luis. Hay muchos en Cuba, entre ellos el propio Rogelio Fabio
Hurtado y en el exilio hay decenas que hubieran podido abundar en la obra y la
personalidad de Cárdenas.
Todavía no entiendo la razón por la cual se ha decidido
reivindicar a Cárdenas en la isla. Una razón, por supuesto, es porque está
muerto, ya no puede protestar, pero es obvio que es una reivindicación a
conveniencia, manipulando la información recogida a conveniencia, para exonerar
a los verdaderos culpables de que Esteban Luis nunca publicara ni fuera
conocido en Cuba. Si bien se agradece la intención de rescatar una figura que
nunca mereció el silencio que se le impuso, el hecho de reconstruirlo en base a
una información deliberadamente incompleta y con la cronología convenientemente
anacronizada, echa por tierra el esfuerzo y hay que decirle: Thanks, but no
thanks.
Roberto Madrigal
Para leer el artículo de Rogelio Fabio Hurtado pinche: http://www.rmadrigaldil.blogspot.com/2013/04/rescates-culturales.html
Para leer el trabajo de Carlos Velazco pinche: http://archdil1.blogspot.com/2013/05/esteban-luis-cardenas-pataki.html