Esta semana deben estar recibiendo sus pasaportes los
primeros cubanos que los solicitaron una vez entrada en vigor la “nueva
política migratoria” del gobierno cubano. Ya se comenzarán a conocer las
verdaderas posibilidades al saberse de los pasaportes expedidos y de los
negados. Ya veremos los nuevos criterios de selectividad.
Aunque se ha eliminado un paso, el de la tarjeta blanca,
quienes deciden a quien se le expide o no un pasaporte siguen siendo los
mismos. En realidad, hace muchos años que solo un exclusivo grupo de opositores
y algunos profesionales son víctimas de las restricciones de salida del país. A
la mayoría de los solicitantes el trámite se les corría sin muchas
dificultades. Pero, ya por costumbre, nadie estaba seguro hasta tener el papel
en las manos, todos temían que se les negara la dichosa tarjeta. Con los nuevos
lineamientos se ha eliminado un eslabón en la cadena del miedo.
Es cierto que ha habido otros cambios, relativamente
favorables, como extender el tiempo permitido de estancia en el exterior
(aunque que yo sepa, en ningún país del mundo existe un límite de tiempo para
que los ciudadanos permanezcan fuera del país sin perder sus derechos, ni en
Irán) y el no tener que presentar ningún documento de excusa para solicitar el
permiso. Eso entre otros cambios mayormente cosméticos y con el ojo en el
ingreso de moneda extranjera. Se ha ensanchado el ojo de la aguja, pero aún se
requiere pasar por la aguja.
Muy pocos gobiernos han manipulado la emigración de una
manera tan grotesca, como válvula de escape, como instrumento de represión o
como arma de agitación popular como lo ha hecho el cubano. Desde las
arbitrarias separaciones familiares de los primeros años, pasando por
Camarioca, el forzar a quienes solicitaban la salida a pasar al menos dos años
en la agricultura, el final de los vuelos de la libertad, la caprichosa
violación del derecho de asilo, las expulsiones de los centros de trabajo a
quienes presentaban para irse, el período en el cual no se le permitía salir a
nadie entre el final de los “vuelos de la libertad” y la liberación de los
presos políticos, el asilo masivo en la embajada de Perú y el subsecuente
marielazo, el maleconazo de 1994 y los asesinatos a quienes intentaban irse de
manera clandestina o secuestrando embarcaciones, hasta las condiciones de
rehenes que por años se le impusieron a los familiares de atletas,
profesionales y de algunos que salían en misiones técnicas oficiales,
finalizando con las repercusiones que sufrían todos los parientes de alguien
que desertaba, la política migratoria cubana se ha movido entre diversos
matices de terror. Eso para no hablar de la política inmigratoria.
En los últimos quince años han aflojado la mano, ya que
han visto los beneficios económicos del flujo emigración-inmigración, dada la
necesidad material tras la caída del bloque socialista y la desideologización
de gran parte de la población, así como la pérdida de la narrativa de quienes
detentan el poder. También hay que considerar el descalabro de la economía
mundial en el último lustro y el tenebroso terrorismo internacional, lo que
hace que muchos países se vean obligados a restringir la entrada de inmigrantes
a sus países y a velar con más celo quiénes son sus visitantes.
Ahora, con sus flamantes pasaportes, los cubanos
enfrentarán la tarea de solicitar visado para salir como turistas. Por seis
décadas los cubanos han sido uno de los pocos pueblos del mundo (me atrevería a
decir que el único), cuyos habitantes no pueden ganar con su trabajo una moneda
con valor de cambio en el mercado internacional. Sin trucos, marañas ni ayuda
de familiares en el extranjero, casi nadie puede ahorrar dinero convertible para
pagarse un viaje. Sabedores de ello, los gobernantes le pasan la papa caliente
a los gobiernos extranjeros.
Hace muchos años, cuando salí con salvoconducto y
pasaporte de la embajada de Perú, bajo la promesa del gobierno cubano de que si
conseguía un visado de cualquier país podía irme, en las cuatro semanas que
mediaron entre ese día y mi salida por el Mariel, tras hacer mil malabares para
evadir a las turbas que diariamente rodeaban mi apartamento y lo llenaban de
huevos y tomates podridos mientras vociferaban insultos y amenazas, me tomé el
trabajo de recorrer cuanta embajada pude en La Habana. Fui a la de la entonces
República Federal Alemana, las de Austria, Canadá y Suecia. Todas me negaban la
visa a pesar de que yo tenía forma de asegurarles que solamente sería una visa
de tránsito y que tenía familiares en el extranjero que tenían solvencia
económica y no dejarían que yo fuera una carga para sus gobiernos. Llegué al
punto de que ya harto de su actitud le pregunté al embajador austríaco si había
algunos acuerdos culturales o económicos con Cuba tan importantes y tan
frágiles como para que se me negara un visado de tránsito. No me respondió,
solo hizo una mueca cercana a una sonrisa conmiserativa. Solamente los ingleses
escucharon mi caso y me prometieron visa, requiriendo una segunda visita que
nunca hice, porque en eso la policía me vino a buscar para que me fuera por el
Mariel.
Claro que las cosas han cambiado mucho desde entonces en
todas partes y muchos países han liberalizado su concesión de visados a
cubanos, pero ya vemos como tras la medida del gobierno cubano, muchos países,
como Ecuador que antes no exigía visado a los cubanos, han cambiado sus
requisitos. Ahora los cubanos que enarbolan sus pasaportes en solicitud de visado
se encontrarán múltiples negativas o vaselinas para demorar o no concedérseles
el visado. No creo que la situación respecto a los Estados Unidos cambie mucho.
Otros países pondrán requisitos nuevos. A la larga, quienes tengan cartas de
invitaciones, o apoyo financiero de algún familiar o conocido, recibirán sus
visados. Al resto, es muy poco probable que se les conceda nada y que tengan
que deambular embajada tras embajada para lograr su sueño de salida que a la
larga puede devenir en pesadilla.
Pero hay esperanzas. Entre los pocos países que no exigen
visa a los cubanos, muchos de ellos zonas devastadas por la guerra reciente o
el hambre, como Botsuana, Kirguistán, Montenegro, Serbia, Haití y Mongolia, encontré
un alma casi gemela en el Océano Pacífico. Se trata de la isla de Niue, un
pequeño atolón coralino, a 2400 kilómetros al noreste de Nueva Zelandia, con
una población de 1400 habitantes, con un gobierno de monarquía constitucional
pero asociado en casi todos los aspectos a Nueva Zelandia, en donde vive el 15%
de su población, que envía remesas a sus familiares, lo cual constituye el 40%
de su economía. Pues resulta que Niue está, desde hace diez años asociada a un
importante proyecto científico con Nueva Zelandia para desarrollar el cultivo y
la exportación de… ¡la moringa! No hay dudas de que con sus antecedentes, los
cubanos pueden convertirse en un baluarte para la expansión económica y
demográfica del pequeño país.
Roberto Madrigal