Cuando en 1970 se estrenó en Cuba la película Z, coproducción franco-argelina dirigida
por Costa Gavras y ganadora de múltiples premios, entre ellos el Oscar a la
mejor película en lengua extranjera y la Palma de Oro del festival de Cannes,
el público del cine Yara se puso en pie y aplaudió furiosamente cuando en los
créditos finales aparecía la horripilante lista de prohibiciones de la
dictadura militar griega. La lista incluía a Bob Dylan, a los Beatles y a Allen
Ginsberg, entre otros. Yo recuerdo que me viré hacia mi amigo, el difunto poeta
y ajedrecista Benjamín Ferrera, que estaba en la butaca de al lado, y le dije: “Esta
película no dura mucho”. Cuatro días después, a pesar de que cada función se
exhibía a lleno completo, la película fue retirada de los cines sin ninguna
explicación. La censura de los generales griegos era más tolerante que la de
los comandantes cubanos. La lista era muy parecida, con algunas diferencias
ideológicas pero con el mismo objetivo, de la nunca publicada lista de la
censura cubana.
A lo largo de los años
Z se presentó esporádicamente en el marco de algunos ciclos de la
Cinemateca. El “quinquenio gris” estaba en todo su esplendor y los escritores y
artistas cubanos se mostraban agresivamente militantes, tratando de borrar la
mancha del pecado original que les atribuyó el Che. La inmensa mayoría defendía
los puestecitos que como miembros de la UNEAC se les asignaba para realizar
trabajos vinculados a asuntos culturales, devengar un salario sin necesidad de
producir una obra y tener la posibilidad de algún que otro viaje “al extranjero”.
A cambio solo se les pedía cooperación, silencio y un discurso incendiario e
intolerante con el enemigo, que podía ser cualquiera que no aceptara los
preceptos de la revolución. Los pocos que se negaban o disentían, quedaban
inmediatamente proscritos.
A principios de la década de los ochenta, cuando
comenzaron a publicarse las revistas literarias Linden Lane Magazine, Término
y Mariel, en las cuales aparecían los
escritos y dibujos de los escritores y artistas que por años fueron marginados
en Cuba, la UNEAC y el ministerio de Cultura lanzaron sus tropas de choque para
contrarrestar los escritos y declaraciones de estos autores. A través de sus
múltiples colaboradores, ocuparon los espacios de revistas como Plural, Latin American Literary Review y otras publicaciones literarias de
los Estados Unidos, Europa occidental y América Latina, para responder sin
mencionar nombres y atacar sin tener que mostrar pruebas. También consiguieron
presentarse en universidades de los Estados Unidos para entorpecer el ingreso
de algunos de estos escritores a puestos académicos. Tanto fue así que a
Heberto Padilla se le negó renovar su contrato en la universidad de Princeton,
a pesar de tener una carta de recomendación de Mario Vargas Llosa. Entre el
grupo que desbordaba su discurso militante en la arena internacional se destacaban
Pablo Armando Fernández, Jesús Díaz, Reynaldo González y Ambrosio Fornet. Todos
con un impecable resumé en defensa de la revolución. Díaz después rectificó,
reconoció públicamente sus errores y desarrolló una labor destacadísima como
exiliado, fundando la revista Encuentro.
Intentaron con su retórica, y tuvieron cierto éxito, extender la censura a otros
territorios.
Pasó la Perestroika, desapareció el bloque soviético y
llegó Abel Prieto al ministerio de Cultura, con su mano más abierta y con la
idea de liberalizar los viajes al extranjero para los escritores y artistas
cubanos. Las relaciones internacionales ya no eran las mismas y el discurso
comenzó a mutar y a utilizar un lenguaje en el cual predominaban la comprensión
y la comprehensión. Se enfatizó el concepto de la “dos orillas”, comenzó lo que
Arturo Cuenca llamó “el exilio de baja intensidad” y muchos artistas y
escritores que sufrían presiones en la isla lograron escapar ilesos. Los
representantes del gobierno cubano se convirtieron en “embajadores de la cultura
cubana”.
La situación económica en la isla dio un vuelco. Llegó la
dolarización. Se les permitió a (algunos) escritores, artistas y cineastas
lanzarse a buscar fuentes de subsidio al extranjero. Editoriales que les
publicaran, productores que financiaran sus obras, galeristas que los expusieran.
El gobierno cubano no tenia solvencia para continuar subvencionando la
producción artística. Por lo tanto, nuevos modelos de censura debían imponerse
y el discurso militante debía desarrollar nuevos conceptos. Desde entonces los
escritores y artistas cubanos que no regresan ya no se exilan, sino que se
alude a ellos como que “residen” en el extranjero, o “viven entre Madrid y La
Habana”. Desgraciadamente, ese discurso también ha sido ampliamente adoptado
por los exiliados.
El nuevo lenguaje está muy matizado por el concepto del “perdón”,
lo cual presenta a las víctimas como victimarios. Los de la isla presentan a
los del exilio como gente intolerante, incapaces de aceptar el ramo de olivo
que ellos traen, llenos de necesidad de venganza. Lo cierto es que desde que yo
estoy aquí (1980), no solo artistas y escritores, sino funcionarios y miembros
del aparato represivo se pasean impunes por las calles de Miami, Madrid, Nueva
York y Ciudad México. Muchos de sus descendientes residen ahora permanentemente
en las capitales del exilio y muchos antiguos agentes y miembros de la alta
nomenclatura capitalizan con su experiencia como represores. En realidad no hay
nada que perdonar. Lo que pasó ya pasó y no hay nada que nos devuelva esos
años. La venganza no resuelve nada. Hay que vivir y dejar vivir, pero el olvido
si sería imperdonable. Hay que tener las cosas claras para saber a quien uno se
enfrenta en una determinada situación. Recordar es al menos un intento de
evitar que la historia se repita.
Todo esto es, por supuesto, una simplificación de los
hechos. Todos estos años de luchas culturales no pueden resumirse en tres
cuartillas. Esto es solo un esbozo, en un blog, por definición, solo caben
apuntes. Pero las meditaciones anteriores se me ocurrieron a raíz de los
recientes sucesos acaecidos por la presentación en Miami de Daisy Granados, que
venía a interpretar un monólogo (Leyenda)
en el escenario de Hoy como ayer. Los
hechos se desarrollaron como una gran trifulca mediática entre el escritor Manuel
Ballagas, su esposa, la bailarina y actriz Juana Baró y la actriz Daisy Granados.
Ballagas colgó en su blog (www.Descansacuandotemueras.blogspot.com)
un articulo que ya había publicado meses atrás en el cual se narra un hecho, ocurrido
tras los acontecimientos de la embajada del Perú, en el cual Granados trató de
montar un mitin de repudio en una bodega en la cual Juana Baró realizaba
compras en medio del asedio. Granados niega la acusación y Ballagas y Baró la
sostienen.
Juana y Manuel son amigos míos desde hace muchos años. No
tengo por qué dudar la veracidad de sus acusaciones. Quien los conoce bien sabe
todo lo que pasaron en Cuba, que incluyó humillaciones, presiones y
encarcelamiento. Sus carreras fueron truncadas, en el caso de Manuel, antes de
que empezara, en el caso de Juana, cuando se encontraba en pleno desarrollo. Los que vivimos y sufrimos los mitines de
repudio que se realizaron después del asilo masivo en la embajada de Perú,
sabemos bien cuan bajo puede caer el ser humano. Yo vi los rostros individuales
del odio y la envidia. Todos tenemos derecho a nuestros rencores y
resentimientos, por cierto, el odio, el rencor, la envidia y el resentimiento
son sentimientos propios de los seres humanos que no compartimos con el resto
del reino animal.
El articulo de Ballagas fue reproducido en otros blogs y
aparentemente muchas personas comenzaron a llamar a Hoy como ayer protestando por la presentación de Daisy Granados
hasta el punto que su dueño decidió cancelar el evento. La lectura de los
intercambios y la aparición de Granados en la prensa y la televisión de Miami
hacían ver como que Ballagas había pedido su linchamiento y su censura.
Yo no estoy de acuerdo con un llamado a la venganza ni a
la intolerancia. Si Daisy Granados se presenta en Miami, que vaya a verla
libremente quien quiera. Se puede sentir odio y deseos de censura, pero no se
debe actuar en base a ellos. Personalmente Daisy Granados me parece una actriz
espantosa, cuyo mejor papel fue en Memorias
del subdesarrollo, porque la dirigió un director excelente y su rol no
exigía mucho. Después, por muchos años, la escuché leyendo los intertítulos de
las películas silentes que se exhibían en la Cinemateca, labor que alternaba
con Eslinda Núñez, y que desempeñaba muy mal. Pero entiendo que muchas personas
tengan una apreciación diferente a la mía.
Ahora bien, releyendo lo escrito por Ballagas, hay que
destacar que en ningún momento hizo un llamado a la censura ni al linchamiento.
Simplemente, al enterarse de que Granados venía a actuar en Miami, y aunque es
la primera vez que actúa no es la primera vez que visita la ciudad, colgó
nuevamente su artículo para recordarle a la gente quien era el personaje. Yo no
dudo que deseara que se le cancelara el show, hay que ser muy ingenuo para
pensar que lo puso por gusto, pero en realidad no incitó a nadie. En un sistema
democrático es muy difícil la censura, porque hay muchas opciones. Otro
empresario, el dueño de The Place
tomó la opción y Daisy Granados realizó su actuación hasta que yo sepa, sin
inconvenientes. Cada empresario tomó la decisión que le pareció más lucrativa.
Creo que el objetivo de Ballagas era un llamado a la
memoria, a luchar contra el olvido que nos hace pusilánimes. Es imposible
obviar que al cabo de cincuenta y tres años, sigue siendo la misma jerarquía la
que se atribuye el derecho a decidir quien entra y sale del país. No hay dudas
que con ello desató odios, resentimientos, viejas rencillas, vendettas
individuales. Pero como dije anteriormente, esos son sentimientos humanos, son
los únicos que tenemos para desafiar a Dios.
Roberto Madrigal