Sunday, June 3, 2012

Resurgencia del neoconductismo


Burrhus Frederic Skinner (1904-1990) y Albert Bandura (1925), son considerados dos de los cuatro psicólogos más importantes del siglo pasado, junto con Sigmund Freud y Jean Piaget. Mientras que hoy en día las teorías de Freud resultan más apropiadas para alimentar la imaginación artística que los tratados de psicología moderna y los trabajos de Piaget se limitan a resonar en los curriculos especializados de quienes estudian la psicología del desarrollo cognitivo, las ideas de Skinner y Bandura han trascendido a influenciar grandemente los programas institucionales de los sistemas educativos y de salud social.

Skinner desarrolló el concepto de “condicionamiento operante”, llamado por muchos Neoconductismo para diferenciarlo del conductismo tradicional de Watson y de Pávlov. De sus estudios concluyó que el hombre, al igual que los animales, tiende a repetir conductas por las cuales es recompensado. Sin quererlo, trazó una radiografía del conformismo social. A diferencia de Pávlov, entendió que había una entidad mediadora entre el estímulo y la respuesta, lo cual concede al ser humano la capacidad de influir sobre su ambiente y asi evitar ser completamente determinado por el mismo. Bandura empezó como neoconductista pero luego desarrolló la teoría del aprendizaje social, que puede simplificarse como un conductismo socialero en el cual el individuo aprende el comportamiento social imitando los modelos positivos que la sociedad le presenta. Nike, Gatorade, Lancome, Mao, Castro y los sistemas de educación modernos se han apropiado de estos conceptos y los han utilizado en sus campañas y programas para moldear la mentalidad de la gente, sean estos clientes, educandos o mansos ciudadanos.

En un reciente artículo para la revista mensual The Atlantic, aparecido en el número de junio de 2012, David Freedman ilustra las aplicaciones de las teorias de Skinner a los programas de dieta como los de Weight Watchers y demuestra como para que las técnicas de modificación de conducta resulten efectivas, el ser humano tiene que renunciar al libre albedrío, al menos en lo que a sus planes específicos se requiere.

En 1961, tras visitar la entonces llamada Leningrado, el escritor inglés Anthony Burgess, inspirado en el repudio al sistema social que allí había visto, escribió La naranja mecánica, con la cual intentaba también atacar las teorías conductistas de Skinner, muy en boga por aquel entonces. En esta excelente novela, un grupo de jóvenes anarquistas ultraviolentos son finalmente apresados y reeducados mediante el uso del condicionamiento conductista. De esta manera aprenden a comportarse como conformistas y el estado remunera su conducta. La obra de Burgess es una compleja crítica del totalitarismo pero cuando Stanley Kubrick la llevó al cine en 1971 la convirtió en una simple crítica a la violencia y la despojó de su idea original. La película hoy se ve muy envejecida, pero en su momento se consideró como un filme “importante”, en medio de las guerras del sudeste asiático y el libro de Burgess comenzó a ser conocido precisamente por lo que no era. Injustamente, la novela pasó a ser una moda pasajera de la época y de la épica hippie. Hoy se lee más como curiosidad que como la obra importante que fue y hasta cierta medida le ha robado atención a este excelente escritor, autor de una pequeña obra maestra, TheDevil’s Mode, basada en un imaginario encuentro entre Shakespeare y Cervantes.

En la escuela de Psicología en la cual me tocó estudiar, Skinner no se instruyó más allá de un par de horas, una en el curso introductorio de Psicología General y otra en el de Historia de la Psicología (Bandura empezó a desarrollar su trabajo en 1973 y yo terminé en 1974). Ninguno de sus libros o trabajos cientificos se encontraba a nuestra disposición. No supe hasta mucho después que en 1948 había publicado una novela, Walden Two, en la cual se narraba la utopía de una sociedad experimental en la cual se seguían los principios psicológicos de obediencia social y los habitantes podían disfrutar pacíficamente de las artes, la salud, la confraternidad y el ocio. Como toda utopía que se respete, contó entre sus seguidores la comuna de Jonestown en Guyana, que terminó en un horripilante suicidio colectivo y la de David Koresh en Waco, Texas, estos últimos unos suicidas que alcanzaron su propósito gracias a la incompetente actuación de la entonces Fiscal General Janet Reno. Siempre me extrañó que en Cuba no se le diera más promoción a la teorías de Skinner, ya que me parecía que eran lo que el gobierno tenía como línea modélica de su política interna de represión.

En 1974 cayó en mis manos un ejemplar de La naranja mecánica. La devoré en un día y la ubiqué en un altar imaginario junto a 1984, Rebelión en la granja, Un mundo feliz y Flecha en el azul. Se me antojaba una de las obras más importantes de las que tocaba el tema del antitotalitarismo. La ironía final de la novela, cuando el personaje antes de cambiar de verdad se burla del sistema mediante una conveniente hipocresía me iluminó el aspecto por el cual la obra de Skinner no era mejor difundida en Cuba.

Aunque las teorias de Skinner son muy útiles a los totalitarismos y a todos aquellos que se empeñan en controlar el pensamiento de las masas, sea para propósitos de dominación politica como de dominación cultural y comercial, siempre dejan un resquicio de esperanza. Su novedad con respecto al condicionamiento pavloviano tan utilizado por los soviéticos, es que presenta la noción de que el hombre puede actuar sobre su ambiente haciendo caso omiso de los estímulos del sistema y buscando nuevos estímulos. O sea, se puede apagar la televisión, destruir el panfleto, cerrar el libro y salirse del cine. Se debe buscar el estímulo en otra parte, se puede aspirar a algo distinto. En esto hay un pequeño guiño al ejercicio del libre albedrío. Es un respiro contra el determinismo social.

Roberto Madrigal

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