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Thursday, August 15, 2013

Los protagonistas del Mal


 
El problema del cine político es que, por definición, trata temas de carácter general, temas históricos de alto contenido social y si se quiere hasta filosófico. Es por ello que a este tipo de cine le resulta muy difícil presentar a sus personajes como seres humanos y no como símbolos, estereotipos y arquetipos. Por lo general, las películas políticas terminan cayendo en la caricatura y en el didactismo. Requieren demasiada contextualización, así como de una elaborada y coherente  dosis de información y por lo tanto arriesgan y casi siempre resultan, redundantes y aburridas. Solamente reciben el apoyo de quienes piensan igual que el director.

La directora alemana Margarethe Von Trotta (Rosa Luxemburg, El honor perdido de Katharina Blum) trata de evitar todo lo anterior, infructuosamente, en su filme Hannah Arendt.  Para ello, como hizo con Rosa Luxemburg, esquiva adentrarse en una biografía para enfocarse en un episodio de la vida de su personaje, con algunos saltos atrás, para introducir antecedentes que puedan ser útiles a sus propósitos argumentales. Pero el filme resulta excesivamente solemne, plagado de momentos históricos importantes que atrapan a los personajes, que se ven obligados soltar una frase inteligente tras otra y los breves momentos de intimidad parecen forzados o fuera de lugar.

Hannah Arendt (Hanover, 1906) se definía a si misma como politóloga y no como filósofa porque consideraba que la filosofía se ocupaba del hombre como entidad abstracta y ella prefería los hombres concretos que habitaban los pasillos de la Historia.  De origen judío, aunque nacida en una familia de “judíos asimilados”, cuando estudió en la Universidad de Marburg sostuvo una relación amorosa (unos dicen que apasionada otros que no tanto) con uno de sus profesores, el filósofo Martin Heidegger, diecisiete años mayor que ella y quien aparte de ser uno de los filósofos existencialistas más importantes del siglo veinte (El ser y el tiempo), fue un seguidor del nazismo y militó en el partido nazi, de lo cual nunca se arrepintió, al menos en público. En 1937, tras ser interrogada por la Gestapo, emigró a Francia, se casó con el poeta y filósofo marxista Heinrich Blücher, que no era judío, y cuando se formó el gobierno de Vichy fueron recogidos y enviados a un campo de concentración francés (Camp Gurus) y en 1941 pudieron escapar a los Estados Unidos, donde murió en 1975.

En su juventud, y hasta poco después de la Segunda Guerra Mundial, fue una activa militante sionista pero con el tiempo, adoptó posiciones más de centro y aparentemente más racionales, aunque siempre polémicas. En 1948 escribió Los orígenes del totalitarismo, uno de los tratados más completos sobre el tema. Más allá de su detallado análisis del antisemitismo, del nazismo y del estalinismo, el punto más importante de su obra es la conclusión de que los seres humanos pueden ser convertidos en instrumentos de terror no solamente mediante la amenaza, el adoctrinamiento y la presión social, sino cuando se les deshumaniza al enemigo. Cuando el individuo común acepta que su enemigo es “el judío”, “la escoria”, “el gusano”, “el musulmán” o “el burgués” y no Menachem, o Tom, o Juan, o Irina, o Abdelaziz, o Sara. Cuando el ser humano se convierte en una entelequia.

El filme de Von Trota centra su argumento en el momento en que Adolf Eichmann, uno de los principales exterminadores de judíos, bajo el mando directo de Himmler (el jefe y creador de los SS y luego ministro del interior de Hitler), es secuestrado en Argentina por la Mossad, en 1961 y llevado a juicio en Jerusalén por sus crímenes de guerra. Arendt, que era entonces profesora de la New School en Nueva York, comenzó a observar cosas que le alarmaron y pidió a la revista The New Yorker que le permitiera ser su corresponsal para cubrir el juicio desde Israel. Consiguió su propósito y con gran demora, entregó su reportaje, que provocó la ira de sus colegas y de muchos intelectuales, quienes no pudieron entender su punto de vista, ya fuera por fanatismo o por ceguera emocional.  Entres sus principales críticos se encontraban Saul Bellow, Isiah Berlin y finalmente su amigo, el líder sionista Karl Blumenfeld.

Arendt argumentó que el juicio no se hacía contra Eichmann, sino contra el sistema, porque el hombre estaba considerado como culpable de antemano y la legalidad brillaba por su ausencia. Le molestó, y lo señaló, el circo que se formó alrededor del proceso jurídico, lleno de discursos grandilocuentes e inflamatorios. Criticó además, la actuación de los líderes judíos durante la guerra mundial, cuya pasividad (que ella llamó cómplice), se puso en evidencia durante el juicio. Los acusó de ser responsables por la muerte de millones de judíos. Sus reportajes quedaron recogidos en un libro, Eichmann en Jerusalén, que se publicó en 1963.

No es que absolviera a Eichmann, a quien consideraba culpable y asesino, sino que cuando se enfrentó a él lo vio como un hombre tan repugnante como insignificante. Un burócrata frío con un exacerbado sentido del deber. Escuchándolo defenderse desarrolló su concepto de la “banalidad del mal”, con el cual arguyó que no solamente los grandes tiranos como Hitler y Stalin eran seres abominables, sino que el ser humano común y corriente, puede ser o actuar como un monstruo una vez que se le quita la capacidad de pensar. En este momento, la película recurre a la figura de Heidegger y su teoría del pensamiento, mostrando a una infatuada Arendt, escuchando absorta su discurso durante una clase. El uso de los flashbacks en la película es uno de los recursos peor usados, pues son puramente utilitarios, sirviendo solamente para subrayar como obvios unos hechos o influencias que seguramente tuvieron un carácter más complejo. Incluso, más tarde, presenta una imaginada confesión de leve arrepentimiento justificativo sobre su apoyo a los nazis, que Heidegger le hace a Hannah.

Como quiera que se mire, Hannah Arendt es un personaje fascinante. Barbara Sukowa (Bremen, 1950), la extraordinaria actriz alemana que trabajó anteriormente con Von Trotta en Rosa Luxemburg y más recientemente en Vision, y con Fassbinder en Berlin Alexanderplatz, hace lo mejor que puede y salva bastante un personaje que cae en contradicción con la propia visión de  Arendt, ya que muestra pocas emociones y es más prototipo histórico que ser de carne y hueso. En su homenaje a la pensadora, Von Trotta no pudo evitar las trampas que no quiso tender.

Quienes no están familiarizados con el tema dejan la sala con más preguntas que respuestas, pero no hay dudas de que Hannah Arendt, con todos sus defectos, es un filme que hace pensar mucho después que ha caído la palabra Fin.

 
Hannah Arendt (Alemania 2012). Dirección: Margarethe Von Trotta; Guión: Pam Katz y Margarethe Von Trotta; Fotografía: Caroline Champetier. Con: Barbara Sukowa, Axel Milberg y Janet McTeer. La película se ha ido estrenando a cuentagotas, desde mayo, en distintas ciudades de los Estados Unidos.


Roberto Madrigal

1 comment:

  1. Qué bien. No estoy muy familiarizada con el tema pero me ha gustado mucho como lo expones. En las dos primeras oraciones se puede sustituir "cine político" por "literatura política" y el resultado es el mismo.

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