Es muy probable que Washington, la capital
imperial, constituya el almacén cultural más grande de todos los tiempos. No es una ciudad proclive a la creatividad, ni
tiene la intensidad del constante movimiento económico e intelectual de Nueva
York o de Chicago, pero en unas pocas cuadras uno puede caminar de la National
Gallery of Art, al Hirshorn Museum of Art, al Smithsonian, al Natural History Museum
y a la Biblioteca del Congreso, entre tantos otros, con entrada gratis, y tiene
al alcance de la mano un volumen impensable no solamente de la cultura
occidental, sino de todas partes y todas las épocas. Todo ello entre la Casa
Blanca y el Congreso de los Estados Unidos, donde se toman las decisiones
políticas que más afectan a todos los rincones del planeta. Entre todos estos
edificios de arquitectura similar (excepto por el ala este de la National
Gallery, diseñada en 1978 por I.M.Pei), se encuentra el Newseum.
Fundado en Abril de 1997, con el aporte
de varias organizaciones de prensa, entre ellas la Corporación Hearst, la familia
Ochs-Sulzberger dueños del New York Times, Time Warner y la Fundación Knight,
el Newseum es un museo dedicado a la historia del periodismo americano y en
relativa menor escala, al periodismo en todo el mundo. Su misión es promover,
explicar y defender la libre expresión y las cinco libertades establecidas por
la Primera Enmienda.
No fue hasta Abril del 2008, que se
inauguró el edificio que ocupa actualmente, una estructura de arquitectura
contemporánea, de seis pisos con la Primera Enmienda inscrita en su pared
frontal. En su interior hay siete niveles llenos de exhibiciones interactivas,
quince salas de teatro, doce galerías y dos estudios de transmisión. Es
prácticamente imposible ver mucho en un solo día. La entrada cuesta unos
veinticinco dólares y vale por dos días, pero uno puede salir exhausto de una
visita a esta moderna mole con una distribución de pasillos y elevadores que
puede ser laberíntica.
Aprovechando un tiempo libre durante una
reciente estancia en la ciudad, me dirigí al Newseum. Mis objetivos eran muy
específicos. Me parecía oportuno visitar un museo dedicado al periodismo en un
momento crucial de su historia, cuando ha alcanzado uno de sus más bajos
niveles informativos, la prensa se ha vuelto desvergonzadamente partisana y el
presidente de los Estados Unidos la ha declarado como “enemiga del pueblo”.
Transitamos tiempos difíciles. También quería visitar la sección dedicada a la
caída del Muro de Berlín, con su inmenso fragmento de pared (aunque ya he visto
otros más pequeños en Nueva York), algo que siempre me conmociona. Pero mi
principal objetivo era rendirle un homenaje personal a mi recién fallecido
amigo Alan Díaz, para ver dónde ubicaban la foto que tomó de los agentes de
inmigración apuntando a un aterrorizado Elián, que llora asustado en brazos de
un hombre, y que le valió el premio Pulitzer de fotografía. Quería asistir con silencioso
respeto al mausoleo que nunca tendrá.
No me tomó mucho tiempo encontrar la
foto. A la derecha de la taquilla hay un pasillo que lleva directamente a la
exhibición permanente de los Pulitzer de fotografía y ya desde lejos se puede
ver la foto, una de las primeras que uno enfrenta en el mural que se encuentra
al entrar en la galería. Alan tomó la foto en la primavera del 2000 y al año
siguiente le fue concedido el premio.
De todos es conocido el hecho. Luego de
meses de un amargo conflicto entre la administración de Clinton, el gobierno de
Castro y la comunidad cubana, lleno de manipulaciones, batallas legales, intrigas
y trampas, el niño que perdió a su madre en el estrecho de la Florida y que
había llegado a las aguas americanas “escoltado por los delfines”, quien se
había convertido en un mito para las dos orillas, iba a ser retirado a la
fuerza, de la custodia de sus familiares en Miami, para ser devuelto a su padre
y consecuentemente a su abuelo putativo, el comandante supremo.
Alan trabajaba entonces como freelance
para la Associated Press, cubriendo todo tipo de eventos. Por semanas entró y salió
de la casa de la familia de Elián, se ganó su confianza y prácticamente acampó
en sus jardines. Avisado de que inmigración estaba próxima a actuar, Alan entró
a la casa. Tras un par de horas, se encontraba en el cuarto donde Donato
Darlymple, uno de los pescadores que lo había
rescatado en altamar, cargaba a Elián y
se escondían en un clóset. Desde la cama Alan, siempre con la cámara en mano,
consolaba a un asustado Elián que no paraba de llorar. En eso entraron los
agentes de inmigración en traje de batalla y abrieron la puerta del clóset.
Alan comenzó a disparar con su cámara y pudo captar todo el ímpetu del momento.
Estuvo en el lugar adecuado, en el momento oportuno.
Es cierto que una imagen vale más que
mil palabras, pero también todo depende del ojo que mira y su bagaje informativo
y cultural respecto al momento captado que enfrenta. La imagen que logró Alan,
se convierte en obra de arte y testimonio histórico, más allá de sus
intenciones. Está, por lo tanto, sujeta a múltiples interpretaciones.
Seguí mirando el resto de las fotos del
mural y entonces me llevé una gran sorpresa. El premio Pulitzer de 1960 era la
foto de un sacerdote dándole la extremaunción a un hombre pobremente vestido,
arrodillado frente a él y rodeado de barbudos armados, también en traje de
batalla, listos a apretar el gatillo de sus fusiles. Uno incluso se ríe. Aunque
desconocía la foto, inmediatamente reconocí que se trataba de Cuba, durante los
popularísimos juicios sumarios y consecuentes fusilamientos, tan apoyados por
el populacho al entusiasta grito de “¡Paredón!”. La foto me conmovió por la miseria
humana que mostraba. El hombre, que puede que haya de verdad asesinado a alguien,
se veía en lo más profundo de su desesperación, impotente ante la embestida de
fuerzas irracionales que lo iban a eliminar. El sacerdote cumpliendo con su
función y los militares también esperando a cumplir las suyas. La imagen duele,
pero de nuevo, todo depende del ojo que mira.
El autor de la foto (en realidad una
serie), fue Andrew López, quien nació en Burgos, pero fue traído a los Estados
Unidos a los cuatro años de edad. La United Press International envió a López a
La Habana para cubrir la llegada de Castro, pero estuvo en muchas otras partes.
Esta foto la tomó el 17 de enero de 1959, en el patio del Castillo de San
Severino en Matanzas. El hombre arrodillado es el cabo José Cipriano Rodríguez,
también conocido como Pepe Caliente, quien unos minutos antes había sido
sentenciado a muerte por el entonces capitán William Gálvez (muy pronto
ascendido a comandante por su labor en los juicios sumarios y más tarde
encumbrado como “Comandante de la Revolución”), en un juicio que duró menos de
dos minutos, en el cual Gálvez era juez y fiscal y no había defensor, acusado
de matar a dos hermanos. El sacerdote es
el padre Domingo Lorenzo, quien fuera párroco de Matanzas. Los barbudos no son
más que los rostros genéricos del horror que se avecina.
Cuenta el padre Lorenzo, que tras
encontrar culpable a Cipriano, Gálvez gritó, ”¡a fusilarlo!”, y dijo “es más,
lo fusilo yo mismo, denme el Garand” y lanzó al reo escaleras abajo, hacia el
patio. El padre Lorenzo le administró la extremaunción y lo acompañó al paredón
de fusilamiento, le fue a vendar los ojos, pero Cipriano rehusó. Minutos después
apareció Gálvez ante el pelotón de fusilamiento y suspendió la ejecución. “Lo
mato mañana” dijo, como si se tratara de un cordero.
Juicios sumarios y fusilamientos
masivos, apoyados por el pueblo y la intelectualidad. Los recursos legales ignorados
por el fervor de las masas y la cómplice brutalidad del gobierno incipiente. Lo
que comenzó con sangre, no lo imaginábamos entonces, tenía que seguir con
sangre y con abuso de poder. La foto, vista en perspectiva, era un presagio
inequívoco.
Recuperado de las emociones que me
suscitaron las dos fotos, pasé a ver la exhibición del Muro de Berlín,
preguntándome cuántos de los que me rodeaban habrían tenido experiencias
similares o podían entender a cabalidad lo que presenciaban.
Roberto Madrigal
El que sabe, sabe.
ReplyDeleteAlgunas muertes, por buenas o por malas, duelen mas que otras; pero al llegar la noche, todas son iguales.
ReplyDeleteTu amigo del norte que nada sabe.
Washington no es la capital imperial, es la capital de Estados Unidos de America, la unica gran potencia en la historia de la humanidad que una vez alcanzado los recursos economicos y militares suficientes para dominar el mundo no ha conquistado y aniquilado a sus vecinos. El resto del escrito esta muy interesante.
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