Una vez más la han cogido con los
reguetoneros. De nuevo, como hace unos seis años hizo Abel Prieto, los
guardianes de la cultura revolucionaria cubana se horrorizan ante la
popularidad del reguetón y no solo se quejan del mal gusto imperante, sino que,
como Marylin Bobes y Guille Vilar en la más reciente entrega de La Jiribilla, apuestan por la canción
inteligente. Como necesitan echar mano de alguien con popularidad, pues
enarbolan al dúo Buena Fe como estandarte para oponer al auge de los
reguetoneros, que ocupan las ondas sonoras de la isla e incluso de Miami.
Hasta Carlos Varela se ha sumado a la
queja, alegando, en la revista Vistar,
que el mercado de la música cubana está invadido de mal gusto y lo que se ve en
la televisión son “canciones vacías, que no dicen nada y tarde o temprano la
gente las va a cambiar por otra, la nueva hamburguesa musical del top que
comienza esta semana”. Quizá no le falte razón, pero lo único que ha hecho es
definir la forma en que se mueve la música popular.
Los jerarcas de la alta cultura, y
quienes se arrodillan ante ellos, quisieran que en Cuba solamente se
trasmitiera música de Silvio Rodríguez y de sus clones. Quieren imponer el
gusto musical por decreto y se niegan a aceptar el deseo del pueblo, porque
popular es lo que gusta independientemente de mi gusto.
Desde que los Castro tomaron el poder
hay una voluntad de imponer un gusto y una cultura que “represente” los
supuestos valores de la Revolución. Los cantantes cubanos que dieron gloria a
la música cubana: Olga Guillot, Rolando Laserie, Blanca Rosa Gil, Celia Cruz,
Guillermo Portabales y muchos otros, fueron de los primeros en zafarle el
cuerpo a la hecatombe revolucionaria que se les venía encima. Lo gobernantes
decidieron borrarlos de la memoria musical oficial y trataron de crear una
música de su agrado y que representara su imagen heroica (y el Comandante en
Jefe nunca tuvo oído musical).
Ningún ritmo popular se ha podido
establecer de forma espontánea. Ante el éxito de lo indeseado, el gobierno
interviene y disuelve las agrupaciones. El Mozambique a mediados de los
sesenta, parecía levantar en popularidad, pero técnicamente era difícil de
popularizar y aparte de que los intérpretes de la banda de Pello el Afrokan
tenían, en su mayoría, antecedentes penales (no Pello, Pedro Izquierdo, que era
un camarada militante del Partido Comunista), atraían un público y un ambiente
que no “representaba” a la Revolución. Los Zafiros tuvieron su momento de
triunfo, pero su música se parecía demasiado a la de los Platters y eran
demasiado borrachos.
Por razones similares se les quitó
apoyo a las orquestas típicas (la orquesta de Fajardo se diezmó en uno de sus
viajes), ya que el elemento que las componía no era tampoco del agrado de los
jerarcas. Se les limitó a tocar en los bailes populares. Adiós Estrellas
Cubanas, Sensación, Neno González y otras tantas. Solamente quedó la Aragón, de
indiscutible calidad, liderada por el también militante del partido Rafael Lay.
Pero se frenó el movimiento.
Silvio tuvo un éxito inesperado con su
programa de televisión y para consternación de algunos cuadros dirigentes fue
aceptado por la cúpula. Ante una posible defenestración, puso su música al
servicio de las autoridades culturales, sacaron a Pablo Milanés del filin (otro
género que ganaba popularidad pero cuyos intérpretes representaba el pasado, a
pesar de la militancia de César Portillo de la Luz) y con la ayuda de Noel
Nicola y Alfredo Guevara, surgió la Nueva Trova, que pasó de heredera de los
Beatles y Bob Dylan, a heredera de la antorcha de los viejos trovero
santiagueros. Esa fue la primera música que pudo ser impuesta con éxito, apadrinada
en gran medida por Aida Santamaria.
A principios de 1969, Juan Formell se
separó de Elio Revé y creó Los Van Van, con un sonido verdaderamente renovador
dentro de la línea de las orquestas típicas. Pero empezando con un nombre que
ya intencionalmente agradaba a la nomenclatura, y a pesar del desastre de los
diez millones, Formell puso su música al servicio del gobierno para garantizar
su estancia en el favor popular. Con sus declaraciones públicas en favor del
gobierno, deshacía la velada virulencia crítica de algunos de sus temas.
No ha habido en estos casi sesenta años
ningún movimiento de música popular que, tras espontáneamente haber atraído el
gusto popular se haya mantenido en contra de las directivas de los mandos
culturales. Los raperos fueron absorbidos por las instituciones que moderaron
su mensaje o simplemente los lanzaron al olvido. Los roqueros siempre se han
tenido que limitar a recibir migajas y ser mirados con recelo. El jazz es otra
cosa, porque hace mucho tiempo que no es música popular.
Sin embargo, los reguetoneros han
impuesto sus ritmos y sus letras muy a pesar de las autoridades culturales y de
sus compañeros de gremio. No han cedido un milímetro en sus mensajes y se han
mantenido en pie. Es el primer movimiento musical espontáneo que se ha
mantenido a contracorriente de las autoridades culturales.
Yo fui novio de Lorenza,
una vieja quincallera
que de cada sobaquera
se podían hacer dos trenzas.
A mi me daba vergüenza
y la mantenía a raya
que desde el cuerpo a la raya
el churre se hacía tabacos.
Si asi eran en los sobacos
¡como será en la quincalla!
una vieja quincallera
que de cada sobaquera
se podían hacer dos trenzas.
A mi me daba vergüenza
y la mantenía a raya
que desde el cuerpo a la raya
el churre se hacía tabacos.
Si asi eran en los sobacos
¡como será en la quincalla!
No, esa no es letra de
reguetoneros, sino de Faustino Oramas (1911-2007), conocido como El Guayabero y
considerado un icono del doble sentido de la música cubana. No es una letra muy
diferente del Chupi Chupi o de Bailando o de Hasta que se seque el Malecón, pero Candela, una de sus composiciones, fue incluida en el disco del Buena
Vista Social Club. Los que hoy se quejan del mal gusto imperante, olvidan ésta
y muchas otras letras similares, siempre presentes en la música popular cubana.
No es que me guste el reguetón, aunque
lo prefiero a la salsa. Tampoco me gusta su mensaje misógino. Pero no puedo
dejar de reconocer de que más allá de que algunas de sus canciones son pegajosas,
se han mantenido ahí, en contra de la crítica de autoridades y “colegas”. A
pesar del paternalismo con el cual han sido enjuiciados por los “intelectuales”.
No puedo dejar de alegrarme cuando algún movimiento musical se impone, espontáneamente,
al afán del control cultural del gobierno cubano. Tampoco me hago ilusiones,
una de las razones por la cual los reguetoneros han sido aceptados es porque
triunfan también en Miami y sus integrantes salen y regresan al país, por lo
que se han convertido en una fuente de ingreso de dólares. A las autoridades no
les queda más remedio que tolerar la ostentación de materialismo pueril que aparece
en sus videos, su degradación de la mujer como objeto comercial de sexo y en
general, su alarde de malas costumbres. Eso es lo que el pueblo quiere ver
.
Además, se quejan de la ascensión del
mal gusto, pero qué otra cosa se puede esperar en un país en donde la educación
ha decaído año tras año, en el cual los jóvenes no tienen opciones viables para
su futuro, en donde la palabra vocación ha desaparecido del diccionario
cotidiano, la represión es una constante y la sobrevivencia es lo único que
cuenta. Un país aislado del contacto fluido con el resto del mundo, al cual se
le dosifica el flujo de información que puede recibir y se le mantiene en una
miseria material y existencial penosa.
Brindo por el triunfo de los
reguetoneros (a los cuales confieso que no tengo que oir y Dios me ha librado
de Buena Fe), porque son un triunfo de la voluntad popular sobre el decreto
ideológico.
Roberto Madrigal
Como vivo en las nubes, esta es la primera nueva de los reguetoneros que llega mi.
ReplyDeleteLibreme Dios de los reguetoneros
Que del Bolero me me libro yo.
Tu siempre amigo del norte
Sabias palabras
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