Son dos libros sin relación aparente. Uno, Tumulto, son las memorias y reflexiones
de un octogenario escritor, que una vez fuera protagonista marginal de las
revueltas de los años sesenta, pero que ahora se presenta como un hombre sin
dogmas y desencantado, el otro, Notas al
total, es la obra de un hombre a mitad del camino de su vida, en plenos
desarrollo de su potencial literario, que reúne reseñas sobre lecturas, ensayos
y notas de viaje hacia un mundo nuevo para él.
Hans Magnus Enzensberger y Gerardo Fernández Fe no pueden
ser más distintos, aunque ambos están bien afincados, como lectores y
escritores, en lo más tradicional de la cultura occidental. Lo muestran sus
referentes. Fernández Fe ha leído a Enzensberger, de hecho, lo cita en su libro
como entre “la enorme lista de fellow
travellers…que desembarcaron en la isla para constatar por cuenta propia
los entresijos de la Revolución…” La isla, por supuesto, es Cuba y es uno de
los puntos de contacto entre ambos. No sé si Enzensberger ha leído a Fernández
Fe, no consta.
Ambos son textos en los cuales el ensayo se mezcla con la
narrativa. Enzensberger juega con la memoria para parecer difuso, mientras
Fernández Fe es acucioso. Pero es quizá, aparte de su escritura cosmopolita, La
Habana de finales de los sesenta lo que emparenta ambas obras.
Entre sus memorias sobre Alemania, los grupos
extremistas, sus experiencias en la Unión Soviética y sus contactos con los
intelectuales de la antigua Europa sovietizada, Enzensberger dedica la mayor
parte de su texto a sus memorias de La Habana, principalmente entre las páginas
119 y 205. Fue la ciudad en la cual, tras visitas anteriores, vivió entre 1968
y 1969. Ha escrito sobre Cuba en otros textos, como El interrogatorio de La Habana, pero en Tumulto lo hace de manera más personal.
Enzensberger confiesa haber ido a La Habana porque “Aquello
tenía mucho encanto. Al fin y al cabo, la Revolución cubana no había sido
importada con la ayuda de los tanques rusos…Tuve la impresión de que la mayoría
de la gente en las calles…la celebraba”. Pero más adelante pinta un cuadro
desolador de la ciudad: “La Habana es decadente en el peor sentido de la
palabra, se resquebraja, está podrida, carcomida. Con sus solares, el casco
antiguo parece un gigantesco hormiguero…En los patios, tristes palmeras languidecen
al lado de cuchitriles decrépitos al lado de váteres y lavaderos compartidos
por cien familias”.
De Fidel Castro dice, a raíz de un muy montado juego
informal de baloncesto: “Fidel es como un jefe de forajidos, los miembros de la
cuadrilla ejercen de cortesanos. Robin de los bosques jugando al baloncesto…vence
siempre para los pobres y los desposeídos”.
Después cuando narra de su mudanza a un apartamento en la
calle de 10 de Miramar, donde vivió con una de sus esposas, la rusa Masha, de
la cual se han contado miles de leyendas y escapadas eróticas habaneras, ofrece
un paisaje desolador de los escritores cubanos con quienes compartió y a los
cuales se propuso matarles el hambre: “se empezó a agasajar a los amigos con
convites. Estuvieron Virgilio Piñera, el autor de teatro al cual la Unión de
Escritores había dejado fuera del juego, y el escritor y etnólogo Miguel
Barnet, que podía viajar al extranjero cada vez que quería. Pero sobre todo,
pudimos abastecer de sus añorados Partagás y Montecristo a José Lezama Lima, el
orondo grand old man de la literatura
cubana…Nuestro huésped preferido era Heberto Padilla”. Todo esto rodeado de
agentes de la seguridad del estado que lo visitaban con frecuencia.
Fernández Fe no había nacido cuando Enzensberger ya se
había marchado de Cuba como persona non grata. Pero como dije antes, en una
reseña que le hice a su novela El último
día del estornino, tiene la
capacidad “de relatar con
autenticidad a los personajes que deambulaban en las noches de finales de los
sesenta y hasta mediados de los setenta por el parque de la funeraria Rivero,
en los cuales incluye a Benjamín Ferrera, Cachimba, Magallanes, Nicolás Lara,
Sakuntala, Manolito Profundo y Ponciano, entre otros, todos personajes de carne
y hueso, así como algunos sucesos de la época, como la abortada manifestación
ante la embajada checa en La Habana en protesta por la invasión soviética, y
cuya veracidad puedo atestiguar…”
En este libro, lleno de
notas sobre escritores y artistas de diversos orígenes, como Jan Sudek, Mijail
Bulgákov y Walter benjamín, y ciudades como Praga, Quito y Nueva York, entre
otras, así como entrevistas y notas sobre escritores y artistas cubanos, como
Rank Uiller, Roberto Friol, José Kozer, Angel Escobar y Néstor Díaz de
Villegas, que habitan en la semioscuridad de no haber sido ungidos por los
burócratas culturales de los últimos cincuenta años o por estar exilados,
también, en su excelente ensayo sobre Sergio Pitol, que cubre de la página 171
a la 228, recorre pasajes de La Habana de los cincuenta y sesenta con, entre otras
cosas, oportunas citas del mejicano Jaime García Terrés y su trabajo “Diario de
un escritor en La Habana”.
Todos sus ensayos, y su
diario de notas durante su estancia en Quito, son de interés, pero el tratado
sobre Pitol se destaca como la médula del libro porque Fernández Fe logra que
en algunos momentos, su prosa se confunda con la de Pitol. Un recurso que
funciona con naturalidad discursiva.
Enzensberger envuelve su
obra como un diálogo novelado, lleno de reflexiones entre el Enzensberger joven
y el octogenario. Fernández Fe usa la introspección como método preferido.
Enzensberger (Alemania 1929) y Fernández Fe (Cuba 1971), se enlazan en estos
textos, entre otras cosas, no solo por la calidad y el refinamiento de su
escritura, sino además, por la memoria de una ciudad que ambos han abandonado
físicamente, pero nunca mentalmente.
Tumulto. Hans Magnus Enzensberger. Malpaso
Ediciones, Barcelona 2015. 248 páginas
Notas al total. Gerardo Fernández Fe. Editorial Bokeh,
2015. 369 páginas.
Roberto Madrigal