Hace rato que se venía venir, pero parece que fue ahora,
después de los recientemente finalizados Juegos Panamericanos de Toronto, que
la prensa y la oficialidad de la isla se enteraron de que el deporte en Cuba
dista mucho de ser lo que era hace un lustro.
Ya la pelota, el sempiterno buque insignia, venía fallando
en los últimos años. Quizá pensaron que se debía al indetenible éxodo de los
últimos años de los mejores peloteros cubanos hacia las Grandes Ligas. No
solamente perdían con equipos profesionales americanos compuestos de estrellas
de las ligas menores, sino con Japón, Corea del Sur y hasta Holanda, que cuenta
con apenas algunos jugadores profesionales de sus colonias antillanas. Ahora
también son vencidos por selecciones mediocres de universitarios americanos.
Pero todo ello se lo explicaban con eso que deben llamar “robo de brazos y de
bates”.
Para cualquier país latinoamericano, conquistar un total
de 97 medallas, 36 de ellas de oro y quedar en cuarto lugar, detrás de los tres
países más desarrollados económicamente del continente, por encima de un
gigante como México, constituiría un motivo de satisfacción. Pero esta es la
peor actuación de Cuba desde 1975 (esto es con respecto a las medallas de oro,
ya que en Cali en 1971, obtuvieron un total de 105 medallas). Se habían
acostumbrado al segundo lugar, solamente superados por los Estados Unidos.
Desde que tomó el poder en 1959, Fidel Castro se dedicó a
rediseñar la industria deportiva cubana. Acabó con la estructura existente
antes de ese año, en la cual coexistían ligas profesionales y amateurs en una
variedad limitada de deportes, pero principalmente en la pelota y el boxeo, en
los cuales Cuba siempre fue una potencia mundial. Dos deportes con enorme
arraigo popular. En el ámbito de las Américas, el atletismo y el baloncesto, fueron
dos deportes en los cuales Cuba despuntaba en la década del 50 y que tenían
cierta popularidad en la isla.
Castro decidió levantar un edificio con pocos cimientos,
apoyado mayormente en una desaforada inyección de recursos materiales de todo
tipo. No desarrolló la participación deportiva, sino que desarrolló equipos.
Cuba llegó a ser una potencia mundial en volibol y en polo acuático, dos
deportes sin ninguna popularidad en la isla. Pero esos logros también se
convertían en el opio de las masas.
Para sostener esos equipos contaba con el hecho de que
los atletas se encontraban entre los primeros privilegiados de su gobierno. Llegar
a formar parte de un equipo nacional no solamente posibilitaba tener una mejor
alimentación, sino además poder viajar para comprar los bienes de consumo
necesarios para sobrevivir y vivir mejor que el resto de la población. Aquellos
que tenían cualidades atléticas participaban en cualquier deporte, aunque no les
interesara, con tal de pertenecer a un equipo nacional y gozar de sus
prebendas.
Quizá algunos atletas además pensaban que representaban a
su país, tenían cierto orgullo en representar a “la patria”. La realidad es que
representaban al gobierno. Formaban parte de una maquinaria propagandística
dedicada a exaltar las virtudes del sistema socialista y a alimentar la
megalomanía del Comandante en Jefe, soberano rector de los deportes, que hasta
llegó a dirigir a larga distancia los cambios de lanzadores y las alineaciones
de los equipos de pelota que participaban en eventos internacionales. El
infalible Máximo Atleta.
Pero las cosas han ido cambiando y los muros se han ido
agrietando. Ser atleta en Cuba ya no tiene el prestigio de antaño, las
motivaciones se han perdido, ya ni el bloque socialista existe y para obtener
bienes de consumo hacen falta dólares y no triple saltos. Ya no hay nada que promover
y ni siquiera el Deportista en Jefe se encuentra en activo en estos días.
Jinetear a un extranjero o a un pariente en Miami resulta más beneficioso que
agotadoras jornadas de entrenamiento.
El edificio se ha ido cayendo, ya se va derrumbando. Los
atletas huyen en desbandadas. Incluso los que no pueden decir (como los
peloteros), que lo hacen para avanzar profesionalmente, porque los jugadores del
popularísimo Hockey sobre césped deben saber que no existen ligas profesionales
rentables de ese deporte en este país, y que si no tienen una carrera
académica, su futuro está en los grandes parqueos de Miami o en las compañías
que proveen seguridad a los negocios y viviendas.
Ya es hora que se olviden de los delirios de grandeza.
Cuba no puede compararse con Estados Unidos ni con Canadá, sino con Colombia,
Venezuela, Argentina y el resto de Latinoamérica. El deporte volverá a ser, con
el tiempo y cuando las cosas de verdad se normalicen, lo que fue. Los mejores
atletas serán los que participan en deportes de apoyo masivo y habrá alguna que
otra excepción. Habrá que rehacer una vez más el panorama deportivo de la isla.
Los deportes van a tener que justificar su financiación siendo lucrativos. En
fin, serán verdaderamente representativos del país.
Roberto Madrigal