Hay periodos históricos de los cuales se sabe bien poco,
porque los vencedores no solamente los cubrieron con su discurso, sino que
eliminaron toda otra forma de documentación. Son periodos de los cuales se
llega a saber un poco, mucho después que sucedieron y si acaso los
protagonistas se deciden a desempolvar la memoria y a narrar lo que recuerden
antes de que sus vidas caigan en la amnesia de la historia.
Ahora que Leonardo Padura parece haberse convertido en la
plañidera oficial de la pérdida de los buenos tiempos de la revolución cubana,
recordando lo bien que se vivía en los ochenta y minimizando las atrocidades de
la UMAP, vale la pena recordar un poco como era la historia cotidiana del
individuo que existía envuelto en la narrativa épica de la Historia. Cuando todo
lo que se escribía era con mayúscula y las definiciones no aceptaban matices.
En lo personal puedo recordar algo de la década de 1968 a
1978, cuando tras haber eliminado el último vestigio de oposición interna seria,
con el dossier de la “microfracción”, un episodio bastante poco estudiado,
Castro consolidaba su poder, desatando la “Ofensiva Revolucionaria” en su
discurso del 13 de marzo de1968 hasta que en 1978 comenzaron a regresar los “gusanos”
esta vez convertidos en mariposas que cargaban en sus alas maletas de llenas de
ropa, la vida en esos tiempos fue difícil y sin opciones.
Si escuchamos a los bolcheviques nostálgicos, parece
haber sido un periodo heroico, en el cual el pueblo se encontraba dedicado por
entero a la construcción del socialismo y el hombre nuevo, a las causas
internacionalistas y al desarrollo de nuevas expresiones artísticas. Pero la
realidad para la gran mayoría, o al menos para mí y mis amistades (decir mi
generación sería quizá demasiado pretencioso), era bien distinta.
La opción de salida del país desaparecía. Los llamados
vuelos de la libertad terminarían a finales de 1971 o principios de 1972 (no
importa mucho, esto no es un recuento histórico, sino personal) y mucha gente
que había solicitado la salida del país, ahora tendrían que quedarse porque se
les negaba el permiso o por falta de visa y tenían que reintegrarse a sus
trabajos con una inmensa mancha en su expediente. Muchos serían reasignados a
trabajos más difíciles. Conozco quienes pasaron de trabajadores de la cultura
(músicos, editores) a dependientes o cajeros de cafeterías o a trabajar en la
agricultura o la construcción.
El Caso Padilla nos cayó encima como un inmenso bloque. A
partir de ahí, cualquiera que tuviera ideas de dedicarse a la creación
literaria, tenía que optar por el pacto o por la gaveta. El pacto era una forma
de engavetamiento oficial, porque en realidad muy pocos de los que se
resignaban a transar podían publicar. La prensa, las editoriales, el papel y la
tinta eran para los militantones. El resto del tiempo era pasárselas huyendo a
la vigilancia de los comités, en una época en que si unos amigos se reunían dos
o tres noches seguidas o alguien se quedaba a dormir en tu casa más de dos días
ello era considerado como actividad subversiva y reportado a las autoridades (a
no ser que el presidente del CDR fuera tu amigo y te advirtiera).
Las posibilidades de viajar al extranjero eran
exclusivamente a través de viajes oficiales distribuidos por las autoridades
ideológicas de las distintas empresas, tras pasar el intenso escrutinio de la
seguridad del estado, lo que reducía esto a un privilegio de muy pocos (deportistas
y algunos artistas). O sea, el pueblo se encontraba completamente aislado del
resto del mundo. “Contacto con extranjeros” era un delito punible e incluso a
muchos técnicos extranjeros de los entonces países socialistas que venían a
trabajar a la isla, se les advertía que no establecieran relaciones con los
cubanos. Lo supe por mi vecino ruso, que me lo confió mientras miraba para
todas partes.
En los cines se estrenaban unas treinta y cinco películas
al año. Lo sé porque un amigo y yo llevábamos la cuenta. El contenido de lo que
se proyectaba era estrictamente controlado. La producción nacional de
largometrajes era muy limitada y por supuesto sobrecargada de contenido ideológico.
Los graduados universitarios eran, en su mayoría,
ubicados por el Ministerio del Trabajo a conveniencia de este. Además, se seguía
una política de enviar a los graduados lejos de su lugar de origen. Por
supuesto, antes de eso, entrar en un gran número de carreras era selectivo por
motivos políticos, para lo cual se utilizaban los informes de los CDR (cuidado
con caerle mal al jefe de vigilancia de la cuadra porque te podía desgraciar la
vida). Creo que en esa época comenzó a desaparecer la palabra vocación del
diccionario cubano. Uno sobrevivía como podía.
Obviamente, siendo el ser humano lo que es, siempre algún
amigo bien ubicado le resolvía a otro un trabajo o una prebenda. No todos los
funcionarios eran monstruos, porque eso es imposible.
No voy a abundar respecto a la carestía de los más
elementales productos de consumo diario, desde papel higiénico (decíamos tener
los anos más instruidos del mundo, porque nos limpiábamos con hojas de libros y
papel de periódico), desodorante, pasta de dientes y jabón, hasta ropa y
comida. Lo que sí era una epopeya era conseguir algo para tener comida hasta
fin de mes.
Estando la prensa plana y la televisiva totalmente
controlada, así como las fuentes de datos para cualquier tipo de estudio, ¿Cómo
es posible documentar el período? Será y ha sido ya un poco, a partir de obras
literarias o filmes concebidos quizá entonces, pero realizados muchos años
después, cuando muchos escritores y artistas pudieron huir en masa.
Ahora que el totalitarismo se disfraza con nuevos
ropajes, ya despojados de la significatividad de las mayúsculas, el papel de
los amanuenses se reduce y temen enfrentar una realidad a lo cual no están
preparados. ¿Será eso lo que extraña Padura?
Por supuesto, lo anterior es solamente parte de una
experiencia personal y la vida es muy contadictoria, no es que debido a esto
uno se pase el día deprimido, de hecho, creo que por muchas razones, el verano
de 1978 fue probablemente el más divertido de mi vida en medio de todo eso,
pero cada cual tiene su historia y quienes recuerden, en vez de dedicarse a la
nostalgia, que no es más que la prisión de la memoria, quienes puedan, debieran
aportar un recuento de esa etapa.
Roberto Madrigal