Sunday, March 22, 2015

Las cosas como fueron


Hay periodos históricos de los cuales se sabe bien poco, porque los vencedores no solamente los cubrieron con su discurso, sino que eliminaron toda otra forma de documentación. Son periodos de los cuales se llega a saber un poco, mucho después que sucedieron y si acaso los protagonistas se deciden a desempolvar la memoria y a narrar lo que recuerden antes de que sus vidas caigan en la amnesia de la historia.

Ahora que Leonardo Padura parece haberse convertido en la plañidera oficial de la pérdida de los buenos tiempos de la revolución cubana, recordando lo bien que se vivía en los ochenta y minimizando las atrocidades de la UMAP, vale la pena recordar un poco como era la historia cotidiana del individuo que existía envuelto en la narrativa épica de la Historia. Cuando todo lo que se escribía era con mayúscula y las definiciones no aceptaban matices.

En lo personal puedo recordar algo de la década de 1968 a 1978, cuando tras haber eliminado el último vestigio de oposición interna seria, con el dossier de la “microfracción”, un episodio bastante poco estudiado, Castro consolidaba su poder, desatando la “Ofensiva Revolucionaria” en su discurso del 13 de marzo de1968 hasta que en 1978 comenzaron a regresar los “gusanos” esta vez convertidos en mariposas que cargaban en sus alas maletas de llenas de ropa, la vida en esos tiempos fue difícil y sin opciones.

Si escuchamos a los bolcheviques nostálgicos, parece haber sido un periodo heroico, en el cual el pueblo se encontraba dedicado por entero a la construcción del socialismo y el hombre nuevo, a las causas internacionalistas y al desarrollo de nuevas expresiones artísticas. Pero la realidad para la gran mayoría, o al menos para mí y mis amistades (decir mi generación sería quizá demasiado pretencioso), era bien distinta.

La opción de salida del país desaparecía. Los llamados vuelos de la libertad terminarían a finales de 1971 o principios de 1972 (no importa mucho, esto no es un recuento histórico, sino personal) y mucha gente que había solicitado la salida del país, ahora tendrían que quedarse porque se les negaba el permiso o por falta de visa y tenían que reintegrarse a sus trabajos con una inmensa mancha en su expediente. Muchos serían reasignados a trabajos más difíciles. Conozco quienes pasaron de trabajadores de la cultura (músicos, editores) a dependientes o cajeros de cafeterías o a trabajar en la agricultura o la construcción.

El Caso Padilla nos cayó encima como un inmenso bloque. A partir de ahí, cualquiera que tuviera ideas de dedicarse a la creación literaria, tenía que optar por el pacto o por la gaveta. El pacto era una forma de engavetamiento oficial, porque en realidad muy pocos de los que se resignaban a transar podían publicar. La prensa, las editoriales, el papel y la tinta eran para los militantones. El resto del tiempo era pasárselas huyendo a la vigilancia de los comités, en una época en que si unos amigos se reunían dos o tres noches seguidas o alguien se quedaba a dormir en tu casa más de dos días ello era considerado como actividad subversiva y reportado a las autoridades (a no ser que el presidente del CDR fuera tu amigo y te advirtiera).

Las posibilidades de viajar al extranjero eran exclusivamente a través de viajes oficiales distribuidos por las autoridades ideológicas de las distintas empresas, tras pasar el intenso escrutinio de la seguridad del estado, lo que reducía esto a un privilegio de muy pocos (deportistas y algunos artistas). O sea, el pueblo se encontraba completamente aislado del resto del mundo. “Contacto con extranjeros” era un delito punible e incluso a muchos técnicos extranjeros de los entonces países socialistas que venían a trabajar a la isla, se les advertía que no establecieran relaciones con los cubanos. Lo supe por mi vecino ruso, que me lo confió mientras miraba para todas partes.

En los cines se estrenaban unas treinta y cinco películas al año. Lo sé porque un amigo y yo llevábamos la cuenta. El contenido de lo que se proyectaba era estrictamente controlado. La producción nacional de largometrajes era muy limitada y por supuesto sobrecargada de contenido ideológico.

Los graduados universitarios eran, en su mayoría, ubicados por el Ministerio del Trabajo a conveniencia de este. Además, se seguía una política de enviar a los graduados lejos de su lugar de origen. Por supuesto, antes de eso, entrar en un gran número de carreras era selectivo por motivos políticos, para lo cual se utilizaban los informes de los CDR (cuidado con caerle mal al jefe de vigilancia de la cuadra porque te podía desgraciar la vida). Creo que en esa época comenzó a desaparecer la palabra vocación del diccionario cubano. Uno sobrevivía como podía.

Obviamente, siendo el ser humano lo que es, siempre algún amigo bien ubicado le resolvía a otro un trabajo o una prebenda. No todos los funcionarios eran monstruos, porque eso es imposible.

No voy a abundar respecto a la carestía de los más elementales productos de consumo diario, desde papel higiénico (decíamos tener los anos más instruidos del mundo, porque nos limpiábamos con hojas de libros y papel de periódico), desodorante, pasta de dientes y jabón, hasta ropa y comida. Lo que sí era una epopeya era conseguir algo para tener comida hasta fin de mes.

Estando la prensa plana y la televisiva totalmente controlada, así como las fuentes de datos para cualquier tipo de estudio, ¿Cómo es posible documentar el período? Será y ha sido ya un poco, a partir de obras literarias o filmes concebidos quizá entonces, pero realizados muchos años después, cuando muchos escritores y artistas pudieron huir en masa.

Ahora que el totalitarismo se disfraza con nuevos ropajes, ya despojados de la significatividad de las mayúsculas, el papel de los amanuenses se reduce y temen enfrentar una realidad a lo cual no están preparados. ¿Será eso lo que extraña Padura?

Por supuesto, lo anterior es solamente parte de una experiencia personal y la vida es muy contadictoria, no es que debido a esto uno se pase el día deprimido, de hecho, creo que por muchas razones, el verano de 1978 fue probablemente el más divertido de mi vida en medio de todo eso, pero cada cual tiene su historia y quienes recuerden, en vez de dedicarse a la nostalgia, que no es más que la prisión de la memoria, quienes puedan, debieran aportar un recuento de esa etapa.


Roberto Madrigal

Monday, March 9, 2015

¿Regresa el glamour a La Habana?


Es de todos conocido el derroche de glamour en La Habana de los años cincuenta. Brando buscando al Chori, Errol Flynn en su descapotable bajando por el centro del paseo de la calle
G, Hemingway recibiendo a Ava Gardner en San Francisco de Paula. La élite de Hollywood y de Nueva York, las modelos más importantes, los mejores cantantes, los intelectuales americanos más destacados, todos se exhibían por La Habana y sus cabarets.

Con el cambio de régimen y de rumbo, en la década del sesenta los visitantes del norte eran de carácter militante. Los trajes de moda devinieron en el ropaje del guerrillero, principalmente después del 68, la ciudad se llenó de radicales, Bobby Brown y Huey Newton de los Panteras Negras, Eldridge Cleaver, Angela Davis, Jerry Rubin y los Estudiantes por una Sociedad Democrática, secuestradores de aviones, los maoístas americanos y la brigada Venceremos. El atractivo estaba en la pose de combate. Eran afiliados ideológicos que una vez en el país eran vigilados de cerca porque su ejemplo no era muy conveniente a un gobierno que no tenía el menor interés en fomentar aspiraciones de rebelión en la juventud local.

Ya a finales de la siguiente década comenzó a regresar Hollywood, muy discretamente y siempre en actitud de apoyo. Candice Bergen se paseaba por La Habana Vieja y Barbara Walters y Dan Rather se apresuraban a entrevistar a Fidel Castro. Hubo festival de rock y cruceros de jazz.

Pero desde mediados de los ochenta, y sobre todo en los años noventa, fue que la lista-A y todo el radical chic se desplazaron con frecuencia y masividad. Llegó Robert De Niro a saciar su apetito por las negras, lo sé porque me lo contó su cicerone; Francis Ford Coppola hacía visitas regulares a cocinar espaguetis para los estudiantes de la EICTV; Jack Nicholson se maravillaba con los estudios Abdala; Arnold Schwarzenegger encabezó una delegación al festival de cine, fresco tras su triunfo en Terminator, del brazo de su esposa Maria Shriver; Kate Moss y Naomi Campbell exhibían, con La Lisa como trasfondo, ropa de Ralph Lauren y zapatos de Manolo Blahnik para un despliegue en la revista Harper’s Bazar y Steven Spielberg quedaba fulminado ante Fidel Castro, declarando que las ocho horas pasadas en su presencia fueron las más importantes de su vida.

La lista de visitantes famosos es tan grande que se necesitaría casi todo un libro para anotarla. Más allá de las excusas, parecían atraídos por el último bastión de la Utopía, ya caído el bloque soviético. Venían a rendirle tributo al macho tropical con discurso mesiánico, un lenguaje que les resultaba irresistible.

En el 2006, con la retirada del comandante, se creó un vacío retórico. Raúl Castro carecía de prestancia y hablaba en tono menor. Tenía que ajustar la transición y asegurar su supervivencia y la del sistema. Por un tiempo, el jet set americano se olvidó de la isla. Tímidamente, ya bien entrada esta década, aparecieron Jay-Z y Beyoncé y Benicio del Toro vino a filmar hasta que con la reanudación de las relaciones se renovó el interés en la isla.

De momento, la lista-A no se decide a regresar, dejan que otros hagan la labor de zapa. Al gran evento del Festival del Habano, aparece, una vez más, Naomi Campbell, ya carta vieja y marcada, y Paris Hilton que hace tiempo cedió su trono de reina de la superficialidad. De los anfitriones de los talk-shows llega el más insignificante, Conan O’Brien.

¿Qué pasa que no vienen las Kardashian con Kanye West? ¿Cuándo llegan Jimmy Fallon o Jimmy Kimmel? Ya es hora que comience el desfile de la lista-A. Que vayan Ryan Seacrest y Giuliana Rancic. Porque ahora, de política no se habla, es la hermandad de los pueblos y todos a bailar cogidos de la mano.

¿O es que a la izquierda de limosina no le apetece la nueva imagen que ofrece el castrismo? El nuevo gancho es el folclore y la macarronería. El Disney habanero de Eusebio Leal con los tríos de guitarras en cada esquina y las santeras con tabaco en la boca tirando los caracoles. Con los espectáculos de salsa y los bailes populares. Esos serán los nuevos símbolos que identificarán a la cubanidad.

Ya regresarán todos. Kathryn Bigelow, la directora de The Hurt Locker y Zero Dark Thirty, instó a los artistas, en el programa de Bill Maher, que no dejaran de ir antes de que todo cambie, porque “ir a Cuba es como montarse en una máquina del tiempo”. O sea, que los cubanos sigan sufriendo para disfrute de los millonarios paternalistas que vienen a darse un baño de Tercer Mundo, porque si no se apuran este país de ese Tercer Mundo no se diferenciará en nada de los otros. Parafraseando a Tolstoi, será igual que todos en su miseria.

Hay quienes se avergüenzan de todo esto y lo ven como una traición a “los ideales del
principio”. Entiendo y me conmisero con quienes creyeron en la posibilidad de un proyecto
utópico. Para mí siempre fueron unos farsantes que escudados en el mesianismo de su discurso se inventaron una narrativa épica para consumo de los oprimidos y para complacencia de la izquierda internacional. No era más que una pantalla para apoderarse del mundo que siempre desearon y no podían tener. No hay más que ver las mujeres a las cuales se acercó Fidel Castro para reproducir su especie: Mirta Díaz-Balart, Naty Revuelta y Dalia Soto, todas dignas representantes de la burguesía habanera que él decía detestar.

Fidel Castro (hijo) brindando con Paris Hilton no es más que una muestra de lo que siempre fueron las aspiraciones del hombre nuevo. Es la venganza del glamour de los cincuenta. Es la caída del mito. Apúrate Kim, adelántate al resto, viaja con tu entourage, que serás bienvenida. Tus nalgas van a lucir muy bien con Varadero como telón de fondo.


Roberto Madrigal