En 1966 se me ocurrió la idea de organizar un torneo de
ajedrez independiente, al margen del INDER y de la Comisión de Ajedrez. Nos
reunimos un pequeñísimo grupo de amigos y acordamos bautizar el evento como
Jorge Cadena In Memoriam, parodiando al Capablanca In Memoriam y homenajeando a
un joven jugador mejicano que participó en algunos torneos en Cuba y falleció
repentinamente.
En el primer “Cadena”, como después se conoció el torneo,
participamos Luis Rabassa, entonces campeón nacional estudiantil, Juan
Fernández, quien poco después llegaría a ser campeón nacional y Maestro
Internacional, Luis Miguel Hernández, un buen jugador que luego perdió el
interés por el ajedrez organizado, y yo, sapo perenne. Eramos todos unos
adolescentes. El torneo se jugó en casa de Juan Fernández (quien mucho más tarde
la permutó con unos de los gemelos de la Guardia, creo que Antonio). Se dio a
conocer entre unos pocos. La idea gustó. Cuando aquello todavía quedaban
algunos pequeños negocios particulares en Cuba.
El torneo creció al año siguiente, esta vez tuvo lugar en
mi apartamento. Se popularizó de boca en boca y jugadores de mayor importancia decidieron
participar en el mismo. En 1969, unas cuantas leyes y discursos después, ya
pasada la Ofensiva Revolucionaria de 1968 y comenzando el llamado “quinquenio
gris”, solicitamos permiso para llevar a cabo el evento en la Casa del Ajedrez,
situada en 15 y C. Nos lo permitieron. Ahí ya participaron jugadores con títulos
de Maestro Nacional y varios que luego llegaron a ser grandes maestros, como
José Luis Vilela. Tuvimos hasta público, a pesar de que no se le hizo promoción
oficial.
A los participantes se nos ocurrió poner dinero para
crear un fondo y premiar al ganador y al segundo lugar. De alguna manera, se
enteraron los funcionarios de la Casa del Ajedrez y de ahí la información pasó
al INDER y a la Comisión de Ajedrez. Se suspendió el torneo a medio camino. Uno
a uno fuimos llamados a contar y se repartieron sanciones. Como organizador,
fui el más perjudicado, se me prohibió jugar eventos oficiales por un año. Nada
podíamos hacer en contra de la voluntad de las organizaciones gubernamentales
que imponían sus propias reglas. Dinero y deportes no podían ir juntos.
En 1972 fui uno de los organizadores de la primera
Federación de Ajedrez Postal. Era un proyecto conjunto con Francisco “El Chivo”
Acosta y no tenía permiso del INDER. Se crearon reglas y estatutos y se
organizó un torneo inicial. El comité
organizador estaba constituido por un grupo de jóvenes con apenas veinte años y
sin afiliación política con las organizaciones del estado. Inmediatamente la
Comisión de Ajedrez, presidida ya entonces por el tenebroso Jorge Vega, antiguo
“asesor” del Che Guevara, nos quitó la federación de las manos y primero se
adueñó de ella y luego la cerró.
En 1977 o 1978 (ya no lo tengo claro en el recuerdo, no
hacía apuntes entonces), participé en un segundo intento de crear otra
Federación de Ajedrez Postal, esta vez el proyecto fue promovido por Jorge
Daubar (autor de una biografía de Capablanca y quien tengo entendido falleció
hace poco en Miami), varios años mayor que yo y de quien se decía que había
participado en la lucha contra Batista y tenía conexiones con gente del
gobierno. Dada la influencia de Daubar, esta federación, también independiente,
despegó mucho más y se convirtió en una federación paralela pero bajo control
del INDER, aunque independiente de Vega y de la Comisión de Ajedrez. En medio
de eso me fui y después el estado absorbió completamente el proyecto.
No sabía entonces que por iniciativa propia, o por
embullo, participaba de esfuerzos (mínimos) de poner un granito de arena para
la reconstrucción de una sociedad civil. Esfuerzos, que por pequeños e
irrelevantes, fueron apachurrados con facilidad y sin promoción.
Uitilizo este ejemplo personal para ilustrar el mayor
problema con el que se tropezará en Cuba en los intentos de crear una sociedad
civil y una oposición “leal”. Es que no solamente las reglas del juego vienen
definidas por el omnipotente partido único, que además decide los cambios y
establece a su antojo los límites de la crítica, sino que además la oposición
no tiene nada que ofrecer en una negociación.
En un país en el cual hay más partidos políticos
clandestinos que ciudadanos , no existe ninguna organización seria
que represente a un grupo de opinión significativo. No existe un proyecto a
gran escala ni unidad de criterios (incluso para disentir), lo cual por supuesto
es producto de 55 años de dominación total de la esfera política, económica y
civil por un solo partido, apoyado por un bien sincronizado mecanismo de
vigilancia y represión que no permite la difusión de ideas que no sean las
suyas.
¿Qué puede en este momento ofrecer un proyecto de oposición
a cambio de que el gobierno relaje sus leyes y le permita ocupar y crear
espacios sociales? Nada. El problema es que una negociación implica que ambas
partes tienen algo que ceder y algo que ofrecer que son de mutuo interés, pero
en Cuba, desgraciadamente, la oposición no tiene nada que ofrecerle a un gobierno
que lleva medio siglo ejerciendo el poder absoluto.
Más allá de las discusiones teóricas que se han llevado a
cabo recientemente, principalmente por un pequeño grupo de intelectuales de la
isla y del exilio, lo primero que se necesita para empezar a intentar
transformaciones pacificas es la creación de organizaciones que puedan llevar
su mensaje a las masas y que presenten ante estas (no ante el gobierno), una
plataforma sensata de oposición. Eso, en un país totalitario, en donde los
medios de información son de uso exclusivo del gobierno, es imposible, o al
menos muy difícil. El gobierno está muy satisfecho con el control que ha
ejercido por todos estos años y ha sido muy hábil en abrir válvulas de escape
cuando su olfato le indica que en necesario. Puede, por objetivos lúdicos,
dialogar el tiempo que quiera, pero sin ninguna finalidad. No está ocurriendo en Cuba nada que lo lleve a
cambiar fundamentalmente su posición. Eso parece ser al menos el futuro inmediato.
Roberto Madrigal
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