Sunday, April 6, 2014

Los cineastas cubanos, Santiago Alvarez y Viridiana



Al parecer, se acaba de anunciar que los cineastas cubanos deberán someter sus guiones, para su aprobación, al Ministerio del Interior. Es, por supuesto, una noticia nefasta, una más, que debe aterrorizar a la mayoría de los realizadores, quienes desde hace varios meses han creado una comisión de colegas y se reúnen con cierta frecuencia, para desarrollar algún tipo de documento o de acuerdo que haga realidad una ley sobre el cine. A veces hay quienes piden soga para sus pescuezos.

Nunca he trabajado en el ICAIC, por lo que mi información siempre me ha llegado de segunda mano, pero por lo que tengo entendido, la nueva noticia no debiera causar sorpresa, pues hay una larga tradición de censura en el ICAIC, prácticamente desde sus inicios. Tengo muchos amigos que han sido y son directores de cine del ICAIC. El recientemente fallecido Tulio Raggi me contaba que los guiones tenían que ser sometidos a una comisión del ICAIC para su aprobación. Es obvio que era para escudriñar y censurar cualquier cosa que oliera a crítica seria al sistema y no para revisar la calidad del proyecto, ya que si hubiera sido esto último, muy poco se habría filmado en Cuba en estos cincuenta y tantos años.

Raggi presentaba sus guiones directamente a Santiago Alvarez, pero supongo que habría otros encargados de la censura.  Quizá los directores cubanos prefieran la censura de un tipo como Santiago Alvarez, supuesto colega en armas que alternaba las labores del creador con las del funcionario, que la del Ministerio del Interior. Sin embargo Alvarez, que hizo del agit-prop una carrera y que fue, en Cuba, uno de los creadores de un movimiento artístico de protesta que protesta contra lo que sucede en otros países y no en el suyo, era un hombre sin historial cinematográfico. Pasó de ser un oscuro archivista en la antigua CMQ, en la década de los cincuenta, a ocupar uno de los cargos más importantes del ICAIC y mantuvo un largo reinado sobre el género documental.

Era un personaje a quien le importaba muy poco lo que otros hacían, aunque tenía que cumplir con esmero su labor de censor. Tan despistado, que me contaba Raggi que durante una sesión de aprobación de cortos terminados, pues no solamente se censuraban los guiones, sino también el producto acabado, refiriéndose al corto animado de Hernán Henríquez, Sucedió en la ciénaga, dijo: “Todo está muy bien, pero ¿a quién se le ocurrió un titulo tan malo?”. A lo que una voz al fondo de la sala aún oscura dijo tímidamente: “A usted Santiago”. Era además un tipo bastante inculto y proclive al disparate, quien durante una presentación en la cinemateca, y en este caso yo sí me encontraba presente, de la película silente alemana El gabinete del Dr. Caligari, dijo que era “la obra maestra más grande que habían producido los estudios de la DEFA”. El problema es que el filme dirigido por Robert Wiene fue rodado en 1920 y la DEFA eran las siglas de los estudios de cine de la antigua República Democrática Alemana, que fueron fundados en Berlín Oriental en 1946.

De todos modos, la censura puede combatirse con creatividad, tanto artística como práctica. Ahí está el caso de Viridiana. Estoy consciente que es injusto comparar a Buñuel con algún director cubano, pero de todos modos, valga el ejemplo.

La historia es vieja y muchos las conocen.  Buñuel vivía exiliado en México desde 1946. Su productor, Gustavo Alatriste, le convenció de hacer un filme en España que marcaría su regreso a la península. Según dice Buñuel en su autobiografía Mi último suspiro, puso como condición que se trabajara con la sociedad de producción de Juan Antonio Bardem, militante del Partido Comunista y opositor a Franco. Todo se arregló de esa manera y el guión fue aprobado por José María Muñoz Fontán, el director general de cinematografía del Ministerio de Educación Nacional español.

Como el cine nació mudo y Buñuel se inició en el cine mudo, la fuerza de la película estaba en la simbología visual, la trama se leía como lo que uno de sus productores, el genial cineasta Pere Portabella, definió recientemente como un “culebrón venezolano”. Buñuel había sido criticado por los exiliados españoles en México de haberse vendido a Franco, se le acusó de colaboracionista, de traidor y de muchas otras cosas. Pero Buñuel iba a hacer el filme que le viniera en gana.

Viridiana terminó de filmarse en abril de 1961 y fue presentada para participar en el festival de Cannes como representante de España. El gobierno de Franco quería sacarle jugo político al regreso de Buñuel. Todavía tenía que pasar la censura visual de España, pero para evitar esto, la edición se demoró hasta el último minuto y la película iba a ser enviada a Cannes en el último día de presentación, cuando ya el jurado casi había decidido el premio. Muñoz Fortán ya se encontraba allí. La película llegó, se exhibió y triunfó. Ganó la Palma de Oro compartida con La larga ausencia del suizo Henri Colpi (que era la que ya el jurado tenía escogida antes de ver Viridiana a última hora). De hecho, Viridiana es la única película española ganadora de la Palma de Oro. Muñoz Fortán aceptó el premio con lágrimas en los ojos mientras decía: “No están premiando a Buñuel, están premiando a España”.

Al día siguiente L’Osservatore Romano, el diario del Vaticano, sacaba un editorial en el cual comunicaba la decisión del papado de excomulgar a Buñuel y sus productores por su asalto anticlerical y por su irreverencia religiosa. A la vez, Muñoz Fortán era relegado de su cargo como director de la cinematografía española.

Cuenta Buñuel, también en Mi último suspiro, que Franco pidió ver la película y que la vio dos veces y que dijo que no le pareció que tenía nada censurable, pero se negó a revocar la orden del Ministerio de Educación Nacional de prohibir la película en España. Según Portabella, la película no se censuró, sino que se hizo desaparecer, como si no hubiera existido. Se salvó para la posteridad por una copia que había quedado en Paris.

Claro, aunque igualmente criminales y dictatoriales, quizá, en lo que respecta a la cultura, Franco fue un ápice menos intolerante que los Castro.

 

Roberto Madrigal

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