Sunday, February 23, 2014

El dilema de la oposición venezolana


 

La protesta estudiantil que ha tomado las calles venezolanas en las últimas semanas y a la cual se sumaron los partidos de oposición, ha llegado a un final sin desenlace que ha dejado algunos muertos, ha mostrado el rostro de la violencia gubernamental y no ha conseguido, hasta ahora, ningún objetivo concreto.

Ha tenido que compartir la atención mediática con los sucesos de Ucrania, que no solamente fueron más sangrientos, sino que culminaron con la destitución del presidente electo Víctor Yanukovich. Pero mientras la oposición ucraniana contaba con el respaldo activo  de la Unión Europea y de los Estados Unidos, enfrentados en una lucha territorial contra la Rusia de Putín, los países del Cono Sur guardaban un silencio cómplice con el gobierno venezolano, emitiendo declaraciones tibias, como son los casos de Juan Manuel Santos, José Mujica y Ollanta Humala, o expresando su apoyo incondicional al matón de Nicolás Maduro, como han declarado públicamente (no hay sorpresas aquí) Rafael Correa, Cristina Fernández y Evo Morales. El presidente paraguayo Horacio Cartes, que se balancea en la cuerda floja en lo que se refiere a su relación con los países de la región y que desde que tomó el poder el año pasado ha hecho lo indecible por mejorar las relaciones con Venezuela, también calla y otorga.

La oposición venezolana está aislada. No importa que la protesta se base en un malestar real que responda a la creciente violencia tanto criminal como gubernamental, a la escasez de productos básicos, al aumento de precios de bienes de consumo necesarios, al acoso a los medios de prensa. Realidades todas ciertas y más que bien documentadas. El hecho de que es la clase media y los grupos conservadores los que llevan la voz cantante, enajena a los populistas, a la izquierda y a los gobiernos de los países desarrollados, que siempre buscan la participación de las clases más pobres para darse por enterados de lo que pasa en el Tercer Mundo.

Los sucesos de las últimas semanas también revelaron un cisma en la oposición. La figura de Capriles, así como la de sus seguidores, brilló por su ausencia desde el principio y no fue hasta que la protesta alcanzó niveles inicialmente insospechados, que se han sumado a ella. Muchos grupos opositores no parecen entender el valor de presión social que tiene la desobediencia civil en una democracia. Llaman a dialogar con los sordos que detentan el poder. Es cierto que técnicamente el gobierno venezolano es un gobierno democráticamente electo, pero es también un gobierno que no solo abusa de su poder, sino que hace lo posible por violar y burlarse de la constitución que lo llevó al poder.

Para un observador distante y medianamente informado como yo, los objetivos de la oposición, aparte de enfrentarse a Maduro y sus secuaces, no están claros. No parecen tener un plan de acción bien delineado, una línea política definida o una unidad consensual para exigir los derechos civiles. Desde Rosales hasta ahora Leopoldo López, la oposición no se ha podido ver más allá del rostro que la representa en cada momento.

Eso no quiere decir que sus acciones, de seguir insistiendo, no lleven a resultados positivos. En definitiva Maduro es un incompetente que mira hacia La Habana buscando consejos y que probablemente enfrenta varios enemigos internos. Pero sin una posición común y coherente no se puede avanzar. Por lo general, la oposición venezolana se ha mostrado unificada en años electorales. Este año no hay elecciones de ningún tipo en Venezuela, es importante para la oposición buscar algún punto de confluencia.

Roberto Madrigal

Sunday, February 16, 2014

La frágil condición del disidente


Se requiere vocación para ser disidente. También coraje o irresponsabilidad, quizá un poco de ambas. Es el hartazgo del ilustrado. Es una condición frágil e ingrata. Se habla en beneficio de muchos, pero lo aprecian solamente unos cuantos.

El disidente pide libertad de prensa, el derecho a viajar, a la pluralidad política, al acceso a la internet y a la libre expresión individual. Todos son derechos importantes para la fundación de una sociedad en la cual se respeten los principios democráticos y cada ciudadano, dentro de ciertas limitaciones, pueda decidir su futuro. Pero a la masa eso le suena hueco. La gran mayoría, sobre todo en países como Cuba, quiere soluciones inmediatas al problema de la comida, de la vivienda o de la ropa. La apertura de una nueva cafetería es mejor recibida que la inauguración de un museo.

Hace muchos años, cuando el discurso ideológico estaba de moda y se construía la narrativa de la épica revolucionaria, recuerdo que cada vez que me metía en problemas en mi centro de estudio o de trabajo, el consejo de algunos amigos y enemigos era, siempre salomónicamente: “para que te metes en política”. Yo trataba de hacerles entender, inútilmente, que no era yo quien me metía en la política, era la política la que se metía conmigo. Pero es que la mayoría prefiere guardar silencio, esconder sus opiniones. Y eso que en Cuba no hay avestruces (aunque esa actitud no es patrimonio de los cubanos). Hoy en día, ya sin épica ni discurso, la actitud mayoritaria es mucho más pasiva.

El mensaje del disidente resulta atractivo a quienes viven fuera de su realidad mientras estos se mantengan allá. Una vez que viajan, su mensaje pierde validez al cabo de los días. En Cuba apenas se les conoce o se les ignora a propósito. Pero el poder siempre mantiene su vigilancia. Mientras su mensaje quede en ideas abstractas, todo va bien, pero si se deciden a manejar temas concretos entonces se desata la violencia contra ellos. Están indefensos.

Un tema cada vez más explosivo es la creciente desigualdad social. No me cabe la menor duda de que hoy en Cuba existe una situación económica mejor que la existente hace treinta años. La diferencia es que mientras antes había una igualdad en la miseria (aunque por supuesto, no todos éramos igualmente iguales, ya que ellos no espaguetizaban), hoy en día se hace más obvio que las ventajas son para el goce de unos pocos. La ostentación ha regresado a la calle (algo que durante la épica era anatema) y eso provoca molestias.

Las grandes desigualdades sociales son peligrosas porque fermentan el odio y la envidia, esas características tan propias de los seres humanos, que tienen más fuerza motriz que la compasión y los ideales de libertad. Los estómagos vacíos, ante  la vista de otros estómagos repletos, causan más enardecimiento que los cerebros clausurados.

Los mítines de repudio, el acicate a la masa enardecida son las formas de desviar esos instintos por caminos controlables y utilizables contra aquellos que proclaman la necesidad de establecer derechos civiles. Son la incivilidad organizada y manipulada.

Uno de los mayores combustibles para la envidia que pudiera ser nociva al gobierno es el enriquecimiento de individuos que no tengan que ver con el gobierno. Es por ello que limitan el horizonte de los negocios privados y que crean instituciones encaminadas a controlar el trasiego comercial para que quede en manos de los fieles al poder, como la corporación Gaesa, o el conglomerado Cimex, quienes controlan casi el ochenta por ciento de la economía cubana. Los cuentapropistas no son más que modestos buhoneros. También para prevenir el descontento entre los fieles, se construyen urbanizaciones cerradas como el Proyecto Granma, que ofrecen comodidades insospechadas para la mayoría de los cubanos, a los militares de medio y alto rango. En definitiva, quienes poseen las armas tienen la última palabra en un momento de caos.

Los disidentes cubanos operan en solitario. Al menos, visto desde afuera, hay muy poca coordinación entre los diferentes grupos, muy poca solidaridad. Para colmo, en los lugares en los cuales se escucha su mensaje, están expuestos a las críticas (bien y malintencionadas) de quienes difieren de sus puntos de vista, en sociedades en las cuales la libre expresión es un derecho asentado. O sea, se les victimiza en las sociedades a las que aspiran crear.

Este año se cumplirán veinticinco años de la caída del Muro de Berlín y la desaparición del bloque socialista, incluyendo, un poco después, la Unión Soviética. Sin embargo, en países en los cuales hubo grupos de destacados disidentes como Sharansky, Sozhenitsin, Michnik y Havel, existieron movimientos literarios como el Samizdat, y en los cuales existió una respetada tradición cultural mucho más antigua que la nuestra, todavía existe una actitud y una claustrofilia mental que no se aleja mucho de la que existía entonces.

Los gobiernos totalitarios solamente caen por explosiones internas o por movimientos violentos. Estas dos situaciones son generalmente promovidas por la desigualdad económica y social. Para ello los gobernantes cubanos toman medidas a diario, con promesas de cambio económico, con migajas para sus siervos y con sus tropas de choque asaltando la calle. Mientras tanto, frágilmente, el disidente debe continuar su trabajo, con su cabeza entre el hacha y el denuesto.

Roberto Madrigal

Sunday, February 9, 2014

Refrito oportuno



Publiqué en este blog el artículo que ahora reproduzco, el 29 de octubre de 2011, pero a raíz del desastre que ha sido el regreso de Cuba a la serie del Caribe, me parece que lo que en el mismo expongo, cobra vigencia.

Cuba participó en las series del Caribe desde que se inauguraron en 1949. Ganaron siete de las doce en las cuales participaron. La primera serie tuvo lugar en La Habana y los Alacranes de Almendares resultaron ganadores. En 1952 los Leones del Habana se impusieron en Ciudad de Panamá, pero la hegemonía cubana se consolidó a partir de 1956, cuando los equipos cubanos triunfaron en las cinco últimas series en las cuales participaron. Los Elefantes de Cienfuegos ganaron en 1956 y 1960, los Tigres de Marianao lo hicieron en 1957 y 1958 y los Alacranes de Almendares en 1959. Después de 54 años sin participar, los Azucareros de Villa Clara regresaron por todo lo bajo y no pasaron de la primera etapa, con una victoria y tres derrotas.

Una de las cosas que se destaca en el béisbol cubano de los últimos lustros es la pésima calidad de sus managers. Si el paso de Fermín Guerra, Natilla Jiménez, Ramón Carneado y Roberto Ledo a Servio Borges y Humberto Arrieta fue abismal desastre, los nuevos managers como Higinio Vélez y Víctor Mesa hacen lucir a Borges y a Arrieta como genios del béisbol. Por otra parte el doctor Antonio Castro, como directivo del deporte, es una pésima caricatura de su padre, quien desde su búnker en el antiguo Country Club, decidía las alineaciones y los cambios de lanzadores de los equipos cubanos mientras participaban en eventos internacionales.

Coronamiento de un desastre anunciado

La reciente derrota del equipo cubano de béisbol en los Juegos Panamericanos de Guadalajara, no es mas que uno de tantos tiros de gracia recientes que rematan el hace tiempo moribundo mito del invencible béisbol revolucionario.

Con la cancelación de la liga profesional de invierno (el último campeonato se jugó en 1960-61) y la creación del INDER en febrero de 1961, Castro heredaba un movimiento beisbolero cubano que se encontraba en su apogeo. No vale la pena hablar de las glorias pasadas, todo el mundo las conoce, pero en ese momento tenían menos de 25 años y ya comenzaban a despuntar en las grandes ligas y las sucursales americanas jugadores como Miguel Cuéllar, Tony Oliva, Zoilo Versalles, Luis Tiant, Dagoberto Campaneris y Tani Pérez, este último finalmente elegido al Salón de la Fama de Cooperstown, y al menos tres de los otros fueron merecedores del mismo honor que por diversas razones se les negó. El béisbol amateur cubano era excepcionalmentre sólido. Sus ligas contaban con excelentes equipos como los del Círculo de Artesanos, Artemisa, Hershey y Telefónicos, de cuyas filas saldrian muchas de las primeras estrellas destacadas en la pelota organizada por el INDER. El equipo amateur cubano se había coronado campeón mundial en los dos últimos campeonatos organizados por la FIBA (Federación Internacional de Béisbol Aficionado), en 1952 y 1953 (no se jugó ningún otro hasta 1963). El béisbol cubano era la base de lanzamiento tanto de figuras locales como de muchos jugadores venezolanos, puertorriqueños y dominicanos. Vivia un proceso de intercambio enriquecedor del que se beneficiaban profesionales y amateurs a la vez.

En esa nacionalización ya estaba inoculado el germen del desastre. Castro aisló al béisbol cubano de todo lo que lo había enriquecido. Decidió utilizarlo como un arma fundamental de propaganda para pregonar la infalibilidad de su sistema y de lo que éste producia. Al principio se benefició no sólo de la rica herencia, sino de la colaboración de muchas figuras importantes de la pelota anterior, como Fermín Guerra, Gilberto Torres, Natilla Jiménez y Ramón Carneado, quienes prestaron sus conocimientos para continuar desarrollando prospectos. El virus no podía notarse en los primeros años, ya que los peloteros en Cuba se dan más silvestres que la yerba mala.

Pero comenzaba la falta de competencia. A nivel nacional, no había otra liga que la estipulada y a nivel internacional solamente competían con un nivel muy inferior, los desechos del amateurismo en el Caribe y los colegiales americanos. O sea, los peloteros semiprofesionales cubanos (en realidad eran profesionales mal pagados, ya que lo único que hacían era jugar pelota), se enfrentaban a los caribeños que aun no estaban listos para las ligas menores americanas y a los colegiales americanos que empezaban a desarrollar sus cualidades en medio de un sistema con muchas ligas superiores.

Salir del país para abastecerse de bienes materiales no existentes el país era la mayor motivación de los peloteros cubanos. Pertenecer al equipo Cuba era lo más importante. Una vez ahí, eran difíciles de remover. Ya en los setenta eso empezó a mermar la calidad de las competencias nacionales, pues muchos de los jugadores del equipo nacional ponían poco esfuerzo en los juegos de las ligas internas, tratando de evitar lesiones que les impidieran viajar. Empezaron a surgir managers como Servio Borges y Humberto Arrieta, que no tenían conocimiento de otra pelota y sus estrategias eran pedestres. La técnica y la enseñanza del deporte nacional empezaron a decaer. A eso se añade que una parte esencial del proceso de selección al equipo cubano era de orden político. Muchos jugadores excelentes como Julio Rojo o Julián Villar, no podían viajar, y otros, como el caso de Félix Isasi, lo hacían porque se utilizaban a sus familiares como rehenes para evitar que desertaran.

Con las estructuras deportivas existentes en aquel momento, los cubanos barrían en cuanto evento internacional participaban. El mito de la invencibilidad de la “superior” pelota cubana se reforzaba y ayudaba a reforzar la propaganda sobre la invencibilidad de la revolución tanto dentro como fuera del país. Nunca se sabrá si los peloteros cubanos entonces hubieran tenido éxito en las grandes ligas. Mucha especulación se hizo, pero los mismos peloteros estaban inseguros y ninguno se atrevía a desertar. El primero en hacerlo fue Bárbaro Garbey, que salió por el éxodo del Mariel cuando despuntaba como estrella en el béisbol cubano. Llegó a formar parte del equipo de los tigres de Detroit que ganara la serie mundial de 1984, pero su carrera fue fugaz  debido a razones que nada tienen que ver con el deporte.

Las fisuras comenzaron a notarse cuando en 1991 René Arocha decidió abandonar la nave cubana para probar suerte en los Estados Unidos. Atrás empezaron a venir otros. La crisis económica de principios de los noventa y la subsecuente dolarización de la economía cubana mostraron, por una parte el nivel más bajo de degradación social y política del sistema y por otra nuevas formas de conseguir bienes de consumo que no requerían del esfuerzo de una disciplinada vida atlética. La motivación de los peloteros cubanos también comenzó a decaer. Ya ni siquiera ser del equipo Cuba era tan tentador.

Otro golpe decisivo fue cuando la FIBA y los organismos olímpicos permitieron la participación de profesionales en sus eventos. Cuba primero caía derrotada ante un grupo de peloteros de la liga Triple A americana y ya desde el año 2006, en que empezó a disputarse la Copa Mundial, han perdido evento tras evento de manos de holandeses, americanos, coreanos y japoneses. Hace más de un lustro que Cuba no domina nada en béisbol. Las filas de los equipos nacionales han comenzado a vaciarse con el éxodo ya casi masivo de muchos de sus mejores jugadores, que ya no solamente tienen que saltar la cerca cuando salen de gira, sino que sus salidas se arreglan por diferentes medios para que huyan como “balseros”.

Parte de la propaganda del gobierno era que la liga cubana estaba al nivel de las grandes ligas. Por supuesto, ya eso nunca se podrá corroborar, pero se pueden ver muchas evidencias de la falacia del mito. Después que República Dominicana, Venezuela y Puerto Rico ocuparon el lugar de Cuba en cuanto a abastecer de estrellas a la pelota de liga grande, de las decenas de peloteros cubanos que se han quedados en los últimos 15 años bien poco hay que destacar y sólo se observa una cadena de mediocridades. Cierto que El Duque Hernández y José A. Contreras llegaron en sus treintas a los Estados Unidos y por lo tanto no estaban en plenitud de condiciones, pero sus records de noventa victorias y sesenta y cinco derrotas (El Duque) y de setenta y siete victorias y sesenta y siete derrotas (Contreras), no dan mucho que hablar. Es cierto que en el caso de El Duque hay muchos intangibles que lo elevan a ser un lanzador destacado y apreciado por los equipos. Liván Hernández ha tenido una larga carrera y ha resultado un caballo de batalla, pero también su récord de victorias (173) y derrotas (175) es bien mediocre. Todos los recién llegados han tenido que pagar su cuota de estancia en las ligas menores, en donde aprenden muchas técnicas que desconocían allá. Solamente Alexei Ramírez ha resultado la excepción. Vino directo del equipo Cuba a los medias blancas de Chicago y hasta ahora su ejecutoria ha sido impecable, tanto a la defensiva como a la ofensiva. Todavía está por ver lo que harán prospectos como Aroldis Chapman y Dayán Viciedo. Otras supuestas estrellas del béisbol cubano, como Yuneski Maya, simplemente no han dado la talla en las mayores. Ya eso lo comentan hasta en “La esquina caliente”.

Nunca fui fanático de los equipos cubanos. Para mí no representaban a Cuba, sino al gobierno de Castro y siempre les deseo lo peor (no a los jugadores como individuos). Pero esta herramienta de propaganda ya se ha desmembrado. El aislamiento, la falta de competencia, las intrigas a la hora de seleccionar atletas, la creciente falta de motivación y por supuesto el deterioro de los estadios cubanos han sido algunos de los factores que han llevado, desde 1961, al lento pero seguro proceso de decadencia y caída de la pelota cubana. Lo que vemos ahora es el estrépito. Por supuesto que el talento no se ha ido de Cuba ni ha sido asesinado, eso es ridículo pensarlo, pero va a tomar tiempo recuperar el nivel anterior. Además, noto en las nuevas generaciones un amor por el fútbol que antes no existía, y puede que otro de los funestos resultados de la megalomanía castrista sea que el béisbol quede destronado como el pasatiempo nacional.

Roberto Madrigal

Saturday, February 1, 2014

El fanático irredimible


 
Leyendo sobre la reciente muerte del cantante americano Pete Seeger, me acordé inmediatamente del músico cubano que le enseñó la versión de Julián Orbón con los versos de Martí y que Seeger interpretó por primera vez el 8 de junio de 1963 en el Carnegie Hall, obteniendo un éxito inimaginable que continuó en 1966 cuando su versión fue interpretada por The Sandpipers y alcanzó el número 9 en la lista de las canciones más populares en Estados Unidos y el número 7 en el Reino Unido ese mismo año, para luego convertirse en el éxito global interminable que todos conocemos. Me refiero a Héctor Angulo o Héctor de Angulo, no estoy seguro cual es la forma correcta de su nombre, ya que respondía a ambos y aparece de ambas maneras en los pocos escritos que hay sobre él.

Angulo había recibido una beca del gobierno cubano para estudiar en Juilliard y prolongó su estancia en los Estados Unidos para cooperar con la lucha del proletariado internacional. Se unió a los grupos más radicales de los jóvenes izquierdistas americanos y cuentan que durante un recital que daba Seeger en un campamento de verano para jóvenes militantes de estos partidos, muy a principios de los sesenta, alguien le comentó que en el público había un músico cubano y le presentaron a Angulo quien en ese momento le dio la idea a Seeger de que cantara la Guantanamera con los versos de Martí, tal y como la había arreglado Julián Orbón en 1958 (La Guantanamera, según los créditos aceptados a pesar de muchas disputas, fue originalmente compuesta por Joseíto Fernández en 1929). Al menos esa es la leyenda.

Conocí a Angulo en 1970 o 1971, no puedo asegurar la fecha con exactitud. Era cuando un grupo de amigos que incluía, entre muchos otros, a Nicolás Lara, Benjamín Ferrera, Rogelio Fabio Hurtado, Jesús Suárez, Bielicki, Armando López, Franklin Romero, Manolito Profundo, Emilio López Alonso (más conocido como el Dingolondango al cero de alusión), Tomás Piard y a Esteban Luis Cárdenas, nos reuníamos en el parque frente a la funeraria Rivero, siempre después de las once de la noche, que era cuando hacían la primera colada de café y ahí nos sumábamos a toda una variopinta galería de personajes para sentarnos a hablar de lo que fuera. Algunos propinaban sus poemas a un público sarcástico, otros inventaban proyectos de publicaciones literarias clandestinas, otros leían fragmentos de novela, como Daniel Fernández, siempre adelantando un capítulo de “Las aventuras de Truca Pérez” y otros hablaban de política. Las conversaciones se entremezclaban en el pequeño espacio que ofrecían los pocos bancos del reducido parque y muchas veces recibíamos las visitas preocupadas de los compañeros de la seguridad del estado, que o nos dispersaban o nos arrestaban.

Tomar café era difícil, no colaban mucho y si había muchos velorios, los familiares de los difuntos se nos adelantaban, pero el café no era más que una excusa para la reunión de los aspirantes a intelectuales, escritores defenestrados, traficantes de bolsa negra y farsantes de toda calaña. Poco después de la una de la mañana, en grupos dispersos, nos íbamos hasta Coppelia, en donde la tertulia continuaba hasta que nos botaban y allí se nos sumaban otros amigos como Everardo Llanes. Por cierto, casi todos teníamos que levantarnos muy temprano al día siguiente para ir a trabajar. Fue en Coppelia cuando recuerdo haber visto a Angulo por primera vez, aunque creo que también iba de vez en cuando a la funeraria.

Calvo y bajito, mucho mayor que todos nosotros (ahora me entero que nació en 1932), Angulo fue clasificado rápidamente como “eltipoquelenseñólaguantanameraapeterseeger”.  Se declaraba por entonces como compositor de música concreta. A todos nos parecía incomprensible que alguien que estuvo en los Estados Unidos en los años sesenta hubiera regresado a Cuba voluntariamente y con asombro le preguntábamos las razones. El insistía en que era revolucionario y que vino porque era su deber con su pueblo. Llegó a decir que estaba muy feliz porque gracias al compositor Juan Blanco había conseguido un espacio radial en el cual poner música concreta durante media hora todos los días, en la emisora COCO. Insistía que el programa era muy popular. Alguien se levantó y preguntó: “Caballero ¿alguien aquí sabe a qué hora es el programa de Angulo?”  Ante el silencio general continuó: “Como verás, aquí hay más de diez personas educadas y semicultas y nadie ha oído hablar de tu programa, no te ilusiones que nadie te oye”. Angulo se insultó y se perdió por unos días. Nadie lo tomaba en serio a pesar de ser un gran conocedor de la música y un hombre dedicado a la composición. Pero siempre regresaba. Alardeaba de haberse negado a recibir ningún beneficio de los que le había propuesto la revolución a su llegada. Vivía con sus padres. Formaba discusiones delirantes, lanzando en voz altas afirmaciones como que los enfoques que hacía Carlos Rafael Rodríguez sobre Martí eran muy burgueses y que había que radicalizar más a la revolución. Sus paroxismos eran insufribles. Se convirtió en el objeto de bromas de muchos de los allí presentes.

No sé por qué insistía en reunirse con nosotros, que residíamos en una galaxia ideológica muy lejana a la suya. Quizás por su soledad y por ser primo de Armando López. O (los más probable), por ser homosexual, lo cual lo tenía eliminado de los grupúsculos oficiales, ya que corrían tiempos siniestros y los homosexuales eran ferozmente perseguidos, y en nuestro grupo encontró aceptación, a pesar de sus ideas absurdas. Era muy ingenuo y se entusiasmaba con cualquier cosa. La música popular cubana le parecía de mal gusto por entonces y cuando Barbara Dane llegó por primera vez, pensó que a través de ella iba a cambiar muchas cosas, porque Dane podía llegar a los oídos de Fidel Castro. Llegó un punto en el cual, entre el delirio y la frustración, hablar con él resultaba trabajoso y hasta desagradable. Llegó hasta crear problemas a algunos amigos con su fanatismo. Era buena persona pero su intoxicación ideológica lo volvía peligroso. Pero nunca le retiramos nuestra amistad.

Por supuesto, nunca cambió nada ni pudo escalar en el mundillo musical cubano. Buscando en google casi no se encuentra nada sobre él, solamente una mención a unos arreglos que realizó de cantos yoruba para guitarra y que han sido interpretados por Manuel Barrueco y por Marco Ramayo. Fue respetado por los conocedores como Harold Gramatges, Juan Blanco y Leo Brouwer, pero sin mucho entusiasmo. Un hombre que supuestamente ansiaba conectar con el gran público quedó como una apostilla de la élite.

En el obituario del cantante americano que escribió para el Granma hace unos días Gabriel Molina (en el cual se cuida de no mentar a Orbón, que murió en el exilio), lo menciona, tergiversando al menos la historia que conozco, señalando que “La cineasta estadounidense Estela Bravo relata…que solo al grabar el segundo disco supo Seeger sobre Joseíto y la Guantanamera con arreglo de Héctor Angulo. Declaró entonces que ambos cubanos debían ser quienes cobrasen los derechos de autor”. No sé si esto fue solamente una pose o se ha negociado alguna vez seriamente, pero de haber sucedido, no me extrañaría si me informaran que Angulo los hubiera rechazado o donado.

Cada vez que veo una película en la cual aparece por alguna razón la Guantanamera, me quedo a ver los créditos, en los cuales siempre aparece junto a Julián Orbón, Joseíto Fernández y Pete Seeger.  Me cuentan que sigue viviendo en la casa de la calle Prado que era de sus padres, que ya murieron. Continúa defendiendo la causa de un proletariado que nunca se lo ha pedido. Orgulloso de su miseria, empecinado en su desvarío, revolviéndose en su cautiverio.


Roberto Madrigal