Thursday, October 24, 2013

Más variaciones sobre un mismo tema (recurrente)



No estoy seguro si fue a finales de 1980 o a principios de 1981, yo había llegado unos meses atrás y recuerdo que hacía un poco de frío en Miami. Cabrera Infante se presentaba en la entonces cinemateca de Miami, que comandaba Natalio Chediak, para ofrecer una charla sobre su obra. En un momento determinado expresó (y cito de memoria): “Si no hubiera sido por la revolución cubana yo hubiera sido un director de revistas rodeado de secretarias encamables”.

A finales de los años cincuenta, me contaron, de resonancias cercanas, que Lezama Lima solía comentar con sus amigos: “Voy a pasar a la historia de la literatura como un gordo que repartía revistas”. Con ello se refería a sus sudorosos recorridos por las librerías habaneras cargado de ejemplares de la revista Orígenes, a la vez que trataba de resumir el impacto cultural que pensaba había tenido antes de la llegada de la revolución.  Por supuesto, después de 1959 su suerte cambió y le llegó, tarde como él mismo decía, una siniestra celebridad.

Independientemente de lo que cada cual piense de sus obras y de la disparidad de sus posiciones ideológicas, no hay dudas de que los tres escritores de mayor notoriedad que ha producido la literatura cubana en los últimos veinte años son Pedro Juan Gutiérrez, Leonardo Padura y Zoé Valdés.

¿Qué tienen en común estos tres autores tan diferentes que los puede haber catapultado a un estatus de celebridad indiscutible? Más allá de haber padecido el crecer casi a la par de la revolución cubana (aunque Pedro Juan en su infancia sorbió un poquito del ancien régime), los tres han narrado aspectos de la realidad cubana, en forma realista, que han mostrado mundos o submundos desconocidos hasta ese momento en la literatura cubana. Los une principalmente la Trilogía Sucia de La Habana, de Gutiérrez, las cuatro novelas de Mario Conde, empezando por Pasado perfecto, de Padura y La nada cotidiana, de Valdés. No importa que esta última haya sido publicada en el extranjero, porque revela una realidad a la cual la autora estaba muy cercana en aquel momento.

En un país en el cual los medios de información están estrictamente controlados por el gobierno y en el cual la cultura, aún hoy en día se mantiene como el último bastión de defensa de la ideología una vez dominante, la literatura, sin quererlo, o queriéndolo, informa. La narrativa principalmente, es una de las fuentes alternativas de información que tienen quienes quieren asomarse a la realidad cubana. Escribir con cierta audacia y originalidad sobre esa realidad (a pesar de que Padura lo hace de forma extremadamente calculada) eleva al autor a niveles que quizá sus méritos literarios solamente no lo harían (y esto no es un comentario sobre la calidad literaria de estos narradores). Esto es mayormente valorado en el extranjero, donde están las grandes editoriales, los premios y el dinero.

A muchos escritores y artistas cubanos les gusta quejarse de que donde quiera que van lo primero que les preguntan es sobre política. Dicen que quisieran ser como los americanos o los ingleses, a quienes solo se les pregunta sobre su obra. Esto ha saltado a relucir nuevamente en el artículo que recientemente publicó Jon Lee Anderson en The New Yorker , mayormente centrado en Padura (“Letter from Havana: Private Eyes”, edición de octubre 21, 2013), quien menciona un trabajo anterior de Padura, bastante conocido, en el que dice que quisiera ser Paul Auster.

Lo cierto es que, salvando el océano literario que los separa, es posible que Auster sienta envidia por el protagonismo de Padura y que este último, a quien a pesar de su excelente novela El hombre que amaba a los perros, lo quieren encasillar como escritor de género por sus policiales anteriores, si no escribiera sobre Cuba no fuera otra cosa que un escritor más de novelitas policiales. Su obra estaría muy por debajo de, por ejemplo, el islandés Indridadsun quien con su obra sí logra trascender los reducidos límites de su pequeña isla en la cual se desarrollan sus temas.

Recuerdo que debió haber sido en 1993, que me llegó una revista UNION o La Gaceta de Cuba, de esas que me enviaban por intercambio por mi revista Término, para entonces ya difunta por mano propia muchos años atrás, y al abrirla en la sección de narrativa me tropecé con un cuento que me pareció excelente y que con lenguaje mordaz y desenfadado mostraba una realidad cubana que solo conocía de oídas. Estaba firmado por Zoé Valdés, de quien en aquel momento no tenía ninguna información. Este relato, en el cual había un jineteo en una playa entre un extranjero y una pareja, de un erotismo inusual en lo que me llegaba de Cuba, me lanzó a buscar otras cosas de la autora (solo encontré algunos poemas en una antología del premio Roque Dalton). Años después me tropecé con el relato en Traficantes de belleza, se titulaba “Traficante de marfil, melones rojos”. Al leerlo en este libro, me pareció que había sufrido cambios y no me impresionó de igual manera. Es posible que yo hubiera cambiado y ya conocía a Zoé Valdés y a otras obras suyas. Lo cierto es que es innegable que la inmediatez que comunicaba la primera vez que lo leía, le daba un valor adicional.

Quejarse de que se les pregunte sobre política y no sobre literatura es una hipocresía de los narradores cubanos que lo hacen. El efecto de ese fenómeno que controla el país desde 1959 es inevitable y hay que aceptarlo sin resignación, más bien enfrentarlo. Cada cual debe decir su verdad, porque en realidad, es una oportunidad que se les ofrece y de la cual no debieran rehuir. La narrativa realista, en todos los contextos, informa y esa información que ofrece en muchos casos realza el valor del escritor (tanto, que hoy en día, los críticos neomarxistas como George Scialabba, en un país como los Estados Unidos, quieren ensalzar a Gore Vidal como el Gran Novelista Americano, por ser el “cronista del imperio”), en Cuba esto se multiplica por su excepcionalidad.

El fantasma agotado del proyecto castrista todavía nos apresa en su sombra, pero bienvenido sea el reto. No hay que ser escritor realista para aceptarlo. Todos, desde los que escriben ciencia ficción, literatura infantil, poesía de género y hasta literatura onírica, tienen en este caso una responsabilidad social nada agradable. Demasiados la rehúyen.

Debo añadir que aquella noche durante la charla de Cabrera Infante, tras decir lo que arriba cito, osé pedirle que explicara la complejamente nefasta manera por la cual el proceso revolucionario, a pesar de sí mismo, le había servido de plataforma para integrar el boom latinoamericano. No sé si no me supe explicar  o que por aún tener la arena en los zapatos me expresé involuntariamente mal, o no era el lugar adecuado para hacer esta interpelación, pero Cabrera Infante se insultó con mi pregunta y su respuesta no respondió a mi cuestionamiento, sino que se extendió relatar a su historial como opositor del gobierno cubano y el precio que había pagado por ello, cosa de la cual yo estaba al tanto. El desplante que sufrí en mi primer encuentro con un autor cuyos libros había devorado arriesgando mi pellejo y dedicando una inmensa cantidad de tiempo por tantos años en Cuba, venciendo todo tipo de obstáculos, no mermó en absoluto mi admiración por su obra y por su trayectoria personal. El peso de la revolución no es fácil de llevar en los hombros de un escritor.

 
Roberto Madrigal

4 comments:

  1. ¡Buenísimo tu artículo sobre el "tema recurrente"! Por cierto, me encantó la frase de lelvar arena en los zapatos. Los autores que citas están entre mis preferidos y creo que, cada uno a su manera, han llevado sobre sus hombros el peso (muerto o vivo o a medio morir) de la revolución. Las anécdotas revisteriles no tienen precio :-)

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  2. La renuencia a hablar de política, hay que decirlo, afecta sobre todo a los autores que oficialmente residen en Cuba (por más horas de vuelo internacional que acumulen). Que yo sepa, Zoé Valdés no se caracteriza por rehuirla. Es algo que no me sorprende, tomando en cuenta el monopolio que el gobierno de partido único ejerce sobre ese tema, y los riesgos implícitos en abordarlo, para aquellos que permanecen sujetos a su autoridad, digan lo que digan. Me atrevería a decir que entre Gutiérrez y Padura el primero parece más honesto en su obra. No hay gran audacia en escribir novelas policiacas donde, por ejemplo, el malo es un ex funcionario corrupto desertor que regresa de visita a la isla, o embarcarse en estos tiempos en una reivindicación de la figura de León Trotski, cuando nadie te va a pedir cuentas por eso. Peligroso hubiera sido en pleno Quinquenio Gris, cuando la plana mayor del Partido Obrero Revolucionario cubano (trotskista) estaba presa. La realidad es que la fobia política parece un mal de estos tiempos en Cuba. Hasta los deportistas que se asilan ahora aseguran que lo hacen "sólo para poder ayudar a sus familias". No es el peso de la revolución lo que provoca esto; es el miedo.

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  3. Excelente artículo por todo lo que interpela más allá de lo que escribe y más acá de la verdad que denota: la revolución del 59 e incluso hasta ahora la seguimos llevando a cuestas los cubanos dondequiera que vamos. Es demasiado brillante lo que hicimos en un mundo sin luz y que aún la isla amada sigue intentando a pesar de sus oscuridades. Eso despierta el mayor interés hacia nosotros y no querer reconocerlo es oficio para el tiempo perdido.

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  4. Recuerden que Copérnico enseñó al hombre la modestia cuando sostuvo que era el sol, y no la tierra, el centro cósmico de nuestro sistema solar. Buen artículo del autor; pero se le olvida a éste último que escribir es oficio de hambrientos y hay que inclinarse por una de las dos orillas (las dos tienen arena blanca y fina).

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