Thursday, August 29, 2013

¿Es necesaria la violencia?


En una secuencia del filme Manhattan, durante un vernissage se encuentra reunido un pequeño grupo de académicos, críticos de arte y diletantes a los cuales se aproxima el personaje de Woody Allen, quien tras ser presentado, para romper la conversación frívola dice: “¿Se enteraron que unos nazis anunciaron que van a realizar un desfile en Brooklyn?”, a lo que un hombre aparentemente muy sofisticado le contesta con un  “Sí” y Allen continúa: “Estoy organizando un grupo para ir con bates y ladrillos a enfrentar a los nazis”. Sin inmutarse, el hombre sofisticado le responde: “Hay un artículo de opinión en el New York Times de hoy que satiriza y hace trizas al desfile” y Allen le riposta: “Sí, la sátira y los artículos están muy bien, pero con los nazis, los bates y los ladrillos son más persuasivos”.

Es muy común hoy en día entre los exiliados cubanos, calificar a los opositores y disidentes pacíficos que ahora pululan por estos medios, como apaciguados y apaciguadores. Se les acusa de ser una creación del castrismo, de ser una oposición permitida porque distrae la atención de los problemas esenciales. Independientemente de lo acertado o no de estos ataques, y según a que disidente se le aplique, ya que no todos son iguales, ni piensan igual, ni se comportan igual, lo que se pierde de vista es que ese tipo de oposición tiene una función que es necesaria, pero en el caso cubano, le falta un complemento: una seria oposición violenta o violentadora que asuste a los gobernantes.

El totalitarismo es imposible de transformar mediante el diálogo, porque por su propia naturaleza no puede hacer cambios. Es toda una red de instituciones interdependientes que obedecen al objetivo único de mantener el control total en manos de un pequeño grupo y cualquier cambio, por pequeño que sea, la fragiliza.  No solamente establecen las leyes y las reglas del juego, sino que como las monopolizan, las cambian a su antojo. Apenas permite la existencia de organizaciones independientes de poca monta. En cuanto se desarrollan y crecen, las aplastan.

No soy historiador, pero una mirada somera a los hechos más trascendentales del siglo veinte muestra que los sistemas totalitarios solo caen por acciones violentas (el nazismo), por la muerte de sus gobernantes (el franquismo) y por un cisma interno de la cúpula hegemónica (el bloque soviético). Incluso en el caso del bloque soviético, entre los muchos factores que lo llevaron a desaparecer, se encuentran las continuas cruentas huelgas sucedidas en Polonia desde 1978, llevadas a cabo por una fuerte organización obrera, las guerras separatistas en Osetia, Abkazia y Chechenia, que los soviéticos ocultaban al mundo y la aparatosa derrota en Afganistán, que rompió el mito de su invencibilidad. En Nicaragua, la presencia de los contras forzó a las negociaciones y a las elecciones. Incluso, mirado en reverso, los propios soviéticos asumieron el poder frente a otro totalitarismo, mediante la violencia y mediante la violencia se agenciaron a todos los países que formaron el bloque del este. Los propios nazis aniquilaron la república de Weimar a través de un golpe de estado sobre la constitución.

La ecuación puede extrapolarse a cambios sociales en sociedades democráticas, como la lucha por los derechos civiles en los Estados Unidos. Hay momentos en los cuales las instituciones no están dispuestas a cambiar sus reglas y la única forma de alcanzar la transformación es violentándolas. Cuando me refiero a violencia no me limito a pensar en tanques y barcos de guerra, sino también en la desobediencia civil, en la disposición a aceptar sufrir la violencia. Huelgas y protestas obligan a los gobiernos a usar la violencia o a dimitir. Es la amenaza de una situación en la cual puede correr la sangre la que asusta a los jerarcas.

Esto no es un llamado a la violencia, es solamente un señalamiento. En el caso cubano, en donde no existen organizaciones sólidas y masivas de oposición civil (y no veo cómo se puedan instaurar), no hay forma de asustar a los detentores del poder. Un gobierno cuyo único interés es mantenerse mandando sin considerar el bienestar de sus ciudadanos, solamente puede temer a su destrucción física.  Si dialogan y hacen pequeños cambios es solo para ganar tiempo. La única solución a la vista es la biológica. Cuando desaparezca la cúpula histórica vendrán quizás, dentro de sus propias filas, otras maneras de mandar, no necesariamente democráticas, pero sí más flexibles, para aplacar los ánimos que provoquen sus diferencias, mientras buscan un nuevo discurso que los concilie. 

En un país sin cultura democrática y en el cual ningún ciudadano menor de 60 años ha vivido jamás en la civilidad, los disidentes pacíficos, sin poder de convocatoria interno, seguirán siendo errantes profetas fuera de su tierra, emisarios de un dolor que hasta ahora muchos no conocían o se negaban a conocer, lo cual no deja de ser una función importante, pero insuficiente.

 
Roberto Madrigal

 

 

3 comments:

  1. De acuerdo totalmente con tu articulo.

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  2. Tienes gran parte de razón en cuanto a las causas para el desplome de los totalitarismos. Desde luego, el franquismo, a su fin, distaba ya de ser totalitario, y quizás haya sido siempre un régimen caudillista de transición, porque los partidos políticos que lo reemplazaron estaban allí, listos prácticamente para emprender el retorno a la democracia. Muerto el Generalísimo, los españoles simplemente volvieron a ser ellos mismos, más sosegados y responsables que en los años 30. Yo opino, sin embargo, que puede haber otra causa para el desplome de un régimen de este corte, y es la simple fatiga y el deterioro, que debilita el puño de hierro que mantiene el orden. Es lo que vemos en Cuba ahora, pienso yo. En los 60, 70, 80 e incluso 90, hubiese sido impensable la existencia de grupos opositores, por pequeños y acosados que estén, a los cuales el régimen no se decida a destruir, o disidentes que pasan sólo días arrestados, y no 25 o 30 años en una cárcel. Definitivamente, en Cuba el régimen se ha debilitado a la par que la camarilla gobernante y su jefe enfermo. Sobre todo, pocos realmente (dentro o fuera del país) creen en su legitimidad, y aunque todo esto no presagia más que un fin lento pero remoto todavía, la realidad es que el desplome, siguiendo este curso, parece inevitable. Descalabro por puro cansancio, nada más.

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