Tras publicar el primer trabajo investigativo realizado
en Cuba sobre la figura de Guillermo Cabrera Infante con su premiado libro Sobre los pasos del cronista (Ediciones
Unión, La Habana 2010), sus autores, Carlos Velazco y Elizabeth Mirabal, han
vuelto a la carga de infantería con su nuevo texto Buscando a Caín.
Ambos títulos se inscriben dentro de la nueva política de
rescates culturales de asesinados exquisitos, que fueron eliminados por décadas
de la memoria literaria colectiva, por una política que ha sido parte del
proyecto social del castrismo y que ahora son resucitados de forma incompleta y
progresiva, adecuadamente maquillados.
Más allá de los propósitos y despropósitos de sus
autores, los libros deben analizarse como lo que son, lo que tocan, lo que
implican y lo que eluden. No se les puede exigir que aborden temas que están
ajenos a sus metas ni criticarlos por ello. Con sus virtudes y sus defectos, Sobre los pasos del cronista es un libro
que reúne una gran cantidad de información que hasta ese momento se encontraba
dispersa o inédita. Es una valiosa contribución al estudio de la figura de
Guillermo Cabrera Infante.
Buscando a Caín consiste
exclusivamente en una compilación de entrevistas con escritores, cineastas,
periodistas y personas importantes en la vida de Cabrera Infante. El libro no
editorializa, deja a cada entrevistado decir lo que tenga que decir. Las
entrevistas están ordenadas en una cronología hecha según cada autor entra en
contacto con Cabrera Infante o este con ellos y hay una segunda sub-agrupación
que consiste en el oficio de los entrevistados. El único que aparece un poco
desubicado, aparentemente a propósito, es Edmundo Pérez Desnoes, cuya
entrevista cierra el libro. Las secciones en que los autores han dividido el
texto están introducidas por fragmentos de textos de Cabrera Infante, o cartas
a la redacción de la revista Carteles
o de Lunes de Revolución, otras notas
periodísticas y cosas por el estilo, muy bien encajadas.
Aunque no lo dicen por ninguna parte, me da la impresión
de que estas son muchas (o todas) de las entrevistas en las cuales los autores
se basaron para obtener parte de la información que utilizaron en su libro
anterior y decidieron armar un texto con ellas. Es obvio que los entrevistados
están respondiendo a un limitado número de preguntas. Entre los entrevistados se encuentran autores que habitan las dos orillas
de la cubanidad, algunos murieron antes de que saliera la obra.
Es muy difícil entrevistar a los intelectuales y a veces
más espinoso aún leerlos. En muchos casos, estos se dedican a hablar de si
mismos más que de la figura del sujeto de la encuesta y muchos, sobre todo los
de la orilla de allá que apoyaron de alguna manera el asesinato cultural de Caín,
se envuelven en justificaciones muy defensivas de sus actitudes “de entonces”. Hay
demasiada pose en todo esto. Es el caso de Edith García Buchaca, Ambrosio
Fornet y Graziella Pogolotti. Hay testimonios informativos e interesantes, que
se quedan un poco a medio camino de lo que quieren decir, como son los de Antón
Arrufat, César López, Pablo Armando Fernández y Enrique Pineda Barnet. Hay otros
muy honestos y liberados, que expresan sus experiencias con humor y sin
tapujos, como son los de Luis Agúero y Ernesto Fernández. Y hay unos, específicamente los de Harold Gramatges
y Edmundo Pérez Desnoes, que destilan bilis, envidia y frustración y que
casualmente son los que abren y cierran el libro.
Todos los testimonios son interesantes y de alguna manera
aportan algo, si no al mejor entendimiento de la figura de Caín, al menos al
ambiente de la política cultural en la que se desempeñó. Para mí el más
atrevido, desenfadado y sincero (a pesar de que estoy seguro que tiene mucho de
ficción, lo cual lo hace más verídico) es el de Ingrid González.
El libro cierra con unas treinta fotos de Cabrera Infante
antes, cuando y después de Caín, algunas hechas por Néstor Almendros, Korda y
Jesse Fernández, y la mayoría de ellas hasta ahora inéditas.
El texto, en su conjunto arroja mucha información sobre
las guerras culturales que se llevaron a cabo en la década del cincuenta y
hasta mediados de la década del sesenta. Las primeras principalmente entre
agrupaciones culturales e individuos y las últimas en plena lucha por el
posicionamiento en el poder político, cuando la cultura fue manipulada como
instrumento de supremacía. Una figura queda muy mal parada en todo esto y es la
del recientemente fallecido Alfredo Guevara, a quien se presenta prácticamente
como un artista frustrado, sin talento, que decidió establecerse como el zar
del cine y eliminar sin compasión a todo quien se le interpusiera. Es una
conclusión inevitable cuando uno cierra el libro.
De Cabrera Infante resultan muchas versiones,
probablemente todas son aspectos de su compleja personalidad y sobresalen más
allá de las intenciones de algunos de los entrevistados, que como impostados
segismundos, intentan psicoanalizar al personaje y tratan así de matizar su
testimonio. Para unos resultó un hombre generoso y solidario, para otros un
pedante altanero y despectivo, para todos un hombre de extraordinario talento,
egocéntrico, pero muy consciente de sus objetivos.
Si bien el texto es interesante e imprescindible, hay una
omisión que no puedo dejar de mencionar. Al libro lo recorre el hecho de que
Caín y Cabrera Infante fueron una ausencia criminal en la cultura cubana de
este último medio siglo, pero nadie se atreve a decir con precisión a que se
debió. No hay mención ni consideración sobre la política cultural del gobierno
ni sobre lo orgánico que esta censura resultaba al proyecto. No soy ingenuo y
sé que evitar ese tema debe ser parte del “pacto” por lo cual los organismos
que rigen la cultura y la censura en Cuba permitieron la publicación de estos
materiales. Velazco, como funcionario él mismo, ya que es el jefe de redacción
de la revista Unión debe saberlo muy bien y también conoce los trucos para vadear
esos obstáculos. Pero un libro que comienza con la “Advertencia”: La posibilidad latente de que se pierda el
pasado, la muerte de los lugares, los objetos, las personas, no hace
descabellada la suposición de que todo esto que nos contaron y lo que
prefirieron callar, por muy verídico y apegado a la realidad que haya querido
ser, algún día podrá leerse como una ficción, hace más obvia esa omisión.
Cuando algo o alguien se rescata, se debe ser consecuente y decir de dónde se
rescata.
Peor aún en este caso me parece la introducción de Abilio
Estévez, titulada “Testimonio en/desde la ficción”, en la cual este asunto ni
se esboza. Me sorprende esto en un escritor
que hace tiempo vive en el exilio y que ha expresado posiciones muy
interesantes y valientes. ¿Para qué se prestó a escribir esta introducción si
conocía de las limitaciones que se le imponían? O es que se las impuso a sí
mismo quizá para recuperar su voz y su sitio en el panteón de la literatura
cubana oficializada y no tener que esperar a la muerte para que se le rescate.
En realidad, Estévez perdió una gran oportunidad de decir lo que ha dicho
muchas veces, o de simplemente negarse a participar. Su introducción no aporta
nada al texto y solamente resulta en un apoyo a un proyecto que va más allá de
su control y probablemente del de los autores del libro.
Buscando a Caín. Entrevistas compiladas y editadas
por Carlos Velazco y Elizabeth Mirabal. Ediciones ICAIC 2012. La Habana. 287
páginas.
Roberto Madrigal