Saturday, March 24, 2012

Pequeña crónica de un breve viaje

La última vez que estuve en Cleveland el presidente de los Estados Unidos era William Clinton. Los indios de Cleveland eran uno de los mejores equipos del béisbol de Grandes Ligas y jugaban en el relativamente recién inaugurado Jacobs Field, ahora llamado Progressive Field. En las orillas del río Cuyahoga se erigió un complejo de entretenimiento que combinaba decenas de restaurantes y centros nocturnos y estaba lleno a cualquier hora del día. El downtown semejaba un atosigado hormiguero de gentes de todo aspecto. Solo tres años atrás había abierto el Rock and Roll Hall of Fame. El centro comercial principal de la ciudad, el Tower City Mall, acababa de revitalizarse, sus locales estaban ocupados a capacidad con tiendas de todo tipo y en su centro una inmensa fuente se iluminaba y cambiaba de colores al compás de la música. En este centro se celebraba el Festival Internacional de Cine de Cleveland y ese año vi The Dreamlife of Angels, el filme de Erick Zonca que había ganado en Cannes y había arrasado con todos los premios importantes que se concedían en Europa, que todavía no había adoptado el Euro como moneda continental.

He regresado a Cleveland a pasar un par de días para en ese plazo ver la mayor cantidad de películas posible de las que exhibe la trigésimo sexta edición del festival. La primera señal de que los tiempos han cambiado es que no bien entro en la ciudad veo que The Spaghetti House, un restaurante fundado en 1927 y en el cual me sirvieron la peor comida que he tragado desde que me fui de Cuba, había cerrado. El complejo de entretenimiento quebró hace ya unos años. El equipo de béisbol no es ni la sombra de lo que fue y para colmo hace poco más de un año que LeBron James, probablemente el mejor basquetbolista del mundo, decidió abandonar el área donde nació y el equipo de Cleveland en el cual jugó por siete años para probar suerte en Miami Beach, dejando sobre la mesa unos cuantos millones de dólares por cobrar con tal de escapar. El Rock and Roll Hall of Fame apenas se mantiene en pie. Las calles del downtown están desiertas. La ciudad no pudo resistir el embate de Bush y su guerra de Iraq, ni el de la tímida y hasta ahora ineficiente administración económica de Obama.

El festival sigue teniendo lugar en el Tower City Mall. Solo de poner pie en él noto que la mitad de los locales están desocupados y que la fuente iluminada pasó a la historia. El sitio está dominado por las señales, afiches y banderines que anuncian el festival. Pese al deterioro generalizado, una gran cantidad de gente deambula por los pasillos con programas en la mano o con identificaciones colgadas del cuello. Unos son los voluntarios que hacen posible el evento, otros son directores invitados, otros son patronos importantes y la gran mayoría la forman los cinéfilos, ávidos de ver buen cine, sobreponiéndose a la depresión económica. Es interesante notar el contraste entre cultura y economía.

En esta edición se exhiben 155 largometrajes y un par de decenas de cortometrajes provenientes de todos los rincones del planeta. No hay ninguna película cubana, pero el tema cubano estará presente con el documental Unfinished Spaces. Cuando asisto a este tipo de eventos trato de escoger películas que pienso no serán distribuidas en Estados Unidos comercialmente. A veces acierto, otra no. A veces las películas valen el esfuerzo, en la mayoría de los casos son un desastre. No estoy muy seguro de que a los audaces los acompañe la fortuna.

Dentro del poco tiempo que dispongo, que además se me acortó por razones urgentes e imprevistas, escojo ver cinco películas en dos días. La primera es Transit Cities, que es una versión jordana de Miel para Oshún ( o quizá de Lejanía, no estoy seguro), pero mejor hecha. No está mal, pero quiere decir mucho y termina resultándole demasiado. Quiere enfrentarnos a todos los problemas sociales, políticos, religiosos y económicos de la Jordania actual pero a la larga se atiborra de su contenido, aunque es breve y no aburre. Los actores son excelentes y la dirección intimista le resta, por suerte, gravedad. Una hora más tarde asisto a la presentación de Baikonur una coproducción germano-kazaja-rusa, dirigida por Veit Helmer (Tuvalu, Absurdistan), que comienza muy bien, desarrollándose en la estepa kazaja que rodea el cosmódromo de Baikonur, en la cual habitan tribus que se disputan los desechos de las naves espaciales para cambiarlos por latas de comida y entre los cuales se encuentra un radioaficionado que se autoapoda Gagarin y que capta las trasmisiones entre la decrépita planta del cosmódromo y las naves que envía al cosmos. La película incluye un romance entre este Gagarin y una turista espacial francesa y durante la primera hora es excelente, pero luego se convierte en algo absurdo y de un didactismo picúo que deshace todo el logro inicial, sin embargo, el público se puso en pie y aplaudió entusiasmado cuando rodaron los créditos finales. A la salida traté en vano de encontrar un lugar abierto para comer algo, pero me rendí y fui al hotel. Al día siguiente, a las diez de la mañana vi, a teatro lleno, Corpo Celeste, una cinta italiana de Alice Rohrwacher, su primer largometraje de ficción, que fue lo mejor del viaje. Es la historia de una niña en el umbral de la adolescencia que regresa con su madre y su hermana, después de vivir en Suiza por diez años, a la sureña ciudad de Reggio Calabria. La trama trata sobre unos días en los cuales vemos el difícil ajuste a la nueva realidad. Aquí los hermanos Dardenne se funden con el neorrealismo italiano pero la mezcla resulta novedosa. No es una obra maestra pero es una película muy buena. A la salida veo que no podré ver, por mi propia mala planificación, ni The Monk, una francesa de Dominik Moll, ni la islandesa Jitters pues están vendidas todas las entradas. En realidad, subestimé el entusiasmo de los asistentes. El festival dura toda la semana y se exhiben filmes desde las nueve de la mañana hasta las diez de la noche. Dada la composición étnica de Cleveland, hay una gran cantidad de obras de Europa Central. También hay varias películas argentinas y españolas, asi como de Chile, Perú y Venezuela.

A pesar de la frustración por no poder ver lo planeado, me alegra que haya sido por la gran asistencia al evento. En los dos primeros días más de seis mil personas se habían presentado. Esta perseverancia del público cinéfilo de Cleveland, que sostiene este festival a un elevado nivel de calidad a pesar de las penurias económicas, me parece un esfuerzo encomiable. Por unos minutos me recordé de otro callado luchador y amante del cine, que se enfrentó a circunstancias bien adversas. Me refiero al crítico cubano Walfrido Piñera, a quien conocí en 1970 sin yo saber quien era. Un hombre ninguneado, trabajando oscuramente en las arcas del centro de Medios Audiovisuales de la Universidad de La Habana, quien con humildad y generosidad, y arriesgando su empleo,  me dejó entrar, junto a un muy pequeño grupo de amigos, en las exhibiciones de películas como Persona y Fail Safe, que tenían lugar en el anfiteatro Aníbal Ponce, solo para militantes del Partido Comunista y que además nos hizo mil y una anécdotas de cine. Ni idea tenía yo que Piñera fue uno de los críticos de cine más importantes de Cuba en los años cincuenta, director de Cine Guía y uno de los editores de las Guías Cinematográficas que publicaba anualmente el Centro Católico de Orientación Cinematográfica. Piñera perseveró en su labor de amor al cine, de la manera que pudo, sin conceder victoria a su ostracismo, al igual que esta multitud que hoy me rodea y asiste fervorosa a este festival, por encima de la realidad económica. Disfruté, una vez más, ver de primera mano un apoyo incondicional a la cultura, sin necesidad de un organismo rector.


Roberto Madrigal

Saturday, March 17, 2012

Sokurov ante el dilema del autor y el personaje

Siete minutos después de haber ganado el León de Oro en el Festival de Venecia, en septiembre del 2011, por su filme Fausto, el cineasta ruso Alexander Sokurov recibió una llamada de Vladimir Putin, quien lo felicitaba por el triunfo obtenido en el certamen. Lo que fue una sorpresa para muchos no es más que una historia que se inscribe perfectamente en la tradición rusa de las relaciones entre el poder y la cultura. No creo que desde principios del siglo veinte haya otro país en el cual las opiniones de los intelectuales, artistas y escritores tenga más peso político que en Rusia, aunque en la gran mayoría de los casos a continuación se procediera a despedazar a las cabezas que pensaron dichas opiniones.

Desde 1997 Sokurov, un realizador hermético y cenacular, cuya obra más popularmente conocida es Russian Ark (2002), estaba interesado en realizar una tetralogía sobre “el poder y sus efectos corruptores”. Comenzó con Moloch (1999), una siniestra sátira centrada en la figura de un Hitler que se parece más al Hynkel de Chaplin que al Führer real, durante un fin de semana en un castillo alpino, en el cual rodeado de sus fieles servidores (Goebbels y Borman entre ellos) discute de política y sufre raptos maníaco-depresivos. Continuó con Taurus (2000) en la cual presenta a un Lenin decrépito, quien atado a una silla de ruedas ve como se le escapa el control sobre sus colaboradores y su propia vida. Le siguió The Sun (2004) en donde un displicente Hirohito insiste en la continuación de la guerra a toda costa, a pesar de que los americanos ya están a unos metros de él, y renuncia a su carácter divino. La pobre distribución de estos filmes, su escaso rendimiento taquillero y la crisis financiera global casi imposibilitaron a Sokurov continuar con su objetivo. Fausto, más centrada en la necesidad del hombre de obtener conocimiento y poder a través de este, sería la obra que iba a cerrar este ciclo, pero el apoyo monetario no aparecía.

Como Putin tiene visiones de la Gran Rusia y ha expresado repetidamente su preocupación por “la decadencia de los valores rusos”, Sokurov, quien piensa que el estado tiene la obligación de defender la cultura nacional, se decidió a visitar a Putin, en su dacha en las afueras de Moscú, para pedirle su apoyo en la realización de su película.

A pesar de que la única afición cinematográfica que se le conocía a Putin era por Viacheslav Tijonov y particularmente por su personaje del coronel Stirlitz en Diecisiete instantes de una primavera, cuenta Sokurov que habló con Putin por más de una hora, que discutieron sobre el penoso estado de los estudios Lenfilm, el inhumano tratamiento que se le daba a los prisioneros rusos en las cárceles del país y por supuesto sobre su filme. Dice que encontró en Putin un oído receptor y descubrió que era un germanófilo, muy interesado en el mito de Fausto y que le confesó que había adquirido esas inclinaciones durante sus años como espía de la KGB en la desaparecida República Democrática Alemana. Estuvieron de acuerdo en algunas cosas y discreparon sobre otras, pero todo dentro de un ambiente de mutuo respeto y cordialidad. Por supuesto que esta es una versión parcial de los hechos, pero tres semanas después recibió la comunicación de que el Fondo para el Desarrollo de los Medios Masivos de Comunicación, una institución con sede en San Petersburgo y fundada por el mismísimo Putin, había separado once millones de dólares para financiar su filme. Añadió que Putin le aclaró que estaba muy interesado en que Fausto, a pesar de que se iba a realizar hablada en alemán, debía ser una producción exclusivamente rusa.

El resultado ha sido la película menos política de la tetralogía, probablemente la más lograda. Una versión bien libre de la obra de Goethe, ubicada en el siglo diecinueve, en la cual la figura del demonio la encarna un prestamista bufonesco con el cual Fausto parece tropezar por accidente y quien con controvertida soltura guía al pobre doctor en su rastreo por los laberintos del conocimiento y del sexo. Filmada en los estudios Barrandov de Praga y en escenarios naturales de Chequia y de Islandia, la puesta en escena está construida en base a diferentes obras pictóricas de la época y tiene una fuerza visual subyugante. Putin la calificó de “grandiosa”.

¿Habrá sido Sokurov devorado por su propio personaje y estará condenado a vivir el destino de su Fausto?  En recientes declaraciones, el director ha dicho que no entiende por qué “Putin, que nunca ha sido amigo mío, decidió apoyar el filme”. Añadió que él no vota por Putin, pero que está dispuesto a continuar trabajando en “el cuarto de los sueños” aunque tenga que depender de la ayuda del mandatario para mantenerse allí. Al final, la historia la escriben los vencedores.


Roberto Madrigal

Saturday, March 10, 2012

Kafka, Karel Gott y los fantasmas del siglo

Comenzando con la historia de la familia Bata, quienes en su tiempo fueron los mayores fabricantes de zapatos del mundo, obligados a emigrar tras la invasión alemana de 1938, cuyas fábricas fueron rebautizadas en nombre del líder del partido comunista checoslovaco en 1949, que no regresaron a Praga hasta 1990 y terminando  con las historias entrecruzadas de Jaroslava Moserová, una cirujana que en 1969 atendió a Jan Palach en las horas de su agonía, después que este se habia pegado candela en protesta por la invasión soviética, el 16 de enero de 1969 en plena Plaza Wenceslao y del joven Zdenek Adamec, un adolescente que en el 2003 decidió replicar el suicidio de Palach, pero esta vez supuestamente agobiado por su obesidad y por la corrupción reinante y cayó completamente carbonizado a solo unos metros del lugar donde Palach se había inmolado, el periodista polaco Marius Szczygiel, nacido en 1966, se ha lanzado a investigar la elusiva identidad checa, en un texto inclasificable que combina la investigación periodística, con la ficción, el chisme colectivo y las anotaciones históricas. Un texto ameno, desconsolador y conmovedor, que obliga a leer entre líneas para extraer conclusiones imprecisas.
Gottland, publicado en polaco en 2006, obtuvo el Premio del Libro Europeo del año 2009. También ha sido montado como pieza teatral por el grupo del teatro Svandovo Divadlo de Praga. El libro, narrado con un agudo humor corrosivo, explora el siglo veinte checo a través de figuras mayores y menores de su cultura, todas víctimas de la represión, la tergiversación, la censura y las manipulaciones de las maquinarias propagandísticas, primero de los nazis y luego de los comunistas. Todos los personajes presentan diversos matices de ambigüedad, seres débiles atropellados por el engranaje de un sistema al cual unos sirven acobardados, otros se enfrentan con ingenuidad y muchos tratan de sobrevivir de la manera que encuentran, que no siempre es la mejor.
Está la historia de Lida Baarová, una famosa actriz que fue amante de Goebbels, que al cabo del tiempo se niega a ver la traición detrás de sus acciones. Sigue con la historia de Otakar Svec, encargado del proyecto de esculpir la estatua más grande del mundo en honor a Stalin, quien el día de la inauguración monta en un taxi y se entera por el taxista de que la gente dice que una de las figuras que acompañan a la estatua en el complejo montaje, una supuesta guerrillera, parece que “coge al soldado de la bragueta”, y continúa el taxista: “En cuanto la inauguren, al que lo proyectó seguro que lo fusilan”. Svec se bajó del taxi, regresó de inmediato a su taller y se suicidó. También narra la historia de Marta Kubisová, integrante del trío musical checo mas popular de 1968, quien en 1969 interpretó una melodía pacifista que se tradujo como una canción de protesta a la invasión soviética del año anterior y se hizo popular bajo el título de La oración de Marta y que tras ganar en la votación del premio Ruiseñor de Oro, el premio musical más importante del país, por encima de Karel Gott, algo inaceptable, ya que el popular y fiel al gobierno cantante, lo ha ganado siempre que ha optado (36 años en total), el jurado tuvo que pasarse una semana haciendo trampas para finalmente concedérselo a Gott y retirárselo a Marta. El precio que tuvo que pagar la cantante fueron veintiún años de ostracismo y de que la gente la evitara cuando se la encontraban por las calles. No fue hasta 1989 que con una voz ya ronca pudo cantar lo que se había convertido en un himno de resistencia.
Kafka, cuya propia identidad es bien controversial, ya que creció y vivió casi toda su vida en la Praga dominada por el Imperio Austro-Húngaro y escribió en alemán, por lo que checos, húngaros, alemanes y austríacos se lo disputan, aparece como una presencia que recorre el espíritu checo y que se expresa en el lenguaje popular con el término Kafkárna, una palabra cuyo significado no se puede precisar pero que siempre se refiere a algo laberínticamente absurdo. Por el libro también pasan las figuras de Kundera, Vaclav Havel, Alexander Dubcek y muchos otros. Se adentra también en las condiciones que llevaron a la famosa Primavera de Praga y las consecuencias que el gobierno que devino tras la invasión soviética trajo para el mundo de la cultura.
Szczygiel ha recopilado historias increíbles de intelectuales cobardes, artistas en la encrucijada entre su obra y la política, líderes corajudos pero llenos de contradicciones y las propias trampas que la vida inevitablemente tiende entre los sucesos de la Historia y la historia personal.
Este es el único libro que ha escrito Szczygiel, quien ejerce como editor principal de Gazetta Wyborcza, una de las más importantes publicaciones periódicas polacas de la actualidad. Con una prosa ágil, excelentemente traducida por María Dolores Pérez Pablos,  consigue que la ficción enriquezca la credibilidad de los hechos  y que estos a su vez le otorguen un aspecto de relevancia universal que llama a la meditación. Su exploración toca muchas aristas de la identidad checa y parece que ha dado en el clavo. La fundación Gottland, que se encarga de todo lo referente a Karel Gott, quiso impedir la publicación del libro alegando que ellos tenían derechos exclusivos a la palabra Gottland. Por suerte, perdieron el juicio. Gottland es a su vez un recorrido por los tenebrosos meandros del nazismo y el estalinismo, de los dispositivos del totalitarismo.

Gottland. Autor: Mariusz Szczygiel, 258 páginas. Editorial Acantilado. Barcelona 2011. Disponible en los sitios de la red de Amazon y Barnes & Noble.

Roberto Madrigal

Saturday, March 3, 2012

La enfermedad y su circunstancia

Confieso que trato de evitar los filmes sobre cáncer.  Una de las principales razones es que en su inmensa mayoría resultan unas bombas lacrimógenas inverosímiles que manipulan la enfermedad para acentuar el melodrama en tramas nada originales. Ejemplo de ello pueden ser Love Story, Stepmom o Sweet November. Obviamente unas dejan cierta huella, otras son completamente olvidables. Una excepción es la reciente comedia 50/50, dirigida por Jonathan Levine e interpretada magistralmente por Joseph Gordon-Levitt y Seth Rogen, que trata con humor sardónico los aspectos más delicados del enfrentamiento al diagnóstico y tratamiento de la enfermedad y se sale con la suya, manteniendo su dignidad artística.

Por la razón anterior fue que solo tras mucho titubeo cauteloso me decidí a ver Declaration of War (La Guerre Est Déclarée). Dirigida por la actriz Valérie Donzelli y escrita por la propia Donzelli y el actor Jérémie Elkaim (The Pornographer), la película trata sobre dos jóvenes que se conocen en una discoteca, comparten una pastilla de éxtasis, se enamoran y tienen un hijo. Deciden vivir juntos para dedicarse a criarlo cuando a los 18 meses se le diagnostica un tumor cerebral canceroso. A partir de ahí la trama se dedica a explorar los seis años siguientes de la vida de esta pareja, sobre todo los dos primeros, en los cuales viven las incertidumbres del periodo de diagnóstico, las altas y bajas de los inicios del tratamiento, enfrentan las diferentes actitudes de familiares y amigos, asi como los efectos que todo esto tiene en su propia relación.

Los protagonistas del filme se llaman Romeo y Julieta (con todas las connotaciones horribles que esto pudiera tener, desde cursilería hasta maldición kármica, la presentación está hecha en forma casual y humorística), son interpretados por Jérémie y Valérie en cuya verdadera historia se basa el guión. Lo que pudo ser una fórmula perfecta para el desastre, se convierte en ficción con efectividad dramática y credibilidad argumental.

Los personajes están bien trazados. No son seres humanos extraordinarios ni se hacen extraordinarios al enfrentar una situación difícil. Al contrario, son dos jóvenes bien comunes que sacan fuerzas de sus propias debilidades para enfrentar, de la mejor manera posible, lo que se les viene encima. Aquí no hay didactismo ni cantos de esperanza. Romeo y Julieta dan palos de ciego y pasan del pesimismo al optimismo y del disfrute a la frustración tal y como se vive en la cotidianidad, con transiciones sutiles a veces, abruptas a ratos, pero siempre inesperadas para si mismos. La trama es raras veces predecible. Los actores de reparto son excelentes y los personajes están bien delineados, llenos de temores, sin heroísmo, pero por lo general, de buen corazón.  Aquí, eso sí, todos ponen al mal tiempo sus mejores caras. Es un triunfalismo habitual con el cual nadie resalta.

Los autores evitan la melodramatización y utilizan con acierto un humor negro del cual ellos mismos son mayormente las víctimas. No piden la conmiseración del espectador. Han declarado una guerra contra la enfermedad y contra todos los obstáculos que se les presenten a sabiendas de que no tienen mucho control sobre los resultados, pero están decididos a lidiar. Es un canto contra la derrota y el derrotismo. Conmueven sin dejar que se pueda sentir lástima por ellos.

No es una película perfecta ni una obra maestra, a veces peca de un cierto exceso de corrección política, pero es que quizá asi piensan los propios personajes en la vida real, y tiene esa ya demasiado frecuente influencia de Jacques Démy en el cine francés de los últimos diez años, en los cuales los personajes de repente comienzan a cantar lo más desafinadamente posible. Pero por esta vez, su imperfección es una virtud y ayuda a aceptar la tragedia que sutilmente se narra. Donzelli y Elkaim han atravesado una cuerda floja con un malabarismo exitoso. Lo que pudo ser un lamento lastimero y solemne, resulta una comedia ligera que muestra a los seres humanos descubriéndose y sorprendiéndose en su lucha contra la adversidad, desgastándose, sobreponiéndose, dubitativos, impotentes a veces, pero siempre tratando de darle una oportunidad a la vida. Si algo se destaca aquí es la incomprensión del ser humano por la muerte.


Declaration of War (Francia 2011). Dirigida por: Valérie Donzelli. Guión: Valérie Donzelli y Jérémie Elkaim. Con: Valérie Donzelli, Jérémie Elkaim, Brigitte Sy, Elina Lowensohn, Michele Moretti, Phillipe Laudenbach y Frédéric Pierrot. Se estrena actualmente en algunas ciudades de los Estados Unidos y puede obtenerse a través de IFC On Demand.


Roberto Madrigal