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Saturday, September 17, 2011

Encuentros episódicos con un cineasta maldito

Creo que fue a finales de 1971 cuando conocí a Glauber Rocha. No puedo estar seguro de la fecha exacta porque cuando uno vive y disfruta el instante no piensa en la posteridad.
Por aquella época era el buque insignia no sólo del Cinema Novo brasileño, sino de todo el cine latinoamericano. Reverenciado en los círculos vanguardistas de Europa y Estados Unidos, elogiado al extremo por Godard, Pasolini y Antonioni, aclamado en las páginas de Cahiers du Cinema y de Cineaste y premiado en los festivales de Cannes y Locarno. Su cine era estéticamente innovador, pero cargado de un contenido político e ideológico de extrema izquierda. En Cuba habíamos visto ya para entonces Barravento, Dios y el diablo en la tierra del sol, Tierra en trance y Antonio das Mortes, este último fue el filme que dividió nuestras opiniones sobre Rocha. Para unos demasiado godardiano, para otros demasiado comercial, para otros un verdadero logro artístico sin precedentes y para otros, algo incomprensible y gratuitamente tedioso.
Ya un amigo que lo había conocido azarosamente unos días antes me había hablado de su accesibilidad. Esta era su primera visita a Cuba y lo extraño era que, dadas sus inclinaciones ideológicas, no hubiera ido antes. Fue a la salida de la cinemateca, después de haber visto La madre, de Pudovkin, parte de un ciclo de cine soviético de los años 20, cuando nos cruzamos en el lobby. Tal y como me lo había descrito mi amigo, vestía una camisa blanca de mangas cortas desabotanda casi hasta el ombligo y un par de jeans gastados. El pelo rizado, abundante y al estilo afro, o, como siempre lo llamábamos: spectrum. La sesión no estuvo muy concurrida y lo identifiqué verbalmente. Era un riesgo, pues “contacto con extranjeros” era considerado un delito y yo no me fijé quién andaba por los alrededores. Yo tenía una situación bien precaria en la escuela de Psicología y cualquier pequeño faux pas podía significar mi expulsión definitiva (ya lo había sido provisionalmente). Pero no me importaba. Hacía rato que había quemado mis naves. Inmediatamente se involucró en un diálogo caluroso. Se sorprendió de mi interés por ese tipo de cine y tras hablar un rato bajo la marquesina de la cinemateca, cruzamos hacia el Loipa, a sentarnos en una mesa y seguir descargando de cine. Era un tipo repleto de convicciones estéticas e ideológicas pero a la vez capaz de escuchar atentamente las opiniones de un mocoso ignorante como yo. Lo cual no queria decir que mis opiniones le hicieran ninguna mella. No creo que hubiera dos seres más distantes ideológicamente. Me contó el proyecto que lo había llevado a Cuba. Se había enfrasacdo en el montaje de un documental sobre la influencia africana en la cultura brasileña, pero en su investigación descubrió las similaridades entre esas influencias en Brasil y en Cuba y habia decidido expandir su proyecto. Hablaba entusiasmado del apoyo que le habían dado Alfredo Guevara y Tomás Gutiérrez Alea y se encontraba fascinado con las religiones afrocubanas. Me dijo, mas bien me exigió, que no me podia perder Tierra, de Dovzhenko, que se pondría a la semana siguiente y nos despedimos.
Nos volvimos a encontrar a la salida de Tierra y no podía creer que no me había gustado. Fuimos a comer algo a La Pelota, donde intentó convencerme de las bondades del filme y asi hablamos por un par de horas. Nos vimos después a la salida de Huelga, de Eisenstein y de ahi fuimos a la piloto de 23 y 16, donde se sacó del bolsillo de lo que yo sospechaba que era la misma camisa que vestía en cada ocasión, un pito de marihuana y me preguntó si quería. Yo nunca he fumado pero además ahi sí que, asustado, le dije que en ese lugar eso sólo nos podía traer problemas, sobre todo a mi. Guardó el cigarro y seguimos conversando, cartón de cerveza por medio. Se rió muchísimo cuando le comenté que a Los días del agua, la peliculita de Manuel Octavio Gómez, la habiamos rebautizado como Antoñica das Mortes por las obvias influencias que eran casi plagios formales. Seguía entusiasmado con su proyecto de documental. Me dijo que tenía que ir a Londres para editar unos materiales pertinentes a éste. Lo vi unos meses después a la salida de una proyección de La Terra Trema, de Visconti (recuerdo las películas, pero no los meses). El ánimo le habia cambiado. Nos sentamos a comer pizza en Cinecitá (ahora que lo pienso, todos nuestros encuentros tuvieron al cementerio de Colón como testigo). Estaba furioso, desencantado y harto de los funcionarios del ICAIC. Me contó que a medida que se metía mas en investigar las religiones afrocubanas, mas obstáculos le imponían a su trabajo, sobre todo Guevara y Julio Garcia Espinosa. Me dijo pestes de Gutiérrez Alea, por quien se sentia traicionado. Finalmente me dijo que se tenía que ir y que el ICAIC le habia prohibido que se llevara una cantidad de materiales bastante grande que consideraba imprescindible para su proyecto. Nos despedimos después de mas de tres horas de charla. No lo vi mas.
Su proyecto nunca se completó. Gran parte de sus ideas al respecto se reflejaron en Historia del Brasil y mas tarde en su último filme, Las edades de la tierra. Supe mucho despues que sufrió un giro ideológico tajante. Se enemistó con Godard y con Pasolini por sus posiciones politicas y llegó a decir que los militares brasileños, sobre todo el general Geisel, eran la verdadera esperanza de su país. Perdió el apoyo financiero de la izquierda y nunca consiguió el de la derecha. Murió en 1981, a los 42 años de edad. En esos cuatro encuentros aprendí de cine como nunca antes ni despues.
Curiosamente, al buscar datos en la internet para escribir este texto, me tropecé con una nota aparecida en Le Monde, el 28 de agosto de 2011, en el cual se anuncia la publicación en Cuba de un “pequeño libro” escrito por Jaime Sarusky (Premio Nacional de Literatura de 2004) sobre la estancia en Cuba de Rocha de 1971 a 1972. La nota habla de su obsesión con el proyecto de documental del cual Rocha me habló y añade: “Confiado en su amistad con Alfredo Guevara...Glauber esperaba encontrar el apoyo necesario en La Habana, ya que copmpartía, o creía compartir, las posiciones de la revolución cubana...esta etapa habanera estuvo repleta de malentendidos que Sarusky...atribuye a las diferencias de personalidad entre el brasileño y los cubanos...” pero añade la nota que: “La explicación debe encontrarse en la incompatibilidad entre la efervescencia de las ideas de Glauber y una sociedad y unas instituciones fijadas en la ideología y la autocensura...”. Al continuar buscando en la red, veo que en La Jiribilla fechada el 30 de julio de 2011 hay una presentación del librito, que me entero es una novela y que se titula Glauber en La Habana, hecha por Reinaldo González, llena de galimatías para evitar decir algo controversial. Parece que Sarusky, que ahora se ha dedicado a la arqueologia cultural, escribiendo textos sobre los suecos en Cuba, el Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC y Pablo Menéndez (mas conocido como “el hijo de Barbara Dane”), ha decidido rescribir un pequeño capitulo de la historia cubana para evitar que algún día la verdad salga a flote. No creo que mi curiosidad me lleve a leer el librito.

Glauber Rocha (Vitoria da Conquista, Brasil, 1939- Rio de Janeiro, Brasil 1981). Filmografía: Patio (1959), cortometraje; Cruz na Praca (1959), cortometraje; Barravento (1961), largometraje; Dios y el diablo en la tierra del sol (1964), largometraje; Amazonas (1965), cortometraje; Maranhao 66 (1966), cortometraje; Tierra en trance (1967), largometraje;  1968 (1968), cortometraje; El dragón de maldad contra el santo guerrero o Antonio das Mortes (1969), largometraje; Cabezas cortadas (1970), largometraje; El león de siete cabezas (1970), largometraje; Cáncer (1972), largometraje; Historia del Brasil (1974) largometraje; Las armas y el pueblo (1975), largometraje; Claro (1975), largometraje; Di-Glauber Rocha y Di Cavalcanti (1977), cortometraje; Jorjomado no Cinema (1977), largometraje; Las edades de la tierra (1980), largometraje.

Roberto Madrigal

Saturday, September 10, 2011

Paisaje mucho después de la batalla

Un camionero, del cual sabemos y sabremos muy poco, comienza el día sin despedirse de una mujer triste que puede ser su novia, su esposa o una fugaz acompañante. Durante su recorrido toma un camino equivocado y a partir de ahi se tropieza con una realidad cotidiana a la cual se asoma con el ojo del asombro. Tras escapar de un punto de control en el cual los guardias se aprovechan de todos a quienes detienen para obtener dinero o favores sexuales, Georgi (Victor Nemets) se adentra en una Ucrania profunda que le es desconocida. Se encuentra con campesinos harapientos de una rapacidad desmedida y decide pasar la noche en medio de un terreno yermo de cuya oscuridad aparecen ladronzuelos ordinarios que con un golpe de roca lo dejan inconsciente para luego darse cuenta que lo único que transporta es harina, lo cual les resulta inservible. Una campesina ya madura lo rescata y lo lleva a su casa, donde permanece en estado catatónico por varios días (¿o semanas?). Por las noches, ella combate su soledad violando al inerte Georgi. La mujer vende la depauperada casa y por esos campos queda en su marasmo Georgi, quien cae en manos de diferentes personajes que han aparecido y reaparecido durante la trama. Finalmente, su viaje regresa al punto inicial mientras acompaña a un camionero que lo recoge y en el punto de control, al observar una escena de abuso criminal, toma un arma y dispara contra todos los presentes, victimas y victimarios. Es su primera reacción para luego adentrarse en la oscuridad de la carretera hasta confudirse con la negrura de la noche, caminando hacia el vacío.
Esta es la historia central de My Joy (2010), que engloba otra historias de carácter alegórico y que suceden durante la Segunda Guerra Mundial. Son historias breves, sin mucha conexión con la trama central del filme y que hacen su entrada sin aviso narrativo. En una de las mejores, un maestro rural de características tosltoianas, quien vive solo con su hijo, monserga, mientras les da de comer a un par de soldados rojos, sobre su esperanza de que los alemanes, con su elevada cultura, finalmente se ocupen de arreglar los problemas de la Unión Soviética. Un poco más tarde los soldados, que han pasado la noche en casa del maestro, lo asesinan mientras duerme, para robarle y regresar al frente.
Con su primer largometraje de ficción, Serguei Loznitsa (Belarús, 1964) quiere llevar al espectador por lo más espeluznante del paisaje diario de la ex-Unión Soviética actual. Los personajes causan horror por lo comunes y ordinarios que son. Son aquellos con quienes parece que uno se puede atravesar a cada paso en la Ucrania rural de hoy. Con los argumentos marginales que intercala pretende dar a su trama una dimensión no sólo mas universal, sino que también marca este presente como un destino heredado del cual es imposible salir. Los personajes no luchan por cambiar su entorno, simplemente tratan de subsistir y esa es su única regla ética. Nadie está a salvo.
Loznitsa vive en Alemania desde 2001. En su estilo hay muchos elementos del cine de Sokurov, sobre todo de la relativamente reciente Alexandra (Rusia 2007). La película es muy interesante y hecha sin concesiones comerciales, aunque al principio molesta un poco la excesiva ingenuidad del personaje central, lo cual hace obvio que está siendo manipulado con un propósito inexorable. Su larga experiencia como documentalista se expresa en las diferentes imágenes en la feria de un pueblo, en el tranque en una carretera y en las tomas panorámicas, siendo uno de los elementos que le da fuerza dramática a la película. Lo que se nos presenta es un paisaje desolado y desolador cuyos personajes están atrapados en una indolencia desmoralizada y que veinte años después de la caida del ancien régime han sido incapaces de borrar definitivamente su pátina y echar a andar con zapatos nuevos. Para Loznitsa, el dilema ruso que planteaba Tolstoi en el “baile de Natasha” entre la inclinación europeizante y el alma asiática, se ha resuelto en favor de la segunda, pero representando sólo su aspecto bárbaro y no su vitalidad emocional.

My Joy. Co-producción germano-ucraniana-holandesa, 2010. Director y guionista: Serguei Loznitsa. Con: Victor Nemets, Vlad Ivanov, Vladimir Golovin, Maria Vargami y Olha Shuvalova.
La película no ha encontrado distribución en Estados Unidos y dado su limitado atractivo comercial, es poco probable que la encuentre. Aquellos que posean un reproductor de discos digitales sin límites de región, pueden obtener el DVD a través de E-Bay y otros sitios de la red.

PD. Pensaba hacer una reseña sobre Habanastation (Cuba 2011), la película de Ian Padrón que recién se estrenó en Miami y hace ahora el circuito festivalero, pero me pareció tan mala que no creo que valga la pena. Esta manida película telenovelesca, ha sido presentada como “disidente” porque presenta disparidad social en Cuba. No veo nada nuevo ahi, películas como Los dioses rotos, Perfecto amor equivocado y Aunque estés lejos, entre otras, han mostrado esos elementos de manera clara. De hecho, en esta almibarada cinta repleta de personajes agradables, los representantes del poder son todos figuras positivas que resuelven favorablemente y hasta con amor, situaciones difíciles para otros personajes. La peliculita se puede resumir en pocas palabras: es una sainetización de El Príncipe y el mendigo, narrada al estilo de Pelota de trapo, sólo que aquí al mendigo no le toca ir a palacio, no queda ni rastro de Mark Twain y Armando Bo no está en el elenco.

Roberto Madrigal

Saturday, September 3, 2011

¿Retratos de la postnueva clase?


Presentado por la prensa con mas platillo que bombo como: “Un nuevo libro de fotos que muestra a los hijos de Fidel y el Che viviendo en Cuba a todo lujo” (Miami New Times) o como un libro de fotos “de la otra Cuba...que contradice el discurso gubernamental de un país sin clases privilegiadas ni clases sociales” (The New York Times), el libro del fotógrafo Michael Dweck, Habana Libre, es mucho menos que eso y en realidad muestra bien poco.
Dweck (Brooklyn, 1957) es un fotógrafo bastante reconocido, que exhibe sus fotos en galerías de Nueva York, Los Angeles, Londres, Hamburgo y Tokío, y cuya obra se vende por un mínimo de cinco cifras cada una. Graduado de Bellas Artes del Pratt Institute de Brooklyn, luego cursó estudios en The New School for Social Research con el artista James Wines y el especialista en semiótica Marshall Blonsky. Abrió su agencia de publicidad en 1993 y llegó a ganar el León de oro del Festival Internacional de Publicidad de Cannes. Luego cerró su compañía en 2001, para dedicarse por entero a la fotografía. Nada de esto se refleja en su libro.
Desde el punto de vista estético, no hace falta ser un especialista para darse cuenta que las fotos de este libro son bastante malas. Los juegos de luces no están bien resueltos, las posibilidades de las relaciones figura-fondo no están bien explotadas y siempre se salva un poco uno en detrimento del otro. La composición no tiene nada original y se nutre del cliché, el lugar común, el estereotipo y el macarronismo. No hay audacia en ninguna de las 234 fotos. Por otra parte, carece de concepto, no hay apenas algo que unifique temáticamente las imágenes.
El autor evita la panorámica y favorece un intimismo de medio pelo en la mayor parte de las fotos, por lo que como resultado, éstas pudieron ser tomadas en La Habana lo mismo que en Rawalpindi, nada queda definido por su entorno. En este libro no hay nada que precise algo sobre “la realidad cubana”. Al menos desde el punto de vista visual. Jóvenes abrazados, amantes en cuerpo a cuerpo, mujeres desnudas en habitaciones de hotel o apartamentos de diseño indefinido que pudieran ser el de cualquiera, en cualquier lugar del mundo, muchachas y muchachos que rien mientras beben, Laura de la Uz que canta en El Gato Tuerto, pero que pudiera ser Diana Krall en The Blue Note y un tabaco por aquí y otro por allá para quizá dar un toque local. Ni siquiera la luz deja entrever la ubicación. La luminosidad es opaca, eludiendo la definición. Para dar color folclorico acude a Tropicana y a La Maison.
Para entender el propósito del libro (cuya idea dice Dweck surgió en un viaje que hizo en 2009 y luego fue ocho veces más a la isla para completar el proyecto), hay que remitirse a los textos, lo cual dice mucho de la pobreza de un libro de fotografía. En su introducción, Dweck no solo acude al lugar común de que “hay felicidad en Cuba...los cubanos deben ser la gente mas ingeniosa del planeta”, sino que, contrario a todo lo que se sabe, espeta que “...acabado de llegar al poder en 1959, Fidel Castro señaló su interés en promover la cultura cubana...hoy en dia la cultura es rica y motivo de orgullo”.
Esto último sólo lo puede decir un ignorante o un malintencionado (o alguien que es ambas cosas). Con respecto a la felicidad, no sé por qué la gente se piensa que porque hay represión y dictadura uno se pasa las veinticuatro horas del día y los siete días de la semana con la cara seria y sufriendo su tragedia. Yo mismo debo de confesar de que por mucho que siempre detesté el sistema y por mucha penuria que pasé, me divertí muchísimo en Cuba, es mas, nunca me he divertido tanto en otra parte. Eso se llama instinto de supervivencia, algo que, por suerte para ellos, está muy lejos de la mente americana, que tienen que inventarse programas televisivos sobre cómo sobrevivir en islas salvajes (quizá como Cuba).
Luego están las entrevistas con algunos de los fotografiados. Redactadas como textos que empatan las respuestas sin develar las preguntas. Las declaraciones de Camilo Guevara y de Alejandro Castro son un teque clásico, convencional y anémico a las cuales no es necesario prestar atención. Lo intrigante (y repelente) son las declaraciones del cineasta Pavel Giroud, que se envuelve en galimatías como: “En Cuba,el poder influye en el arte como en cualquier otra parte...como en cualquier parte, hay artistas que llegan a la cima y artistas que se mueren de hambre”. Por supuesto, el hipócrita de Giroud omite mencionar cómo se decide en un sistema totalitario y centralizado, quién triunfa y quién no. También las del músico Kelvis Ochoa quien dice: “A los 26 años me mudé a Madrid y viví allí por doce años, pero regresé porque éste es el mejor lugar en el cual puedo estar...” olvidando mencionar que quizá el motivo de su regreso fue el desastre musical y financiero que resultó Habana Abierta, el grupo al cual pertenecía y al cual Natalio Chediak le produjo el compacto Boomerang, muy vendido entre sus amigos. O las de la ¿artista? y modelo Rachel Valdés, que habitando un país tan miserable, dice que en su primera exhibición “...La dulce vida me dediqué a explorar la sociedad de consumo y la cultura de masas” dos fenómenos seguro muy prevalecientes en la sociedad cubana. Los artistas cubanos se presentan como “privilegiados, que viven mejor que el resto del pueblo”, lo cual hasta cierto punto es cierto, pero se nos hace ver que son artistas como lo son millones en otras partes del mundo, comprometidos consigo mismos. Es curioso que Leonardo Padura, uno de los fotografiados, no se atreve a abrir la boca.
Pensé descubrir algunas figuras desconocidas dentro de esta postnueva clase, ver algo del entorno, de la ciudad como personaje, pero nada de eso hay aquí. Para colmo, el libro está lleno de erratas. Entre otras, se refiere varias veces al restaurante/club Don Cangrejo, como Don Congrejo.
Me asombra que a estas alturas se hable de contradicciones porque en Cuba hay privilegiados, contrario al discurso oficial. Lo cierto es que siempre hubo privilegio. Recuerdo que después que las primeras jineteras eran explotadas en los años sesenta por los marineros griegos y chipriotas que se paseaban por La Rampa con una media colgada al cuello, para dársela en pago por servicios y garantizar un segundo día en el cual entregarían la segunda media, el jineterismo se deplazó en los setenta, a pedir botella a los Alfa Romeo y a los Lada, a ver si se podia ligar a un pincho y salir de la miseria, o por lo menos pasar una noche “comiendo jamón y tomando whisky” como sólo en la casa de un dirigente (o de un diplomático) se podía comer y tomar.
Lo único que ha desaparecido en Cuba es el discurso mesiánico, que en su momento sirvió para enarbolar las armas inquisidoras y para que fuera usado como manto protector por los artistas e intelectuales cobardes. Hoy, gracias a las remesas, la riqueza se ha desperdigado un poco mas y la élite no se limita solamente a los dirigentes. Cuando me fui de Cuba hace 31 años, sólo los dirigentes y los macetas (los boliteros), se construían mansiones y compraban carros. Hoy, ya agotado el discurso oficial,  las meretrices intelectuales han perdido su ropaje.
Con respecto a que el libro muestra a los hijos de Fidel y el Ché viviendo a todo lujo, hay que ser bien mojigato para pensar que alguien fumando un tabaco, acompañado de una mujer escultural, en el lobby de un hotel (que puede ser cualquier hotel), indica que está viviendo en el lujo. Esa fastuosidad y suntuosidad en las que de veras viven siguen estando prohibidas para las cámaras, no importa que sea un lente amigo.

Habana Libre. Autor: Michael Dweck. Fotos: Michael Dweck. Textos: William Westbrook. Damiani Editore, Boloña, Italia, 2011.

Roberto Madrigal

Saturday, August 27, 2011

Literatura y rencillas políticas

Babelia el suplemento cultural semanal del diario español El País, publica en su edición de hoy, 27 de agosto de 2011, un texto breve escrito por Carlos Fuentes en exclusiva para dicha revista con motivo de la publicación de su nuevo libro La gran novela latinoamericana (Alfaguara 2011).
Según se cuenta en otro artículo del mismo suplemento, firmado Jordi Gracia, y se deduce del trabajo de Fuentes, con este libro el autor retoma y actualiza sus concepciones sobre la novela latinoamericana, tema que ya ha abordado en repetidas ocasiones, particularmente en obras como La nueva novela hispanoamericana (1969), Valiente mundo nuevo (1990), y Geografía de la novela (1993).
Fuentes siempre ha sido un escritor y un pensador polémico, que puede ir desde la lucidez total hasta el discurso errático del alcohólico. Pero sus opiniones siempre cuentan, no sólo por ser uno de los más grandes novelistas de la lengua española (y de cualquier lengua) del siglo veinte, sino porque si aún quedan atisbos del intelectual renacentista, él y Mario Vargas Llosa son sus últimas encarnaciones.
Como soy fanático de las listas, las cuales considero valiosas para estimular la discusión, lo que mas me llamó la atención de este artículo fueron las dos listas con las cuales lo concluye y que las establece como el canon de la novela del siglo veinte y el canon del siglo veintiuno. Aqui es donde la política enseña su rostro sucio.
El escritor se toma la libertad de incluir El Aleph de Borges como la mejor novela del siglo veinte. Merecido homenaje al autor, cuya narrativa es la más influyente en los diferentes estilos de los narradores del boom, pero considerar un cuento de veintipico de páginas como una novela parece hecho para restar un lugar a muchos otros escritores con los cuales Fuentes mantuvo querellas de orden político que nunca se zanjaron. El resto de la lista, es prácticamente irrefutable con dos excepciones: Noticias del imperio, de Fernando del Paso y Santa Evita de Tomás Eloy Martínez. Pienso que por inusual modestia, Fuentes optó por del Paso para no poner ninguna de sus novelas, ya que Cambio de piel y Terra Nostra tendrían su lugar en esta lista. Al incluir a Martínez, que aunque es un excelente novelista (y Santa Evita una excelente novela) no está ni de lejos a la altura de otros narradores latinoamericanos de fines del siglo pasado, Fuentes ejecuta sus vendettas personales con base política e ideosincrática al excluir con esta inclusión la presencia de un Manuel Puig o de un Guillermo Cabrera Infante. Este capricho, tan evidente, lastra un poco la lista.
Fuentes, un hombre que de una manera u otra a estado siempre vinculado al poder y al establishment mexicano, siempre despreció el marginalismo y la homosexualidad de Puig. Con Cabrera Infante nunca tuvo buenas relaciones por sus respectivas posturas con respecto a Cuba. Muchas cosas se han dicho ambos en público, solamente voy a apuntar aquí una, cuando en 1994, a raíz de la muerte de Cortázar, la revista argentina La Maga, pidió su opinión al cubano, este declaró tajante: “No le puedo perdonar a Julio que nunca haya condenado las políticas de Fidel Castro. Junto a Gabriel García Márquez y Carlos Fuentes fueron los gendarmes internacionales de la dictadura castrista...Cortázar, junto a García Márquez y Fuentes organizaron, en la década del 70, una troika que funcionó como una diplomacia paralela del régimen, y que tenía como objetivo neutralizar la realidad de la isla...”. Aunque la posición de Fuentes con respecto al castrismo ha cambiado mucho en los últimos quince años, parece que aún no le perdona la afrenta a Cabrera Infante. En su artículo ni se ocupa de mencionarlo, al centrarse en las figuras de Carpentier y Lezama Lima. Hay mucha tela por donde cortar acerca de sus opiniones y espero, con lo que respecta al siglo veinte, que se reabra sanamente la discusión sobre la narrativa latinoamericana. Fuera también han quedado Sábato, Piglia, Severo Sarduy y Bryce Echenique.
Mas controversia aun puede desatar su canon del siglo veintiuno. En su discusión ignora olímpicamente a Roberto Bolaño, a Rodrigo Fresán y a Rodrigo Rey Rosa, ninguno de los cuales, por supuesto, aparece en la lista. No se puede dejar de notar que ni discute en el texto ni incluye en el canon del veintiuno a ningún autor cubano, ni siquiera a su protegido, el recientemente fallecido Eliseo Alberto. Me sorprende, no digo que no tenga razón, no sé hasta que punto Fuentes está al tanto o está interesado en lo más reciente de lo producido por la literatura cubana, ya que hace unos años declaró que Cristina García era la mejor escritora cubana de los últimos veinte años. De todos modos, las puertas están abiertas al debate.
A continuación, las listas según aparecieron en Babelia:
Canon del siglo veinte: El Aleph, Jorge Luis Borges; Los pasos perdidos, Alejo Carpentier; Rayuela, Julio Cortázar; Cien años de soledad, Gabriel García Márquez; Paradiso, José Lezama Lima; :La vida breve, Juan Carlos Onetti; Noticias del imperio, Fernando del Paso; Yo el supremo, Augusto Roa Bastos; Pedro Páramo, Juan Rulfo; Conversación en la Catedral, Mario Vargas Llosa; Santa Evita, Tomás Eloy Martínez.
Canon del siglo veintiuno: Historia secreta de Costaguana, Juan Gabriel Vásquez; En busca de Klingsor, Jorge Volpi; Oir su voz, Arturo Fontaine; El desierto, Carlos Franz; Las muertes paralelas, Sergio Missana; Amphitryon, Ignacio Padilla; El síndrome de Ulises, Santiago Gamboa; Abril rojo, Santiago Roncagliolo.

Roberto Madrigal

Saturday, August 20, 2011

La Historia, la histeria y las pequeñas cosas

A pesar de lo aparentemente ambicioso del proyecto, Lourdes de Armas (Ciudad de La Habana, 1960) ha logrado narrar dos hitos históricos y mas de veinte años de acontecer, con la mirada quizá excesivamente inocente de una mujer a la deriva, en pleno proceso de transformación personal.
En Marx y mis maridos se relatan los avatares de Maggy, la protagonista, desde su iniciación sexual hasta una cansada madurez, a través de sus relaciones con su primer novio y sus subsecuentes cuatro maridos. La trama ocurre elípticamente pero sin complicaciones de tiempo y espacio, entre 1980 y el año 2000. Los sucesos de la embajada de Perú y el Mariel, asi como el Maleconazo de 1994 afectan de manera fundamental a Maggy, a sus maridos, a sus hijos y a las relaciones entre ellos. La autora elige el camino correcto al concentrarse en los pequeños detalles de la vida cotidiana que cada personaje tiene que enfrentar y a partir de ahi su visión de los hechos que les atrapan. Sin pontificar y sin caer en el grandilocuente análisis politico, de Armas consigue dar un cuadro desolador de la realidad cubana, de las carencias diarias, las pequeñas envidias, las traiciones y la doble moral de sus protagonistas.
Aunque en la novela no todo funciona bien, ya que la transición de Maggy de insignificante burócrata a escritora incipiente, manteniendo una visión ingenua de la vida, con poca imaginación y saturada de la influencia de su educación ideológica, asi como el exceso de caracterización de algunos personajes en detrimento de otros y su limitada carga de erotismo, que a veces la hace parecer pudibunda sexualmente (cosa que el personaje no es), no se resuelven bien, el humor presente en la medida adecuada y la falta de pretenciosidad salvan la narración.
Maggy se inicia sexualmente con Jose, pero su matrimonio no se consuma porque este termina yéndose del país. Luego se casa con Ernesto, su profesor de marxismo, que resulta ser solamente un alcohólico haragán con ínfulas hemingweyanas. Tras terminar este matrimonio, se casa con Javier, un piloto militar cuya vida se deshace durante su matrimonio y quien al pasar de la fuerza aérea a la contrainteligencia se convierte en un paranoide agresivo que pierde el control de sus emociones y que esun hombre con un tremendo edipismo por superar. Con un penoso divorcio a cuestas, Maggy conoce y finalmente se casa con Freddy, un abogado desempleado, prisionero de los celos y devenido en bisnero de poca fiabilidad. Entre su suspicacia y sus turbios y mal llevados negocios ilícitos, Freddy se va distanciado emocionalmente de Maggy, y ella de él, a una velocidad mas vertiginosa que sus anteriores maridos. Finalmente se une a Carlos, un buscavidas dedicado a “resolver” y obsesionado por irse del país. El macho por excelencia que parece haber añorado Maggy todos estos años. Borracho y apostador empedernido, termina largándose tras ser humillado en público por Maggy, en un club clandestino en el cual se juega a las cartas.
Los personajes no se vuelven nunca estereotípicos y la intrusión de la realidad, de la histeria colectiva y de la politica suceden de manera natural en esas vidas en las cuales el control del destino personal es bastante limitado. La opresión se siente en cada página. Este es un libro sobre la desilusión constante en todos los aspectos de la vida de una mujer. Aunque en todo momento de Armas nos muestra a Maggy en control de su dignidad, que es probablemente lo único que le queda, al final ésta no es mas que un ser apaleado, llena de incertidumbres y sin brújula existencial.
A pesar de que la narración fluye, el lenguaje es a veces pobre y falto de imaginación. Hay algunos obvios referentes literarios, sobre todo a la excelente obra de Antonio José Ponte, Las comidas profundas, pero en general su estilo mantiene su singularidad dentro del costumbrismo actual de la narrativa cubana.
No conozco casi nada de la obra de Lourdes de Armas. Su cuento Pudor, aparecido en la antología de cuentos eróticos titulada Té con limón, o Ellas hablan del amor y el sexo, preparado por Amir Valle y Dulce María Sotolongo y publicado por la Editorial Oriente en 2002, no me dijo nada, pero aquí veo que el erotismo no es su fuerte. Incursiones en Google no me llevaron a ninguna parte mas que a un video en You Tube en el cual la autora presenta este libro. La contraportada indica que de Armas es graduada de Derecho y Teología y que ha ganado varios premios en España, entre ellos el Dolores Ibárruri 2001 de poesía. Fue también ganadora, en Cuba,  del premio Pinos Nuevos 2000 de cuento. Al menos en este libro se ha apuntado un triunfo al presentar una realidad compleja, asi como las relaciones de los “grandes sucesos” y los “grandes temas” con la vida cotidiana de las víctimas circunstanciales de un proceso que los ahoga, sin necesidad de estereotipar, ni de caer en el folclorismo y manteniendo un discurso critico fuerte.

Marx y mis maridos. Autor: Lourdes de Armas. Ediciones Unión 2010. Originalmente publicada por Ediciones Aurora, de Colombia, en 2007.

Roberto Madrigal

Saturday, August 13, 2011

El uso ambivalente del símbolo

Tropicana ha sido siempre un símbolo manipulado. Por una parte representa el glamour, el lujo y la opulencia imaginativa de la farándula habanera de la década del cincuenta, capaz de hipnotizar al jet set internacional de la época. Su corolario es presentar al cabaret como el emblema de la corrupción política y social del momento, la metrópoli de la vanidad de una burguesía derrochadora que decidía vivir a espaldas de la pobreza general de la población, prácticamente un antro del vicio que justifica la llegada al poder de los poéticos barbudos.
Siempre me ha fastidiado, al hablar con americanos políticamente correctos (que no son todos pero son demasiados), escuchar como enarbolan Tropicana como la representación de la perversión. En sus conversaciones, pretenden utilizarla para reducir a La Habana como meramente el “playground” de los Estados Unidos. Tropicana es, para ellos, La Habana y por tanto nuestra capital no es mas que un casino lujoso. O fue. Se irritan cuando les recuerdo que aquí existe Las Vegas, que fue fundada por la Mafia,  y que para todo el mundo es algo muy divertido y digno de verse y que nadie piensa que Estados Unidos es un gran casino. Les molesta que les haga la comparación. A los hispanos y a los negros solo se nos reserva el derecho a reclamar justicia social de modo violento. Aceptable para nuestros países, impensable aquí. La nuestra es la violencia del taparrabo. Tropicana un espejismo.
Tropicana ha seguido ahí, ya de otra manera, pero ahora el símbolo es manipulado como vitrina para mostrar al mundo la imaginación cubana en cuanto a montar un espectáculo se refiere.
En el mas reciente número de la revista Vanity Fair (Septiembre 2011), se publica un artículo titulado All Havana Broke Loose: An Oral History of Tropicana. Compuesto por Jean Stein (quien desde su libro Edie: American Girl se ha especializado en narrar historias mediante el enlace de fragmentos de  entrevistas a varios personajes, sin intervención del autor), el texto cubre la historia del cabaret desde que en 1956 comenzaron los viajes de promoción “Un cabaret en el cielo” llevados a cabo por Cubana de Aviación, en los cuales se repartían daiquirís y se presentaban Ana Gloria y Rolando acompañados por un cuarteto, hasta el 31 de diciembre de 1958. Entre los enterevistados aparecen Armando Hart y Ricardo Alarcón, que son utilizados para contextualizar la lucha guerrillera que estaba en el trasfondo, pero que no hablan de Tropicana, Nati Revuelta ( a quien se presenta como “socialite” y quien habla de cuando conocio a Fidel Castro pero escamotea la parte del romance), Rosa Lowinger (co-autora junto a Ofelia Fox, viuda de Martin Fox, de Tropicana Nights), Domitila Fox, Eddy Serra (antiguo bailarín), la inevitable Marta Rojas y el impresentable periodista Reinaldo Taladrid, a quien ahora le ha dado por anunciar a voz en cuello que es sobrino-nieto de Martin Fox. Hay otros mas. Curiosamente, el teque revolucionario está a cargo de Omara Portuondo.
El artículo está bien montado y tiene puntos de interés. La autora dice haber estado en Tropicana varias veces y el trabajo está ilustrado por buenas fotos de archivo en las que aparecen Robert Taylor, Santo Trafficante, Meyer Lanski, Barbara Stanwyck, Errol Flynn, Nat King Cole, Marlon Brando, Spencer Tracy y Ernest Hemingway, entre otros,asi como fotos del cuerpo de baile tomadas en enero de este año por William Eggleston. A la larga, la narración se inclina por la versión políticamente correcta, a pesar de aclarar que era el único casino y cabaret habanero de la época que no era propiedad de los mafiosos.
Dos de los entrevistados llamaron mi atención por lo inesperado. Una es Magaly Martínez, la mujer que perdió el brazo cuando explotó una bomba en el cabaret el 31 de diciembre de 1956 y de la cual se sospechó que era quien llevaba la bomba,  quien aun se niega a discutir el asunto. La otra es Carola Ash, la hija de Guillermo Cabrera Infante, quien hace una pequeña anécdota que incluye a su padre y a un personaje olvidado y menospreciado en la historia de la farándula y el deporte cubano, de cuya leyenda se pudieran escribir varias novelas: Sungo Carrera.

Roberto Madrigal

Saturday, August 6, 2011

La historia, la memoria y la reconciliación de la vida cotidiana

Cuando Julia Jarmod (Kristin Scott-Thomas) comienza su desempeño en una revista mensual, su primera tarea consiste en dirigir un trabajo investigativo sobre la redada de Vel’d’Hiv, ocurrida en julio de 1942 y en la cual la policía y el ejército francés recogieron cientos de familias judías para deportarlas a Auschwitz. El objetivo del trabajo de Julia es asestar un golpe a la amnesia histórica de la cual se acusa padecer a los franceses respecto a su colaboración con los nazis durante la ocupación.

Paralelamente, Julia y su esposo, el arquitecto Bertrand Tezac (Fréderic Perrot), se encuentran remodelando su apartamento del Marais, el cual ha sido habitado por la familia de él, desde agosto de 1942. No le toma mucho tiempo a Julia darse cuenta de que esta vivienda perteneció a una de las familias judías recogidas durante la redada, solamente un mes antes. Esto la llena de horror y la lleva a concentrar su labor investigativa en el destino de esta familia.
A partir de ahí, Sarah’s Key (Elle s’appelait Sarah), combina su narrativa de las historias de la familia desplazada y destrozada en 1942 y de la investigación actual de Julia. El destino de Sarah (Mélusine Mayance), la niña que fue la única sobreviviente de su familia y que logró escapar de sus captores y seguir adelante con la ayuda de su familia adoptiva, los Dufaure, de los cuales, para complicar mas la investigación, toma el nombre, se convierte en una obsesión para Julia. Es el fardo de la memoria histórica de la cual tanto huyen los pueblos, que se introduce en lo mas íntimo de su vida cotidiana, destruyendo su relación tanto con su marido como con los miembros de la familia de éste. Julia  (que además está en un incipiente embarazo a una edad tardía, ya con hijos en su haber y con la desaprobación de su marido, quien le pide que aborte) extiende su indagación a la descendencia de Sarah, lo cual la lleva a Nueva York y a Florencia entre otros destinos, y establece una relación con ellos que la lleva a repensar su propia existencia.
La película toca temas de gran importancia sin aires de solemnidad y evitando el didactismo. Introduce la Historia en la historia de forma natural, pero su director y guionista, Gilles Paquet-Brenner (Pretty Things), quien basa su argumento en una novela de Tatiana de Rosnay, escoge el melodrama como estilo y la truculencia como recurso a veces demasiado frecuentado,  lo cual, a mi juicio y para mi gusto, lastra el lenguaje narrativo y convierte un filme que parte de una premisa interesante y que va a reabrir heridas presentes, en una película meramente bien hecha y convencional. A veces me parece que el interés por acentuar los aspectos melodramáticos desvirtúa bastante la relevancia de los asuntos que se tratan.  
Las actuaciones de Kristin Scott-Thomas, de Mélusine Mayance como Sarah de niña y de Niels Arestrup (A Prophet) como Jules Dufaure, el campesino que decide arriesgar su vida para salvar a Sarah, son excelentes. Incluso Aidan Quinn, en su breve papel, se desempeña con una sutileza que se le agradece. La fotografía es excelente, prestando la iluminación adecuada a cada periodo histórico por el que transcurre, pero el producto general me parece que defrauda y a la larga se convierte en una bomba lacrimógena. Los sucesos se pudieron balancear de mejor manera para evitar ese peso excesivo de drama sentimentaloide que domina la última media hora.
De todos modos, Sarah’s Key es un filme que hace pensar mucho después que se sale del cine. La memoria histórica y la reconciliación no sólo individual, sino colectiva, es un tema que resulta cada día mas inevitable a los cubanos. Mirarse en el espejo de la amnesia histórica francesa puede resultar útil para intentar evitar que su sayo nos sirva en el futuro.
Sarah’s Key (Francia 2010). Director: Gilles Paquet-Brenner; Guión: Gilles Paquet-Brenner y Serge Joncours, basado en la novela de Tatiana de Rosnay. Fotografía: Pascal Ridao. Actuación: Kristin Scott-Thomas, Niels Arestrup, Fréderic Pierrot, Mélusine Mayance y Aidan Quinn. Se estrena actualmente en todas las ciudades de los Estados Unidos.
Roberto Madrigal