No hay dudas de que la prensa americana está tremendamente
parcializada en contra del presidente Trump. Ello no justifica que a su vez
Trump insista, con su lenguaje simplón, voraz y divisivo, en atacar la
credibilidad de la prensa y las instituciones de inteligencia del gobierno
americano. A su vez, la reacción de la prensa a este ataque se desplaza por una
senda tenebrosa que podría resultar en su propia incriminación. La
tergiversación y las medias verdades no llevan a ninguna parte.
Recientemente, durante una entrevista que fue trasmitida
antes del Super Bowl, el periodista Bill O’Reilly le preguntó al presidente acerca
de cómo establecer una relación positiva con Vladimir Putin quien, en palabras
del propio O’Reilly, es un “asesino”. La respuesta de Trump sorprendió a todos.
Dijo que tampoco los americanos “somos tan inocentes, también tenemos nuestros
asesinos”. Lo cual es una realidad, pero nunca había sido abiertamente
expresada o reconocida por un presidente americano.
En lugar de analizar con detenimiento la declaración
de Trump, los congresistas demócratas, el New
York Times, el Washington Post,
las principales cadenas noticiosas de televisión y hasta muchos congresistas
republicanos, se lanzaron a criticar al presidente por haber osado igualar
moralmente a Moscú y a Washington. Lo cierto es que por más que he mirado la
entrevista repetidas veces, no veo que Trump trató de igualar moralmente a
Washington y a Moscú, solamente estableció un hecho, dando a entender que en la
política hay que convivir con ciertas realidades desagradables. Pero la opción
facilista era no analizar lo dicho, sino acusarlo de lo que no dijo.
Ciertamente, si se mira que George Bush, malaconsejado
por Donald Rumsfeld, mintió sobre las armas de exterminio masivo para invadir
Irak, lo que resultó en una guerra inútil que causó la muerte de miles de
iraquíes y americanos inocentes, se le puede considerar un asesino. Lyndon
Johnson también mintió al pueblo americano mientras preparaba unilateralmente
la escalada de la guerra de Viet Nam, durante las elecciones de 1964,
presentándose como un pacifista y acusando a Goldwater, una figura compleja,
como un guerrerista sin conciencia, cuando él ya tenía decidido el destino de
miles de americanos y vietnamitas.
Pero el problema mayor de la prensa americana es
Stephen Bannon. El máximo responsable de la victoria de Trump. Un individuo a
quien se le ve como la sombra detrás del poder, la eminencia gris, el equivalente
del Padre José de Trump.
François Leclerc du Trembay, conocido como el padre
José, fue el hombre que manipuló los hilos del poder durante el periodo que el
Cardenal Richelieu dominó la política francesa. Fue prácticamente el creador de
las fuerzas de la seguridad del estado, el antecesor de la Stasi, la KGB, etc.
Fue el poder tras el poder, de él viene la frase “eminencia gris”, que se le
otorgó por el color del hábito de los monjes capuchinos, y para mayor
información, se debe consultar el libro de Aldous Huxley, titulado Eminencia gris.
Bannon es escurridizo. Es un hombre renacentista, muy
inteligente. Se le acusa de fascista, antisemita, extremista y racista. Todo lo
cual puede ser cierto, pero hasta ahora solamente se le ha podido probar que es
culpable por asociación. Dirige la revista digital Breitbart News, que es una
publicación de ultraderecha, afiliada al “alt-right” y con vínculos con figuras
del Ku Klux Klan, que sin embargo fue creada en Jerusalén por dos judíos. Bannon
ha sido productor y director de cine. Entre las películas que ha producido se
encuentra The Indian Runner un
largometraje escrito y dirigido por Sean Penn.
Bannon se ha ganado el derecho a tener un posición de
gran poder en la administración de Trump, es su principal asesor y para muchos,
es el verdadero presidente. Se le ha dado acceso ilimitado a equipos, foros y
grupos de análisis que ningún jefe de equipo de la Casa Blanca ni asesor principal
del presidente había tenido antes.
Es cierto que es una figura tenebrosa, pero…¿se le
debe combatir con insinuaciones, medias verdades o hasta mentiras? Me pregunto
si la mentira se debe enfrentar con otras mentiras.
El cuestionamiento anterior lo motiva un artículo de
Jason Horowitz, periodista de The New
York Times aparecido en dicho periódico el 10 de febrero cuyo titular reza:
“Steve Bannon cita a un pensador italiano que inspiró a los fascistas”. El trabajo
se refiere a una cita que hizo Bannon del filósofo italiano Julius Evola, una
figura controversial de muchos matices, cuyas ideas, después de muchos
escollos, fueron usadas en apoyo de Mussolini. Pero Bannon no lo citó para
apoyar un punto de vista personal, sino que lo hizo durante un congreso en el Vaticano,
en 2014, en un ensayo en el cual hablaba sobre las influencias que conformaron
el movimiento de Tradicionalistas católicos. Una referencia bien fundamentada.
Peor aún, Horowitz cita a un profesor danés que
cuestiona el interés de Bannon por la figura de Evola. Horowitz se refiere a
Evola como figura oscura. Bueno, quizá para él, pero es un pensador de cierta
importancia, que ha sido reivindicado anteriormente por grupos que nada tienen
que ver con el fascismo. Cuestionarse el interés de Bannon por Evola, me huele
a policía del pensamiento, me recuerda un profesor de personalidad que tuve en
la universidad, a quien le intrigaba mi interés por las teorías de Abraham
Maslow y me decía que eso era diversionismo ideológico, porque Maslow era un
psicólogo burgués.
No dudo que Bannon sea un pro-nazi de ideas quizá
despreciables, pero escoger el camino de la mentira o de la verdad a medias,
para tratar de enfrentarlo, solamente justifica la clasificación de “alternative
news” y “fake news” que peligrosamente utiliza Trump. Combatir mentira contra
mentira nos conduce por esa senda tenebrosa que puede terminar en el fin del
tejido institucional que por doscientos cuarenta y un años ha protegido a la
democracia americana.
Roberto Madrigal