A continuación reproduzco la reseña que sobre
mi recién publicado libro hizo Carlos Espinosa Dominguez, crítico de cine, teatro
y literatura y profesor universitario. La reseña fue publicada en la revista
digital Cubaencuentro el viernes 27
de enero.
El cine desde la otra orilla
A lo largo de varios años, Roberto Madrigal ha escrito
puntualmente comentarios sobre las películas que ha visto. Acaba de recopilar
esos textos en un libro, que refleja su experiencia como espectador
Carlos Espinosa Domínguez, Mississippi | 27/01/2017
Roberto Madrigal es lo
que se dice un cinéfilo fidedigno. Solo alguien merecedor de ese nombre es
capaz de falsificar un pase de crítico para asistir a proyecciones a las que,
de otro modo, no tendría acceso. Solo quien ama mucho el cine puede recorrer en
auto, en medio de la lluvia, 177 kilómetros (y otros tantos a la vuelta), para
ver la única presentación en su zona de un filme de Abbas Kiarostami. De esa
pasión tienen constancia los lectores de este diario, pues desde enero de 2012
Madrigal publica puntualmente los comentarios de las películas que ve. Antes lo
había hecho, aunque no de manera regular, en Linden Lane Magazine, El
Miami Herald, Café Fuerte, The Cincinnati Enquirer,
así como en su blog, Diletante sin causa.
En Críticas
desde afuera (Término Editorial, 2016, 415 páginas), Madrigal ha
recogido esa faena suya (no sé si está todo lo escrito por él a lo largo de
estos años). El recuento que hace en su voluminoso libro refleja su experiencia
personal como espectador. Aun así, es tan amplio como diverso y proporciona un
panorama bastante representativo de las cinematografías, corrientes y
directores que hoy marcan el rumbo de la producción audiovisual. Ese repaso es
también una prueba de que Madrigal no ha dejado escapar cuanto estreno merece
la pena.
Para quien no sepa nada
sobre el autor de Críticas desde afuera, apuntaré que Madrigal es
psicólogo. Esta otra actividad que tanto disfruta la realiza para dar cauce a
su pasión por el séptimo arte, imaginando las películas desde la lectura. Se
define como un crítico autodidacta, que se formó a través de los libros del
francés André Bazin (¿Qué es el cine?), el norteamericano Andrew Sarris
(El cine americano) y el cubano Guillermo Cabrera Infante (Un oficio
del siglo XX). Y también, con todas las películas que vio en la Cinemateca
de Cuba, en la etapa en que era dirigida por Héctor García Mesa. En la
introducción de su libro, confiesa que nunca ha hecho vida gregaria con
directores, guionistas y otros críticos, aunque a algunos los conoce
superficialmente. En ese sentido, apunta: “Quizá eso me da una libertad de
expresión inusitada. Puedo decir lo que quiero sin temor de ofender, aunque a
veces sin querer ofenda”. Asimismo, dice estar acostumbrado a hacer las cosas
por su cuenta y que es responsable de seleccionar los filmes que comenta.
En las páginas que
sirven de introducción al libro, tituladas “El cine visto desde la otra
orilla”, Madrigal describe en estos términos su concepción de lo que José Martí
llamaba el ejercicio del criterio: “Pienso que una buena crítica tiene que
informar, intrigar e interpretar. La información pone a la película en
contexto, no solo la trama y los personajes, sino los realizadores y los
actores también. Se intriga narrando un poco de la trama y comentando el curso
del guión, de la edición y de la temática. Luego es requerido que el crítico
interprete, que dé su opinión sobre los aspectos técnicos y de contenido que se
hayan logrado o no, pero en una forma que suscite a la discusión. Que ofrezca
una opinión personal y fuerte, pero que se exponga abierto a otros discursos”.
Quienes lean los textos que publica semanalmente en este periódico, comprobarán
que no se trata de meras palabras, sino de un decálogo que él aplica
escrupulosa y eficientemente.
Los textos de Madrigal
cumplen un requisito primordial: están redactados con un lenguaje periodístico
claro y comprensible. No hallamos en ellos la más mínima pretensión de hacer
literatura, lo cual quedaría fuera de lugar en un periódico. Cuando digo esto
no quiero decir, desde luego, que no estén correctamente escritos, que lo
están, sino que su autor no emplea un discurso rebuscado. Recuérdese que él
mismo anota que uno de los propósitos que busca es informar, y para ello se
vale de un lenguaje idóneo para tal fin. Igualmente, es oportuno recordar que
se dirige a un lector común, no a un público especializado ni a la gente de la
profesión. Una razón más para que, como vehículo, se sirva de un lenguaje
accesible, que le asegura una comunicación directa y eficaz con su
destinatario.
Sabe argumentar su
satisfacción o su desagrado
Me remito de nuevo a las
palabras de la introducción que antes cité. Madrigal dedica parte del espacio a
interpretar y expresar su opinión sobre los distintos aspectos artísticos y
técnicos que intervienen en una obra cinematográfica. En ese sentido, sus
juicios están debidamente razonados. No se dedica a desgranar adjetivos o
descalificativos, sino que demuestra por qué una película es buena o por qué no
lo es. Busque el lector cualquiera de los textos que ha publicado en este
periódico y verificará lo que digo. Por supuesto, se puede no estar de acuerdo
con su valoración –este cronista confiesa que, en ocasiones, disiente de ella–,
pero no puede negársele que sabe argumentar su satisfacción o su desagrado. Eso
es, en definitiva, lo que corresponde reclamarle a un crítico: no que coincida
con nosotros, sino que sea capaz de fundamentar su opinión.
Esa capacidad analítica
que despliega en sus comentarios, en buena medida hace de ellos textos
didácticos, entendido este término en su acepción más noble. Madrigal enseña al
lector cómo se deben ver las películas. Pero lo hace sin petulancia, sin el
aire de un maestro que pontifica. En eso tiene bastante que ver el estilo
claro, conciso y ameno adoptado por él. Por otro lado, demuestra competencia para
expresar ideas atinadas con unas pocas palabras: “Takashi Miike es un genio que
no se toma en serio”; “A Most Dangerous Method es muy simplista
para ser historia y muy poco imaginativa para ser buena ficción”; “Un poco de
ambigüedad y especulación y otro tanto de riesgo le hubieran venido bien
a Lincoln, pero timorato, Spielberg se limitó a un didactismo
histórico muy reverencioso”; “Alejandro González Iñárritu se ha hecho famoso
por convertirse en la versión hollywoodense del pensador profundo”.
El autor de Críticas
desde afuera es, desde muy joven, un cinéfilo voraz. Eso quiere decir
que ha visto muchas películas, entre las cuales figuran unas cuantas de las que
se consideran capitales en la historia del séptimo arte. La asistencia regular
y continuada a las salas como espectador ha contribuido en no poca medida a su
formación. Él, además, se ha pertrechado de un conveniente caudal de cultura e
información, que le proporciona la visión teórica y el distanciamiento
necesarios. Este último aspecto es esencial en la faena crítica, en la que el
voluntarismo y la improvisación no tienen cabida. Un creador puede “tocar de
oída”; un crítico no. De no poseer la cultura cinematográfica que posee, Madrigal difícilmente podría valorar lo que la cinta húngara Son of Saul aporta
de nuevo al cine sobre el Holocausto. De igual modo, tampoco podría justificar
por qué The Hateful Eight representa una obra débil dentro de
la filmografía de Quentin Tarantino.
Es también de elogiar en
estos textos la independencia de criterios que mantiene su autor. En más de una
ocasión va a contracorriente y no duda en expresar opiniones que discrepan con
la mayoría de sus colegas. Quiero ilustrar esto con un ejemplo muy reciente, y
que por ello no está incluido en el libro que aquí se reseña. Es el que dedicó
al filme norteamericano La La Land, que ha concitado el entusiasmo
unánime de los comentaristas y acaparado un carajal de nominaciones en los
Oscar. Madrigal no comparte esas encomiásticas valoraciones y hace lo que
acostumbra: expone su disconformidad con elementos de juicio.
“En unos párrafos no se
puede hacer crítica seria de una película, y ese es el espacio de los
periódicos. Una crítica total son cuatro páginas en una revista especializada.
Lo otro en el fondo es una frivolidad, a la que jugamos, pero una frivolidad…
La crítica diaria es una ficción”. Esas palabras pertenecen al director español
Jaime Chávarri y las traigo a colación porque ilustran una confusión: no es lo
mismo la crítica que se redacta para un diario que aquella destinada a una
publicación especializada. Esta última aparece a posteriori, cuando ya el filme
en cuestión ha bajado de cartelera. Su análisis es por eso mucho más riguroso y
técnico, y se dirige a un público lector iniciado. La otra, en cambio, por su
propia inmediatez funciona como un proceso de acción-reacción. Aunque no
renuncia a dar valoraciones, la anima un fin informativo y de mediación entre
el filme y su destinatario. Cuando está hecha profesional y rigurosamente,
cumple ese propósito y el lector lo agradece.
Pienso que los textos
que Madrigal ha recopilado en Críticas desde afuera son una
prueba de que sí se pude realizar una labor crítica competente y útil desde un
órgano diario. Todo está en que no sea un balbuceo de diletante, sino una faena
hecha con conocimiento, responsabilidad y profesionalismo.