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Sunday, June 29, 2014

Cuba y Democracia: ¿Antónimos?



Mucho se habla últimamente sobre el establecimiento de un gobierno democrático en Cuba como la solución a todos los problemas del país y la apertura hacia una mejoría económica, hacia una economía de mercado que fortalecería la institución de una democracia. Por supuesto, quienes más se lo plantean son los cubanos que han estado viviendo una gran parte de su vida en una democracia ajena.

Cuba es parte de mi pasado. Hace más de tres décadas que no la piso y es muy probable que jamás la vuelva a ver. Pero ello no me impide pensarla, estar al tanto de lo que allí sucede, mantenerme en contacto con los amigos que allá me quedan y conocer y establecer amistades con recién llegados. He vivido en un país democrático la mayor parte de mi vida y no le desearía menos que eso al futuro de lo que es, en definitiva, mi país.

Sin embargo, una somera revisión de su historia me lleva a cuestionarme la posibilidad de que un estado democrático sea la solución factible a corto plazo una vez que la biología aniquile al castrismo.

Entre 1902 y 1952 Cuba tuvo dieciséis presidentes (varios de ellos provisionales, algunos de los cuales duraron un día), dos gobernadores americanos y un gobierno provisional  dirigido por un comité, lo cual no indica estabilidad. La mayoría de los gobiernos estaban contaminados de corrupción y las instituciones democráticas se manipulaban a conveniencia. De alguna manera y por diferentes razones que no cabria discutir aquí, el país se fue desarrollando a un nivel elevado con respecto a los estándares latinoamericanos.

En 1952, como todos sabemos, un golpe de estado llevó a Batista por segunda vez al poder. Estableció una suerte de dictadura constitucional, una dictablanda, como la llamaban, en la cual no faltaban la represión política violenta, el crimen ejercido por el gobierno y los nefastos oficios de grupos paramilitares. A pesar de ello, y sé muy bien que los estudios económicos y sociológicos y las estadísticas que arrojan pueden ser cuestionables por su propensión a la manipulación (y un recorrido por diversos estudios arroja resultados contradictorios), todo indica que durante este período el país progresó económicamente más que en ningún otro período, alcanzando, en algunas áreas, niveles cercanos a los países desarrollados (no debe olvidarse en las comparaciones que Europa acababa de salir de una guerra devastadora y España de un bloqueo atroz). Esto no implica necesariamente que los cubanos funcionan mejor bajo un gobierno dictatorial que bajo uno democrático.

A ello hay que añadir que no solo ningún cubano menor de 62 años ha nacido bajo un gobierno democrático, sino la destrucción de todo tipo de institución democrático-burguesa llevada a cabo por el gobierno castrista, que además implantó un totalitarismo asinino que ya lleva 55 años en el poder, así como el aislamiento del país con respecto a los modelos de desarrollo social y económico que se han llevado a cabo en otras partes del mundo. Todo esto se suma para cuestionar la viabilidad de la implantación efectiva de un sistema de participación democrática en un futuro cercano.

Si la constitución étnica y cultural de la población cubana se forjó a través de los siglos mediante el mestizaje de españoles, africanos, chinos, haitianos, jamaicanos, americanos, libaneses y judíos de Europa Central, el control migratorio de los últimos cincuenta años, así como la conversión del país en una nación de emigrantes, ha resultado en una homogeneización apuntalada por la miseria económica que no hace al país proclive a la tolerancia y a la aceptación de influencias extranjeras (que cuando no han coincidido con la política oficial, han sido demonizadas como diversionismo ideológico). El sistema inmune social es débil.

No es solamente el caso de la población gobernable, sino el de que no existen políticos acostumbrados a gobernar en un sistema en el cual la diversidad de opiniones y la civilidad sean la orden del día y los elementos a considerar en sus funciones.

Pudiera continuar presentando otros elementos, pero creo que con los anteriores basta no para eliminar la posibilidad de una democracia como futuro viable, como garante de prosperidad, pero sí para reflexionar al respecto y meditar sobre todo lo que sería necesario enmendar para poder emprender un camino correcto. Y por supuesto, nada que valga la pena puede hacerse por decreto.

 

Roberto Madrigal

 

Thursday, June 19, 2014

La distribución de la negligencia social en Cuba



El 18 de junio, el periódico 14ymedio.com publicó un excelente reportaje titulado “Crónica de una operación por la izquierda en un hospital habanero”, firmado por Rosa López. En la mejor tradición periodística, la autora se vuelve participante clandestina de una cirugía ilegal de las que cada vez con más frecuencia se llevan a cabo en La Habana.
Hace ya tiempo que se habla de estas operaciones y muchas personas conocen de su existencia. Yo incluso sé de gente que ha intentado someterse a algún proceso quirúrgico ilegal en Cuba. Lo novedoso de este trabajo es que es el primer reportaje de primera mano que se publica al respecto, al menos yo no conozco de ningún otro. El otro mérito periodístico del informe es que no editorializa, pero lo que muestra es preocupante en muchos sentidos.
Los cubanos se han acostumbrado a culpar, no sin razón, a los Castro como los causantes de la degradación del tejido moral de la sociedad cubana. Eso es cierto, pero no es toda la verdad. Esta culpabilidad explica, pero no excusa el nivel de complicidad de una gran parte de los cubanos en las dos orillas. Si no se asumen y se enfrentan esas responsabilidades, no puede haber crecimiento ciudadano. La diseminación de la negligencia social no permite crear una sociedad civil que se encamine a funcionar con madurez. En el caso referido en este reportaje hay muchos elementos que se destacan por su falta de consciencia personal.
En primer lugar se puede señalar al médico y al equipo de enfermeras y asistentes asociados a la operación. La medicina y la salud pública en general, son un asunto serio porque está en juego la vida de uno y de quienes nos rodean. No es lo mismo cometer un error en un párrafo, en una canción, en una receta de cocina o en una partida de ajedrez, que en una mesa de operaciones.
Ese médico anónimo, y hay muchos otros como él, es de una calaña deleznable. Es un hombre capaz de jugar con la vida de los demás sin el menor de los remordimientos. Un médico que se presta a realizar este tipo de operaciones no tiene justificación alguna. Un médico es alguien que ha recibido una educación superior, tiene un nivel de información respecto a la salud que muy pocos tienen y además tiene en sus manos las vidas ajenas. En el caso de esta operación, el cirujano aceptó los informes médicos que trajo la paciente de unos laboratorios de Bélgica que, como él no tiene forma de confirmarlo, pueden ser los de una amiga de la paciente o hasta inventados. Eso demuestra lo que le importa la vida ajena.
Por otra parte, realizar una cirugía sin un mínimo de condiciones sanitarias y a riesgo de que si algo sale mal no hay una estructura de apoyo (por lo ilegal de la operación) capaz de resolver algún problema de urgencia, indica un desdeño total por el valor de la vida humana. Lo mismo se aplica para el equipo que le asiste en la operación.
Si la justificación es el pobre salario que reciben los médicos y las paupérrimas condiciones económicas del país, mejor que se dedique a ser pinguero o, como alguien que conozco, que se convierta en taxista de jineteras. Va a ganar lo mismo, no juega con la vida de nadie y corre, supuestamente, el mismo riesgo de caer preso. Además, hay otras opciones, si no puede irse del país, pues que se involucre en el mercado negro de lo que sea para compensar su bajo sueldo, o que muerda su realidad, pero que no juegue con la vida de los demás.
Por otra parte está la paciente. En este caso “Natacha” ha llegado de Bruselas para hacerse una cirugía estética, concretamente un implante de senos. Sabe que esta operación no va a tener registro y si necesita seguimiento a su regreso a Bélgica, los médicos no tendrán información suficiente para tratarla adecuadamente. Lo hace porque en Cuba le cuesta solamente 500 CUC, en contra de unos 3,000 o 7,000 dólares en su país de residencia. Claro, habría que añadir el costo del pasaje y de los regalitos que tiene que llevarle al equipo asistente, además del riesgo. Esta mujer tiene dos niños y reconoce con miedo que: “Está nerviosa. ‘Lo malo de esto es que si me pasa algo, mi familia de allá se enterará días después’”. Irresponsable es lo primero que me viene a la mente, para no seguir con otras ideas. O sea, que por una cirugía electiva y no necesaria, “Natacha” se juega la vida sin importarle que puede dejar a sus hijos huérfanos con tal de ahorrarse un dinero. Lo peor de todo es que hay muchas Natachas del lado de acá.
Por supuesto, los cubanos no tienen la patente de la irresponsabilidad y la negligencia social, pero el hecho de que ocurra en otras partes no justifica que ocurra en Cuba ni que los emigrados sean parte de la componenda.
La participación de tantas personas, entre médicos, enfermeras, asistentes, camilleros y parientes de la paciente, me lleva a pensar que de esto están muy al tanto las autoridades hospitalarias, quienes se hacen de la vista gorda, probablemente tanto por ganancia personal, ya que pueden ser fácilmente sobornables, como (y esto me lleva de nuevo a los Castro) por un permiso oficial tan difícil de probar como la historia médica de “Natacha”.
No me cabe la menor duda que los líderes más altos están al tanto de la situación, pero la bendicen en silencio porque les resulta una fuente de ingresos, ya que de esa manera siguen entrando dólares y euros al país que luego, en su constante circulación, terminan en sus manos. No me sorprendería un plan macabro detrás de todo esto. Quizá no haya sido su idea originalmente, pero una vez informados del asunto, le dieron su giro para beneficiarse de ello. Esa claque ha demostrado, ya por mucho tiempo, su desprecio total por el bienestar económico, social y cultural del prójimo.
Seis décadas de totalitarismo y miseria económica dejan su huella en la mentalidad de un pueblo, infantilismo social podría ser el diagnóstico, pero los cubanos deben madurar y sin dejar de reconocer quienes son los máximos culpables, asumir sus responsabilidades y sus complicidades con el sistema que los ha puesto en esa situación. Al terminar de leer el artículo no supe quién me repugnaba más, si los Castro, sus secuaces, el médico, sus asistentes o “Natacha”.


Roberto Madrigal

Tuesday, June 10, 2014

Disputándose la memoria del horror


Los sitios del horror como destino turístico, la memoria histórica como objeto de lucro y la persistencia del fantasma del totalitarismo son algunos de los temas que el escritor checo Jachym Topol aborda en su novela The Devil’s Workshop, que le valiera el premio literario Jaroslav Seifert, el más importante que se concede en la república Checa, en el 2010.

El relato comienza en Terezín, la ciudadela construida por la monarquía de los Habsburgos en 1780, que tras la caída del Imperio Austro-Húngaro pasó a formar parte de la recientemente creada Checoslovaquia y que durante la Segunda Guerra Mundial fue convertida en ghetto y campo de concentración de antesala a Auschwitz, sitio que a partir de ahí ganó una reputación infame y su nombre se convirtió en uno de los sinónimos del Holocausto. Aquí, un grupo de sobrevivientes de la guerra, cansados de ser los celosos guardianes de las ruinas de las fortalezas que dieron origen al pueblo, y frustrados porque el único interés que parece tener el lugar es como punto de llegada de quienes fueron enviados a la muerte pero de alguna manera escaparon y que vienen a Terezín a buscar fragmentos de las masacres para lavar su sentimiento de culpa y cambiar el sentido de sus recuerdos, deciden convertir el pueblo en un centro de atracción turística en el cual se darán charlas, se venderán souvenirs y se harán presentaciones sobre el horror allí ocurrido pero de manera atractiva y didáctica para los visitantes.

La empresa crece tanto que finalmente, el gobierno checo de este siglo decide aplanar todas las edificaciones y los mercados que este grupo ha establecido, mientras que los usureros del holocausto terminan escapando a otras tierras o hechos prisioneros.

La novela está narrada por un personaje cuyo nombre nunca se menciona y quien parece tener cierto retraso mental. Un hombre que mató a su padre accidentalmente durante una discusión y que pasó muchos años en la cárcel, y al salir de ella se enteró que el gobierno comunista había desaparecido. Bajo la guía de Uncle Lebo, se convierte en un empresario exitoso y termina ganando fama internacional, aunque la única vez que salió de Terezín fue en un breve viaje a Praga. Este cuenta los hechos con el lenguaje simple de un tarado mental y siempre con el ojo del asombro.

Cuando el gobierno manda a cerrar el centro turístico y está a punto de ser apresado, lo salva Alex, un bielorruso que vino de visita al pueblo, y se lo lleva clandestinamente porque dice necesitarlo para un proyecto importante. Confundido llega a Bielorrusia, en donde tras un viaje laberíntico, descubre el objetivo de su misión, crear un centro similar en Khatyn, un pequeño pueblo en el cual el 22 de marzo de 1943, tropas nazis compuestas casi en su totalidad por colaboradores ucranianos, desertores del ejército soviético, criminales y prisioneros de guerra, masacraron a sus 149 residentes, entre ellos 75 niños. Aquí se desarrolla la segunda parte de esta corta novela.

El gobierno bielorruso escoge Khatyn para restar protagonismo a la cercana Katyn, aldea polaca en la cual bajo las órdenes de Beria fueron asesinados unos 22,000 oficiales polacos (la masacre fue recientemente llevada al cine por Andrzej Wajda) y que por muchos años se hizo creer que los asesinos eran los nazis. De nuevo el narrador se ve envuelto en toda una serie de intrigas, persecuciones y hechos violentos que son manipuladas por las autoridades, pero que el lector se va dando cuenta a la par que el narrador.

La primera parte de la novela está relatada con mucho sarcasmo y un excelente humor negro. En la segunda parte, aunque no pierde para nada su ritmo narrativo, se vuelve sombría y lo macabro envuelve tono y trama.

Jachym Topol (Praga, 1962), es uno de los más importantes escritores checos de la actualidad. Hijo de un poeta y dramaturgo disidente, desde muy joven se involucró con el desarrollo de los samizdat y fundó revistas literarias clandestinas. Por sus actividades y por las posiciones de su padre, no se le permitió acceso a la universidad y guardó prisión varias veces. Fue después firmante de la Carta de los 77 y ayudó a escapar a muchos luchadores polacos del movimiento Solidaridad. Ha publicado seis novelas, dos libros de cuentos y otro de poesía. Ha escrito dos guiones para el cine y una obra de teatro.

The Devil’s Workshop fue escrita en el 2009 y traducida al inglés en el 2013 por Alex Zucker, un galardonado traductor que hace un trabajo extraordinario con esta obra. No existe todavía una traducción al español.

Basándose en hechos reales, Topol combina magistralmente realidad y ficción en lo que resulta el descarnado testimonio de un imbécil, que le añade un toque siniestro a esta disputa oportunista por alcanzar el liderazgo en el protagonismo de la memoria del horror en la historia de la segunda mitad del siglo veinte. Un horror que parece superado pero que todavía persiste en sociedades que han perdido el sentido de su ubicación histórica y geográfica. Una Europa Central que parece mirar al Este con temor y que se esfuerza por pertenecer a toda costa al Oeste, con una reverencia ciega, instigada por la experiencia de la barbarie reciente.

 

The Devil’s Workshop. Autor: Jachym Topol. Traducción: Alex Zucker. Portobello Books, Londres, 2013. 166 páginas

 

Roberto Madrigal

Sunday, June 1, 2014

Un asunto de posicionamiento


En 1984 publiqué un artículo en The Cincinnati Enquirer en el cual expresaba mi opinión de que el embargo (¿bloqueo?) me parecía una medida política que había demostrado ser completamente inútil y que tras casi un cuarto de siglo (entonces) no había logrado ninguno de sus objetivos. El pueblo cubano seguía hambriento y aislado y los gobernantes y sus secuaces continuaban dándose la gran vida mientras abusaban de su poder absoluto con absoluta impunidad.

Recibí varias llamadas, mayormente de académicos interesados en invitarme a almorzar para discutir el tema, pero entre ellas estaba la de un reverendo de una iglesia episcopal que se encargaba de dirigir misiones humanitarias para llevar comida y medicinas al pueblo cubano y que se mostraba sorprendido de que un cubano exilado se opusiera al bloqueo (así lo llamó).
 
El buen pastor me invitó a que me presentara ante sus feligreses para que les expusiera mis ideas en un conversatorio. Acepté la invitación con gusto pero le advertí que antes de lanzarse a esa aventura estuviera claro que yo no pensaba que el levantamiento del bloqueo iba a beneficiar al pueblo cubano. Estos seguirían en las mismas, lo único que se demostraría era que la medida le había servido como excusa al castrismo para justificar su inhabilidad administrativa, su nivel de corrupción y para mantener al pueblo aterrorizado en un alerta permanente contra el enemigo que los ahogaba.  Añadí que Castro sería el primero en oponerse al levantamiento de la medida. Nunca más recibí noticias del pastor ni se me invitó a conversar con sus fieles.

Solamente llevaba cuatro años en Estados Unidos. Mi opinión sobre el embargo se había forjado en base a ese engañoso prisma que distorsiona la realidad y que se conoce como experiencia personal. En 1964, para aliviar la situación del transporte, ya que las guaguas pre-castristas se iban deteriorando y por la falta de piezas de repuesto (debido al bloqueo) muchas no funcionaban, comenzaron a llegar a Cuba unas guaguas de marca Karocsa, de fabricación checa, que amenazaron con borrar de la faz de la tierra a la población habanera.  Fueron mucho más dañinas que la Crisis de Octubre.

Las Karocsas tenían un grave defecto en los frenos y los accidentes con muertos sucedían a diario. Yo mismo fui víctima de uno de ellos cuando la Karocsa repleta en que viajaba rumbo a la secundaria, al llegar a su última parada antes del puente de Almendares (justo en la esquina de la que fuera la casa del exministro de Educación del gobierno de Grau, José Manuel Alemán, ladrón como hubo pocos), perdió los frenos y el chofer tuvo que maniobrar, para evitar ser lanzado al río, y girar el vehículo de manera tal que se estrellara contra un semáforo. Lo logró y con ello me apachurró a mí, que me encontraba justamente en el punto de colisión. Todavía tengo una cicatriz en el muslo derecho que me recuerda el suceso.

La otra amenaza al pueblo cubano, casi peor que la seguridad el estado, fueron las llamadas “Violeteras”, antiguas empleadas domésticas que por un plan del gobierno y en un curso acelerado (casi tan acelerado como la velocidad a la que manejaban), se convirtieron en taxistas. Manejaban unos taxis colectivos llamados las “polaquitas” por el origen nacional de los automóviles, que tenían un promedio de tres accidentes y diez muertos diarios. Tan grave fue la cosa que el plan se suspendió a los tres meses de empezado.

El problema del transporte fue malamente resuelto (y aquí comienza a forjarse mi opinión sobre el bloqueo), no gracias a los amigos soviéticos ni de los otros países amigos, sino por el arribo de los vehículos procedentes del imperialismo inglés y del español, nefastos enemigos. El parche lo pusieron las guaguas Leyland y Pegaso, para nosotros entonces mensajeras de la modernidad automotriz.

Me di cuenta entonces de que el bloqueo era ineficaz porque básicamente era el bloqueo de un solo país, el resto del mundo seguía comerciando con Castro a pesar de que no pagaba sus deudas.  Más adelante, ya en los setenta, otra solución parcial e insuficiente al problema del transporte, fue la compra de Toyotas, Fords, Dodges y Chevys, fabricados en Argentina para convertirlos en taxis. O sea, subsidiarias de las grandes de Detroit, volvían a infiltrarse allá.

Por supuesto, las cosas han cambiado mucho desde entonces. Cuando aquello, a un amigo que le encontraron un billete de cinco dólares en el bolsillo le echaron cinco años de cárcel por traficar ilegalmente con divisas. Hoy en día el dólar circula libremente por la isla.

Otro de los efectos del bloqueo (¿embargo?) era el aislamiento del pueblo de su vecino natural, aunque con solo encender un radio soviético entraban decenas de emisoras americanas con mejor sonido y mejor música que las del país (anteriormente, en los sesenta y principios de los setenta, el DJ Clyde Clifford, desde Little Rock, Arkansas,  a través de la emisora de AM, KAAY, había involuntariamente penetrado las ondas radiales cubanas para delicia de los roqueros cubanos, que no se perdían una trasmisión de su Beaker Street). Eso se fue borrando desde que en 1979 comenzaron las visitas de “la comunidad”, el vuelo en reverso de los gusanos convertidos en mariposas, con las alas llenas de regalos. Esas mismas mariposas, con el tiempo, se convirtieron en una de las mayores fuentes de ingreso del gobierno cubano, con sus remesas ya billonarias, con lo que han desbaratado en gran parte el efecto económico del embargo, aunque han convertido al país en una economía parásita.

Con la llegada de internet y el incremento de los viajes de los cubanos al exterior, el aislamiento se ha seguido rompiendo a pesar de la persistencia del embargo. Por muy limitado que sea el acceso del pueblo al mundo virtual, es un avance incomparable en comparación con lo que había antes y muchas personas pueden contactarse a diario cuando años atrás las caras no llegaban o demoraban semanas en llegar. El hecho de que la telefonía ha quedado en manos de España y se ha hecho más efectiva, llamar a Cuba hoy no es un problema (bueno, sí lo es de dinero) como lo era por ejemplo en los ochenta. Los viajes le han quitado la exclusividad a los dirigentes, que eran los únicos que salían entonces.

En medio de todo esto, los hermanos Castro han continuado en el poder haciendo de las suyas. Ahora con una nueva retórica y una serie de cambios planificados para asegurar su supervivencia y ayudar a sus fieles a postergarse en el poder en lo que sería un postcomunismo. Quieren asegurar su lugar a la hora de una apertura (quizá muy limitada) definitiva, cuando la biología termine su trabajo. El embargo nunca ha afectado a los poderosos.

Cada vez hay menos razones para justificar la existencia del embargo (¿bloqueo?). La pregunta sería ¿por qué ahora? O por quién hablan esos signatarios de la carta a Obama y otros grupos. Hablan por ellos mismos. Ante el inevitable curso de la historia y su erosión lenta pero permanente del sistema castrista, todos estos personajes tratan de posicionarse para cuando la isla se abra al comercio con el exterior. Todos saben bien que resolver el asunto de la derogación del embargo conlleva solucionar muchos problemas legales, ya que puede haber demandas millonarias por indemnización por ambos lados, lo cual toma tiempo. Pero también saben que en algún momento el embargo se levantará, quizá cuando los Castro hayan muerto y otro rostro ocupe su lugar y trate de defender sus intereses.

Pero es cierto que si la medida lleva más de medio siglo en pie y el pueblo americano ni se ha enterado de ello, porque nada ha perdido (al contrario, incluso ahora los tabacos hasta tienen el añadido sabor del humo prohibido) y los figurones políticos y artísticos americanos que visitan la isla se disfrazan de audaces, a pesar de su inefectividad, por qué hacer concesiones sin pedir nada a cambio. Porque aunque ya el gobierno cubano es una entidad decrépita que no representa ni la mitad de la amenaza terrorista que fue hace treinta años, ha perdido una gran parte del apoyo de la izquierda internacional, ha tenido que cambiar su discurso de expansión (aunque sigue apoyando títeres latinoamericanos), el asunto de los derechos humanos se mantiene casi sin cambio alguno. En el poder continúan los responsables de la matanza del remolcador 13 de Marzo, de la Primavera Negra y de un largo etcétera que llenaría varios volúmenes. No sería justo eliminar el embargo a cambio de total impunidad.

Muchos hablan a nombre del pueblo cubano. Lo cierto es que el pueblo cubano, que es el que más sufre esta situación, no tiene voz ni voto en el asunto y no se sabe su opinión. Yo sé lo que opinan mis amigos y lo que opinan periodistas, blogueros, intelectuales honestos (casi todos del lado de acá) y algunos aspirantes a políticos, pero lo que el pueblo cubano piensa es imposible de saber. No se pueden hacer verdaderas encuestas de opinión en la isla que estén libres del control estatal. No existen vehículos institucionales a través de los cuales el pueblo exprese libremente su punto de vista respecto al embargo. Todo el que diga que sabe lo que el pueblo piensa es un hipócrita, un mentiroso o un idiota.

El ya polvoriento embargo se derogará cuando le convenga a los poderes respectivos. Cuando su derogación implique pocas repercusiones legales y económicas y aporte ventajas significativas. Mientras tanto, toda la palabrería, las reuniones  y las declaraciones, no son más que gestos e intentos de ubicarse estratégicamente, de adquirir una relevancia política, económica y cultural  con respecto al futuro del país. Ese día que, como dice Nicanor Parra en su poema Ultimo Brindis, “…no llega nunca/Pero que es lo único/De lo que realmente disponemos”.

 

Roberto Madrigal