Primero fue el editorial (http://www.nytimes.com/2014/10/12/opinion/sunday/tiempo-de-acabar-el-embargo-de-cuba.html)
pidiendo el fin del embargo, en el cual con una afectada pretensión de objetividad,
se reunían unas cuantas verdades y otras medias verdades a modo de poner una de
cal y una de arena. Lo erróneo no fue lo que se dijo, sino los vínculos que se
establecieron entre los postulados y la conclusión traída por los pelos.
Pocos días después, para volver a tropezar con la misma
piedra, sale el editorial sobre la presencia médica cubana en Africa para
combatir el ébola (http://www.nytimes.com/2014/10/20/opinion/la-impresionante-contribucin-de-cuba-en-la-lucha-contra-el-bola.html),
en el cual, para rematar, relacionaban la necesidad del fin del embargo con la
ayuda de los médicos cubanos.
No es la primera vez que el New York Times se pronuncia disparatadamente con respecto a Cuba,
ni la primera vez que los médicos cubanos son enviados en brigadas de ayuda
médica a países del Tercer Mundo. Castro siempre ha utilizado la buena voluntad
como moneda de cambio y de chantaje. Esto tampoco le resta importancia a este
diario, probablemente el más leído y respetado en el mundo entero, con una
reputación de periodismo agudo y cuestionador que se ha ganado, merecidamente, tras 163 años de publicación continua.
No me interesa disputar lo que se alega en los
editoriales citados tanto como preguntarme las razones por las cuales lo hacen
ahora. Cuál puede ser la oportunidad que se le ofreció al periódico y el
pensado beneficio que obtendrá al publicar esa opinión en este preciso momento.
La prensa americana, plana y televisiva, siempre se ha
vanagloriado de su objetividad, aunque este es un concepto a veces relativo y
con fronteras que a cada rato se desplazan en diferentes sentidos. A diferencia
de Europa, en donde muchos periódicos siempre han respondido a una línea
partidista o a una bien definida línea política, en donde los lectores, siempre
avisados, escogen sus medios de información según sus preferencias políticas e
ideológicas, en los Estados Unidos ha existido muy poca diferencia entre la mayoría
de los periódicos de peso nacional. Los matices se movían dentro de un espectro
limitado.
Desde que apareció la prensa virtual, la blogosfera y la
posibilidad de obtener información variada e inmediata a través de la internet,
los diarios impresos (y los noticieros televisivos), para subsistir a la
continuada pérdida de lectores que ha obligado a reducir presupuestos, cancelar
servicios y cesantear periodistas, se han volcado a la opinión y al
reforzamiento de la política editorial como atracción principal a sus lectores
y a sus audiencias. Se han transformado un poco al viejo estilo europeo y ahora
se han definido ideológicamente.
En la televisión la alineación político-ideológica está
bien clara. Fox representa a la derecha y defiende ciegamente al partido
Republicano. MSNBC es el paladín de la izquierda y defensor a ultranza del
partido Demócrata. No se pretende objetividad, sino una postura política sin
matices. CNN trata de mantener un frágil equilibrio para atraer al centro y a
quienes no tienen una total definición partidaria.
Esto es un poco más pantanoso en la prensa plana, pero a
medida que han perdido relieve nacional periódicos como Chicago Tribune y su ahijado The
Los Angeles Times, el New York Times ha ascendido casi en
solitario a acaparar el terreno del centro-izquierda y de la muy tímida
izquierda convencional, que es más bien de limosina.
Su creciente radicalización se debe también a la
necesidad de mantener una identidad en oposición a los otros tres diarios más
leídos en el país: USA Today, The Wall Street Journal y The Washington Post. Los dos primeros
hace tiempo que funcionan en la derecha. El último ha dado un giro tremendo en
el último año, desde que pasó a manos de una corporación creada por Felipe
Bezos, el creador, dueño y señor de Amazon. También ha formado alianzas
temporales de colaboración con los principales diarios europeos de
centro-izquierda como The Guardian, El País, Der Spiegel y Le Monde.
Dada la poca diferencia de principios ideológicos entre
el establishment de izquierda y el de derecha, (más allá de las delirantes
acusaciones de los extremistas de ambos bandos, todos están unidos en tratar de
conservar el status quo), los políticos americanos se definen en base a poses o
gestos que realizan con respecto a causas, hechos significativos y situaciones
emergentes.
En los recientes esfuerzos de algunos grupos de cabildeo
contra el embargo, cuyas voces han alcanzado más resonancia, en las encuestas
realizadas en el sur de la Florida sobre la posición actual de la comunidad
cubana con respecto al embargo y en los recientes cambios de la Unión Europea
con respecto al comercio con Cuba, el New
York Times ha visto una oportunidad para expresar una posición que lo
mantenga como una presencia importante para el público liberal y de izquierda.
La prensa no hace política, se beneficia de ella mediante la influencia que
tenga sobre sus lectores.
Se ha dicho que el responsable de estos editoriales fue
el periodista Ernesto Londoño. No lo sé, aunque sí firmó el comentario a la
respuesta de Fidel Castro al primer editorial. Londoño es colombiano. Vino a
Estados Unidos en 1999 a cursar estudios de periodismo y de asuntos
latinoamericanos a University of Miami, donde fue galardonado por su labor
periodística en el periódico de la universidad. Cubrió noticias locales para Dallas Morning News y luego pasó a The Washington Post, de donde se
despidió hace dos meses para pasar a la junta editorial del New York Times. Tiene gran experiencia
reportando desde Kabul, Baghdad y El Cairo, en donde ha sido ubicado en medio
de los conflictos. Sin embargo, más allá de ser colombiano, de sus estudios
universitarios y de su posible interacción con miembros de la comunidad cubana miamense,
su experiencia con respecto a Cuba se limita a cubrir la prisión de la base de
Guantánamo. Pero como todos los gatos
latinoamericanos somos pardos ante la mirada anochecida de los americanos, pues
un colombiano debe ser, en consecuencia, un experto en Cuba.
Quizá su desconocimiento lo llevó a redactar sus
paniaguados argumentos que le valieron unos pescozones editoriales del mismísimo
Fidel Castro. Quizá por ello también se le olvidó mencionar que es claro que el
de Cuba es el único gobierno que puede decidir enviar centenares de médicos en
una misión internacionalista, porque es el dueño de sus destinos y los
profesionales no tienen alternativas. No se cuestionó como un país en el cual
los pacientes tienen que llevar sábanas limpias y bombillos a los hospitales, puede
decidir en unas horas el envío de médicos a otro continente.
Más allá que el envío de personal calificado de las
fuerzas armadas, los Estados Unidos y otros países no tienen poder para decidir
a dónde van los médicos. Esto se hace mediante organizaciones no
gubernamentales y la participación voluntaria de los especialistas de la salud.
Para que estos trabajen hombro con hombro junto a los cubanos en una situación
de emergencia no hace falta, ni la ha hecho en el pasado, ningún cambio político.
De todos modos, Cuba no es más que una oportunidad de
alineamiento ideológico para el New York
Times, lo cierto es que Cuba y los cubanos le importan bien poco al diario
y al gobierno americano. Nunca han abandonado el concepto que expresara en 1946
el entonces embajador americano en Cuba, Henry Norweb, sobre los cubanos: “ ...poseen el encanto superficial de
niños listos mimados por la naturaleza y la geografía, pero bajo esa superficie
combinan las peores características de una desafortunada mezcla e
interpenetración de las culturas española y negra: son vagos, crueles,
inconstantes, irresponsables y de una deshonestidad innata”.
Nada molesta más al hombre
y al intelectual condescendiente del primer mundo que a quienes percibe como
indios con levita, calificación que se dice nos endilgó como pueblo Sara
Bernhardt en 1887. Pero de entonces a estas fechas los cubanos hemos perdido la
levita y nos hemos convertido en objeto de interés folclórico. Resulta
irresistible tomar la pose de defender a esa pequeña islita, enfrentada al
gigante que la bloquea, poblada de andrajosos que enarbolan sus fusiles y
levantan sus puños para defender su patria y su anacrónico sistema de gobierno.
No importa que ya nadie se lo crea. Vestimos bien a los paternalistas.
Roberto Madrigal