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Thursday, October 31, 2013

Dos textos breves de Reglo



En un post anterior ya introduje a Reglo Guerrero. Su biografía es tan interesante que aunque yo solamente rocé la superficie, un lector comentó que parecía un personaje inventado. No lo es, pero los hechos de su vida pudieran nutrir muchas ficciones. Es uno de los pocos casos en los cuales la realidad es más imaginativa que la fantasía. Ojalá algún día la detalle en una obra de ficción en la cual el lector no sabrá donde comienza la realidad y dónde la pesadilla. De momento, para leer dos breves textos suyos pinche aquí (http://archdil1.blogspot.com/2013/10/dos-textos-de-reglo-guerrero.html)


Roberto Madrigal

Thursday, October 24, 2013

Más variaciones sobre un mismo tema (recurrente)



No estoy seguro si fue a finales de 1980 o a principios de 1981, yo había llegado unos meses atrás y recuerdo que hacía un poco de frío en Miami. Cabrera Infante se presentaba en la entonces cinemateca de Miami, que comandaba Natalio Chediak, para ofrecer una charla sobre su obra. En un momento determinado expresó (y cito de memoria): “Si no hubiera sido por la revolución cubana yo hubiera sido un director de revistas rodeado de secretarias encamables”.

A finales de los años cincuenta, me contaron, de resonancias cercanas, que Lezama Lima solía comentar con sus amigos: “Voy a pasar a la historia de la literatura como un gordo que repartía revistas”. Con ello se refería a sus sudorosos recorridos por las librerías habaneras cargado de ejemplares de la revista Orígenes, a la vez que trataba de resumir el impacto cultural que pensaba había tenido antes de la llegada de la revolución.  Por supuesto, después de 1959 su suerte cambió y le llegó, tarde como él mismo decía, una siniestra celebridad.

Independientemente de lo que cada cual piense de sus obras y de la disparidad de sus posiciones ideológicas, no hay dudas de que los tres escritores de mayor notoriedad que ha producido la literatura cubana en los últimos veinte años son Pedro Juan Gutiérrez, Leonardo Padura y Zoé Valdés.

¿Qué tienen en común estos tres autores tan diferentes que los puede haber catapultado a un estatus de celebridad indiscutible? Más allá de haber padecido el crecer casi a la par de la revolución cubana (aunque Pedro Juan en su infancia sorbió un poquito del ancien régime), los tres han narrado aspectos de la realidad cubana, en forma realista, que han mostrado mundos o submundos desconocidos hasta ese momento en la literatura cubana. Los une principalmente la Trilogía Sucia de La Habana, de Gutiérrez, las cuatro novelas de Mario Conde, empezando por Pasado perfecto, de Padura y La nada cotidiana, de Valdés. No importa que esta última haya sido publicada en el extranjero, porque revela una realidad a la cual la autora estaba muy cercana en aquel momento.

En un país en el cual los medios de información están estrictamente controlados por el gobierno y en el cual la cultura, aún hoy en día se mantiene como el último bastión de defensa de la ideología una vez dominante, la literatura, sin quererlo, o queriéndolo, informa. La narrativa principalmente, es una de las fuentes alternativas de información que tienen quienes quieren asomarse a la realidad cubana. Escribir con cierta audacia y originalidad sobre esa realidad (a pesar de que Padura lo hace de forma extremadamente calculada) eleva al autor a niveles que quizá sus méritos literarios solamente no lo harían (y esto no es un comentario sobre la calidad literaria de estos narradores). Esto es mayormente valorado en el extranjero, donde están las grandes editoriales, los premios y el dinero.

A muchos escritores y artistas cubanos les gusta quejarse de que donde quiera que van lo primero que les preguntan es sobre política. Dicen que quisieran ser como los americanos o los ingleses, a quienes solo se les pregunta sobre su obra. Esto ha saltado a relucir nuevamente en el artículo que recientemente publicó Jon Lee Anderson en The New Yorker , mayormente centrado en Padura (“Letter from Havana: Private Eyes”, edición de octubre 21, 2013), quien menciona un trabajo anterior de Padura, bastante conocido, en el que dice que quisiera ser Paul Auster.

Lo cierto es que, salvando el océano literario que los separa, es posible que Auster sienta envidia por el protagonismo de Padura y que este último, a quien a pesar de su excelente novela El hombre que amaba a los perros, lo quieren encasillar como escritor de género por sus policiales anteriores, si no escribiera sobre Cuba no fuera otra cosa que un escritor más de novelitas policiales. Su obra estaría muy por debajo de, por ejemplo, el islandés Indridadsun quien con su obra sí logra trascender los reducidos límites de su pequeña isla en la cual se desarrollan sus temas.

Recuerdo que debió haber sido en 1993, que me llegó una revista UNION o La Gaceta de Cuba, de esas que me enviaban por intercambio por mi revista Término, para entonces ya difunta por mano propia muchos años atrás, y al abrirla en la sección de narrativa me tropecé con un cuento que me pareció excelente y que con lenguaje mordaz y desenfadado mostraba una realidad cubana que solo conocía de oídas. Estaba firmado por Zoé Valdés, de quien en aquel momento no tenía ninguna información. Este relato, en el cual había un jineteo en una playa entre un extranjero y una pareja, de un erotismo inusual en lo que me llegaba de Cuba, me lanzó a buscar otras cosas de la autora (solo encontré algunos poemas en una antología del premio Roque Dalton). Años después me tropecé con el relato en Traficantes de belleza, se titulaba “Traficante de marfil, melones rojos”. Al leerlo en este libro, me pareció que había sufrido cambios y no me impresionó de igual manera. Es posible que yo hubiera cambiado y ya conocía a Zoé Valdés y a otras obras suyas. Lo cierto es que es innegable que la inmediatez que comunicaba la primera vez que lo leía, le daba un valor adicional.

Quejarse de que se les pregunte sobre política y no sobre literatura es una hipocresía de los narradores cubanos que lo hacen. El efecto de ese fenómeno que controla el país desde 1959 es inevitable y hay que aceptarlo sin resignación, más bien enfrentarlo. Cada cual debe decir su verdad, porque en realidad, es una oportunidad que se les ofrece y de la cual no debieran rehuir. La narrativa realista, en todos los contextos, informa y esa información que ofrece en muchos casos realza el valor del escritor (tanto, que hoy en día, los críticos neomarxistas como George Scialabba, en un país como los Estados Unidos, quieren ensalzar a Gore Vidal como el Gran Novelista Americano, por ser el “cronista del imperio”), en Cuba esto se multiplica por su excepcionalidad.

El fantasma agotado del proyecto castrista todavía nos apresa en su sombra, pero bienvenido sea el reto. No hay que ser escritor realista para aceptarlo. Todos, desde los que escriben ciencia ficción, literatura infantil, poesía de género y hasta literatura onírica, tienen en este caso una responsabilidad social nada agradable. Demasiados la rehúyen.

Debo añadir que aquella noche durante la charla de Cabrera Infante, tras decir lo que arriba cito, osé pedirle que explicara la complejamente nefasta manera por la cual el proceso revolucionario, a pesar de sí mismo, le había servido de plataforma para integrar el boom latinoamericano. No sé si no me supe explicar  o que por aún tener la arena en los zapatos me expresé involuntariamente mal, o no era el lugar adecuado para hacer esta interpelación, pero Cabrera Infante se insultó con mi pregunta y su respuesta no respondió a mi cuestionamiento, sino que se extendió relatar a su historial como opositor del gobierno cubano y el precio que había pagado por ello, cosa de la cual yo estaba al tanto. El desplante que sufrí en mi primer encuentro con un autor cuyos libros había devorado arriesgando mi pellejo y dedicando una inmensa cantidad de tiempo por tantos años en Cuba, venciendo todo tipo de obstáculos, no mermó en absoluto mi admiración por su obra y por su trayectoria personal. El peso de la revolución no es fácil de llevar en los hombros de un escritor.

 
Roberto Madrigal

Thursday, October 17, 2013

Otro texto sobre cine



Mientras demócratas y republicanos se reparten martinis para celebrar su éxito por habernos salvado, tras penosas negociaciones, del precipicio político y fiscal al cual ellos mismos nos empujaron, nada mejor que buscar otros temas para divagar con curiosidad serena. Aquí incluyo otra entrega del texto sobre cine que tiene en preparación mi amigo Jesús Suárez a quien ya introduje en una nota anterior en este mismo blog. Este fragmento se centra en el director japonés Takashi Miike y su resurrección del género samuari. Para leer el texto pinche aquí: (http://archdil1.blogspot.com/2013/10/los-generos-el-cine-de-samurais.html)

Roberto Madrigal

Thursday, October 10, 2013

Un premio merecido, una decisión salomónica



No hay premio justo. Siempre queda afuera alguien cuyos méritos son similares, y en opinión de muchos, superiores a los de quien lo gana. Lo más que se puede decir de un premio es sobre su merecimiento o desmerecimiento. Pienso que este año el premio Nobel de literatura concedido a la narradora canadiense Alice Munro es un premio merecido y su concesión ha sido sabia.

Tras el escándalo que se armó cuando el año pasado el premio se le otorgó al novelista chino Mo Yan, la academia sueca ha optado, al menos esta vez, por alejarse de los escritores proclives al protagonismo.  Han premiado a una escritora de la cotidianidad, una mujer callada y sencilla cuyos temas se centran en los dramas existenciales de la gente común que habitan en sitios provincianos, como el condado Hurón, o en ciudades remotas como Vancouver. Una narradora pura, que domina la concisión y la síntesis, con una prosa limpia y directa, pero llena de sutilezas lingüísticas. Han decidido de paso premiar a un país remoto en el imaginario del resto del mundo, una nación silenciosamente dividida y cuya población anglófona padece de un problema de identidad y es comúnmente confundida con sus vecinos del sur. Para muchos un canadiense y un americano son indistinguibles, o un canadiense no es más que un americano que pasa frio y juega hockey.

A pesar de que Canadá ha recibido más de una docena de premios Nobel en diversas categorías, esta es la primera vez que se le concede el premio de literatura. Técnicamente es la segunda, pues Saul Bellow, quien lo ganó en 1976, nació en Montreal, pero fue concebido en San Petesburgo (sus padres llegaron a la provincia de Québec cuando su madre ya tenía siete meses de embarazo) y se mudó a los Estados Unidos a los ocho años. Además, su literatura se inserta de lleno en el panorama de la literatura americana. Munro, sin embargo, pertenece a una tradición literaria que incluye, para solamente citar a algunos, a Robertson Davies (Fifth Business), Margaret Atwood (Survival), Mordecai Richler (The Apprenticeship of Duddy Kravitz) y Lawrence Hill (The Book of Negros), así como al poeta y novelista Leonard Cohen, que es más conocido mundialmente por su música. De todos modos, ese asunto de las nacionalidades se vuelve un poco borroso en estos tiempos.

Es también la primera vez que la academia sueca premia a ese imprescindible pero marginado género que es el cuento (aunque a mi juicio lo mejor de la obra de Hemingway son sus cuentos y sus novelas cortas), porque Alice Munro es primeramente una cuentista que tiene algunas obras que pudieran considerarse novelas cortas por su enlace temático. Con esto, rinden un homenaje tardío e implícito a dos grandes cuentistas que nunca fueron premiados (aunque sí nominados) como Antón Chéjov y Sherwood Anderson, a quienes el estilo y la temática de Munro se asemeja mucho (a pesar de que en sus entrevistas cita como influencias a Eudora Welty y a Katherine Anne Porter).

El Nobel es un premio conservador. Inicialmente se le otorgaba exclusivamente a escritores “idealistas” según la definición que dejó en su legado Alfred Nobel, por lo cual Tolstoi (que era un hombre idealista pero no un escritor idealista), Chéjov y Joyce quedaron eliminados. Con la erosión del tiempo y el devenir histórico, el premio se ha abierto a otras tendencias. Tiene una larga historia de injusticias o de premios inmerecidos y la lista de autores merecedores del mismo que han sido relegados, es tan o más larga que las de los ganadores. Por su conservadurismo, es casi imposible que se decidan algún día a concedérselo a escritores que considero merecedores del mismo como Bob Dylan y Victor Erofeiev. Este mismo año se puede discutir hasta la saciedad si no se lo merecían más autores como Milan Kundera, Phillip Roth, Joyce Carol Oates y Cees Noteboom, cuyos nombres se barajan con frecuencia (por suerte evitaron, al menos por ahora,  dárselo a Haruki Murakami, ese oprobio de la literatura global que es del gusto de muchos), pero Alice Munro se lo merece tanto como los anteriormente mencionados.

Nacida en Wingham, provincia de Ontario, en 1931, tras publicar su primer cuento en 1950, abandonó sus estudios de literatura inglesa en la universidad de Western Ontario, al año siguiente, para casarse y dedicarse a ser ama de casa. En 1963 se mudó a Victoria, en la costa del Pacífico, donde junto a su esposo abrió la librería Munro Books, que aún funciona en otras manos. En 1968 publicó su primera colección de cuentos, Dance of the Happy Shades, con la cual recibió el premio del Gobernador. Se divorció de James Munro en 1972 y escribió cuentos para Radio Canadá. Cuatro años más tarde se casó con Gerald Fremlin, geógrafo de profesión, y se mudó para una granja en Clinton, Ontario, de cuyos alrededores se ha nutrido gran parte de su obra.  Ha acumulado prestigiosos premios a lo largo de los años, entre ellos el británico WH Smith por su obra Open Secrets en 1995, el PEN/Malamud por su excelencia en la cuentistica en 1997, el National Book Critics Circle por su colección de cuentos The Love of a Good Woman en 1998, el O. Henry por su consistente obra cuentistica en sus publicaciones estadounidenses en 2008 y  el Man Booker Internacional que concede el Reino Unido en 2009. Sus obras comenzaron a publicarse en castellano en 1982, siendo la más reciente Demasiada felicidad, publicada en 2009 por la editorial Lumen.

Su obra ha sido también llevada al cine y la televisión, siendo la más destacada Away from Her (2006), ganadora de varios premios y que le valió, en 2008, nominaciones al Oscar por mejor actuación estelar femenina a Julie Christie  y a su directora Sarah Polley por el mejor guión adaptado. La película, un excelente drama sobre una mujer que sufre un prematuro Alzheimer, se basó en su cuento The Bear Came Over the Mountain.

Alice Munro es una narradora extraordinaria, cuya temática se desarrolla en sitios provincianos y muy específicos, pero que enfrenta los terrores del ser humano ante la cotidianidad, la muerte, la pérdida y la realización de los sueños, que la hace una obra de trascendencia universal.

Roberto Madrigal

Thursday, October 3, 2013

El chino Reglo


 

Conocer a Reglo Guerrero es el privilegio de unos pocos. Sin embargo, es una gran pena que no se conozca más acerca de él. Su historia puede leerse como una cartografía del terror que ha envuelto a la isla todos estos años. Es una historia que espero algún día se decida a revelar en detalle.

Con la misma devoción e intensidad con la cual se inició en el sacerdocio y la vida monástica, que abandonó rápidamente, en 1959 se sumergió en los sucesos políticos del momento. Empezó a escribir en 1962, alentado por José Lezama Lima, Allen Ginsberg y Pepe Hernández Artigas. Cayó preso por razones políticas entre 1965 y 1967. Decidió dejar de escribir y se dedicó a la pintura y al grabado a partir de 1967. Fue discípulo de Raúl Martínez, Servando Cabrera, Antonia Eiriz y Fonticiella. Formó parte del grupo Taller de la Catedral y exhibió su obra, en Cuba y en el extranjero, en varias exposiciones de grupo.
Mientras estudiaba Historia del Arte y Lenguas Clásicas, fue ilustrador del diario Granma, de la revista Bohemia y del Instituto del Libro hasta 1972, cuando fue expulsado de la Unión de Periodistas Cubanos. Se decidió entonces por el silencio y el trabajo artístico para si mismo. Un día se cansó y cuando le llegó la oportunidad trepó las cercas de la embajada de  Perú y se asiló junto a otros miles de sus compatriotas.

Desde 1980 vive, con su esposa y cuatro hijas, en un pequeño pueblo cercano a Toronto. Hace un año decidió volver a escribir y pintar, hasta entonces, se mantuvo como un duende tropical agazapado en medio de la estepa canadiense.

Aquí les muestro una avanzada de lo que está haciendo, reinterpretaciones y meditaciones sobre fábulas conocidas. Para leer la primera pinche aquí: (http://archdil1.blogspot.com/2013/10/fabula-de-la-tortuga.html)

 
Roberto Madrigal