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Monday, December 31, 2012

¡Feliz año!



Feliz 2013 a todos los que me leen, seguidores y asiduos, así como a quienes divulgan mis entradas. Perdonen la demora pero anduve perdido por las carreteras de las montañas de las carolinas. Gracias a todos, incluyendo a Armengol, Ballagas, Cancio, Gálvez, Hernández Busto, Isis, Ponte, Rita Martin, Rosado, Ted Henken, Teresita, Verónica y Zoe. A Café Fuerte, Cubaencuentro, Diario de Cuba, Penúltimos Días y Tumiamiblog. Y perdonen los que no incluí en esta prisa de los últimos minutos.


Roberto Madrigal

Monday, December 24, 2012

¿Adiós a las armas?



La reciente matanza ocurrida en la escuela primaria Sandy Hook, en el apacible y pintoresco pueblo de Newtown, en el estado de Connecticut, es una verdadera tragedia. El asesinato de veintiséis personas, veinte de ellas menores de siete años, realizado con meticulosa precisión por una mente desquiciada, que se cercioró de no dejar sobrevivientes, es algo inconcebible incluso después de saber que ocurrió y de ver los reportajes televisivos. Repulsión, indignación, rechazo, frustración, cólera y sentimientos de impotencia son las respuestas naturales. Este fue un hecho al cual no se le puede aplicar la lógica, ya que fue generado por una psique para la cual la realidad tiene un sentido muy peculiar y subjetivo.

Ya sabemos que Adam Lanza, el asesino de 20 años que cometió suicidio al ver que la policía se le acercaba, estaba diagnosticado con el síndrome de Asperger. Ya abundan los testimonios de su errática conducta. Es probable que sufriera de algún otro tipo de padecimiento mental, aunque no se le haya diagnosticado, muchas enfermedades mentales viajan acompañadas por otras. Como muchos especialistas han repetido en la prensa, no hay una correlación entre este síndrome y la violencia. Es cierto y no se debe convertir en parias a todos lo que padecen de esta enfermedad, ni tampoco generalizar sobre ellos. Pero aunque el Asperger es la forma del espectro del autismo más funcional de todas,  quienes la sufren tienen una relación muy tenue con la realidad. Esta es una patología en la cual el pensamiento, el lenguaje y los sentimientos no se encuentran coordinados y los individuos son mayormente egocéntricos y no tienen idea clara de las convenciones sociales. Los sentimientos ajenos les resultan incomprensibles. Las relaciones interpersonales les resultan amenazadoras. Esto explica su conducta, pero no la justifica.

Lanza no fue un joven rechazado ni falto de afecto. Su condición es genética y tuvo una madre que se dedicó a cuidar de él lo mejor posible. No fue falta de cariño, lo querían con el alma. Pero su madre cometió la dejadez de poseer armas de fuego que por muchas precauciones que tuviera, estaban al alcance de Adam. Fue un grave error por el que pagó con su vida. Nancy Lanza fue la primera víctima de su hijo, quien le pegó al menos tres tiros en la cabeza.

La reacción inmediata de gran parte de la población ha sido criticar la tenencia individual de armas. Es una reacción lógica, pero probablemente desacertada. No hay dudas de que hay que hacer algo para que las leyes de control de posesión de armas sean más estrictas en Estados Unidos, y es algo para lo cual este hecho debe servir como ejemplo. Pero no es la única solución quizás es la más sencilla. Personalmente, estoy en contra de las armas de fuego. Ni poseo una ni me siento interesado en usar una. Me repelen porque su único objetivo verdadero es aniquilar a otro ser vivo. Muchos justifican tenerlas porque dicen que la caza es un deporte. Es cierto que es algo bien difundido en todo el mundo desde que el hombre se lanzó a buscar comida, pero yo no lo veo como deporte. No veo competencia en que una docena de jinetes armados, persigan, junto a perros entrenados y otros ayudantes, a una pobre zorra que corre asustada. O que un grupo de individuos se esconda y en silencio asechen a un infeliz venado que no tiene la menor idea de que lo están vigilando para matarlo. Para mi sería un deporte si a la zorra o al venado le dan una ametralladora para que se defienda y le avisen de que lo quieren eliminar.

Otro grito de batalla de quienes están a favor de portar armas es que en los países en donde el pueblo está desarmado, los gobiernos totalitarios se imponen. Aquí hay algo de razón. Invocan enseguida la segunda enmienda, que es el derecho a portar armas. Pero aquí cabe una distinción. No creo que la segunda enmienda sea derogada en el futuro previsible, pero el control de la posesión de armas y del tipo de armamentos que se pueden poseer, es otra cosa y eso sí se debe revisar con seriedad. Para añadir complejidad al asunto, está el hecho de que hay toda una industria detrás de esto y de que si se ponen muchas limitaciones, se puede propiciar la creación de un mercado negro que haría la situación mucho más frágil y que supondría un esfuerzo de costo incalculable por parte de las autoridades. La venta de armas es, ante todo, un negocio más, pero un negocio que mueve billones de dólares.

También a considerar está el hecho del deterioro de los servicios de salud mental en los Estados Unidos. El estado posee pocos recursos y la mayoría de los seguros se niegan a cubrir los costos del cuidado psicológico o psiquiátrico. El bienestar mental se ha convertido en el privilegio de unos pocos. Esto sería otro aspecto que merece una seria consideración.

Estados Unidos no posee la patente de la violencia civil. Es cierto que es donde más ocurre, pero hay que considerar que es una sociedad multi­étnica, religiosamente diversa, con un flujo constante de inmigrantes y con más de trescientos millones de habitantes. No se puede olvidar que en la pequeña Noruega, una sociedad más homogénea y donde las leyes de control de armas son algo más estrictas, el 22 de julio del 2011, el militante anti-islámico Anders Behring Brevik mató setenta y siete personas en dos masacres: ocho que murieron por la explosión de una bomba que plantó en el centro de Oslo y sesenta y nueve adolescentes que tiroteó a mansalva en un campamento en las afueras. En Finlandia, otro pacífico país europeo, en Septiembre del 2008 un estudiante de hotelería en la Universidad Seinajoki, en el pequeño poblado de Kauhajoki, arremetió a tiros con su pistola semiautomática y mató a diez de sus compañeros de clase. Dejó una nota suicida en la cual confesaba haber planeado esto por mucho tiempo porque “odio a la raza humana”. Mucho más lejos, en la Academia Estatal del Petróleo, en Bakú, la capital de Azerbaiján, un ciudadano georgiano de 29 años llamado Farda Gadirov, abrió fuego, en el año 2009,  contra sus compañeros de clase, sus maestros y un bedel y mató a un total de doce. Se desconoce aún la razón por la que lo hizo.

Vivir en democracia tiene sus riesgos y su precio. Las leyes hay que revisarlas periódicamente, pero no se puede llegar al punto de la represión de la voluntad individual. En este caso también hay que considerar que la violencia es parte de la naturaleza humana, de la cual nos hemos ido alejando a lo largo de los siglos y no hay duda que el mundo es hoy menos violento que hace cien años. Los ejemplos históricos abundan y se debe recordar que el Antiguo Testamento, que es la base ética de la sociedad occidental, comienza con un engaño y un fratricidio. El demonio fue el ángel predilecto de Dios.

Hay que tener mucho cuidado con la implantación de controles, lo cual no implica que en el caso de los Estados Unidos, deba haber una discusión seria al respecto, aunque me temo que cuando pase la reacción inicial contra estos hechos recientes, la motivación de los políticos disminuirá. Los intereses financieros prevalecerán. Por otra parte, Cuba y China son dos países que prohíben estrictamente el derecho a poseer armas, aunque en el capítulo 1, artículo 3 de la constitución cubana más reciente se lee que los ciudadanos pueden recurrir a la lucha armada de ser necesario cuando alguien atenta contra “el orden político, social y económico establecido por esta Constitución”, en otra palabras, el feudo de los hermanos Castro.

 

Roberto Madrigal

Monday, December 17, 2012

El ballet cubano de Cincinnati



La compañía de ballet de Cincinnati (Cincinnati Ballet Company), fue originalmente creada en 1958 con más entusiasmo que fondos monetarios bajo el nombre de Cincinnati Civic Ballet, pero no fue hasta 1963 que, en coordinación con la Universidad de Cincinnati, se estableció oficialmente como compañía reclutando 41 bailarines, ninguno de los cuales recibía pago por sus actuaciones, bajo la dirección del alemán Oleg Sabline, que era profesor de ballet en dicho centro universitario. No fue hasta 1970 que se contrataron diez bailarines bajo salario. El director era entonces David McLain pero la compañía ganó reputación nacional porque sus bailarines fueron entrenados para dominar las técnicas contemporáneas del coreógrafo americano Lester Horton. A mediados de la década del setenta incorporaron ballets más tradicionales, principalmente de Balanchine y comenzaron giras nacionales desde Nueva York hasta Puerto Rico.

La compañía se mantuvo bien pequeña y con aspiraciones modestas, pero tras la muerte de McLain en 1984, tomó las riendas del conjunto el legendario bailarín británico Frederic Franklin, quien comenzó su carrera bailando con Josephine Baker en el casino de Paris y después tuvo como partenaires a Alicia Markova, Moira Shearer y Alicia Alonso entre otras, y luego fundó el  
National Ballet of Washington. Franklin asumió un rol de transición y en 1986 convenció al húngaro Ivan Nagy, quien acababa de crear el ballet nacional de Chile y a quien el propio Franklin ayudó a desertar a los Estados Unidos en 1966, para que se hiciera cargo de la compañía. Esto fue un paso decisivo y permitió al Cincinnati Ballet Company dar un gran salto de calidad, consolidarse artísticamente, mejorar su situación económica atrayendo donantes de peso y aumentar su prestigio nacional. Después de tres años vitales para la compañía Nagy partió a Inglaterra. La compañía tuvo varios directores hasta que en 1997 Victoria Morgan se convirtió en su directora artística, cargo que aún mantiene y bajo cuya guía el elenco ha crecido, se ha estabilizado y ha continuado su excelencia artística. Hoy en día sigue siendo una relativamente pequeña institución con 31 bailarines, lo cual dadas sus ambiciones, pone grandes exigencias en estos, para cumplir con un apretado y variado programa. Si la compañía no se conoce más nacionalmente no es por falta de méritos, sino por un provincianismo que permea a la ciudad, que se mira constantemente al ombligo y que prefiere muchas veces no divulgar sus secretos.

El ballet de Cincinnati fue un trampolín para algunos destacados bailarines cubanos que abandonaron las filas del Ballet Nacional de Cuba. Por aquí pasaron Nelson Madrigal, su esposa Lorna Feijóo y Adiarys Almeida, quienes hoy se encuentran en el Boston Ballet. Muchos otros bailarines cubanos han venido como invitados en ciertas producciones. En este momento la compañía cuenta con cinco cubanos, lo cual la convierte en la compañía de ballet de los Estados Unidos que más cubanos tiene en su elenco.

Cervilio Miguel Amador, quien a los 18 años integró el Ballet Nacional de Cuba y que en un año fue promovido a corifeo, una noche de Octubre de 2003 decidió, junto con Gema Díaz, integrante del cuerpo de baile del mismo ballet, desertar de la compañía durante una escala en Daytona Beach, logró ser aceptado en el ballet de Cincinnati en el año 2004 y desde el 2006 es Bailarín Principal (Principal Dancer) del mismo. Gema, batallando lesiones, se abrió paso poco a poco y hoy ocupa la posición de Senior Soloist. En la temporada de 2011 se unió al ballet Rodrigo Almarales, hijo de bailarines destacados (Miriam González y Adaris Héctor Almarales), salió de Cuba muy joven y ha vivido y bailado en México, Canadá, España y Alemania. En sólo un año con la compañía, se ha ganado la posición de solista. Este año llegaron a la compañía Romel Frómeta, quien fuera por años bailarín principal del Ballet Nacional de Cuba, después de tres años dando vueltas por España, República Dominicana y Puerto Rico, y Ana Gallardo, de apenas 20 años, llegada a Miami hace tres años, quien pasó un aprendizaje el año anterior en el ballet de Boston.

Desde este pasado fin de semana y por el resto de esta semana, se está llevando a cabo la tradicional producción navideña del Cascanueces, con una innovadora y particularísima coreografía de Victoria Morgan. Si bien este no es un ballet en el cual se da amplio destaque a las habilidades individuales de los bailarines, los cubanos han ocupado el centro de la producción, intercambiando papeles en los pas de deux principales. No hay dudas de que junto con el ajedrez, el establecimiento de una sólida escuela de ballet has sido el otro logro del castrismo, gracias por supuesto a Alicia, Fernando y Alberto Alonso. Los bailarines cubanos se notan inmediatamente distintos y, perdonen el chovinismo, mejores que el resto.

El fin de semana pasado Cervilio hizo gala de su dominio técnico, pero además incorpora a sus papeles muchas de sus características personales. Cervilio es un líder natural y no necesita esforzarse para brillar como un perfecto partenaire, desplegando intuición y sofisticación artísticas sin necesidad de alarde. Hace fácil lo difícil, lo que ostenta es naturalidad. Gema tiene una proyección escénica insuperable, cuando le toca su turno todos los ojos se concentran en ella y en la sobria gracia de sus movimientos. Es precisa en su actuación pero exuda pasión.

Rodrigo tuvo la oportunidad de mostrar su acrobacia natural, que no convierte en un ejercicio de gimnasia rítmica, al contrario, la usa para expresar su intensidad y la controla con su excelencia técnica. Tiene además, magníficas habilidades histriónicas que extiende la dimensión de los papeles que interpreta. Romel, de cuyo talento ya se ha percatado la directora y a quien inmediatamente le han dado papeles destacados, es la elegancia en la escena. Su experiencia y su maestría técnica son apreciables desde que se para ante el público. Antes de que empiece todos anticipan una gran actuación y, por supuesto, no decepciona. Ana que es miembro del cuerpo de baile, ya tuvo un papel destacado dentro del elenco de grupo. Su donaire la destaca inmediatamente por encima de quienes la rodean y se le ve una gran facilidad en todo lo que hace.

En realidad es un privilegio contar con la presencia de este grupo en esta ciudad. Espero que con la solidez que ha alcanzado el ballet de Cincinnati, estos cubanos decidan residir aquí por largo tiempo. No es fácil, pues cada vez son más codiciados por otras compañías. Cervilio y Gema reciben frecuentes invitaciones y cada uno por su cuenta se presentan como huéspedes especiales en varias ciudades de Estados Unidos y de otros países. Rodrigo se pasa el verano acumulando premios en competencias internacionales. A Romel todo el mundo lo conoce y cuando se enteren que está aún en plena forma, supongo que no le faltarán ofertas. Ana acaba de empezar, pero por lo que ya enseña no me sorprende que muy pronto atraiga también a otras compañías. Será mi pérdida.

 
Roberto Madrigal

Monday, December 10, 2012

¿El compromiso social del escritor?

 
¿Tiene el escritor la obligación de tomar partido ante la situación política y social de su país? Depende.
 
El escritor establece su posición dentro de la sociedad o de su grupo social en base a su obra literaria y no a su actividad política. De hecho, la obra literaria, sin necesariamente ignorar la realidad política que la circunda o en la cual se gesta, gana en calidad mientras más se aleja de la misma y más se acerca a la imaginación del autor. Por supuesto, una vez establecido por su calidad literaria, la sociedad se plantea expectativas con respecto al escritor como persona y personaje. Estas expectativas y exigencias se relacionan directamente con el momento histórico que a cada cual le toca vivir.
 
 
En sociedades en las cuales la opinión política se canaliza mediante diferentes medios, en las cuales existe una prensa libre, hay una gran diversidad de instituciones culturales, un gobierno más o menos democrático y un acceso público independiente a las tribunas de difusión de ideas, la opinión del escritor tiene un peso relativamente ligero. Es el caso de países como Estados Unidos, Inglaterra, Canadá, Holanda, Dinamarca y otros países con largos años de experiencia democrática y prosperidad económica. Francia y Alemania son excepciones por distintas razones.
 
En contraste, en las sociedades totalitarias, en las cuales la opinión pública no se puede canalizar por medios oficiales y la expresión individual puede ser duramente castigada, al escritor se le exige una toma de posición. Es el caso de países como Cuba, China, la antigua Unión Soviética (incluso la Rusia de hoy) y otros países en los cuales no existe una infraestructura capaz de proveer un vehículo para el debate de las ideas y la libertad de pensamiento. El escritor y el intelectual, es visto como testigo.
 
Esto queda ilustrado con la controversia originada por las declaraciones y el discurso del
recientemente galardonado Premio Nobel de Literatura, el escritor chino Mo Yan. Este ha sido
            duramente criticado por la escritora Herta Müller (también ganadora del Nobel), el narrador Salman Rushdie y el artista Ai Weiwei. Le critican su afiliación al Partido Comunista chino y el hecho de que ha rehusado hacer declaraciones en favor del también escritor y Premio Nobel de la Paz, el chino Liu Xiaobo quien se encuentra encarcelado en China. Tampoco le ayudan sus festinadas, ligeras y disparatadas declaraciones recientes en las cuales trata de justificar la censura y la compara con los controles de los aeropuertos. Peor aún, justifica su silencio cómplice en base a la calidad de su obra literaria diciendo: “Me han dado el premio por mis cuentos, soy un cuentacuentos”. Y añade: “…mis libros…fueron escritos bajo gran presión y me han expuesto a grandes riesgos”. La calidad literaria no puede usarse para justificar una posición política, ya que en una gran cantidad de casos no tienen nada que ver. Los ejemplos sobran. Ezra Pound fue un defensor del fascismo, T.S. Eliot fue un antisemita, como también lo fue George Orwell, Knut Hamsun admiraba a Hitler, Gorki a Stalin y todos conocemos la estrecha amistad y admiración mutua entre García Márquez y Fidel Castro. Este hecho no lastra ni minimiza su excelencia literaria ni esta excusa su aborrecible actitud personal.
 
Mo Yan es un hombre que creció entre el Gran Salto Adelante y la revolución cultural china. Aprendió desde pequeño, instado por sus padres, según dicen sus familiares, la prudencia del silencio. El proceso chino es muy complicado y esta es la primera vez que Mo obtiene una plataforma para lanzar su obra a nivel global. Es obvio que no la quiere desperdiciar y que puso eso por delante de aprovechar el foro que se le otorga para criticar las injusticias del gobierno de su país. Como personaje público, no tiene el menor interés en solidarizarse con la disidencia china ni ponerse en la mirilla del partido reinante. Sus razones tendrá, eso explica su actitud, pero no la justifica.
 
He escuchado a muchos escritores cubanos, de ambas orillas, quejarse de que cada vez que los entrevistan les hacen más preguntas sobre sus posiciones políticas que sobre su obra literaria. Parecen querer disociarse de su inevitable circunstancia. No sé si es pose o es un verdadero sentimiento, pero es una queja inexcusable. Todos sabemos de sobra las posiciones que a lo largo de estas seis décadas han tomado quienes se pliegan a las directivas oficiales. Con la erosión de los años se han presentado oportunidades para asumir un rol un poco más digno. Algunos, como Padura y Pedro Juan Gutiérrez se han atrevido a decir “algo”, principalmente en sus declaraciones a la prensa extranjera cuando han estado en el extranjero promoviendo su obra, pero han mantenido una comedida ambivalencia. Entiendo que decir más implicaría jugarse la vida o tener que optar por un exilio incómodo. Apuestan a la seguridad personal y probablemente la de sus familiares, además de al ingreso al panteón nacional, que probablemente en pocos años tendrá una mayor validez de permanencia en el canon de las letras cubanas, pero dejaron pasar su oportunidad histórica.
 
 
Desgraciadamente, hablar de política es necesario, sobre todo con quien piensa de manera diferente. Como se ha visto en Alemania y en Polonia, por ejemplo, solamente la discusión abierta del pasado político (en nuestro caso del presente) puede finalmente liberarnos y conducir a una verdadera armonía. Es necesario sacar los trapos sucios y lavarlos en público, no con el ánimo de la vendetta, sino en busca de un verdadero entendimiento. Es un deber cívico. Ni la nostalgia ni la amnesia forzada pueden imponerse a la memoria.
 
“Quiero llamarlas a todas por sus nombres,/pero se han robado la lista y no hay donde/buscar.”, escribía Anna Ajmatova en Requiem refiriéndose a sus compañeras de prisión. Pero esa es una escritora de otra cepa. Alguien que sufrió lo indecible en carne propia y que vivió siempre consciente de su momento histórico. Muchos escritores cubanos se jactan citándola, pero muy pocos siguen su ejemplo.
 
Roberto Madrigal

Monday, December 3, 2012

El censor que se repite



Hace exactamente un año, el Ministerio de Cultura cubano, secundado por un grupo de sesudos estudiosos de la música cubana, explotó ofendido ante la letra de la canción Chupi Chupi de Osmani García por lo que consideraba el carácter vulgar de su letra. El entonces ministro Abel Prieto destapó una campaña contra la vulgaridad cuyos ecos dejaron de escucharse más rápido que una canción mala. Entonces escribí un artículo (El malestar en Cultura) que empezaba diciendo “No hay nada peor que meterse con la música popular”. Al cabo de doce meses, ya Prieto no es ministro y el Chupi Chupi puede oírse claramente en la banda sonora de la recién estrenada película 7 días en La Habana.

En su inmensa tozudez, la censura cubana vuelve a la carga contra los reguetoneros y la “vulgaridad” de sus letras. El censor, quien quiera que sea, padece de amnesia. Se le olvida, entre otras cosas, ese gran antecesor de las letras con doble sentido y vulgaridad que fue Faustino Oramas, más conocido como El Guayabero, considerado ahora un clásico de la trova cubana. Solamente una selección de ejemplos de la supuesta vulgaridad de las letras de la música cubana constituiría toda una enciclopedia. Las letras de las canciones populares, en todas partes, se caracterizan por atravesar los límites de la moral establecida.

Es difícil entender esa persistencia en lanzarse a una batalla de antemano perdida. En primer lugar, tendrían que establecer una definición de la vulgaridad, pero al censor totalitario no le gusta definir los parámetros de su censura, pues se sentiría limitado y no tan todopoderoso. Por otra parte tendrían que llevar a cabo una agotadora labor de cacería contra un fenómeno que se caracteriza por ser efímero y cuyas características se encuentran en cambio continuo, porque responden (¿acaso no lo saben?), al ánimo popular del momento. Además, le estarían cerrando una válvula de escape al descontento de las masas.

Esta altanería del censor quizá se deba en parte a un triunfo obtenido en épocas tempranas. Al asumir el poder, la Revolución empezó a buscar una música que la representara. Con la rápida partida de muchos de los más destacados cantantes de la década del cincuenta (Olga Guillot, Celia Cruz, Rolando Laserie, etc), se trató de borrar, como se hizo con tantas otras cosas, los vestigios musicales del pasado. Los festivales Papel y tinta organizados por el periódico Revolución entre 1960 y 1963, aunque reunieron un grupo distinguidos de músicos populares, entre ellos Beny Moré, generaron más violencia callejera que innovaciones musicales. Parecían haber encontrado su ritmo cuando Pello el Afrokán lanzó el Mozambique en 1963, pero les molestó mucho (y esto me lo contó Leo Brouwer años después mientras hacíamos una cola para conseguir turnos para comer en el restaurante 1830) que cuando se fueron a sacar los pasaportes para llevar a la banda a París en 1965, se descubrió que casi todos sus componentes tenían antecedentes penales. Los puritanos comandantes no permitirían que semejante ralea representara la música cubana.

En 1968, con la secuencia inicial de Memorias del subdesarrollo, en la cual durante un espectáculo en el cual los afrokanes cantan “¿Dónde está Teresa?”, suenan dos tiros y luego un hombre aparece muerto sobre el asfalto, la música continúa y el cadáver es cargado por un grupo de hombres que lo llevan manos en alto y la multitud lo observa impávida mientras continúan su meneo a ritmo de Mozambique, Gutiérrez Alea vilificó lo que hasta entonces se presentaba como la música popular cubana. Un año antes, en 1967, las autoridades culturales observaban el inesperado éxito de Silvio Rodríguez en su programa Mientras tanto. Aunque a muchos dirigentes les molestaba la indumentaria de Silvio y de muchos de los que después se convertirían en integrantes de la Nueva Trova, encontraron aquí algo que encajaba más a su visión de lo que debía ser la música que representara a la Revolución. Letras más o menos inteligentes, muchas de contenido social y con una poética moderna. Se decidieron entonces, ya en plena Ofensiva Revolucionaria, a catapultar el movimiento, no solo en la isla sino en todos los países de habla hispana. El éxito de este movimiento, que por supuesto tenía sus raíces populares, los envalentonó y pensaron que podían controlar lo que se iba a decir en la música del patio. Tuvieron éxito por un tiempo.

Pero nada es eterno y mucho menos en el gusto popular. Los tiempos han cambiado, las nuevas tecnologías permiten acceso casi masivo a la producción de grabaciones de audio y de video. Ya la EGREM no monopoliza la manufactura de la música local. La globalización hace más difícil bloquear las influencias de otros lares. En fin, el censor se siente que ha perdido el control y patalea. Se ve también maniatado porque estos músicos que cada vez controla menos son, contradictoriamente, una fuente de ingresos en moneda extranjera que les hace mucha falta. El permitir su exportación ya no es solamente un hecho político, sino un plan económico en momentos en los cuales el dinero cuenta y la miseria aumenta.

Pero es probable que a lo que más teme el censor es a la explosión de sensualidad, de transgresión y de expresión corporal irreprimible que desatan las canciones populares, sin más pretensión que provocar el goce del instante, es que en un evento masivo, en donde fluyen las pasiones, el alcohol y otras yerbas, es más fácil desatar la rebeldía y el enfrentamiento popular que en una lectura de poemas en la Casa de las Américas, o en un jueves de Temas.

 
Roberto Madrigal