Monday, June 27, 2011

Terminología de la sumisión. Una observación

Echando un vistazo rápido a los hitos históricos de los últimos cincuenta años en casi todo el mundo, lo que primero se nota, fijándose uno en los más conocidos, es que todos están nombrados señalando el levantamiento popular que les dio origen: “La primavera de Praga”, “Mayo del 68”, “La caida del muro de Berlín”, “La primavera árabe” y si se quiere “el 15-M”. No incluyo el 11 de septiembre ni el 11 de marzo porque no hay otra forma de nombrarlos si no es por las fuerzas siniestras que lo causaron.
Esa tendencia no se observa en los hitos históricos cubanos del mismo período. Por el contrario, en nuestro caso, éstos están nombrados en base a la reacción gubernamental que los creó, los toleró o terminó por acabarlos. Una lista incluiría “El quinquenio gris”, “El Mariel”, “El maleconazo”, “La primavera negra” y muchos otros. Ninguno representa una manifestación popular, sino una movida del gobierno. Por ejemplo, el que más cerca me toca, “El Mariel”, fue originado por el asilo masivo a la embajada del Perú, expresión popular espontánea en respuesta a un extraño error estratégico de Castro, que cuando retiró las postas que prohibían el acceso a la sede diplomática, jamás imaginó la oleada humana que se encaminaría hacia allá. Fue la verdadera humanidad que dijo basta y echó a andar hacia la calle 70. El Mariel fue la corrección de ese error, fue la emigración manipulada y controlada a su antojo por el gobierno, que incluso logró que el epíteto “marielito” se convirtiera en estigma para los nuevos exiliados y que, al menos temporalmente, creara un cisma casi insalvable entre varias generaciones de exiliados. Incluso a los escritores y artistas llegados por esa via (y también un poco antes y un poco después), se nos bautizó como “Generación del Mariel” cuando más apropriado hubiera sido “Generación del silencio”.
Como hechizados permanentes por la retórica del poder, los cubanos de todas las orillas aceptan esta nomenclatura pasivamente. Esos términos son usados como referentes y sin darnos cuenta terminamos confundiendo el significado del hecho en cuestión. Como el lenguaje condiciona el pensamiento, acabamos pensándonos con una terminología ajena, que sin darnos cuenta nos somete. Por supuesto, todo esto es debatible, pero sería interesante atender cuidadosamente estos aparentemente inocuos detalles que al dejarlos pasar, se suman en progresión geométrica y terminan siendo opresivos, a pesar de la distancia.

Roberto Madrigal

Wednesday, June 22, 2011

Cuentos de Nueva York

Dos veces ganador del difunto premio Letras de Oro, por su obra teatral Cosas de viejo y su libro de cuentos Los labios pintados de Diderot y con una obra sólida que incursiona, además de la narrativa y la dramaturgia, en la poesía, Fernando Villaverde es un autor difícil de ignorar, que se mueve fácilmente entre diversos estilos de escritura y que va a resultar un verdadero dolor de cabeza para los futuros historiadores de la dispersa literatura cubana de los últimos cincuenta años, cuando traten de ubicarlo temática, estilística y generacionalmente.
Los once relatos que componen El andar de los cangrejos tienen como hilo conector que todos suceden en Nueva York y, específicamente, en Manhattan, que aqui deviene en un verdadero delta compuesto por los desechos de humanidad de quienes han desembocado a estos parajes desde diversas partes del globo. No porque los personajes sean detritus humanos, ya que en su mayoría no lo son, sino porque han dejado mucho de ellos en otras partes y son seres incompletos que enfrentan la vida con diferentes grados de afán, siempre a partir de su propia identidad. Son seres ordinarios que construyen su presente minuto a minuto, encarando una realidad compleja que a cada paso destroza todas sus ideas preconcebidas.
La ciudad en estos cuentos sirve como un trasfondo siempre presente a cuyos caprichos tienen que responder y adaptarse los personajes, cobra un carácter de referente existencial y no adquiere relevancia como paisaje urbano. Es la variedad de sus habitantes lo que la conforma, no sus lugares específicos. Los personajes traen su bagaje de prejucios, pequeños temores, sueños e ideales. Traen su memoria pero no su nostalgia. A diferencia de muchos de los personajes de la literatura actual sobre la emigración, los individuos que pueblan estos relatos de Villaverde están ocupados en absorber su entorno y adaptarse al mismo. Si uno de ellos llora recuerdos de su tierra es porque hay una hija ausente. Esto es un gran logro de este libro, lo que marca al exiliado es la ausencia de seres queridos, el cambio en las relaciones humanas, la falta de familiaridad afectiva y no lugares, ciudades o pueblos. Por ello se buscan entre si y mientras más miran al prójimo más descubren de ellos mismos. Esa ciudad omnipresente los fuerza a esa introspección o en algunos casos a una iluminación. La presencia del otro cambia de objeto de prejuicio a objeto erótico en un incesante intercambio humanizante que obliga a cuestionar viejos valores y atavismos.
El enfoque minimalista, con un lenguaje que se resiste a ser un personaje más, es otro acierto. La voz narrativa de Villaverde no se pierde en disquisiciones ni en frase sentenciosas. La nacionalidad de los personajes no se define con exactitud, aunque no es dificil saber de dónde proceden, pero hay una intención de obviar la contextualidad y de centrarse en lo que está sucediendo a cada personaje para mostrar un verdadero entretejido de relaciones humanas y de la necesidad del otro en momentos de precariedad  esencial. El exilio como desarraigo en su sentido más puro. Los procesos de adaptación son muy diversos, desde los que se apegan demasiado a los nuevos conocidos, pasando por quienes tratan de vivir en la más ordinaria cotidianidad y llegando a quienes venden sus ideales para acogerse al sistema que tanto detestaban con el fin de sobrevivir. El exilio como un peligroso pantano que no queda más remedio que cruzar.
Con este libro, Villaverde ha construido un universo en el cual las relaciones humanas, aquí y ahora, son lo esencial. Es un texto único, muy difícil de imitar. Una escritura riesgosa, sin concesiones, que como sucede a sus personajes, se disfruta renglón a renglón.

El andar de los cangrejos. Autor: Fernando Villaverde. Colección F&M. Estados Unidos 2010. Puede obtenerse a través de http://www.lulu.com/ o de Amazon. Precio: $19.00.

Roberto Madrigal

Thursday, June 16, 2011

De espacios y coincidencias

El 10 de diciembre de 1941, con apenas 26 años, Thomas Merton ingresaba como novicio en la Abadía de Nuestra Señora de Getsemaní, ubicada en el caserío de Trappist, en el centro mismo del estado de Kentucky. Recién graduado de la universidad de Columbia se había adentrado en el catolicismo hacia 1938 y en abril de 1940, como viaje de despedida de lo que llamó su “vida licenciosa” y para una seria búsqueda interior, visitó Cuba. Encontró a La Habana, en aquel momento, una ciudad mas ciudad que Nueva York porque “es una ciudad en el sentido real como las ciudades mediterráneas, levantinas y orientales son ciudades” (The Secular Journal of Thomas Merton, pag.56, Farrar, Strauss and Giroux, 1987). Se maravilló con las librerias que encontró en La Habana Vieja, sobre todo con Casa Belga y La Moderna Poesía. Dijo también que descubrió el misticismo del catolicismo español en las estructuras de las iglesias de Reina y de Nuestra Señora del Carmen. Es curioso que en ese mismo diario, visitando la abadía, meses antes de ingresar, usara como metáfora: “Hoy hace un sol tan fuerte como el de Cuba”.
La primera vez que supe de la existencia de Merton fue por un golpe en la cabeza. Ayudaba a un amigo a despejar una inmensa biblioteca que perteneció a su padre, cuando moviendo un anaquel me cayó en la cabeza un tomo de carátula dura, viejo y empolvado. Era una edición en español de Bajo el signo de Jonás. Me quedé con él y como tenía 19 años no me dijo mucho este contemplativo texto autobiográfico.
Volví a escuchar sobre Getsemaní, ya en los setenta, por boca de mi amigo el poeta Rogelio Fabio Hurtado. El había conocido a Ernesto Cardenal en su primera visita a Cuba, antes de que el sandinismo se realizara como totalitarismo efímero en el poder y el padre y poeta uno de sus instrumentos. Entre las muchas cosas que hablaron y que Fabio contaba estaban su experiencia en Getsemaní y su proyecto de Solentiname. Ambos nombres se convirtieron en algo quimérico para mi. Fabio pagó caro por su asociación con Cardenal a espaldas del gobierno. Algo de este contacto lo reflejó el poeta nicaragüense en su libro En Cuba.
El 14 de mayo de 1957, enfebrecido de amor a Dios y huyendo del rechazo de Claudia Argüello, la de sus epigramas, Ernesto Cardenal iniciaba su noviciado en la abadía de Getsemani. Allí conoció a Merton y establecieron una gran amistad. Merton tuvo gran influencia en su pensamiento y en su poesía. La experiencia de Getsemaní fue también decisiva en su desarrollo de la comunidad de Solentiname. Cardenal aterrizó en La Habana unos días antes, como escala de su viaje y en Vida Perdida escribe: “Hicimos escala en La Habana y antes de llegar a ella el campo de Cuba a la luz del atardecer también me pareció maravilloso. La creación entera me parecía gritar a Dios...”
En 1978 escuché múltiples historias de Solentiname, esta vez mediante Francisco Cordero, el primer cónsul de Costa Rica en Cuba después del rompimiento a principios de los sesenta, a raíz de las sanciones de la OEA. Cordero, quien se hizo muy amigo mio y de muchos de mis amigos, había ido varias veces a Solentiname y sus narraciones, magnificadas por el Old Parr, eran mesmerizantes.
Merton tuvo una trágica y misteriosa muerte en Tailandia, en diciembre de 1968. Tardíamente, su poesía y sus escritos filosóficos siempre me resultaron de gran interés. La poesía conversacionalista de Cardenal siempre me ha parecido extraordinaria y puedo disfrutarla a pesar de sus posiciones políticas, ya que una cosa no tiene que ver con la otra.
Vueltas que da el mundo. Ya en 1982 me encontré viviendo a apenas unas horas de Getsemaní y a lo largo de los años he visitado el lugar repetidas veces. He llevado a amigos que me visitan. Es un lugar ideal para hacer un picnic en sus alrededores, para dar una caminata en medio de los campos o para observar, en silencio, las impresionantes Vísperas que rezan los monjes cada dia alrededor de las cinco y media de la tarde.
No sé qué motivó a 44 monjes trapenses franceses, dirigidos por un abate de apellido Proust, a establecerse en esta zona, en 1848, para crear la abadía. Trappist se ubica en las faldas de un apéndice de las Blue Mountains, y no sé si ésta es la razón por la que fueron nombradas así, pero hacia la hora del crepúsculo, toman un color azul. Muy cerca quedan las cuevas Mammoth, las más profundas del mundo y a una pedrada de distancia están el lugar de nacimiento de Abraham Lincoln y la primera casa en que habitó. Estos dos últimos lugares, por suerte, no han sucumbido, hasta ahora, a la banalidad de la comercialización. Unas seis millas hacia el noroeste se encuentra Bardstown, la capital del whisky, que inicia el trayecto en el cual pueden recorrerse las mas famosas destilerías de la región y en donde uno se puede ahogar en un barril de Maker’s Mark por menos de lo que cuesta una botella. Una buena manera de concluir la jornada mística, que puede incluir una comida en el restorán italiano de un ex-futbolista croata, estrella del equipo nacional de la ex-Yugoslavia. Con todas sus relaciones literarias, misticas y baquianas, Getsemaní ejerce, al menos en mi, un atractivo irresistible. Lo he visto desde que se encontraba bastante desvencijado, con los edificios descascarados, hasta su última versión, en cuya entrada se erige una carpeta que parece la de un hotel de lujo, para recoger a aquéllos que han decidido por un retiro espiritual. La parte de la granja, en la cual los monjes hacen sus famosos quesos y bombones empapados de whisky, y donde cultivan todo lo que usan para comer, se ha mantenido intacta.
A Cardenal lo vi hace un poco mas de dos años, en una visita que hizo a Xavier University en Cincinnati. Todavia sigue vestido con su boina y su uniforme de poeta. Ahora es perseguido por Daniel Ortega y su discurso parece un poco fuera de lugar con los tiempos que corren. Nunca he estado en Solentiname, que tengo entendido que continúa en existencia. En uno de sus peores cuentos, Apocalipsis en Solentiname, de su etapa militante a fines de los setenta, Julio Cortázar, confundido ante la visión de unos niños durante el rito de la misa comunal, le parece ver a Roque Dalton siendo asesinado por un grupo de esbirros. No se sabía entonces ni lo supo nunca Cortázar, pero los esbirros eran los propios compañeros de Roque. Yo a veces me despierto en medio de la madrugada, tras una recurrente pesadilla que me lleva a mi clase de matemáticas de séptimo grado, cuando me parecía que no entendía nada y me hundía cada vez más en la ignorancia, y las emociones y la confusión me recorren en pocos segundos y no sé si estoy en Lawton, en Marianao o en Cincinnati. Me parece entonces que mi padre y mi tía abuela se me aparecen a los pies de la cama. Ambos murieron hace muchos años y no sé por qué pero en lo primero que pienso es en Getsemaní, que me tranquiliza.

Roberto Madrigal

Sunday, June 12, 2011

Campanadas a medianoche...en Paris

Como una Cenicienta a la inversa, al dar las campanadas de la medianoche es cuando se le aparece a Gil Pender, en una esquina de Paris, el carruaje que lo transporta a la realización de su nostalgia, de sus evocaciones literarias.
Tras unos pre-créditos que parecen una sucesión de hermosas postales parisinas que bien pudieron haber sido financiados por el ministerio de turismo francés y un preámbulo en el que se nos muestra la precaria relación que existe entre Gil Pender (Owen Wilson) y su prometida Inez (Rachel McAdams), quienes poco antes de su futura boda acompañan a los padres de ésta en un viaje de negocios a Paris, Woody Allen nos adentra con cierta lentitud en el mundo lleno de frustraciones de su alter ego Gil a quien este peregrinaje se la hace más insoportable con la aparición de la pareja que conforman Paul (Michael Sheen), un ex-compañero de estudios de Inez, quien más adelante confiesa haber estado muy enamorada de él, y Carol (Nina Arandia), su infatuada novia. Harto de acompañar a sus suegros en salidas de compras o comidas en restoranes lujosos, y de tener que soportar la pedante actitud de Paul en visitas a museos y al palacio de Versailles, Gil opta por separarse del grupo y caminar la noche de Paris en solitario, pues a él, como a Vallejo, también le gusta Paris con aguacero.
Perdido, sentado en los escalones de una calle, esperando alguna iluminación, Gil ve llegar un elegante Peugeot de los años veinte y es invitado a montar por unos individuos elegantemente vestidos como en los roaring twenties. Gil, hay que anotar, es una variante californiana del prototípico intelectual neoyorquino de todas las películas de Allen (en una entrevista reciente dice él mismo que tuvo que rescribir el personaje principal porque no encontró a los actores que quería y cuando aceptó a Owen Wilson, éste le daba la impresión de ser un tipo que se pasaba la vida haciendo surfing). Esta vez su otro yo es un guionista radicado en Hollywood que ha logrado gran éxito financiero por sus guiones de películas banales y connvencionales, pero su gran proyecto es una novela inacabada, la cual no está seguro pueda hacer. En un momento determinado su futura suegra le dice que acaba de ver una película americana muy entretenida, de esas que no te hacen pensar, completamente estúpidas, y él le dice: “Como las que escribo yo”.
Una vez que todos llegan a una fiesta, que a Gil le parece ser un baile de disfraces, escucha a alguien tocando una pieza de Cole Porter al piano, cantándola al estilo de Porter y con una gran similaridad a Porter. Entonces tropieza con una chica llamada Zelda a la cual se le acerca su esposo Francis. Gil, incrédulo aun, les comenta la coincidencia de nombres de la pareja, pero ellos se presentan con seriedad como Francis Scott Fitzgerald y Zelda Fitzgerald, que entonces, aburridos de la fiesta, lo llevan a un bar a conocer a Hemingway. Aquí ya Gil se da cuenta de que está en otra dimensión, que se ha pasado al otro lado del espejo y entonces comienza esta agradable pero muy benévola sátira alleniana sobre la seducción de la nostalgia, el miedo a la libertad y la fabulación de los mitos. A contrapelo de la famosa frase acuñada por Scott Fitzgerald sobre los ricos, Allen parece querer decirnos que los idolatrados artistas famosos son “gente como nosotros”. Gil realiza varias incursiones al pasado y se encuentra, entre otros, con Dalí, Man Ray, Picasso, Buñuel, Gertrude Stein y Matisse. Entre todos ellos, se tropieza con un personaje ficticio, Adriana, encarnado por Marion Cotillard, que fue supuestamente amante de Braque, Modigliani, Picasso y Hemingway y de la cual Gil se enamora y con la ventaja de sus saltos al futuro, logra establecer una relación con ella. Pero Adriana es a su vez, una nostálgica de la Belle Epoque y en otro giro a través del espejo dentro del espejo, terminan en el Moulin Rouge, donde encuentran a Lautrec, a Degas y a Gauguin. Adriana decide entonces quedarse aquí y Gil regresa primero a su nostalgia, en donde descubre los elementos que le hacen remediar su situación sentimental en el tiempo presente.
La película está ingeniosamente escrita y la entrada al pasado resulta muy creible. Los diálogos están repletos de alusiones culturales e intertextuales, muchas de las cuales, como cuando Gil le sugiere a Buñuel el argumento de lo que va a ser El angel exterminador, que a este último le parece absurdo, resultan divertidas. Pero esta comedia amable, de un Allen ya sin garra, que trata de recuperar a su público, constituido ahora por burgueses empantuflados, a través de actores y locaciones extranjeras, desperdicia las oportunidades de dar un poco de trascendencia a los temas que toca, cayendo además en un martilleo explicativo, en busca de convencer al más ignorante de la audiencia, cayendo en didactismos baratos y cediendo a la tentación de hacer bromas pedestres y muy trilladas sobre el Tea Party, el partido republicano y las diferencias culturales entrre franceses y americanos. Una pequeña pataleta político-filosófica.
Las actuaciones son excelentes, con breves apariciones de reconocidos actores, que representan la “supuesta intelligentsia hollywoodense” como Adrien Brody y Kathy Bates. También actúa brevemente la Primera Dama francesa, Carla Bruni. La fotografía, aunque demasiado postalita para mi gusto, es muy efectiva. La música es muy agradable y el final es feliz. Es cierto que las buenas comedias deben aparentar intrascendencia, no obstante siempre plantean interrogantes debajo de su superficie frágil y ligera, pero en este filme Allen comete el error de merodear grandes temas que pudieron ser mejor tratados sin necesidad de perder levedad o ironía y que se pierden en sus a veces excesivas alusiones culturales y sus rabietas políticas.


Midnight in Paris (E.U.A.-Francia-España 2011). Guión y dirección: Woody Allen. Fotografía: Roger Arpajou. Con: Owen Wilson, Rachel McAdams, Michael Sheen, Kurt Fuller y una larga lista de actores secundarios, algunos bien conocidos en breves apariciones. De estreno en todas las ciudades de los estados Unidos.

Roberto Madrigal

Tuesday, June 7, 2011

El viaje a la mala semilla

Con un argumento complicado que se narra con todos los elementos de la tragedia griega, Incendies (Canadá 2010) es una película interesante que pudo haber sido un gran filme.
Basada en la pieza teatral homónima de Wajdi Mouawad, laureado escritor nacido en Líbano y radicado en Québec desde 1983, quien co-escribió el guión junto con el director Denis Villeneuve (Maelstrom 2000), la trama comienza con la muerte de la protagonista, Nawal Marwan, interpretada por Luzna Azabal en una actuación excelente. Cumpliendo su deseo testamentario, el notario Jean Lebel (Remy Girard), para quien Nawal trabajó por muchos años, entrega sendas cartas a los mellizos Jeanne y Simon Marwal, con la encomienda de que busquen al hermano y al padre que nunca conocieron y de cuyas existencias no tenían conocimiento, para que se las entreguen. Como Nawal procede de un país árabe nunca nombrado (pero que es obviamente Líbano), se desata una aventura que va a remontar características épicas y que constituye un periplo hacia la identidad desconocida. Jeanne, que parece una de estas primermundistas que uno puede con frecuencia encontrar en otras latitudes tratando de iluminarse con lo real-maravilloso que sólo se da en el tercer mundo, acepta la encomienda de inmediato. Simon, escéptico y dubitativo, que al principio parece la viva estampa del red neck ignorante y xenófobo, no se une a la empresa sino hasta mucho más tarde, cuando la vida de su hermana parece peligrar y Lebel lo conmina.
La trama entonces se narra elípticamente, situando al espectador en la posición de los mellizos, acumulando de manera inicialmente confusa, los datos necesarios para la solución del conflicto. Así se nos da a conocer la historia de Narwan, una verdadera Odisea para los tiempos que corren, a partir de 1968. Cristiana de origen, es expulsada de su aldea tras quedar embarazada de un musulmán al cual sus hermanos asesinan con impunidad. Su niño es enviado a un orfelinato y ella a vivir en “la ciudad” con un tío intelectual, que aunque nunca los vemos interactuar, aparentemente ejerció una gran influencia en Narwan. Vemos su breve paso por la universidad, donde aparentemente cobra “conciencia social” y a partir de ahi, dados los abusos de la facción gobernante, se convierte en una guerrillera heroica a quien se le encomienda asesinar al líder de la facción ultra-derechista de los cristianos. Es hecha prisionera (en un tour de force dificil de digerir, pues de la forma que mata al líder y tal y como se han mostrado sus guardaespaldas, no se entiende por qué no la mataron al instante) y ahi se convierte en una reclusa famosa por su estoicismo y conocida por “La mujer que canta”. Para poder resquebrajarla, le traen a un “especialista en tortura” que la viola y ya se pueden imaginar que de ahi salen los mellizos. Por intercesión de unos políticos musulmanes es liberada y emigra a Canadá. Los mellizos, a quienes parió en prisión, fueron salvados por una intrépida comadrona y se reunen con ella, muy pequeños, en Canadá. Su muerte ocurre de forma un poco misteriosa y su causa no la conocemos hasta el final, pero esta parte del argumento me la reservo para no estropearle el filme a su futura audiencia. Todo esto enmarcado en las guerras civiles que devastaron al Libano desde 1968 y hasta mediados de los años setenta.
La película posee imágenes de encanto y tiene momentos excelentes, pero el problema empieza cuando se le empiezan a ver las costuras de su agenda, lo demasiado políticamente correcto de su mensaje. Los cristianos son presentados de forma unidimensional, como criaturas viles y en la mayoría de los casos, criminales, puras caricaturas,mientras que los musulmanes son presentados con mas riqueza y vaguedad, mas humanizados. En esta gesta de conciliación con la condición humana y con los orígenes de la maldad, los únicos cristianos buenos son los que han perdido su fe. La diversidad y la tolerancia van de un solo lado. Por otra parte, debido a su excesivo interés en contextualizar las andanzas de los protagonistas, la transición dramática de Nawal, de aldeana sumisa a guerrillera heroica, no resulta creíble.
Como toda obra pretenciosa que se plantea acercarse a una problemática compleja y que trata de tocar todas las aristas del asunto, al final termina por ofrecer soluciones simplonas, no se atreve a dejar el cuestionamiento abierto, volviéndose un teque sutil aunque muy bien realizado. Esto sucede porque se basa en la errónea suposición de que el arte debe proponer respuestas y no sólo plantear interrogantes. La militancia destruye los logros del arte.
Incendies fue finalista al Oscar a la mejor película en idioma extranjero y es merecedora de verse. Las actuaciones son excelentes, la fotografía es mesmerizante, el uso de la música, aunque demasiado solemne para mi gusto, es muy atractivo, y la trama toca temas que a todos nos atañen. A pesar de sus dos horas y diez minutos, no aburre.

Incendies (Canadá 2010). Director: Denis Villeneuve; Guión: Denis Villeneuve y Wajdi Mouawad; Con: Luzna Azabal, Remy Girard, Mélissa Désormaux-Poulin y Maxim Gaudette. 130 minutos. Se exhibe actualmente por todos los Estados Unidos.

Roberto Madrigal

Saturday, June 4, 2011

Adiós al viejo amigo

Toto, mi perro, murió ayer. Vivió con nosotros desde agosto de 1998, cuando apenas era un cachorrito de cuatro meses y fue mi primer perro. Tenía artritis y ya no se podía parar. Fue necesario sacrificarlo. Se me fueron, entre otras cosas, mas de diez mil paseos por los mismos rincones. Constituían su momento de libertad, y yo le dejaba hacer lo que quisiera, aunque siempre iba por los mismos lugares y se detenía ante los mismos árboles. Nadie puede saber cuánto lo quise, bueno, mi esposa y mi hija lo saben y ellas también lo quisieron. No quiero caer en la letanía cursi de todos los dueños de animales y comenzar a alabar la inteligencia de Toto con ese lenguaje de lirismo desmedido que adoptan con cursilería la mayoría de los epitafios. Siempre me burlé de las idioteces en las que caen todos los que tienen perros cuando hablan de ellos, de cuánto los extrañan, de cuán inteligentes son y narran sin cesar y sin consideración con el prójimo todas sus proezas cotidianas. Eso fue asi hasta que me convertí en un idiota más.
Sólo quiero despedirlo señalando algo que me llamó la atención siempre en él. No sé si venía escrito en su milenario código genético o si todos los perros son asi, no soy experto en animales. Lo cierto es que siempre que tenía que escoger entre la comida o un paseo, optaba por el paseo. Prefería ese momento de libertad en el cual quizá se imaginaba cruzando las alturas tibetanas por donde paseaban sus ancestros (era un Chow Chow mulato), creyéndose un bravo guardián cuando espantaba a cuanta ardilla, conejo o venado se atravesaba en su camino. Necesitaba de esos minutos en los cuales no era el animal doméstico que no puede ejercer sus instintos.
Me pregunto a dónde han ido a parar nuestros instintos. Pocos seres humanos escogen libertad antes que alimento.
Adiós Toto. Gracias por los casi trece años y por esta pequeña lección.
En memoria de Toto (Abril de 1998-3 de junio de 2011)

Roberto Madrigal